viernes, 29 de abril de 2011

la boda

Nadie como los ingleses para estas cosas. Una boda real en Londres no tiene nada que ver con una boda real en ningún otro sitio: es sencillamente incompararable. Tengo encendida la tele detrás de mí. Cada poco me vuelvo para echar un vistazo. Voy a acabar con tortícolis. ¡Oh, cielos! En este preciso momento aparecen en escena los Beckham. Victoria está en verdad elegante y discreta como nunca; lleva un tocado muy minimal y así como japonizante. Debo reconocer aquí que a mí los tocados y las pemelas me chiflan. Por eso, un Grand National, una carrera anual en Ascot, me parece un espectáculo supremo. Y no digamos ya esa Abadía de Westminster repleta de pamelas y tocados en un ambiente muy royal de pompa y circunstancia. Ya podéis ir reservando, queridos míos, vuestro ejemplar de ¡Hola! en el quiosco más próximo. Se va a agotar seguro. Y están las cosas como para perderse la Boda. ¡Ojo! a la pluma de faisán del tocado de Letizia. Elegantísima, cómo no, y además va de palo de rosa. Mira, ahí tenemos al peruano Mario Testino, fotógrafo oficial de la real pareja. Y ahora la mamá de Kate, toda de azul celeste. Por cierto, tiene un sorprendente parecido con Angelica Huston. Ahora bien, esa media melenita suelta conviviendo con la pamela..., lo siento pero no, no y no. Aaay, lo que yo daría por estar en este momento, no ya en Westminster, claro, simplemente agitando una banderita de la Union Jack en Regent Sreet, por ejemplo, con una insignia de San Jorge en la solapa. Desde luego, cada vez veo más claro que me equivoqué de oficio: yo debería haberme dedicado en cuerpo y alma a ser "cronista de sociedad". No hay nada más bonito en este mundo. ¡Y qué bien lo iba a pasar! En fin, todos cometemos errores. Y esto ha sido todo por hoy. Buen fin de semana. Buen viaje para los/las que viajéis, y cuidado con la lluvia en la carretera. A los que no lo habéis descubierto aún, os invito a disfrutar de un placer nuevo y sofisticado: el placer de conducir despacio. Slow.

jueves, 28 de abril de 2011

intuición

Pero qué bien se siente uno cuando la realidad le confirma lo que sólo era una intuición. "Sólo", sí, pero también "nada menos" que una intuición. Intuición es el camino más corto entre dos puntos, la máxima velocidad de la inteligencia. Por deducción, por análisis, por estudio y trabajo, podríamos llegar a la misma conclusión... una semana después, o el día de mañana, quién sabe; pero por intuición también llegamos a ello de inmediato, aunque sin pruebas que lo acrediten. Por tanto, no se puede alegar la intuición como vía de acceso al conocimiento. Eso sería como aceptar a cambio la fantasía, los sueños, el paraíso perdido, La Ilíada, la magia negra de un pubis brillando en la oscuridad. No. Una conclusión tiene que estar fundamentada y razonada paso a paso. Lo contrario es pensamiento poético. Bien, pero, ¿adónde quiero llegar con todo este viaje? Pues nada menos que al punto de partida, valga la paradoja. Me explico. Por pura intuición sospeché hace una semana que la frase que inaugura depatones.es podía (y casi debía) haber salido de alguien a quien conozco. ¿Cómo era la frase? Decía..., sí, ya recuerdo: "Un lugar para encontrar lo que no sabías que estabas buscando." Pues bien, hoy he sabido de primerísima mano que la frase es propiedad de quien yo me imaginaba, de quien yo creía y quería que fuese. Ahora me siento más tranquilo. Mi envidia estaba justificada. Mi afecto, mi amistad, mis bromas, mis sms... también. Los ingleses apuestan con cualquier disculpa ("One pound a que llueve esta mañana en Oxfordshire, my dear cousin"); los vascos, y en especial los donostiarras, también. Yo me apuesto una comida en Igueldo a que este fin de semana llueve tranquilamente en las costas de Cornouallies, y a que James Joyce escribió Dublineses antes de que John Huston se retirara para siempre de la botella de whisky y de la máquina de respirar. No tengo aquí los datos: es mera intuición. La gente guapa es guapa... en todos los idiomas.

