miércoles, 28 de diciembre de 2011

2012 deseos

Que no se cumplan los pronósticos. Que nos respeten las 'lesiones'. Que no nos den la lata los latosos y los apocalípticos. Que si nos ponemos melancólicos solo sea por el placer de estar tristes. Que no nos falte de nada. Que no echemos a nadie en falta. Que la palabra 'desahucio' caiga en desuso. Que la próxima de Woody Allen sea tan buena o casi como la anterior. Que el buen vino siga gustándonos cada vez más. Que alguna vez la inspiración nos pille trabajando. O amando a la mujer que más amamos (o al hombre). Que siga habiendo velas y música de jazz para la cena de los viernes. Que Tony Bennett siga sonando igual de bien a sus 86. Que de vez en cuando sigamos leyendo cosas como esta de Tomás Segovia: "es del futuro de lo que yo tengo nostalgia". Que el Pucela suba a Primera y el Madrid gane la Décima. Que yo siga sin resolver algunas contradicciones. Que algunos libros me gusten o emocionen tanto como Verano, de Coetzee; como Los enamoramientos, de Marías; como La historia del amor, de Nicole Kraus; como Nocturnos, de Kazuo Ishiguro; como Calamidad hermosa (antología), de Francisco Pino; como El fulgor de la ceniza, de Fernando Pizarro.  En fin, yo no voy a hacer ahora ningún canto al optimismo (tan al uso), entre otros motivos porque me acuerdo sin remedio de algo que dijo nada menos que Chesterton: "La humanidad solo produce optimistas cuando ha dejado de producir seres felices." Y concluyo por hoy con un pequeño regalo, algo que debí escribir ayer aquí, en el post titulado tesoros. Hace como dos años apareció un libro de textos inéditos de Cortázar; entre ellos había un breve poema que decía así: "Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo./ Lo que me gusta de tu sexo es la boca./ Lo que me gusta de tu boca es la lengua./ Lo que me gusta de tu lengua es la palabra." En 2012 me gustaría encontrar algún inédito como este. Y que un cuerpo, un sexo, una boca, un lengua... me incitaran a seguir escribiendo aquí durante días, semanas, meses de copy en crisis. O de lo que sea. Que tampoco tienen por qué durar eternamente la crisis, y menos aun el copy en crisis. Hasta cualquir día de estos.

martes, 27 de diciembre de 2011

tesoros

Pocas cosas emocionan tanto como la aparición de un tesoro. De pronto salta la noticia en todos los periódicos, en los telediarios, en la red. Esos tesoros que aparecen por sorpresa, muy de vez en cuando, poseen un brillo instantáneo que deslumbra, y tienen un algo, un aura, casi sobrenatural. Parece como si fueran resucitados, algo así como unos seres que tras viajar al ultramundo, y despues de largos años vagando por la nada, regresaran a la vida sin avisar, para darnos un susto de muerte... o una infinita alegría. Yo, a pesar de los pesares (que es mucho pesar), soy un hombre esperanzado: tengo una gran confianza en los tesoros por aparecer, y siempre creo que son más, muchos más, los que permanecen ocultos que los que han salido a la luz. El último tesoro, recién aparecido, es un cofre que contiene nada menos que tres CD´s y un DVD con grabaciones inéditas en directo de Miles Davis y su grupo, realizadas durante una gira por Europa en 1967. O sea, Miles en todo su esplendor creativo, ocho años después de haber grabado Kind of Blue, o lo que es lo mismo: el sancta sanctorum del jazz. Por entonces, del 64 al 68, el grupo que tocaba con Miles estaba formado por un póker de reyes: Wayne Shorter, saxo; Ron Carter, contrabajo; Herbie Hancock, piano; Tony Williams, bateria. Y ahora, de repente, toda esa atmósfera, esa maravilla, emerge como por ensalmo entre la niebla y nos transporta a las noches azules de aquellos clubs de jazz con humo y whisky en París, en Copenhague, en Amberes, en Estocolmo... Para que no haya lugar a error, he apuntado con todas las letras el nombre de ese tesoro: The Bootleg series, volume 1: live in Europe 1967. ¿Acaso queda alguien por ahí que aún no cree en los Reyes Magos?

lunes, 26 de diciembre de 2011

regalos

Lo confieso: me gusta hacer regalos, incluso casi más que recibirlos. Aunque no a todo el mundo, claro, solo a determinadas personas. Pongo mucha intención en ello. No en vano el regalo ha de ser -tal como yo lo entiendo- una especie de cómplice entre el receptor y el emisor, por así decirlo. Por tanto, el regalo tiene que armonizar necesariamente dos estilos, dos caras, dos personalidades, dos gustos: los  suyos y los míos. Un regalo que sirve para cualquiera, lo mismo para un roto que para un descosido, no me vale. Exijo exclusividad en la elección. El regalo intercambiable sería casi tanto como escribir la misma carta de amor a dos o más personas. Un fraude. Y bien mirado, esa exclusividad, ese regalo intransferible, responde a una cierta forma de egoísmo. Me explico. Cuando una persona a la que yo quiero (o me gusta) lea o escuche o se ponga o mire o paladee mi regalo, esa persona va a pensar en mí. Y lo hará en función de lo que el regalo le sugiera, de lo que le 'diga' de mí. Porque las cosas hablan mucho de quien las elije; pero hablan bien... o te ponen a parir, claro. Un regalo mal elegido, desafortunado, puede acabar con una reputación trabajosamente conseguida. O poner en marcha el proceso que lleva al desamor. Por el contrario, cuando resulta un acierto pleno, y al recibirlo produce un cosquilleo o un brillo instantáneo en los ojos...  Eso no tiene precio. Si a una mujer le regalo canciones, antes de elegir el disco me pienso muy mucho qué canciones conseguirían que ella, al escucharlas, deseara bailar conmigo. Y cómo me sentiría yo bailándolas con ella. Estoy llegando al punto (de partida) donde quería llegar. En mi caso, no es una cuestión de generosidad, ni tampoco de esperar favores a cambio. No. Es muy sencillo: yo regalo para que me quieran más. Eso es todo.

jueves, 22 de diciembre de 2011

tallas y moda

Al igual que ocurre con las hombreras o con las solapas anchas, la moda viene y va en un vaivén que oscila entre lo apolíneo y lo dionisíaco, los sueños y la vigilia, la realidad y el deseo. Tras cinco años de investigación "en el más riguroso secreto" -según informa el suplemento dominical Yo Dona-, la firma Teleno Moda Íntima ha presentado un hallazgo revolucionario en el sector de la lencería. Su nombre comercial: Aumentax; al parecer, más que un sujetador, un milagro. La campaña publicitaria dice que gracias a él la mujer se siente "2 tallas max guapa" (sic). Y el copy, o la copy, pone en boca de la voz en off narradora una frase muy hábil desde el punto de vista publicitario, aunque discutible: "dos tallas más de seguridad en ti misma", dice. Buena parte de esa 'inseguridad' ocasionada por la supuesta escasez de volumen se debe a nosotros, los tíos. Por las razones que fueren (zoológicas, antropológicas, alimentarias, etc), a los tíos nos suelen fascinar los grandes pechos, los ampulosos bustos de 120 cms, las grandes tetas nutricias y masajeables en las que poder hundir la cabeza y bucear en ellas. Por poner un ejemplo emblemático y universalmente conocido: Anita Ekberg en la famosa escena de la Fontana de Trevi en La dolce vita. Se han escrito toneladas de textos sobre el tema. Por tanto, no voy a seguir por ahí. Entrando ya en los gustos personales, puedo decir que, en efecto, me gustan los hermosos pechos altos como campanas en el campanario. Y benditos sean por siempre. Pero una cosa no niega la otra, ni un martini se opone a un negroni, ni una cúpula de Brunelleschi desmiente un éxtasis de Bernini. He conocido pechos (de joven, se entiende, de soltero) en cuya brevedad efébica radicaba buena parte de su encanto, y en la dureza crispada de sus pezones enloquecía la punta de la lengua más exigente. Los pechos de una mujer tienen voz propia, y el color de esa voz no depende del tamaño, ni el tacto del volumen, ni la melodía que emanan depende de la talla. Una soprano y una mezzo no deben competir; una tiple y una vicetiple, tampoco. Hay tablas rasas, o casi -desde Greta Garbo, Catherine Hepburn o Grace Kelly hasta Keira Knightley, por citar solo nombres conocidos-, que harían perder la cabeza a cualquiera. No es pues el tamaño ni la talla: es otra cosa. Otra cosa.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

¡suerte!

Hoy es 21, por tanto estamos en vísperas: vísperas del gozo o vísperas de... una salud envidiable. De modo que, salgan las cosas como salgan, estamos y estaremos encantados. Yo, como soy agnóstico en materia de loterías -mero cálculo de probalidades-, no me entrego a ese ejercico especulativo de 'si me tocaran trescientos mil euros..., doscientos mil..., cien mil... ¿qué haría?' De mí no sale, ya digo, pero no me importa dejarme contagiar por los cálculos, las prioridades y las fantasías que mi mujer -tan precavida, tan de no dejar nada a la improvisación- acostumbra a elaborar con tiempo suficiente, no vaya a ser que pillemos un dineral y no sepamos qué hacer con él. Yo le digo que no se preocupe, que otra cosa no tendrá uno pero en ese terreno (de gastar y de gastar) voy sobrado, y además con una alegría... Ella no, ella es más hormiga, más ahorradora, por si acaso; yo, en cambio, cigarrona total. Anoche ella dudaba cuál de los tres destinos que tenemos in mente desde hace tiempo sería el elegido (tras el golpe de suerte en la lotería, se entiende). Yo, ni lo dudé: los tres en uno; un tour. Y ni que decir tiene que nada de hotelitos discretos ni restaurantes económicos ni low cost ni leches. ¡A lo grande! Pero, eso sí, con estilo. Horteradas de nuevo rico -tipo Las Vegas, tipo resort en Punta Cana-, ni una. Y por ahí no paso; lo siento mucho pero no. Uno tiene sus principios (estéticos, más que nada), y a estas alturas no va a renunciar a ellos por un millón de euros de más o de menos que... no va a ninguna parte. A mí no me tiembla el pulso por firmar la factura de ocho días en una suite (bar incluido) del Danieli, ni tampoco por abrasar la Visa en Tiffany & Co, una mañana muy loca de mucho amor. Y es que yo, pese a mi proverbial austeridad castellana, tengo por ahí un fondo de armario (o de almario) relacionado con La Riviera y los Bugatti, con los príncipes de San Petersburgo en el exilio (dorado) y los poetas malditos de la rive gauche divine. Ahora me siento hasta cierto punto compañero de viaje de los indignados -Madrid, 15 M; New York, 15 O-, que es lo más esperanzador que haya surgido en mucho tiempo. O eso quiero creer. Hasta mañana.

martes, 20 de diciembre de 2011

geolocalización

Cuando me preguntan si tengo alergias, siempre respondo "ninguna, que yo sepa". No es del todo cierto, aunque es verdad que mis alergias e intolerancias no están relacionadas con fármacos, alimentos, pólenes, etc. Sin embargo, hay cosas ante las que mi naturaleza reacciona de manera instantánea. Entiendo que esas reacciones no siempre son racionales ni están plenamente justificadas: a veces tienen más que ver con las supersticiones (fobias, terrores, oscuridades) que con las luces del pensamiento y de la razón. Voy a poner un ejemplo que está muy de actualidad: yo siento una aversión urticante ante la mera hipótesis de ser sometido a eso que ahora llaman 'geolocalización', que consiste en tenerte en todo momento 'localizado' en el mapa, a través del móvil, como una gasolinera en el GPS del coche. Sólo de pensarlo, me produce irisipela. Esa aplicación perversa es tanto como decir adiós a la sensación de libertad, adiós al callejear como perro sin collar ni dueño, a poder estar uno por ahí sin más detalles, ni sitio ni hora ni control de alcoholemia ni permiso de conducir o conducirse como uno quiera y donde le dé a uno la gana. No digo que el artilugio no sea lo más tranquilizador del mundo en algunos casos, ni tampoco ignoro que mejorará el sistema nervioso de los padres de adolescentes las noches de los sábados. Vale, de acuerdo, lo doy por bueno. Pero no quiero para mí la sensación (aunque solo fuese la sensación) de vivir en régimen de 'libertad vigilada'. Por el contrario, quiero tener a mi alcance la idea (aunque solo sea la idea) de poder acogerme durante dos, tres, cuatro, veinticuatro horas al estatuto de 'paradero desconocido'. O simplemente, hacer creer que he estado por ahí (qué sabe nadie lo que es 'por ahí') cuando en realidad he pasado todo ese tiempo solo en casa, leyendo a Juan Ramón o atiborrándome a telebasura. Y no es que a estas alturas aspire uno a ser un Dorian Grey y acudir a sitios clandestinos de mucha perversión, con mazmorra y cuarto oscuro..., pero sí al menos poder dar lugar a dudas, suscitar equívocos, alimentar una improbable leyenda. Así pues, ¿geolocalizado? No, gracias.