miércoles, 27 de abril de 2011

el partido

En mi casa vivimos el fútbol como una fiesta. Y si además es un Madrid-Barça como el de hoy, entonces estamos ante un banquete mayúsculo de los que hacen época. El prepartido es todo un ritual. Desde el día anterior, la conversación familiar gira exclusivamente en torno a las alineaciones, tácticas, estrategias, banquillo, anécdotas, pronósticos, estadísticas, puntos fuertes y débiles de ambos equipos... Una hora antes del inicio, la radio ya está atronando por toda la casa. Se masca el ambiente de las grandes noches. Estamos tensos, expectantes, y a cada paso miramos al reloj. A través de los móviles y del fijo, se producen llamadas dando y recibiendo ánimos. Por momentos diríase que el partido lo fuésemos a jugar nosotros. Cada cual tiene su papel en este terreno: mi hijo Luis, 17 años, es la referencia indiscutida en todo lo que concierne a conocimientos, información contrastada, documentación, análisis previo, lectura del partido..., en fin, alguien en quien poder confiar plenamente. Ignacio, 9 años, con su corazón tan blanco, es pura pasión madridista, un entusiasmo contagioso que no acepta la más mínima vacilación o duda en la victoria; su intensidad en el seguimiento es comparable a la de Pepe en el centro del campo, y además tiene un auténtico ojo de halcón para los 'fuera de juego'. Yo, padre de las criaturas, soy una especie de senador romano vitalicio investido de una aureola o auctoritas a la que se acude para consultar el valor de una opinión o dirimir con buen sentido pleitos futbolísticos. Carmen, mi mujer mágica y madre de estos chicos, además de admisnistrar sabiamente la logística, pone un poco de orden y sentido común en toda esta locura maravillosa. Y dicho esto, ya solo añadir que, por fortuna, en esta casa, vivimos el fútbol con pasión, sí, pero sin esos malos rollos, odios, rencores, miserias, mala baba, nacionalismos de cualquier signo (todos pésimos) y política sucia, fea, que vemos y oímos por ahí... al menor descuido. No. Aquí eso no tiene sitio. En esta casa, el fútbol, y sobre todo un Madrid-Barça, es, en efecto, pura alegría, "una disculpa para ser felices."

martes, 26 de abril de 2011

ecografía

Con tono rutinario, me dice el enfermero: "descúbrase el vientre, túmbese en la camilla y espere un momentito." Es una pequeña clínica privada a la que he sido transferido por la Sanidad Pública para practicarme una ecografía de abdomen. Se está cómodo, tumbado en la camilla; la temperatura es agradable; la luz no agrede ni es demasiado fría; a mi derecha, una silla junto a la máquina de ecografiar. Mientras espero, pienso que la situación da para iniciar un relato breve, o acaso una fantasía erótica más o menos convencional... protagonizada por la Jequesa de Qatar en plan enfermera con liguero y bata blanca explosiva. La Jequesa está entre Farah Diba de Persia y Amparo Rivelles en sus buenos tiempos, aunque, eso sí, tiene un aire como de haber recibido las brisas del desierto y la fragancia de los palmerales de Arabia. Ese rostro evoca a las mil maravillas la voluptuosidad de algún sultanato como salido de las Mil y Una Noches. Aparece la doctora en escena: en torno a los 40, cara y voz agradables. Tras unas preguntas protocolarias, me advierte: "el gel está frío, eh." Me hago el valiente: "No importa." Mientras ella explora con el sensor mi región abdominal, yo sé que podría entornar los párpados y dejarme llevar por la fantasía... convirtiéndome en una especie de Valentino en El hijo del Caid que rapta a la Jequesa (o a la doctora, por qué no) y se la lleva a su jaima, en algún oasis con dátiles y miel y agua de rosas. Pero no. No cierro los ojos porque he de estar muy pendiente de su expresión, del gesto de sorpresa o señal de alarma o inquietud, concentrado en la mirada de la ecógrafa que observa atentamente lo que va apareciendo en el monitor mientras explora mi páncreas, mi bazo, mis riñones... Así pues, renuncio a soñar con "los serrallos azules de Estambul", pero a cambio voy viendo en su rostro lo que ella ve en la pantalla que tiene ante sus ojos. Bellos ojos, por cierto.