lunes, 19 de diciembre de 2011

volver, volver

Sábado 17, a esa hora en que la tarde ya es de noche. Al llegar a la Plaza de las Descalzas, se impone una decisión drástica: la familia se separa (temporalmente); una parte se dirige a Cortylandia, apenas cincuenta metros más allá; la otra (o sea, yo) busca refugio en la Sala de las Alhajas, Fundación Caja Madrid. Atrás queda el bullicio, las voces, los colorines, las familias al completo, los villancicos... Huyendo de la quema, entro como alma que lleva el diablo en la exposición "Arquitecturas pintadas". Nada más ingresar en ese espacio de acogida encuentro asilo político, estético, emocional... en nada menos que La Serenísima República de Venecia: un maravilloso canaletto de buen tamaño me da la bienvenida al siglo XVIII. La mirada (y todo lo que va con ella) se pasea por Piazza San Marco, asciende al campanile, cruza los arcos del Palacio Ducal, escucha en los corrillos conversaciones, rumores, mercadeos, conspiraciones, maledicencias, voce di corridoio... La mirada discurre por el Gran Canal, contempla a su paso Rialto, Ca' Foscari, la Salute..., asiste fascinada a la fiesta del regreso del Bucintoro, se deja llevar por el sonido de los miles de remos que mueven las góndolas, las embarcaciones, en dirección a todas partes, con tantos afanes como almas abordo, como anhelos, como sueños, negocios, amores, arcos o ventanas que dan acceso a interiores secretos donde no entra la mirada del pintor, pero sí la imaginación del navegante, del paseante... que va de un cuadro a otro, de Canaletto a van Wirtel, a Bellortto, a Panini, a Marieschi, a Francesco Guardi. A continuación aparecen otras arquitecturas pintadas, otros lujos viajeros por las ciudades del Grand Tour: Roma, Nápoles, Florencia, Viena, París, Londres... incluso Madrid. Antes de abandonar la sala y salir a la intemperie, me acogí de nuevo a sagrado (a sacro-profano) y regresé por unos minutos a La Serenísima. Hacía una mañana estupenda, un mediodía luminoso en canaletto. Quiero volver. Tengo que averiguar cómo salen de precio dos pasajes Madrid-Venecia en low cost.

viernes, 16 de diciembre de 2011

listas de espera

Hace hoy un año escribí aquí un post en el que trataba de distinguir entre la esperanza y la espera, y citaba unas palabras de John Berger extraídas de su novela De A para X. Lo mejor llegó en un comentario que hizo mi amiga Esperanza Ortega. Decía: "la espera es un estado abierto al acontecimiento: sólo el que espera lo ve llegar, lo reconoce." Viene esto a cuento (o quizá esté traído por los pelos) porque estoy pensando en eso que llamamos 'lista de espera'. Libros, películas, teatros, visitas obligadas, correos por contestar, cosas que ver, citas pendientes, probables incumplimientos... Lista de espera es aquello que sí, que bien, que de acuerdo, pero que ya veremos qué pasa, y si hay suerte... pues a lo mejor, y si no... pues qué le vamos a hacer. La experiencia nos dice que la mayor parte de cuanto entra en lista de espera se queda esperando en ella para siempre. Solo muy de cuando en cuando indultamos alguna cosa que se había quedado ahí, condenada a vestir santos. Pero eso es infrecuente: por uno/una que se salva, nueve o más se condenan. Claro que también existe otra manera de verlo: el hecho de llegar a la lista de espera ya es un privilegio, un salir del anonimato, un estar entre los llamados, y por tanto entre los posibles elegidos. Estaría bien hacer una selección de cosas y de personas. Hitchcock y Borges aparecen en todas las listas, en todas las esperas. En realidad -ya es un tópico-, el Nobel se quedó sin Borges; el Oscar, sin Hitchcock. Pero, ¿qué decir de los que no han entrado ni podrán entrar nunca en ninguna lista de espera? Pues, mira por dónde, quizá el secreto esté en no esperar nada de nadie... y tomar alegremente El Palacio de Invierno. Ante una perspectiva así, estoy seguro de que CR esta vez no tendría la menor duda de exclamar "¡Amén!" Es decir, la espera terminó; llega la vida.

jueves, 15 de diciembre de 2011

talento, belleza, endorfinas

Ayer CR se quedó con ganas de más .Escribió: "Amen. Espero a mañana." Pensaba traer aquí un cartel que me ha llamado la atención, pero el comentario de CR me incita a seguir hoy por donde lo dejé ayer. Aunque ese "Amén" tan concluyente me lleva a la sonoridad litúrgica de algunas letanías -nunca del todo olvidadas, como en duermevela- que hace muy poco alguien ha espabilado en mi memoria: Virgo prudentísima, Virgo veneranda, Virgo predicanda, Virgo potens, Virgo clemens... Turris ebúrnea... Ora pro novis, Misérere novis... Un fuerte olor a incienso se me sube a la cabeza y me produce un colocón retrospectivo que me hace volar como un botafumeiro entre azules fumarolas estupefacientes. Pero no era eso lo que yo quería traer aquí. Hablaba ayer de la belleza, nada menos; apenas unas líneas prestadas, una insinuación, un mero apunte. Hoy se me ocurre añadir otro vislumbre al asunto. No sé si hace un año o dos, le dije a una amiga que la inteligencia embellece a las personas. Y añadí algo que entonces me pareció bien traído: "El talento es muy sexy, muy atractivo... Y tú tienes mucho talento." Bueno, más o menos eso dije. No es nada nuevo, ni original, ni siquiera sorprendente: un golpe de talento produce de inmediato un subidón en quien está delante. No sé si tiene que ver con las endorfinas, pero la inteligencia en vivo es un bombazo, una descarga en el cerebro que repercute -ondas concéntricas- en los genitales, pasando por el corazón y otros órganos igualmente vivos. Conclusión: talento = afrodisíaco; creatividad = excitación; brillo en la mirada = fuego en el alma. Una sola palabra puede producir un incendio; una mirada puede propagarlo de norte a sur y de pies a cabeza. 'Arden las pérdidas', sí, pero el deseo incendia la mirada. La mirada alumbra la belleza. La belleza es pasto de las llamas. ¿Qué relación existe entre belleza, deseo, inteligencia? Qué sé yo. Y menos un jueves como este, a las 14.34 de la tarde.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

corrientes y desahogos

Hay quienes están suscritos o abonados a tal o cual revista, programa, foro, blog, página web... Quien más quien menos tiene sus sitios habituales y sus bares de costumbre. Yo también. Es verdad que no voy a piñón fijo en nada, ni tampoco practico una, digamos, fidelidad inquebrantable en gustos y en hábitos, pero sí que cultivo ciertas lealtades. Para entendernos: considero la fidelidad en general como una 'cuestión de fe', una especie de dogma inamovible, algo casi sagrado y como de obligada comunión diaria. La lealtad, sin embargo, la entiendo como una querencia demostrada a largo plazo. La fidelidad absoluta es excluyente -o así me lo parece- y no admite excepciones; la lealtad no exige tanto, es más generosa y, por eso mismo, a la larga resulta más convincente, más meritoria, más 'fiable'. Los leales lo somos -con perdón- porque, sin que nada ni nadie nos obligue, nos vamos adhiriendo libre y provisionalmente a algo, a una causa, a una sección, una línea de pensamiento, un estilo, un autor, un ser humano. La lealtad acaba siendo una costumbre deliberada, no una obligación ni una exigencia ni una disciplina para ganar méritos y obtener beneficios o indulgencias. Tiene más que ver con la afición o el gusto acreditado de cada uno que con aquello que más conviene, con el interés de Andrés, con la obligación, la amenaza del castigo... Es decir, más con el amor libre (o el libre amor) que con los diez mandamientos. Bueno, todo esto viene o no viene a cuento para confesarme aquí seguidor leal -y por tanto, no fanático- del artículo semanal de Vicente Verdú, en El País, "Corrientes y desahogos". El último se titulaba "La belleza de la negligencia". Me interesó ya desde el título. En él, como casi siempre, VV (o sea, W) dice cosas interesantes y controvertidas. En algún momento afirma: "Son más hermosos los caóticos estudios de los pintores por  las obras encajadas en el caballete" [¿acaso en lugar de "por" quería decir "que"?], "es más hermoso un taller de fundición que las figuras de bronce que graciosamente produce, es más hermoso un paisaje descompuesto por la tempestad que un jardín donde los árboles se alinean disciplinadamente." Dan ganas de seguir, ¿verdad?, pero hoy no es posible: el aforo está completo.

martes, 13 de diciembre de 2011

13 del 12 del 11

Una fecha como otra cualquiera, pero en elegante secuencia descendente, como una escalinata de mármol muy blanco, muy gastado, que nos llevara desde el templo de Afrodita hasta el borde mismo de las olas, de la espuma del tiempo que baña nuestros pies y se retira, mar adentro, llevándose el tacto, la temperatura, el molde, la medida de nuestros pasos, las huellas que dejamos en la arena al caminar... Todo eso que sucede entre una y otra ola, entre dos parpadeos... No sé por qué escribo estas cosas con un cierto aire kitsch, como de souvenirs poéticos del Peloponeso. No sé. Trece, doce, once... y bajando. Quizá tenga alguna relación con el artículo de Vila-Matas, leído esta mañana en El País, que lleva por título "El espíritu de la escalera". Dice que, para los franceses, l'esprit de l'escalier significa "encontrar demasiado tarde la réplica: pasar por ese momento en el que encuentras la respuesta, pero esta ya no te sirve, porque estás ya bajando la escalera y la réplica ingeniosa deberías haberla dado antes, cuando estabas arriba." Oh, cielos. ¿Quién no ha sentido mil veces en su propia lengua, en la punta de la lengua, l'esprit de l'escalier? Es increíble la cantidad de cosas que surgen, pasan (o pueden pasar), se perciben (o pueden percibirse) en eso que llamamos 'la punta de la lengua'. La punta de la lengua es el lugar de la intuición y del placer -tanto del recibido como del suscitado-, el verdadero punto G del gusto, de las ganas, de las gloriosas glándulas, de esa bella palabra italiana que es goduria. En la misma página, un poco más arriba, leo, en una entrevista con el gran e irregular músico de jazz, Keith Jarret, esta respuesta: "Tocar solo es algo absorbente. Es como si yo fuera tres personas distintas: una está escuchando, otra tocando y una tercera creando." Pero mientras esto sucede, yo escucho algunas canciones de Quenn Of Denmark, de John Grant. Por ejemplo, esta I Wanna Go To Marz que ahora suena no está nada mal, pero tampoco es la bomba. Me recuerda otras voces, otras melodías, otros pianos... Antony and the Johnsons, Rufus W, incluso aquel glamuroso Jay Jay Johanson. Me gusta, sí, pero no tanto como esperaba. Aunque tres canciones solo son tres canciones. Espero mucho más de ese disco.

lunes, 12 de diciembre de 2011

justicia poética

En el capítulo anterior -viernes 9- habíamos dejado al protagonista de este relato aislado del mundo exterior y metido en una 'ratonera' psicológica de la que no podía, no quería hablar. Por eso él deseaba huir sin ser visto ni advertido. La trama del relato viene a ser esta: un hombre comete en un descuido una pequeña falta administrativa que, sin embargo, conlleva una notable sanción económica. Al tratar de resolver el asunto descubre que, además, se le atribuye una infracción mayor de consecuencias muy gravosas para el infractor. De confirmarse, sería un caso claro de lo que entendemos por 'falso culpable'. Frente a la realidad (o al menos la apariencia) de los hechos, la argumentación del acusado es un supuesto indemostrable que no se sostiene. Y eso lo sabe bien nuestro hombre en apuros. Durante tres largos días el abrumado protagonista vive una tempestad interior, un castigo (injusto, inmerecido) previo al que casi con toda seguridad se sustanciará en breve, con el inexorable lenguaje sancionador de la prosa administrativa. Tres días y tres noches de inquietud, culpa, desasosiego. Y cuando, hoy, lunes, todo parecía ir peor que mal, el funcionario que atiende el extraño caso de nuestro hombre apesadumbrado se levanta de la mesa y se ausenta durante tres minutos, tres, de alma en vilo. A su regreso informa con neutralidad funcionarial de que, pese a las apariencias, y fuera de toda lógica, no hay constancia de falta ninguna, ni expediente incoado, ni por tanto puede haber sanción, ni motivo que dé lugar a apelación, ni a presentar documento exculpatorio de nada, ni a recurrir en tiempo y forma frente a caso ninguno. En otras palabras: nuestro protagonista recibe un 'olvídese del asunto', pero tome nota, y la próxima vez ándese con más cuidado. Así pues, este ha sido un caso (inexplicable) resueto gracias a ese recurso o expediente del azar que llamamos 'justicia poética'. Cuando, ya libre de pecado, el protagonista cruza el parque desierto de vuelta a casa, no puede evitar mirar de soslayo a uno y otro lado, incluso volver la vista atrás, como quien pregunta al cielo si abrir o no el paraguas, para, a continuación, sonreír hacia dentro y apretar el paso.

viernes, 9 de diciembre de 2011

uno de esos días

Hoy es uno de esos días más bien raros en que uno está pero no está, o peor aún: está pese a que no debería estar. Para confundir un poco más las cosas: estoy aquí cuando debería estar allí, y eso me lleva a una suerte de malestar en cualquier parte: aquí, fatal; allí, peor. Quizá la carretera con niebla sea el único lugar donde no se esté mal del todo: en tierra sin nombre, en esas dos horas y media o tres donde parace posible lo improbable, incluso desaparecer y no estar en ningún sitio durante algún tiempo, y no dejar registro ni huella ni sombra de nuestras andanzas, incluso de nuestra existencia. Es sabido que Aghata Christie estuvo 'desaparecida' durante un tiempo (concretamnete desde el el 3 de diciembre de 1926 hasta... tres semanas después en que reapareció en el spa del hotel Hydropathic, en Harrowgate.) Cuentan las crónicas periodísticas y las pesquisas de Scotland Yard que cuando su esposo, el coronel Archibald Christie, acudió a identificarla, ella alegó una especie de amnesia sobrevenida, la cual le impedía saber cómo, cuándo y por qué había llegado al mencionado hotel. Hmmmm... tres semanas. Previamente, su coche había aparecido abandonado a orillas de un lago en Newland´s Corner, en Surrey, Inglaterra, lo cual dio lugar a múltiples especulaciones. Hoy es uno de esos días en que daría cualquier cosa por dejar mi coche abandonado junto a un aeródromo, y allí subirme a una avioneta, un hidroavión sin papeles ni testigos, que me dejara a orillas de un lago, en Surrey, donde, al poner el pie en tierra, daría comienzo una novela policiaca. Había un hotel aislado por la nieve en La Ratonera...

miércoles, 7 de diciembre de 2011

efectos especiales

Cuando uno ve tanto desconsuelo en personas tan queridas, de qué poco sirven las palabras. En casos como el vivido ayer en un tanatorio de Madrid -yo, que casi siempre voy sobrado de palabras-, no sé qué decir ni cómo hacerlo. Nunca he sabido. En momentos así, solo se me ocurre el abrazo y... poco más. Bien poca cosa es, pero esto es lo que hay. Si la vida fuera como debería ser, ya de entrada no habría lugar al desconsuelo, y en el peor de los casos dispondríamos de los recursos necesarios para crear 'efectos especiales': hechizos, magia, encantamientos, prodigios, capacidad para transformar no ya el agua en vino sino tan solo las lágrimas en alivio, la pena grave en sonrisa leve. Pero no. El mundo no siempre está bien hecho. Quizá por eso mismo, para contrarrestar, se inventaron el abrazo, la sonrisa, la caricia más dulce, las comedias románticas, los musicales... Por cierto, la noche del pasado sábado volví a ver esa maravilla titulada Un americano en París, de Vincente Minnelli; es decir: la vida no como es sino como debería ser. Pero años después de estrenarse ese musical inolvidable, Jaime Gil de Biedma, en aquel poema tan famoso -tanto que ya casi da apuro citarlo-, nos advirtió: "que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde." Y vaya que si lo comprendemos. Pero ni este post puede acabar así ni yo puedo permitírmelo: he invertido demasiado tiempo en "defender la alegría como una trinchera", como un derecho irrenunciable, una manera de estar y de decir y de mirar y de agachar la cabeza. Y de levantarla. Por eso tengo que darle la vuelta a este post, a este miércoles, y dejar aquí un enlace que tiene que ver con con el atrevimiento, el vuelo, el guiño, el juego... Claro que, hablando de alegres efectos especiales, ninguno tan necesario y oportuno como el que está a punto, a puntito, de traer al mundo Nagore. Así es la vida.
http://www.youtube.com/watch_popup?v=qvl7kG82EfI&vq=medium

lunes, 5 de diciembre de 2011

cosas para recordar

Juan Gatti y su exposición 'Contraluz' tendrán que esperar unos días.  Ayer nos surgió un compromiso ineludible: a las 13h. cada miembro de la familia ocupó su lugar frente a la pantalla de 37 pulgadas. Hacía varios minutos que las radios calentaban motores: "¡Vamos, Rafa!" La vibrante aparición de Nadal en la cancha de La Cartuja, con su energía inconfundible y su mirada de lobo, hace presagiar una final por todo lo alto. Enfrente está nada menos que Del Potro, un tenista grande de verdad. Y además argentino, que siempre es un plus. Mientras pelotean, termino de leer el artículo de Elvira Lindo, antes de plegar el periódico y exigir que se silencien los móviles y se apaguen las PSP's. Pero una final de la Davis da para tanto... Son muchas horas, con muchas pausas, pequeñas desconexiones, bajadas de intensidad, treguas necesarias, cambios de emplazamiento, escapadas a la cocina, al frigorífico, al cuarto de baño, aprovechar el final de un set para extender el mantel, poner la mesa, girar el carro de la tele y empezar a... a ganar el partido. "¡Vamos, Rafa!" Tras el postre, recogemos, giramos la tele, volvemos a nuestras posiciones. Pero todavía queda mucho partido. Incluso para echar una cabezadita (como quien echa una cana al sueño) y regresar como si nada. Llegados a este punto de cuarenta iguales -deuce-, se impone servirnos un café y volver a la posición con el segundo saque en el aire. Aún habrá tiempo para un nuevo café, algunos dulces, varias conexiones puntuales con el Carrusel Deportivo... Y así hasta llegar al tie break final, con toda la adrenalina puesta en pie. Lo que vino a continuación es fácil de imaginar. Pero no había tiempo que perder para preparar bocatas, vestirnos de calle y salir pitando hacia el Palacio de los Deportes. Allí nos esperaba un Real Madrid -Valencia muy especial: la despedida de Rudy y de Ibaka. Esas cosas que se recuerdan con el tiempo. Al final, todo el Palacio puesto en pie despedía a los NBA: ¡¡¡I-baka, I-baka, I-baka!!! Y sobre todo: ¡¡¡Rudy, quédate!!!, ¡¡¡Rudy, quedáte!!! ¡¡¡Ru-dy-qué-da-te!!! Ya en la calle, camino del autobús, mis hijos y yo comentábamos  los momentos vividos; pero Ignacio, además, lanzaba al aire canastas imposibles de tres puntos que, para nuestro asombro, todas acababan entrando. En casa confiamos -empezando por Luis, 17 años, futuro periodista deportivo de referencia- que tengan que pasar aún muchas temporadas antes de que se lleven a Ignacio a los Celtics, a los New York Knikcs... a la NBA.

viernes, 2 de diciembre de 2011

un viernes es un viernes

Me escribe una amiga -una amiga que tiene la mirada del color del otoño profundo- y me dice que no puede evitar la sensación de que el tiempo la vive a ella y no al revés: "el tiempo me vive a mí", afirma. Claro. Es que eso es así, querida: el tiempo nos vive, nos usa, nos desgasta... El tiempo abusa de nosotros, aspira nuestro aire, se nutre de cuanto somos. Es inevitable recordar aquí aquellos versos tan célebres: "el tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; / es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; / es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; / yo, desgraciadamente, soy Borges." Es un viejo tema, amiga mía. Quién transita a quién. ¿El ojo mira al cuadro o es el cuadro quien mira al ojo? ¿La flecha entra en el ave o el ave en la flecha? ¿Qué es antes, el nombre o lo nombrado? ¿Van los labios al beso... o es el beso quien busca los labios? Bueno, dejémoslo, que hoy es viernes y no hay por qué torturar a nadie haciéndole 'luz de gas' o cosas peores. Y además estamos ya en diciembre, se acerca la Navidad, la Gran Vía está hermosísima, las luces, los escaparates, Tony Bennett suena como nunca a sus 85 años, la mujer que amo me invita a cenar (no sé dónde, sorpresa) y por si algo faltara, de aquí en ocho días tenemos un Madrid-Barça que va a ser lo más grande que se haya visto desde la noche aquella en que Íker besó a Sara ante millones de personas... que se quedaron con la boca abierta. Con esto quiero decir que, sí, de acuerdo, la crisis (y sus valedores, claro, sus beneficiarios) hace lo que puede para ensombrecernos el día a día, para amargarnos un poco la existencia. Pero no. No nos dejamos. No estamos dispuestos. Al menos no por ahora. Y además hay unos vinos maravillosos contra los que nada pueden hacer la oscuridad, el frío... Por ejemplo, traigo aquí un vino altamente recomendable para un viernes de otoño a partir de las nueve de la noche: Licinia, 2008, de Bodegas Licinia. Para tomárselo con calma. Y a ser posible, en buena compañía. No es barato. Pero un viernes es un viernes.

jueves, 1 de diciembre de 2011

viva Rusia

Hasta hace poco, en el ranking de visitas a este blog procedentes de otros países, Estados Unidos ganaba por gran diferencia. Sin embargo, en el último mes ha sido adelantado claramente por las entradas realizadas desde Rusia. Cada día, al ver las estadísticas servidas por Blogger, me pregunto a qué se deberá está irrupción de visitas procedentes del Este (también Ucrania y alguna república báltica aparecen a menudo). ¿Quiénes serán ellos o ellas? ¿Cómo habrán llegado a dar con este modesto blog no publicitado? Ya sé que el boca a boca virtual funciona, pero alguien ha tenido que ser el primero en detectarlo en Moscú, en San Petersburgo, donde sea, y pasar la dirección a otros. Algún español que anda por allí, supongo, aunque no necesariamente. Quién sabe. Los misterios del azar son inescrutables. Cada visita anónima, cada página vista a miles de kilómetros, es una historia, una irrepetible concatenación de azares. ¿Qué pensarán de mí esos desconocidos internautas que entran y leen este diario? Desde aquí les envío un saludo y les agradezco su interés. Estas entradas procedentes de Rusia coinciden en el tiempo con una verdadera 'invasión' de arte ruso en Madrid: las joyas del Hermitage están en el Prado; La Caballería Roja -panorama artístico de los años 20 y 30 en la Rusia soviética- se exhibe en La Casa Encendida; una retrospectiva de Aleksandr Deineka triunfa en la Fundación March... Solo falta que Nikita Mijalkov vuelva a hacer una película tan maravillosa como Ojos negros o como Quemado por el sol. Aunque, entretanto, estaría bien que alguno de esos anónimos vistantes dejara aquí algún comentario. Por ejemplo: ¿como has dado con este blog, tovarich? En fin, que yo estaría encantado de recibir noticias del Este.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

no podemos gastar tan poco

Ya sé que a muchos les parecerá una chorrada o algo parecido, pero a mí me encanta, me divierte mucho una cuña de radio que oigo todas las mañanas mientras desayuno. Forma parte de la campaña del Renault Dacia Duster, orientada a potenciar el precio de ese modelo. Y lo hace de un modo muy notorio. En síntesis: una pareja, en el concesionario, se escandaliza ante un precio tan bajo. Tanto es así que ella (una pija muy loca), al conocer lo intolerablemente barato que es el coche, dice algo así como "bueno, al menos... gastará mucho, ¿no?" Y cuando es informada del bajo consumo que tiene el Dacia Duster, ella responde: "¡no podemos gastar tan poco!". Y a continuación echa una risa completamente locatis que me tiene trastornado. El spot, aun siendo lo mismo, no funciona igual de bien; pero la cuña es total. La idea que hay detrás de esa campaña es hábil, es inteligente. O al menos así me lo parece. Pero todo esto me lleva a un tema que me encanta: el derroche. Los lectores de este blog saben que compro mucho en Dia, en AhorraMás, en Udaco. Soy pues un ahorrador compulsivo, pero no puedo negar que me fascina el derroche y su estética desaforada y amoral. Ese imaginario tiene que ver con el lujo y la extravagancia, los Aston Martin, los Bugatti a toda velocidad por La Riviera, al amanecer, tras una noche muy loca de casinos, de incontables descorches de Beuve Clicquot, de actitudes muy muy frívolas y completamente irresponsables, pero de una elegancia muy wilde y muy divina. Tengo la música que ilustra a la perfección esa película. De hecho la estoy escuchando con toda alevosía en este momento. Es un clásico del jazz blanco; su título: If I Could Be With You, en versión de Benny Waters & The Traditional Jazz Studio, de Praga. Una joya que obra en mi poder desde hace tres décadas. Ese tema suena cada vez  más lujoso, más evocador... Algo así como una pérgola años 30 en Niza, en Mónaco, en San Remo, en un amanecer color champagne, con un descapotable -Bugatti, por supuesto- aparcado muy cerca, el lazo de la pajarita ya deshecho, la sonrisa fatigada y dos chicas muy jóvenes, muy altas y más bien bisexuales, con ajustados vestidos de lamé. Ellas sabrían decir mejor que nadie, y en varios idiomas, eso de "¡no podemos gastar tan poco!"