lunes, 25 de abril de 2011

lunes de pascua

Ya estamos aquí, limpios de toda impureza. Unos pocos días entre el pueblo y el campo, en Castilla, obran el milagro de la primavera. Una consagración de la primavera en un verde encendido, en una sinfonía de verdes diversos, concertados, que nos limpian la vista al pasar la mirada a lo largo y a lo ancho del paisaje. Y si la mirada se purifica, todo lo demás también. Un paseo a campo abierto un sábado de gloria a media tarde puede ser casi tanto, para un laico, como el "arrobo de harta contemplación" para el místico. Un viaje de ida en coche, la mañana de un jueves santo, cuando la luz del mediodía arranca brillos en el verde aún mojado de las laderas, puede resultar una experiencia tan jubilosa como el vuelo de un ángel... y más aún si en el coche van sonando por todo lo alto unos madrigales amorosi de Monteverdi. Aquí el estallido de la primavera no es estridente, es armonioso. Luis Goytisolo tituló una novela suya Los verdes de mayo hasta el mar. Lo visto en Castilla estos días constituye un tobogán de verdes umbríos, fecundos, luminosos, que nos lavan los ojos... y lo que hay detrás de ellos. Al fondo quedan las procesiones, las túnicas, las vírgenes, los cristos, el olor de la cera ardiente.. todo eso tan sabido y reiterado. Pero el milagro está en otro sitio. La resurrección es regresar un lunes de pascua conduciendo sin prisa al mediodía, con todo lo visto y vivido, lo atesorado, a buen recaudo en la memoria. 

miércoles, 20 de abril de 2011

para gustarte más

¿Cambiar? ¿Para qué? Una respuesta convincente es la que da Hotmail en su comunicación: "Cambiamos para gustarte más". Lamento que la frase no sea mía. Envidia cochina. Para gustar más hacemos infinidad de cosas. Vamos de tiendas, nos ponemos guapos (en la medida de lo posible), elegimos el perfume que mejor nos va, los colores que mejor nos sientan, la marca del champú, el estilo que más nos favorece (o eso creemos), los zapatos, los calcetines, la ropa interior... que nunca sabe uno cuándo va a verse en el trance de tener que quitarse los pantalones, y todo lo hacemos para gustar más. Incluso los libros que leemos, los regalos que elegimos, las películas, las exposiciones, los viajes, el té verde, el tinto joven, la natación... todo, de un modo u otro, lo hacemos para gustar más. Gustar más a los que ya gustamos un poco y a los/las que no hay manera de gustarles suficientemente, gustar más a los de casa y a los de fuera, gustar más a nuestro jefe, a las personas que tanto nos gustan (secretamente o no), a quienes, contra todo pronóstico, no perdemos la esperanza de que algún día conseguiremos gustarles una pizca, nada, apenas la reminiscencia de un asomo de amago de algo que pudiera interpretarse como... En fin, se pasa uno la vida queriendo gustar más, aunque sea muy muy poco más. ¿Por qué? Quizá porque creemos que gustando un poco más nos van a querer más. Ese sería un buen tema para empezar a hablar con las personas que más nos gustan, y a las que tanto nos gustaría gustar... más. Bueno, aquí lo dejo. Tengo que hacer unos ejercicios de precalentamiento por la banda, antes del  partido. El lunes volveré a este espacio. Durante los días que median me retiro a la meditación, el examen de conciencia y, como me aconseja, casi me exige, una amiga muy querida, "propósito de enmienda". Penitenciemos. Hay truenos, relámpagos. Está empezando a llover.

martes, 19 de abril de 2011

buscar, encontrar

Un amigo ha hecho realidad una bella idea en su casa rural de Patones de Arriba. Depatones -que ese es su nombre- está concebido para que un grupo de amigos o compañeros de trabajo pase allí un sábado de gloria bendita en la cocina, o un domingo de resurrección de los sentidos. Y el resto de la semana también. Cada día tiene su afán. El clásico principio horaciano de "enseñar deleitando" y disfrutar aprendiendo es lo que propone y hace realidad este amigo. En www.depaton.es puede uno hacerse una idea cabal de lo que ofrece su propuesta. Y sobre todo, ya de entrada va a leer una primera frase (bestline, en el argot publicitario) que no tiene desperdicio: "Un lugar para encontrar lo que no sabías que estabas buscando." O sea, el insospechado y gozoso hallazgo. Nada menos. Aunque la cosa tiene su aquel. ¿Cómo puede uno negarse a descubrir lo que en verdad está buscando... sin él saberlo? La frase, ingeniosa como pocas, contiene en su formulación eso que los escolásticos denominaban probatio diabolica; es decir, probar algo que en sí mismo es indemostrable. Los inquisidores del Santo Oficio interpelaban al acusado: "demuestra que no has tenido pensamientos contrarios a la doctrina de la Santa Madre Iglesia y que no posees un cofre repleto de doblones de oro." Eso mismo fue lo que llevó a Santiago Carrillo a decir aquella frase ya legendaria, no exenta de una endiablada pero deliciosa malicia. Preguntado sobre un tema muy en boga en aquel momento, el viejo y astuto superviviente de tantas batallas aspiró el humo de su cigarrillo, meditó la respuesta y, finalmente, sentenció despacio: "yo creo que Felipe [González] quiere volver a presentarse a las elecciones... pero él no lo sabe."  En fin, yo creo que todos deberíamos buscar lo que no sabemos que estamos buscando. Si lo encontramos, será perfecto; y si no lo encontramos... ¡que nos quiten lo buscado!