martes, 29 de noviembre de 2011

cuando no pasa nada

¿Qué pasa cuando no pasa nada? Ese es un tema que me fascina. Y su reverso, más aún: lo que sucede sin testigos, para nadie, sin que nadie lo vea. Cuando en apariencia no pasa nada, ahí está sucediendo un relato de terror. Hace algunos días, al abrir la puerta de mi casa, olvidé sacar la llave de la cerradura. Durante varias horas las llaves permanecieron a la vista y al alcance de cualquiera que pasara por allí. ¿Qué ocurrió durante todo ese tiempo? Ningún vecino tocó el timbre para avisarme de que alguien, en un descuido, había dejado las llaves puestas. Aunque no imposible, resulta difícil creer que nadie las vio. Durante esas horas pudo ocurrir de todo: desde la teoría de la invisibilidad (no vemos lo que tenemos delante de los ojos) hasta el episodio más elaborado: un repartidor de algo pasa por delante de mi puerta, ve las llaves, se detiene un par de segundos, duda, se lo piensa, sigue su camino, vuelve a detenerse, hace sus cáculos, desanda lo andado, extrae la llave de la cerradura con mucho sigilio, sale  a la calle, acude a una ferretería cercana donde hacen dobles al momento. Vuelve. Llama a un telefonillo diciendo 'cartero comercial', sube a la segunda planta y, con el mismo sigilo, introduce la llave en la cerradura y se va. Todo eso habría sucedido en apenas diez minutos. Nadie lo habría visto, ni sospechado, ni pensado mal de ese repartidor, de ese rutinario cartero comercial. Ahora él estaría rumiando el día y la hora de entrar 'llave en mano' en este piso. Y hacerlo en una de esas fechas sin nadie en que, uno o dos días antes, nos cercioramos de haber regado las plantas, revisados los grifos, apagado las luces, cerrado la puerta con doble vuelta de llave, antes de subir al coche para pasar unos días con la familia. Así pues, todo queda en orden para que alguien introduzca esa llave en la cerradura y, educadamente, se ceda a sí mismo el paso. Claro que en esta casa no iba a encontrar nada pequeño y de valor: dinero, joyas, cartiers de oro blanco... Aunque con unas horas por delante -quizá una noche entera- encontraría tesoros tales como fotos de las que no hay negativo ni copia, cartas de amor, recuerdos de viajes, vinilos de juventud, cuadros de amigos, bisutería alegre, poemas sin publicar, películas muy vistas, libros con notas, bonita lencería, plantas regadas... No sé, quizá le deje en lugar visible al visitante un billete de 50€ y mi dirección de e-mail. No en vano dicen que es preferible un mal acuerdo a un buen juicio.

lunes, 28 de noviembre de 2011

melancolía

Cuando la tarde del domingo languidece y renacen las sombras, ¿qué otra cosa puede hacer uno sino plancharse de un tirón una pila de camisas y camisetas, varios pantalones, incluso alguna falda encantadora, para ganarse así el derecho a irse al cine, a la sesión de las ocho? Melancholia, de Lars von Trier, es la película ideal para indultar una tarde de domingo. Lo que nos cuenta aquí el director danés es el apocalipsis, el fin del mundo, pero de un modo amable, tierno, casi dulce, inevitable como un destino, y además poético. A ello no es ajeno, claro, el preludio, tan emotivo, de Tristán e Isolda, de Wagner. No puedo negar (ni quiero, qué tontería) que me ha gustado esa película, y que su anunciado y tremendo final me dejó una paz balsámica, casi religiosa. Sin duda, ir a ver Melancholia fue una decisión acertada. Una tarde-noche de domingo, a finales de noviembre, requiere de emociones realmente fuertes que neutralicen las melancolías que a veces nos invaden despacio, nos inundan, se apoderan en silencio de nuestra alegría insensata... Quiero decir con esto que una tarde así, ya avanzado el segundo tiempo, necesita un golpe de luz inesperado, una sorpresa que dé la vuelta al orden de las cosas y abra el camino a una elegante catástrofe, una película que nos anticipe el final de la película. Luego sales a la calle y no llueve; no pasan diez ambulancias seguidas; las farolas iluminan Bravo Murillo como siempre. Camino del metro, vas pensando en la bella Kristen Dunst (María Antonieta) y en la maravillosa Charlotte Gainsbourg, hija del gran Serge Gainsbourg (he leído que sus fans siguen lanzando al jardín de su casa, en París, paquetes de cigarrarrillos Gaullois). Pero Melancholia llega a su debido tiempo. A veces me pregunto si este blog y yo y mis dudas, risas, esperanzas, juegos, miedos, bromas... no estarán, no estaremos, fuera de lugar, de tiempo, de domingos en los que no siempre va a encontrar uno la película idónea, la Melancholia que le salve la tarde, la vida, el porvenir, la vuelta a casa. Pero, bueno, de momneto, la cosa funciona. Y además, qué coño, la vida es bella.

viernes, 25 de noviembre de 2011

el jardinero zen

Ese es el título de la película a que aludía ayer. Cuando lo vi en el parque barriendo con aquella calma las hojas caídas, haciendo pequeños montoncitos... Cuando lo vi barriendo con esa delicadeza, ese ensimismamiento, debo admitir que me quedé en la superficie, en la mera apariencia. Pensé que ese joven -alto, delgado, con coleta- tenía la mente puesta en otro sitio, quizá en una mujer, quizá en una seria preocupación, en algo que en ese momento lo tenía abstraído. Por eso barría las hojas de ese modo, acompañándolas casi (con esa escoba con dientes de metal en abanico que ellos llaman 'la palmera'), junto a las otras hojas caídas a su lado. Tras observarle unos segundos, seguí mi caminata. Es una buena manera de empezar el día. Mientras camino, observo la escenografía cambiante a cada paso, visualizo encuadres, planos, secuencias, argumentos, ideas para un spot imaginario, para un relato breve, incluso para un poema que está ahí... pero que es improbable que yo lo ponga por escrito. Han pasado 30 minutos de reloj y estoy de vuelta, dispuesto a no entorpecer el discurrir de la mañana. Observo que el joven de la coleta apenas ha avanzado unos pocos metros. Sin embargo, ahora, visto de cerca, la cosa cambia. Es cierto que solo ha limpiado una reducida superficie, no más de... treinta, cuarenta metros cuadrados. Pero también lo es que con los dientes de su 'palmera' ha ido dibujando en la tierra -descubro- un jardín zen de surcos donde las líneas suavemente curvas dibujan ideas desnudas, pensamientos abstractos, quizá versos de arena o cartas de amor o de súplica dirigidas a quien sea capaz de escuchar y traducir los latidos, los temores, los ideogramas dibujados por un poeta que escribe con silencios, por un jardinero zen. De acuerdo, es una película sin diálogos y sin apenas acción, pero tampoco creo que necesite más: un parque en medio del otoño; las curvas de una cadera; alguien, un funcionario municipal, que en lugar de barrer baila una canción de amor con su escoba. ¿Y si todo va mal? ¿Si las líneas de la mano conducen a un callejón sin salida? Bueno, en ese caso, ya veremos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

andar y ver

Estos días el parque está como para ganar un premio de fotografía. Y no solo eso, en realidad podría aspirar a varias categorías: ambientación otoñal, decorados, iluminación, sonido directo, efectos especiales, atrezzo, casting, figurantes... A veces todo parece responder en él a una meticulosa sincronización de movimientos; a una sucesión aritmética de acciones (casuales en apariencia) perfectamente programadas; a un ritmo en el que todo fluye con absoluta 'naturalidad' sin que nada resulte forzado o prescindible. Esta mañana, caminando por el parque, he tenido la percepción de que allí estaba teniendo lugar el rodaje de una película; o quizá mejor el ensayo general previo al rodaje. Únicamente, no estaban (visibles) la cámara, ni la grúa, el traveling, los 'eléctricos', el equipo de rodaje... Todo lo demás, sí. Inevitablemente me he acordado de aquella maravillosa película de Truffaut, La noche americana, donde el argumento, ya sabéis, gira en torno al rodaje de una película que tiene como protagonista a una Jacqueline Bisset más bella y más bisset que nunca. Cuando el propio Truffaut da la orden de empezar a rodar, toda la acción (o sea, la vida) se pone en movimiento: pasa un coche, la grúa se eleva, la señora del perrito entra en campo, Jean-Pierre Léaud avanza, la música sube... y por momentos todo sucede como está previsto, en el lugar exacto y en el preciso instante en que tiene que suceder. Pues bien, eso mismo es lo que estaba ocurriendo esta mañana en el parque. Yo lo vi. Era otra película, sin duda, otro tema, otro tempo, pero con la misma planificación milimétrica, la misma precisión en el devenir de la secuencia, igual perfeccionismo en todo. Pero, ¿quién rige toda esta coreografía? me pregunto, al andar y ver lo que veo. Se me responderá tal vez que 'el azar'. Vale, de acuerdo, pero, en ese caso, ¿quién ordena este azar? ¿Y con qué criterio? Mañana viernes desvelaré el título de la película, así como la escena que lo explica y un pequeño tráiler imaginario, para dar una idea aproximada de lo que podría ser esa producción, si el equipo de rodaje estuviera allí cada día, a eso de las... ocho y medio.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

el misterio de Lady B

Lady B es el pseudónimo de alguien que recientemente se ha inscrito en el registro de 'seguidores' de este blog. Ha sido la última incorporación. Solo de vez en cuando se inscribe algún nuevo inquilino. Curiosamente, la mayoría de los lectores asiduos de este diario no figura en ese listado de seguidores: los más prefieren la discreción y el anonimato. O la clandestinidad. Lo comprendo. Yo también tengo mis secretos inconfesables, mis clandestinidades. Pero el caso de la misteriosa Lady B me tiene intrigado. La imagen que ha elegido como avatar parece el retrato de una elegante dama del siglo XIX. Es posible que se trate de un cuadro conocido, no lo sé. Me gustaría verlo a un tamaño no tan minúsculo para salir de dudas y, sobre todo, poder saber o intuir algo acerca de esta enigmática seguidora. Para mayor intriga y desconcierto, el recuadro con la imagen de Lady B aparece unas veces sí y otras no. Tan pronto se da de baja de este blog como reaparece horas después. Es como si, tras haber recapacitado sobre su marcha, decidiera volver y darle una segunda oportunidad a este copy en crisis (o en lo que sea). Pero lo cierto es que las desapariciones o fugas se repiten una y otra vez. ¿Cómo debo interpretar esas intermitencias? ¿Castigos, arrepentimientos, infidelidades, reproches? Esos cambios de ánimo -ahora sí, ahora no-, por un lado tienen algo de virtual ducha escocesa, pero por otro sería como reconocer por su parte que 'ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio'. A veces, cuando abro este blog y veo que ella está... ausente, me hago preguntas. ¿Qué habrá ocurrido esta vez? ¿Le habrá sentado mal algo que dije en el post de ayer? ¿Se habrá hartado de mí y dado de alta en otro blog? Pero luego, cuando Lady B regresa con su recuadro y su bello avatar, entonces sonrío como un bobo (no como un BoBo) y me digo: "bueno, bueno, la cosa no ha sido tan grave: my lady vuelve a casa al anochecer, tras deambular varias horas por ahí, bajo la lluvia." Y me entran ganas de ofrecerle una copa de oporto. Y algún dulce.

martes, 22 de noviembre de 2011

la coctelera

Hoy no tengo el cuerpo para mucho ruido (virus) ni la mente para mucho esfuerzo. Uno de esos días que donde mejor se está es en un lugar llamado silencio. Pero un silencio activo, navegable, que poco o nada tiene que ver con "el silencio definitivo del corcho" de la greguería ramoniana. Y haciendo de la necesidad virtud, me viene a la (mala) memoria el final de un artículo leído recientemente y que lo tengo por aquí. Pertenece a un filósofo muy controvertido y muy de moda, muy hábil, muy ingenioso, provocador, simpático y espabilado que maneja la coctelera como nadie: Slavoj Zizek. En ese artículo, el filósofo más cool de la actualidad acaba proclamando, en relación a las protestas de los indignados en Wall Street (a las que se suma descaradamente): "Todo lo que digamos ahora nos lo podrán quitar (recuperar); todo menos nuestro silencio. Este silencio, este rechazo al diálogo, a los abrazos, es nuestro "terrorismo", tan amenazador y siniestro como debe ser." Y ya que estamos, aprovecho el viaje y reproduzco lo que dice el propio Zizek unos párrafos más arriba: "Todos conocemos la típica escena de dibujos animados: el gato llega al borde del precipicio, pero sigue andando, sin saber que ya no tiene suelo bajo los pies, y no se cae hasta que mira hacia abajo y ve el abismo. Lo que están haciendo los manifestantes es recordar a quienes tienen el poder que deben mirar hacia abajo." Qué bárbaro. Con ese estilo tan desenvuelto y esa facilidad para la coctelería, este hombre no tendría precio como creativo publicitario. Bueno, al parecer, la cosa no iría muy desencaminada: en el mundo de la cultura, de la comunicación, Zizek es ya una especie de marca reconicible en los mercados; una marca de origen esloveno, sí, aunque de alcance internacional. Y para colmo del diseño gráfico, esa marca se escribe con dos acentos circunflejos, pero hacia arriba, uno encima de cada zeta. O sea, pura exclusividad.

lunes, 21 de noviembre de 2011

elecciones

Supongamos que en España hubiera habido ayer Elecciones. Y supongamos que se hubieran cumplido los pronósticos más pesimistas para el partido del gobierno y los más optismistas para la oposición. Suponiendo que así fueran los hechos, y teniendo en cuenta el actual estado de cosas, ¿qué deberían sentir los votantes de una y otra opción? Pues bien, los ganadores por abrumadora mayoria deberían estar contentos por la victoria, claro, y felices, pero horrorizados ante lo que le esperaría al futuro gobierno. Porque en ese caso no valdría recurrir a fórmulas como "no esperen milagros" ni frases por el estilo. ¿Cómo que no? ¿Qué otra cosa cabría esperar entonces? ¿No habíamos quedado en que lo suyo iba ser llegar y... besar el santo? Conociendo al candidato, este habría dejado caer en su campaña un único compromiso: el de hacer las cosas 'como Dios manda'. Con ese nivel de exigencia y de concreción, votarle se habría convertido en una pura cuestión de fe. Creer o no creer, esa sería la cuestión. ¡Y es tan tentador creer a ojos cerrados! De modo que ahora ya no valdría volverse atrás. El mensaje de los ciudadanos sería: Oiga, ya pueden empezar a hacer milagros uno tras otro, porque de lo contrario -después de todo lo que han dicho y de lo que han dejado sin decir- iban a quedar ustedes como unos embusteros, y muchos de sus votantes como unos ingénuos bobalicones que se creyeron (o quisieron creerse) sus fórmulas milagrosas. A los perdedores, a los muy muy perdedores, habría que decirles en ese supuesto que no sufran más de lo reglamentario. Que ahora les toca descansar un poco, meditar, reflexionar, leer, madurar, escuchar música, pasear tranquilamente bajo las estrellas del desierto... mientras dure la travesía, la cual ha de ser larga y difícil, como todas las travesías del desierto, empezando por la de Moisés, que le costó 40 años dirigir al pueblo de Israel desde el Sinaí hasta la Tierra Prometida, Palestina. Es triste perder, sí, no hay duda, pero a veces también puede ser un alivio. Un gran alivio. En fin, que, como dijo no sé quién, hay que mostrarse generoso con los derrotados y arrogante frente a los que gritan 'victoria'.

viernes, 18 de noviembre de 2011

quién es quién

Leo el final del post de ayer y no sé qué "cosas tan románticas" eran esas a las que me refería en la última línea. ¿Será que ayer yo era otro, el otro, un falso yo que me estaba suplantando ante la pantalla del ordenador? De lo contrario me acordaría perfectamente de esas cosas tan bonitas, supongo, que por desgracia se iban a quedar fuera del post de mañana, o sea, de este de hoy viernes. ¿O es al revés? Quizá soy yo el suplantador y por eso no recuerdo lo que el original, el de ayer y el de anteayer, etc, pensaba que era una lástima que esas cosas románticas fueran a quedarse sin aparecer en este diario. He ido al cuarto de baño y he pasado un par de minutos mirándome fijamente al espejo, como desafiándome a mí mismo, o mejor dicho, al que probablemente hoy se ha apoderado de mí y me está suplantando. Al principio no he notado nada; después... como que el posible suplantador (su alma quiero decir, claro está) se ha puesto un poco nervioso, un poco tenso, quizá intimidado por la persistente mirada. ¿Puede uno intimidarse a sí mismo? En cualquier caso, surge el problema de quién de los dos, el que escribía aquí ayer o el que ecribe hoy, es el auténtico. O quién el falso, que lo mismo me da que me da lo mismo. Porque aquí alguien está tratando de engañar a alguien, querido/a lector/a. Y voy más allá: ¿quién te asegura a ti que este diario lo escribe un solo individuo y no dos, tres, varios autores que utilizan el mismo nombre o pseudónimo, imitan un mismo estilo (aunque ahí habría mucho que decir), simulan ser ese personaje inventado que se hace pasar por "un copy en crisis"? Aquí sí que valdría la expresión 'usted no sabe con quién está hablando'; en este caso sería más adecuado decir 'usted no sabe a quién está leyendo.' Pero lo que el espejo no es capaz de detectar, mi mujer sí. Esta noche saldremos de dudas. Si estoy siendo suplantado, ella lo va a percibir muy pronto. Tiene una sensibilidad especial para eso. Claro que si detecta que soy otro y calla..., la cosa es grave ¿O no?  Sin duda sería grave, aunque he de admitir que muy excitante. Veremos.

jueves, 17 de noviembre de 2011

falsificado(r)

El pasado domingo leí este titular en el periódico: "La mejor colección de arte (falso) moderno de Europa". Y debajo: "Alemania condena a unos falsificadores que estafaron varios millones en cuadros". Demasiado tentador. Me sumergí con avidez en la noticia. En síntesis: un tal Wolfang Beltracchi atribuyó a un abuelo de su esposa y cómplice una colección de arte (que nunca existió) de la primera mitad del siglo XX: la Collection Jägers. Y ahí empezó todo. Porque si existía la Colección pero no los cuadros, pues, en pura lógica, habría que crearlos para llenarla de contenido.Y así fue. El hábil Beltracchi creó toda una factoría en una granja de Renania y fue colocando en Christie's y otras afamadas firmas obras de Max Ernst, Leger, van Dongen... y en ese plan. Los pinceles de Beltracchi -qué buen título, mira por dónde- crearon no menos de doscientas auténticas obras maestras de la falsificación. Este es un viejo y sinuoso tema que, por algún motivo que desconozco, me resulta fascinante. Quizá tenga ello que ver con la atracción algo morbosa que siento por los impostores, por las dobles identidades, por quienes no son lo que parecen pero tampoco lo contrario, pues ello sería casi fácil y bastante simple: los cazaimpostores lo detectarían con relativa facilidad. No. La policía no es tonta; pero los falsificadores, los impostores, los agentes dobles y otras hierbas alucinógenas... menos aún. Y volviendo al arte de falsificar, me gustaría ver ahora aquella película de Alan Rudolph -Los modernos- de finales de los 80 si no recuerdo mal. Según bromeaba medio en serio Rudolph, los museos y las galerías de arte contemporáneo están llenos de indistinguibles falsificaciones. Gucci, Prada, Cartier, Apple, Louis Vuitton, Fendi, Camper, Nokia, Dolce & Gabbana, Procter & Gamble, Justerini & Brooks, Bang & Olufsen, Pitt & Jolie, Möet & Chandon... también. Yo mismo algunos días me levanto sintiéndome ligeramente otro, y al mirarme al espejo no puedo evitar la duda de si seré o no el de anoche, o si alguien habrá ocupado mi lugar mientras dormía. Y no puedo por menos que desconfiar de mí mismo y decirme ante el espejo: "pero quién eres tú, embustero, para poner en duda mi nombre, mi currículum, mis dudas, mis amores, mis sospechas..." Hay una palabra muy fea en la Wikipedia y en otros sitios: "desambiguación". Lo he dicho alguna vez aquí con una de mis frases favoritas: "¿pudiendo complicar, ¿para qué simplificar?" No sé, creo que mañana tendré que continuar con esto. Lástima. ¡Tenía cosas tan románticas que decir!

miércoles, 16 de noviembre de 2011

ZAZ

Se llama Zaz y le ha bastado un solo álbum y una canción -Je veux- para convertirse en la nueva revelación de la música francesa. Una buena amiga y seguidora de este blog me envíó ayer el enlace por el cual he conocido a esta chica maravillosa. Decir que Je veux es una declaración de amor a la vida sería un lugar común bastante soso y previsible. Es más que eso. Es una invitación irrenunciable y descarada a pasárnoslo bien a cualquier hora, y a olvidarnos de todo lo que impide o entorpece el libre discurrir de la alegría, de l'amour, de los sueños, y en definitiva del derecho a ser felices. Je veux es una de esas canciones carismáticas y pegadizas que se dan una vez cada diez años y que te rejuvenecen imprudentemente el corazón y la fantasía. Veo a Zaz en ese vídeo y me digo: quién pudiera volver a los... 27, y ser nuevamente joven por un día o dos o una semana en París, este otoño, para quedar con Zaz y coincidir con ella en que a su lado (y al de las personas que quiero) yo tampoco necesito "una habitación en el Ritz", ni "alguna joya de Channel", ni "una limusina", ni "una mansión en Neufchâtel". Si traduzco libremente esa canción al español me salen unos versos muy conocidos de Salinas: "Para vivir no quiero islas, palacios, torres, ¡Qué alegría más alta: vivir en los pronombres!" Y los pronombres del poeta son, claro está, "tú", "yo", "nosotros"... ¿Alguien se acuerda de una película de amor (con larguísimos planos-secuencia) cuya acción transcurría en París, titulada Antes del atardecer (secuela de Antes del amanecer), con Etham Hawke y Julie Delpy? Pues bien, esa canción de Zaz pudiera ser perfectamente la que diera vida y música a Después del amanecer, la película que aún no se ha hecho pero que debería estar haciéndose en París -con Marion Cotillard, por supuesto- con guión del austríaco Daniel Gratauer, el autor de Contra el viento del norte y de Cada siete olas. Pero lo cierto es que cuando una francesa tan francesa (y estoy pensando en mi querida Christina Venturini, tan elegantosa) rompe la voz de ese modo y te dice como sólo Zaz sabe decir "ma liberté", o bien "quiero amor, diversión, buen humor", entonces... rendición sin condiciones. Y mañana, tras una noche de bares, copas y canciones, ya veremos qué película o qué viajes o qué disco ponemos antes del amanecer, o del atardecer, o del... enmudeceer. Os copio aquí el enlace, http://youtu.be/eMo2p70b4KA , y que sea lo que la France quiera.

martes, 15 de noviembre de 2011

anticipación

En la publicidad, como en el fútbol y en otras disciplinas de la vida, el sentido de la anticipación es clave. Un buen delantero tiene que anticiparse siempre, aunque solo sea una décima de segundo, al defensa que le marca. Asimismo, un buen dpto de marketing tiene que calentar motores y lanzar sus naves al público con suficiente antelación. A mí ya me están llegando propuestas comerciales no solo para Navidad, que por supuesto, sino para la Gran Cena de Gala de San Valentín. Y no estoy exagerando. Veamos. Aprovechando el viaje de la Gran Fiesta del Marisco y de las XV Jornadas Gastronómicas de la Matanza, La hacienda de Campoamor -Ctra. de Burgos, km 23 (desvío Algete)- me invita (es un decir) a esa Noche de Gala para enamorados en la que, además del Gran Banquete, disfrutaremos del "Gran Baile con una Magnífica Orquesta", en el que durante los intermedios vamos a gozar de una "Discoteca Móvil para que no pare la música". Pero no acaba ahí la cosa: es que además, entre tango y bolero y Bisbal, tendremos "Barra Libre" para bebernos Escocia entera "hasta las 5 de la mañana", y nada de garrafón: "Primeras Marcas" todo el tiempo. Eso sí, a partir de las 5h, no puede faltar algo tan nuestro como es el "Chocolate con Churros", seguido de "nuestra Gran Tómbola de Regalos". Cómo nos lo vamos a pasar. Ya me estoy viendo a eso de las 7 de la mañana, con la corbata en la frente, bailando "a la conga de Jalisco, ahí viene, ahí va..." con otras parejas igualmente entusiasmadas. Es que me lo imagino y... No me extraña que el teléfono comunique todo el rato. Para San Valentín faltan 90 días, más o menos; durante ese tiempo, tal como están las cosas, puede ocurrir de todo, pero, aun así, hay que hacer planes y reservar mesa con 90 días de antelación (qué menos), no vaya a ser que por no andar despiertos nos quedemos en lista de espera. Y no hay cosa más triste que tener que quedarse uno a la puerta, vestido de gala, escuchando desde la calle la música y las risas y el continuo descorche de las botellas de champagne, confiando en que alguna pareja se indisponga o tenga que salir a toda prisa por causa mayor, para poder entrar y ocupar su puesto. ¿Entendéis ahora la importancia del sentido de la anticipación a que aludía al principio? Pues eso.

lunes, 14 de noviembre de 2011

adiós a todo eso

"En tiempos de tribulación, no hacer mudanza", rezaba la máxima ignaciana. Tampoco es bueno "cambiar de caballo en mitad del río", o eso pensaban John Ford, John Wyne y Sam Peckimpah. A estas alturas yo no  pienso cambiar de amores ni de gustos ni de amigos, ni siquiera voy a combiar el sentido de mi voto. ¿De qué serviría? ¿Iba a ser más feliz acaso? ¿Viviríamos en mejor país? ¿Dónde hay que firmar? Doktor Fausto, ¿qué debo hacer esta noche para volver a ser joven durante unas semanas o siglos? ¿A quién debo asesinar, mister Hyde, para que el Dr. Jekill me invite a tomar algo en su laboratorio? A cambio descubro que "el planeta Marte transita por Virgo (soy virgo) desde el 11 de noviembre (11/ 11 / 11) hasta el 3 de julio de 2012." Para colmo me entero de que los escorpio -ella es Escorpio- conocerán esta semana a alguien "con quien asociarse en un negocio". Claro que a partir del miércoles yo voy a tener "la oportunidad de viajar o estudiar en el extranjero." Y si se diera la coincidencia de que el martes que viene yo conociera a un piscis, nacido entre el 19 de febrero y el 20 de marzo, todo cambiría en mi vida, pues resulta que "Marte entrará en el sector de las relaciones, influido por Júpiter", lo cual "activará la zona de la comunicación"; aunque "también será el momento para mantener esa charla, largo tiempo aplazada, con un ser querido." Yo no sé... Me gustaría tanto creer en lo que no creo, soñar cosas y poemas imposibles, apostar a caballo ganador... Ojalá fuese verdad todo aquello de lo que descreo, todos los paraísos, los azares, los castigos, los placeres que no alcanzaré... Oh, dios de los amores imposibles, cuántos errores cometidos, sí, y, sobre todo, cuántos errores que nunca podré cometer. No habrá tiempo para ello, ni espacio en blanco, "ni tú, ni yo, ni el mes de abril, ni la palabra luz.." La cosa está muy clara: o nos amamos ahora... o decimos adiós a todo eso.

viernes, 11 de noviembre de 2011

viva Italia!

La situación que está viviendo Italia no es algo que haya surgido de repente, tras un mal despertar. El 'berlusconismo' -vamos a llamarlo así, para entendernos-  hace años que viene siendo denunciado por muchos, por los mejores, como una seria amenaza en todos los órdenes: político, social, cultural, moral... Pero en los últimos tiempos el espectáculo italiano se ha convertido en una especie de ópera bufa, en algo realmente grotesco. Ahora es muy fácil hacerse el listo, claro, pero la pregunta sigue siendo: ¿cómo ha sido posible que millones y millones de italianos, elección tras elección, se hayan dejado abducir por un bufón charlatán archimillonario al que han reído las gracias (?) y le han confiado todo (incluidas la economía y las finanzas) con una irresponsabilidad inexplicable en un país culto y cultivado? Que una nación tan deslumbrante como es Italia, que una sociedad con la pujanza y el potencial creativo que tiene la sociedad italiana, se vean en esta situación... es como para no creérselo. Ahora es la ruina económica, sí, pero la ruina moral ya hace tiempo que viene siendo percibida, y no han faltado las denuncias ni han dejado de dispararse las alarmas. Una de ellas, y bien sonora, se produjo en la Ópera de Roma el pasado 12 de marzo, fecha en que se conmemoraba el 150º aniversario del nacimiento de la Nación italiana, tal como ahora la conocemos. Riccardo Muti dirigía la orquesta. Se representaba la ópera de Verdi Nabuco, con toda solemnidad y en presencia de las autoridades del Estado, incluido el primer ministro. Como es sabido, el emocionante coro de los esclavos de Nabuco simbolizó en su día la lucha por la libertad frente a la ocupación y el sometimiento al Imperio Austrohúngaro. Pues bien, lo que sucedió el 12 de marzo en la Ópera de Roma dice mucho más de lo que yo pueda decir aquí. Y desde luego, infinitamente mejor. No puedo negar que cuando vi estas imágenes (de las que ahora os paso el enlace) sentí una emoción profunda y verdadera. Pero no todo está perdido, ni mucho menos: por lo que conozco de Italia y de los italianos, tengo la seguridad de que no sólo saldrán adelante sino que lo harán con una elegancia, un ingenio y un estilo sencillamente incomparables. (En cuanto a España..., en fin, preferiría que hablase un italiano.)
Para ver y oír el clip, basta con poner "va pensiero...riccardo muti-You Tube" 
 http://www.youtube.com/embed/G_gmtO6JnRs

jueves, 10 de noviembre de 2011

canciones para un viaje

Ayer, miércoles 9, en una tarde con lluvia y serena tristeza, regresaba a Madrid, conduciendo, tras una mañana de abrazos, familia y cementerio. Para eludir seguir dándole vueltas a lo mismo, encendí la radio del coche. No me apetecía escuchar noticias (todas pésimas), ni tertulias, ni chorradas. Encontré asilo sonoro en Radio 3, de RNE. Durante buena parte del viaje no cesó de llover ni de sonar evocadoras canciones (algunas conocidas, otras no) de los primeros años 70. La tristeza, sin desaparecer del todo, se fue erosionando, como piedras de hielo en un whisky, a medida que sonaban aquellas canciones californianas de Carole King, de James Taylor, de la gran Joni Mitchell, de Carly Simon, de Linda Ronstadt... Por aquella época yo era un adolescente espigado y algo bastante enamoradizo al que le gustaba bailar canciones de amor y escuchar con devoción los últimos longplays, muchos de ellos adquiridos por los chicos de mi pandilla (y a menudo por sus hermanos mayores). Ayer tarde, ya anochecido, llegando a la altura de San Rafael (Segovia), escuché en ese programa de radio la versión original de You can leave... etc, cantada por su creador, Randy Newman, veinte años antes de que Joe Cocker la interpretara  para que Kim Basinger nos pusiera estupendos con la famosa escena de aquella película. Pasado el túnel del Guadarrama, pero con la misma persistente lluvia, sonó una muy buena canción de entonces, desconocida para mí, de un joven Tom Waits. Me sorprendió descubrir lo bien y lo 'bonito' que cantaba Tom Waits antes de que el alcohol y el humo y todo lo demás le rompieran la garganta y le agrietaran la voz. Las canciones, sí, nos llegan en su momento; muchas se quedan a vivir en nuestra memoria; algunas pasan de los hermanos mayores a los menores, incluso van más allá. Yo soy el mayor de mi familia, pero tengo primos y primas de más edad que por aquellos veraneos -finales de los años 60- escuchaban lo último en discos singles y longplays. Mi primo Juan -once años mayor que yo- era quizá el más alegre de todos, el más simpático, es posible que el más generoso, no lo sé. Reía con ganas, eso lo recuerdo bien. Y estoy seguro de que le gustaba bailar.

martes, 8 de noviembre de 2011

BoBos

Hay una tienda de ropa en Madrid llamada Herself  -Fuencarral 75- donde nada más entrar te encuentras con una frase escrita en la pared a manera de graffiti: "elegante es lo que uno lleva; no elegante, lo que llevan los demás." Lo firma el mejor y más celebrado copy de los tiempos modernos: Oscar Wilde. La moda, tan denostada por algunos, cumple una función social imprescindible: conseguir que nos gustemos a nosotros mismos. Y eso no siempre es tarea fácil; a veces, más que un arte es un puro milagro. Y sin embargo, incluso en los casos más desalentadores, más imposibles, por momentos lo consigue. Visto lo visto, ¡cómo no vamos a creer en la moda y en sus efectos casi taumatúrgicos! Es cierto que somos lo que comemos, y lo que bebemos, y escuchamos, leemos, miramos, deseamos... pero también somos lo que vestimos, y el modo en que lo hacemos; para entendernos: no queda igual una americana de Armani llevada por George Clooney que si la lleva, pongamos por caso, Mariano Rajoy. O yo mismo, sin ir más lejos. Por eso a algunos nos favorece entrar en una tienda de moda y leer una frase como la de Oscar Wilde. La autoestima empieza frente al espejo del probador; incluso antes: en las prendas que elegimos para probarnos, en la tienda en la que decidimos entrar, en la mirada que traemos de casa, del trabajo, de lo bien o mal que nos han ido las cosas en los últimos minutos, horas, días, meses, novias, años. Pero es un hecho cierto que cuando nos sentimos bien, parece que el mundo se ilumina y la vida es (más) bella. Y ahí es donde entran Calvin Klein y L'Oreal, Prada y Hugo Boss, i Phone y Starbucks, DeLongui y Essenza, Nespresso y Op de Beeck, Lars von Trier y los BoBos (bourgois-bohemians) entre otros. Yo, que soy muy bobo y tontorrón, me siento bien algunas veces, sobre todo cuando percibo que las marcas se ponen de mi parte, y ganan premios los autores que me gustan, los libros que prefiero, los diseños que me molan, las películas que me alegran la vida. Hasta el jueves. Cuidaos. La vida es bella, sí, pero breve.

lunes, 7 de noviembre de 2011

72 horas de amor

Ya sé que no pocos lectores de este blog (mayoría femenina) estáis deseando saber cómo le ha sentado el finde a nuestra pareja del parque, de la que di aquí noticia el pasado viernes. ¿Se habrá consolidado la relación recién estrenada? ¿Estarán viviendo Roger y Anita una luna de miel en algún hotelito con encanto? ¿72 horas de loco amor, así, de golpe, habrá sido demasiado para ellos?  Pues bien, no voy a ocultar que hoy, a las 8.30 salí hacia el parque con la esperanza de ver al dálmata y a los dos cockers, y averiguar cómo les había sentado a sus dueños el fin de semana. Incluso he alargado quince minutos el paseo para darles un margen de tiempo. Pero no. Hoy no han aparecido. ¿Se lo estarán pensando? ¿No habrán regresado aún? ¿Tendrán una agujetas que... no se podrán mover? Está claro que es un caso abierto. Todo es posible y ninguna opción puede descartarse de antemano. En los próximos días habrá que estar ojo avizor ante lo que la observación nos depare y nos de a entender. La verdad, sentiría que entre ellos dos todo quedara en nada. ¡Hacen tan buena pareja! Y ya que la crisis es tan desagradable (por no decir otra cosa más ordinaria, incluso vulgar), le vendría bien al mediambiente y a este otoño que prosperase esa relación, esa historia de amor, quizá más intuida que consolidada. Ellos dos forman parte en mi imaginario de algo que andamos muy necesitados: el mundo no como es sino como debería ser; es decir, que la vida se pareciera lo más posible a una comedia romántica de Woody Allen. Banda sonora incluida. Así las cosas, yo quiero imaginármelos en un ático con grandes ventanales, viendo llover abrazados, descorchando un buen vino al final de tarde (por qué no un Santa Rosa, de bodegas Mendoza, con su color "rojo rubí cardenalicio") mientras suenan, por ejemplo, estos Duets II de Tony Bennett que ahora escucho; me los regaló el otro día una amiga que no tiene dálmata pero que conoce mis gustos, y yo alguna vez los suyos. Tony Bennett cantando con Norah Jones, con Michael Bublé, con Amy Winehouse... es en sí mismo una historia de amor donde sólo falta que dos se conozcan en un parque y descubran que, mira por dónde, les gustan las mismas canciones, las mismas películas... incluso la misma lluvia.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Roger y Anita

Los lectores de poesía sabemos que "tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos." También el parque tiene su mecánica y sus ritmos. Esta mañana he descubierto una prueba más de ello. Tanto a él como a ella los había visto varias veces estas últimas semanas en mi paseo diario, cada uno por su lado. Ella es la versión actualizada (y mejorada) de la "muchacha típica" de la canción de Serrat. A esa hora, entre 8.30 y 9 de la mañana, la veo con un alegre y bullicioso dálmata. Ella viste de un modo como quien viene de montar a caballo: pantalones elásticos, claros, ajustados; botas altas; barbour de color verde inglés, con gorrito a juego para la lluvia. Andará rondando los 30. Él está más cerca de los 40. Alto, delgado, buena presencia. Saca a pasear dos bonitos cockers casi idénticos. Su estética es la de alguien que va a trabajar en moto y cultiva una imagen... digamos que entre casual y sport. A primera vista, no parece de este barrio. Tampoco ella. Yo diría que ambos son más de terraza de Juan Bravo que del Barrio de la Concepción, más de El Corte Inglés de Goya que del AhorraMás o el Día o el Udaco donde yo compro las latas de Mahou a 0'50 €. Hasta hace muy poco, es casi seguro que no se conocían, pero el parque, con su mecánica y su poética, es un lugar de encuentros y coincidencias. Esta mañana los he visto juntos por primera vez. ¿Su primer día de paseo y de perros compartidos? Pudiera ser. Es más, tiendo a pensar que todo se ha precipitado durante el puente de los Santos, mientras yo estaba fuera de Madrid. Pero los hechos han ido muy deprisa ente ellos: el encuentro, la mutua simpatía, la pasión que surge sin remedio... El gesto de ella esta mañana ha sido revelador: esa cosa tan femenina de quitar con dos dedos una pizca de algo que ella ha detectado en el cuello de la cazadora de él. Esa mirada tan atenta, tan minuciosa, es muy difícil o improbable que la tenga un hombre. Al verlos hoy juntos en el parque, detenidos el uno frente al otro, me ha gustado la escena y me he alegrado por ellos. Y he pensado (a buenas horas) que lo suyo era inevitable. Es más: ella y él parecen los protagonistas de un musical de Broadway: Central Park o Hyde Park. Dos cockers y un dálmata. Roger y Anita. Treinta y cuarenta años. Otoño. Viernes. Moto. Besos. Risas. Viaje. Vino. Hotel. Amor. Despertares. Desayunos. Lunes. Parque.... Que disfruten, que disfrutéis, de un buen fin de semana.

jueves, 3 de noviembre de 2011

pequeñas cosas

Mi post de ayer -reapariciones- tiene mucho que ver con algo que siempre me ha fascinado, empezando por su propia denominación administrativa: departamento de "objetos perdidos". Las cosas forman parte de una secuencia, de una cadena, y todo está en orden hasta que de pronto un eslabón se desprende de esa cadena y cae al vacío. Cada vez que algo se pierde provoca un pequeño cataclismo en el orden establecido. Hay un verso muy hermoso pero muy triste de Vicente Huidobro: "las horas han perdido su reloj." Perdemos las cosas cuando se salen de su órbita (qué desbarajuste) o cuando adquieren el don de la invisibilidad. En el primer caso, no hay nada que hacer: esas pérdidas han entrado en un agujero negro y son absorbidas por las tinieblas. El segundo ya es otro cantar: para recuperarlas hay que mirar hacia otro lado y hacerse el distraído, a fin de no advertirlas, no ponerlas a la defensiva. Cuanto más las busquemos, más invisibles se volverán a nuestros ojos. Yo sé que tengo cosas perdidas desde hace años que reaparecerán en su momento. Las reconoceré de inmediato, aunque ya no las encontraré del todo iguales a sí mismas, porque con el tiempo yo habré cambiado y mi percepción de las cosas también. Y es bueno que las pérdidas no se pongan de acuerdo para reaparecer todas a la vez: se dispararía la inflación emocional, nos encontraríamos con un overbooking ingobernable, nos crearían serios problemas de tráfico. Entretanto, cada día llegan miles de pequeñas y no tan pequeñas piezas huérfanas a los departamentos de "objetos perdidos". Claro que también muchas de ellas -tras meses o años de desamor, o incluso de recibir malos tratos- encontrarán la paz en ese territorio de acogida, y también la confianza en el porvenir que dan las buenas compañías y el no tener por dueño un desaprensivo, un insensible, un sujeto que desprecia o ignora los mejores verbos, los adjetivos más sutiles, los colores, las criaturas que se extravían o desorientan y piden ayuda o socorro, o una dirección, un departamento donde acojan a los extraviados, a los sin papeles, sin domicilio, sin avalista, sin nadie a quien recurrir en la gran ciudad. En fin, que, para algunas pequeñas cosas, siempre será mejor un discreto exilio -sin grandes lujos pero sin sobresaltos- que una mala patria de por vida.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

reapariciones

Leo que la National Gallery va a presentar la próxima semana dos cuadros de Leonardo da Vinci que se daban por perdidos. Cada cierto tiempo 'reaparece' una obra de arte que llevaba décadas o incluso siglos desaparecida. Y en el apartado 'desapariciones' tienen cabida tanto las obras robadas como las que se perdieron de vista (nunca mejor dicho) a consecuencia de un incendio, un traslado azaroso, una revolución. Sucede a gran escala lo mismo que con las cosas pequeñas y cotidianas: una vieja foto, una carta, un libro de entonces, un recuerdo de un viaje que, de pronto, echamos en falta. Algunas reaparecen cuando menos y donde menos se lo espera uno; otras... se las lleva el diablo para siempre. Lo que dábamos por perdido, cuando reaparece adquiere para nosotros la categoría de tesoro; es decir, regresa con un valor muy superior al que tenía antes de desaparecer. Y eso sucede porque, en cierto modo, aquello que regresa de la oscuridad tiene algo de resucitado. 'Lo dábamos por perdido', nos habíamos resignado a ello, y de pronto... Sí, el mundo de las reapariciones está tocado por el misterio, tiene una luz distinta. Qué irreparable todo lo que perdemos -objetos, memoria, juventud, seres queridos- y qué alegría tan alta cuando algo de eso reaparece por sorpresa después de tantos años. No sé bien por qué pero siento un gran afecto por las cosas perdidas. Y no sólo por las extraviadas o las que se destruyeron, también por aquellas que, pudiendo haber sido, no llegaron a ser. O no lo fueron del todo. La parte no compuesta de una sinfonía inacabada, de Shubert, por ejemplo. Los poemas acaso ya intuidos, pensados incluso, pero que de por vida (y de por muerte) quedarían sin escribir por Eliot, Lorca, Pavese, Juan Ramón... Las películas -todas ellas geniales- que Orson Welles no llegó a acabar, ni siquiera a iniciar. Todo ello es casi tan emocionante y prometedor como el beso no dado en su momento -quién sabe por qué-, aquella tarde en que llovía de un modo tan propicio. Quizá fue por estas fechas más o menos cuando ese beso no tuvo lugar: se lo llevó un ángel antes de suceder. Pero, ¿adónde? ¿Al mismo sitio donde acaban los viajes no emprendidos, los incumplimientos, los secretos nunca revelados, los días y las noches que pasamos en blanco?

viernes, 28 de octubre de 2011

ver llover

Pocas cosas más bellas en la vida que ver llover. Es un viejo conflicto que yo tengo con las cadenas de televisión. Cada vez que oigo en los telediarios eso de "mal tiempo: lluvias generalizadas", recuerdo con nostalgia aquel arranque de informativo de Iñaki Gabilondo: "Llega el buen tiempo: llueve en toda España." ¿Pero hay alguna duda? En un país de secano como el nuestro, amenazado por la desertización creciente, ¿se puede decir que la lluvia es 'mal tiempo'? Dejando ahora a un lado los incontables beneficios que trae consigo, la lluvia es un elemento estético altamente cinematográfico. ¿Alguien se imagina, pongamos por caso, Blade runner sin la presencia constante de la lluvia? O el largo viaje en coche de Si no amaneciera. O la célebre escena final de Desayuno con diamantes, por poner sólo tres ejemplos. Una película romántica sin un largo beso apasionado bajo la lluvia... puede estar muy bien, no digo que no, pero le falta algo, quizá ese punto de arrebato y fatalidad y rostros empapados que tan maravillosamente bien le sienta al cine, y a veces a la vida. Yo creo que todos deberíamos tener nuestro 'top ten' particular de lugares o momentos bajo la lluvia. Puedo evocar aquí una tarde ya remota de invierno en una terraza frente al mar, en Zaráuz, en que empezó a llover de un modo muy propicio, muy elegante, con una lluvia como recién llegada de la belle epoque; recuerdo que esa tarde bebíamos coñac y yo llevaba una gabardina azul. Más lluvias: la lluvia por sorpresa a finales de septiembre, en cualquier bulevar con terrazas de mesas blancas, es una escena inconfundible de comedia romántica. Y hablando de lluvias, nadie puede negar que goza de gran prestigio la lluvia de abril en París, pero estoy seguro de que esa lluvia de primavera parisina se llevaría divinamente con las lluvias de otoño en Madrid, a ser posible tras los grandes ventanales de 'la pecera', en el Círculo de Bellas Artes. Y de ahí a la forma de llover en la canción de Armando Manzanero... no hay más que un paso: lo que se tarda en abrir un paraguas para dos. Claro que también están esos momentos que para ser 'sublimes sin interrupción' sólo les faltó un poco de lluvia, igual que les sucede a algunas canciones que, teniéndolo todo, les falta unas gotas de malicia o de whisky para ser geniales. No sé, quizá estaría bien que algunos lectores/as de este blog dejaran aquí sus lluvias preferidas. O las más románticas, las más lujosas, las más desesperadas...

jueves, 27 de octubre de 2011

oído, leído

Internet, los correos electrónicos, la radio, los graffiti en los muros de todo tipo... son una fuente continua que mana y corre. En la mayoría de los casos, el talento ni siquiera necesita de esos 140 caracteres para transmitir un hallazgo o alumbrar una idea rauda, como un relámpago entre dos parpadeos. Basta con estar despierto y medianamente alerta para recibir a diario ráfagas de inteligencia comprimida (anónimas, muchas veces) que contienen ingenio y lucidez a partes iguales. Un amigo muy amigo me envía un powerpoint de esos que pasan de mano en mano con 'definiciones' a veces muy logradas. Por ejemplo: "Modestia: reconocer que uno es perfecto, sin decírselo a nadie." O el internauta sin nombre que lanza la pregunta: "¿Qué es una caloría?" Él mismo nos lo desvela: "Son pequeñas hijas de puta que se meten en tu armario por la noche y te encogen la ropa." Oigo en la radio este 'colmo': "El colmo del titubeo es dudar para decir... depende". También he sabido por la radio que, al conocerse en Libia la muerte de Gadafi, se dispararon todas las alegrías y, entre otras celebraciones, había "ambulancias lanzadas derrapando con las sirenas encendidas." No recuerdo ahora cómo he sabido de la existencia de un graffiti muy actual que dice: "Llegó la hora del optimismo; guardemos el pesimismo para días mejores." Y como la risa es siempre saludable (y en estos días, del todo imprescindible), traigo aquí un desahogo anónimo enviado por alguien a la radio, a través de Twitter, que problemente se sentía agobiado por exceso de horas extra (no recompensadas, claro). Se pregunta sarcásticamente: "¿Pero dónde están esos robots que nos iban a quitar el trabajo! ¡¡Dónde!!" Y para concluir por hoy, jueves, 27 de octubre,- qué decir del significado atribuido al acrónimo TDT: "Tarotistas, Derecha y Teletienda."

miércoles, 26 de octubre de 2011

fantasías

¿Hasta dónde nos puede llevar la fantasía? Mejor dicho, ¿hasta dónde estamos dispuestos a dejarnos llevar por ella? La fantasía es el territorio libre de impuestos y castigos, el paraíso de la impunidad y del todo vale. ¿O no vale todo? Recuerdo que, según decía el catecismo, al pecado se puede acceder por cuatro vías: "pensamiento, palabra, obra y omisión", en ese orden. Sin desdeñar ninguna de ellas, quizá las más interesantes sean la primera y la última. La 'omisión' voy a dejarla para otra homilía; hoy, miércoles, voy a ocuparme del pensamiento en el más a m p l i o sentido de la palabra. ¿Qué ocurriría si de pronto se hiciera realidad -sin previo aviso, claro- todo lo fantaseado en el mundo durante los últimos quince minutos? O mejor aun, durante los primeros quince del día: desde las 00.00 hasta las 00.15h. ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos adulterios? ¿Cuántos bancos desbalijados? ¿Cuántos políticos enviados al banquillo o al exilio? ¿Cuántos goles anónimos de chilena y por la escuadra? ¿Cuántos secretos enamoramientos saldrían a la luz? Da escalofrío sólo con imaginarlo. Quizá podría decirse que la fantasía es el espacio aéreo que tenemos los humanos para ser malos y libres... sin castigo. Porque, vamos a ver, si se nos juzgara a cada uno por nuestras fantasías... ¿alguien sería capaz de presentarse como 'voluntario' al juicio? Yo, ni de coña. Me caerían mil años y un día. Incluso aplicándome todas las atenuantes de ese código penal imaginario: mil años y un día. Cuando Abraham intercedió ante Yahvé para salvar Sodoma, el Señor le fue respondiendo que si hubiere cincuenta hombres justos -y de ahí a la baja, cuarenta, veinte, diez- no destruiría Sodoma, "por amor a esos diez", o por "el amor de esos diez", no lo recuerdo. Bueno, pues eso es lo más parecido a lo que ocurriría a nivel planetario si se enjuiciaran las fantasías humanas de una sola noche. Aunque, no sé, quizá los enamorados irredentos y los goles de chilena por la escuadra (mis hijos) nos salvaran a todos en el último minuto de una lluvia ácida de azufre y fuego y tristeza. Pero, por si acaso, más vale que se anule el juicio a nuestras fantasías. O al menos que se suspenda y se aplace indefinidamente. De todos modos (y aunque no venga mucho a cuento), qué bien entiendo a la mujer de Lot, que "iba tras de él" y, pese a las advertencias, "miró hacia atrás... y se volvió estatua de sal". Nada dice el Génesis acerca del destino de aquella sal que adoptó forma y figura de mujer, pero es cierto que a veces un grano de sal gorda entre los dientes nos trae al paladar y a la imaginación fantasías no del todo confesables. Sí, a qué negarlo: dicha sal entre los dientes sabe a mar y a sirena y a sexo salado de mujer. Pero también saben a mujer los mares, las olas, las espumas...

martes, 25 de octubre de 2011

140 caracteres

Se impone el laconismo. Lo que se puede decir en cinco, para qué emplear cincuenta. Había un eslogan en las elecciones del 77 o del 79 -del MC o de la LCR, no sé- que decía "trabajar menos para trabajar todos". Lo cierto es que somos demasiados escribiendo, comunicándonos, tuiteándonos, y no hay sitio ni tiempo para todos. Hoy hay que reducir horarios, gastos, emisiones, formatos, caracteres. ¿Tiene sentido escribir novelas de mil páginas o hacer películas de cinco horas? Borges se anticipó a esta filosofía mínimal. En su breve prólogo a su su breve libro Ficciones, escribió en 1941: "Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar a quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos." Y concluye afirmando que es mejor "simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario." Otro qué tal es Augusto Monterroso, el rey del relato brevísimo, que escribió para su Antología personal (1975) un prólogo récord en 51 palabras. Dice: "Como mis libros son ya antologías de cuanto he escrito, reducirlo a ésta me fue fácil; y si de ésta se hace inteligentemente otra, y de esta otra, otra más, hasta convertir aquéllos en dos líneas o en ninguna, será siempre por dicha en beneficio de la literatura y del lector". No va más. Todo esto viene a cuento porque unos amigos editores me han pedido una 'antología personal'. Y dudo si dejar ésta en 140 versos, 140 palabras, 140 caracteres, o 140 espacios... en blanco. Aunque esto último -el puro blanco de escritura- resultaría de una arrogancia imperdonable.

lunes, 24 de octubre de 2011

lo que hay que ver

Largas colas para entrar en el Museo Romántico. Largas colas para el Museo Cerralbo. Para el de las Artes Decorativas. Para el Prado. Para el Reina... Las mañanas de domingo en Madrid hay que ponerse a la cola. Ayer la del Caixa Fórum era constante pero la entrada se producía a buen ritmo para ver la que probablemente vaya a ser la exposición del año: Delacroix. Una magna exposición: exuberante, poderosa, vitalista... en la que incluso la muerte está muy viva. Lo tiene todo: mujeres y caballos, bestias y ruinas, placeres y batallas, Hamlet y Horacio, moros y cristianos, movimiento y color, agitación y reposo... y todo ello en grado sumo. Una fiesta para la mirada. No se puede pedir más. Quizá sea demasiado para disfrutarlo de una sola vez. Hay que volver, pero un día entre semana, a ser posible. Punto y aparte. ¿Qué es lo que mira de ese modo esta mujer? Probablemente nada. Probablemente sea la mirada pura, sin objeto, la mirada que se concentra en algo que no existe (aún) allí delante. Quizá sea la mirada que imagina, pero que lo hace con tanta fijeza y determinación que acaba viendo no lo que no hay, sino lo que hay que ver... aunque no esté allí. Desde que ayer vi esa foto de Kate Winslet en la portada de El País Semanal (en realidad la vengo viendo desde hace días, en distintos anuncios que la anticipaban) no puedo dejar de mirarla a cada rato. En su conjunto, resulta una foto extraña, o al menos infrecuente: Kate aparece sentada pero con una inclinación del cuerpo hacia delante que, unido ello a la expresión del rostro, le confiere un no sé qué de felino, de leoparda rubia y a la vez de esfinge. La posición de brazos, manos, rodillas y piernas daría por sí sola para un post. Como mínimo. Hay toda una historia latente o sugerida en esa imagen. Curiosamente, ella no es, o al menos nunca me ha parecido, una mujer particularmente guapa; sin embargo, puede llegar a ser o resultar bellísima. Las fotos aparecidas ayer en El País Semanal (las firma Tom Munro, al igual que otras publicadas en Harper's Bazaar) así lo demuestran; algunas escenas de sexo en la película El lector, también. Habrá que estar atentos a Kate Winslet en Un dios salvaje, de Polanski. Y por supuesto, a su imagen para L'Oreal.

viernes, 21 de octubre de 2011

21 de octubre

A medida que avanza la semana se van acumulando temas que, por una u otra razón, quedan postergados. Normalmente, los viernes me encuentro con tres, cuatro, media docena de pequeñas notas garabateadas en una libreta. Son esos  posts no escritos que se han ido quedando en mera expectativa sin cumplir. Rara vez repesco alguno, pero a menudo me queda la duda de si esos descartes no hubieran sido la mejor opción. Hoy, 21 de octubre, tenía sobrado material donde elegir. Y todo él bueno. Muy torpe tendría que estar yo para no conseguir un pequeño texto que se leyera con gusto y dejara en los lectores de este diario una sonrisa de viernes. Quizá indulte alguno de esos temas, de esas notas. Pero hoy no. Hoy -aunque este no es el sitio de las grandes y graves palabras- no puedo ni quiero dejar fuera de este pequeño espacio 'a los que no', por así decirlo. A los que, pasadas unas semanas, un tiempo, ya no van a tener que mirar a un lado y a otro, con temor o recelo, al salir de su casa. A los que no van a seguir con la costumbre de meter la cabeza debajo del coche, por si hubiese algo raro adherido a los bajos. A los que, poco a poco, dejarán de ir a la farmacia con la receta de Orfidal. A los que no van a estar nunca más en las listas negras que encontraba la policía. A los que no van a salir dramáticamente en los telediarios. A los que no se atrevían a decir en el colegio (ni debían hacerlo) cuál era la profesión de sus padres. A los que por poco, por muy poco, por unas décimas de segundo, o por una pequeña duda -¿Pongo la bomba, no la pongo? ¿Doy un paseo, no lo doy?- se libraron de un funeral. No, no puedo ni quiero dejar fuera u olvidarme de ninguno de ellos. Pero tampoco me olvido, ni quiero, de los que no perdonan. Yo mismo (sin tener motivos personales o familiares) soy uno de ellos. Y además, no deseo que nos pidan perdón. Así de claro lo digo. A diferencia de algunos, yo no quisiera para nada que nos pidan (y por tanto, 'me pidan') perdón. Con ello me pondrían en el brete de tener que perdonarlos. Pues no. Como no soy demasiado creyente -aunque a veces tenga ramalazos cristianos-, no estoy dispuesto ni me siento obligado a perdonar... lo imperdonable. No, no, no, y mil veces no. Pero mil noes acaban dando un sí tan grande como la vida, o como esta rabia que siento por todo cuanto no llegó a vivir, y a la vez por esta alegría insospechada que me lleva a creer y a proclamar que la vida es bella. O que puede serlo.

jueves, 20 de octubre de 2011

ciencia poética

Desde que oí lo que oí, no consigo quitarme de la cabeza el asunto ese de los neutrinos. A saber: los neutrinos -que son unas partículas tan insignificantes que casi ni son- atraviesan los cuerpos sin inmutarse, como quien dice. Por lo poco o nada que yo sé, se trata de un ejército fantasma de partículas casi imposible de detectar. Pero estar, están ahí. Y viajan de un modo alucinante. Al parecer, cuando hacen viajes de larga distancia, los neutrinos de un tipo se convierten en otro tipo de neutrinos sobre la marcha. De ahí lo complejo que resulta seguirles los pasos y hacerles la ficha (salida, llegada, recorrido, tiempo empleado, etc). Pero sobre todo está el tema de la velocidad, que eso es lo que realmente me tiene en un grito ("¡No me lo puedo creer!") y con los ojos en blanco a la comunidad ciéntífica. Y es que, de confirmarse los resultados a los que han llegado los científicos del Laboratorio Europeo de Física de Partículas, CERN, aquí se iba a armar una muy gorda. Si fuera cierto que los neutrinos viajan a una velocidad superior a la de la luz, a la de los fotones, entonces, amigos míos, todo sería posible. O casi. Sin descartar, al menos teóricamente, los viajes en el tiempo hacia el pasado. Por si acaso, yo ya me voy pidiendo una auténtica orgía en Roma, bajo Calígula; un chi men darà il coraggio de la Callas en La Fenice; unas copas con Ava Gardner en Chicote, hacia 1955; una confesión de mis pecados a san Juan de la Cruz... ¡Y pensar que toda esa maravilla depende de que esos neutrinos de nada sean o no sean más veloces que las balas de la luz! No somos nadie. Los científicos dicen en su mayoría que tiene que haber habido algún error en algún punto de la medición, del cálculo, etc. ¡Pero, dónde, dónde el error! He ahí la cuestión. Piden tiempo para averiguarlo. ¿Y si no dan con él? Mira que si resulta que lo que parecía imposible a todas luces... Mira que si los neutrinos fueran la materia que constituye el pensamiento de Dios... después de haberse extinguido Dios... Parece como si la Física fuese el refugio de la Metafísica. O de la poesía. Qué cosas.

miércoles, 19 de octubre de 2011

números elegantes

Me acabo de enterar de que en Matemáticas existe lo que llaman 'números elegantes'. Si no he leído mal, un número elegante es aquel cuya suma del cuadrado de sus cifras da 10. Por tanto, el 1 y el 3 son elegantes, puesto que cumplen con ese requisito, y así, 13 y 31 serían 'parejas de números elegantes', que tal es su denominación. A mí esas parejas de números me remiten de inmediato al baile: el 1 sería sin controversia alguna Fred Astaire; el 3, con sus curvas, podría ser Ginger Rogers, y también Cyd Charisse y alguna otra. Pero el 'numero elegante' por excelencia es el 10. Es la plenitud. Tiene una combinación de verticalidad y esbeltez (el 1) y de circuito perfecto para la alta velocidad (el 0). Al reunirse ambos por ese orden (10) componen una figura de prestancia insuperable, tanto en la forma como en su contenido. Y esto, aunque parezca extraño, nos remite al fútbol. Llevar el 10 a la espalda no es llevar un número más: es un honor, un título, un marchamo de calidad indiscutible. El 10 lo llevaron Pelé, claro está, Zico, Maradona, Luis Suárez, Manolo Velázquez, Ganni Rivera -'el bambino de oro'-, Michel Platini, Zidane (no en el Madrid pero sí en la Selección francesa) entre otros grandes aristócratas del fútbol. Un 10 no tiene por qué ser necesariamente rápido o habilidoso en extremo, pero, para serlo de verdad, debe llevar la cabeza alta y el balón cosido al pie. A partir de esas dos premisas, la elegancia está garantizada. La armonía de movimientos, la visión de juego, la autoridad en el campo, la soberanía, el respeto que infunde... todo ello es consustancial al auténtico 10. Para entendernos: Zinedine Zidane. Yo no he conocido otro 10 tan sumamente 10 como él. Pero es que 'Zizú', además de todo lo dicho aquí, tenía el don de la musicalidad y de la danza. Tenía swing. Soltaba un pase largo de 40 metros -medido y al pie- y el balón en su trayectoria describía una curva tan serena y tan exacta como el vuelo de un ave. Interpretaba el fútbol como quien interpreta de memoria una partitura. Todo lo que hacía lo hacía bien, y además con belleza. En fin.  El 10 es el más elegante de los números, no hay duda. Y Zidane el más elegante de todos los 10 que en el mundo han sido. Y no tengo más que añadir.

martes, 18 de octubre de 2011

mirada griega

Con el inicio de temporada, he vuelto a mis dos tardes semanales de piscina. Y como no conviene forzar la máquina, he empleado varias sesiones para alcanzar mis habituales 20 largos sin tener que recurrir a la salida a la máscara de oxígeno. ¿Novedades? Sí. Hay obras en las instalaciones, y eso ha obligado a cerrar provisionalmente el vestuario (al menos el masculino). Mientras tanto, nos han habilitado un reducido espacio con bancos de madera, duchas y taquillas. Con ello hemos perdido en amplitud, en espaciosidad, pero a cambio hemos ganado en cercanía física, en calidez, en ambiente. Quizá sea debido al optimismo propio de los inicios de temporada, y al comienzo de todos los campeonatos, ligas, etc, pero es verdad que, entre unas cosas y otras, he notado en el vestuario un ambiente de camaradería... así como de equipo de rugby que ha vuelto a la competición. Bromas, risotadas, alegres despelotes, "pásame la toalla, tío" y en general un espíritu más animoso y una mayor liberalidad, diría yo. Los cuerpos parecen más broncíneos y turgentes, incluso me atrevería a decir 'más satisfechos consigo mismos' que al final de la temporada anterior. Y, por lo que llevo visto, creo que se han acortado en todos los sentidos las distancias entre el sector macho (mayoritario, claro está) y el pequeño pero bullicioso grupúsculo gay que tan alegremente irrumpe en el angosto vestuario y bromea enjabonándose por-to-do-el-cuer-po, bajo el agua tibia y compartida de las duchas. Debo admitirlo: quien más, quien menos, todos nos contagiamos de esa alegría entre griega y bizantina; una cosa que oscila entre la euritmia escultural del gimnasio ateniense -siempre siglo V antes de Christo, con Pericles- y el postpartido gamberro en el vestuario de la Selección neozelandesa de rugby, Trofeo Cinco Naciones. En fin, que si por momentos consigo olvidarme de mis inclinaciones más primarias, de mi fervor hacia la curva y el jardín de Venus, y cierro los ojos y me abandono y me dejo llevar por algunos poemas de Cavafis, por la elegancia de Antinoos, por la fuerza y el equilibrio de Aquiles, por las noches al calor de la hoguera junto al noble y dulce Patroclo... Entonces, ay, qué sabe nadie de una noche bajo las estrellas del mar de Jonia en la que todo es posible. O casi. Como puede verse, 20 largos de piscina dan para mucho.