lunes, 18 de abril de 2011

belleza

Contemplar activamente la belleza, embellece. Cuando volvemos de un viaje a una hermosa ciudad, traemos en la cara, en la expresión, algo intangible que antes no teníamos. En esos casos, estando aún recién llegados, siempre hay alguien que se nos queda mirando unos segundos y no acierta a decir lo que ve. Pero es indudable que ha visto algo que antes no estaba ahí. Y al igual que existe el detector de metales, hay quien tiene un especial sentido para detectar belleza, por más que esta trate de ocultarse en las profundidades, o pasar desapercibida, o colarse al bies en en el brillo de una mirada. ¿Se cree acaso la belleza que puede ir por ahí sin levantar sospechas y pasar desapercibida sin que se disparen a su paso las alarmas? Hablaba al principio de viajes y ciudades de las que volvemos con algo que antes no teníamos. Y es que el buen viajero es un ladrón, un ladrón de joyas que luego regala a quien se las merece. Confieso que viajo poco pero robo mucho. Soy avaricioso. Y además no hago ascos a nada que de algún modo tenga que ver con la belleza. Sería maravilloso perfeccionar ese detector hasta el extremo de permitirnos adivinar de qué ciudad viene cada rostro y qué han visto sus ojos: ¿barroco, primavera, librerías, ríos navegables, edificios inteligentes, leopardos caminando por las avenidas? Y ya que he citado "librerías", dejo aquí las fotos de una para que cada cual pueda robar belleza en ella a manos llenas.
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viernes, 15 de abril de 2011

el nombre de las cosas

"¡Cuánta fragancia, y cuántas cosas nuevas para nombrarlas!", cantaba Lebrijano en aquel disco de 1992 -¡Tierra!- evocando el Descubrimiento de América. Y García Márquez, en un precioso texto, recuerda un diálogo que tuvo de niño con su abuelo: "¿Cuántas palabras hay en el diccionario?", le preguntó. La respuesta del viejo fue contundente: "Todas". Sin duda es una respuesta hermosísima, pero no, no están todas. Tenemos tanto afán por nombrar las cosas, incluso tanta necesidad de poner nombre a todo, ya sea grande, minúsculo, inabarcable, escurridizo, incomprensible, loco... La creatividad del ser humano es tan fecunda que el diccionario no da abasto. Juan Ramón le pedía a la "intelijencia" (siempre con jota) que le diera "el nombre exacto de las cosas", e iba más allá: "que mi palabra sea la cosa misma..." ¿Por qué esa necesidad de nombrar? Quizá porque nombrar es crear, dar vida, y sabemos que lo que no tiene nombre no existe. ¿Pero qué decir de las cosas que, aun existiendo, sus nombres no figuran en el diccionario? Son una especie de apátridas del idioma, sin nacionalidad, sin pasaporte, sin papeles..., no están censadas, no constan, no existen por tanto a efectos legales. Entonces, ¿qué hacemos con ellas? ¿Las desaparecemos? ¿Las borramos del mapa? ¿Las retiramos de la circulación? Pero si las condenamos de ese modo, si las extinguimos, en pura lógica también desaparerá lo que ellas nombran, ¿no? Nos empobreceríamos. Voy a dejar aquí tres regalos, tres palabras que son pero que no están, sin domiciliación, sin libro de familia, sin fe de vida. A saber : "trijoneo", "marángula", "jaramanto". Y una más, que, aunque lo parezca, tampoco está: "lilar".

jueves, 14 de abril de 2011

telemarketing

 Los teléfonos están que echan humo. Mientras casi todos los sectores de la comunicación acusan los efectos de la crisis, el marketing teléfonico vive momentos de esplendor. O al menos de incesante actividad. A mi domicilio llegan a diario no sé cuántas llamadas ofreciéndome unas promociones en vedad alucinantes, ofertas que dan vértigo, oportunidades que estaría uno loco si no las aprovechara. Y además tengo mucha suerte, debo decirlo, porque no pocas de esas llamadas se producen tras unos sorteos en los que, sin yo saberlo ni haber hecho nada por partcipar en ellos (son los mejores, como el Premio de la Crítica), resulto ganador una y otra vez. Y es que el que tiene baraka... A día de hoy llevo acumuladas no menos de cincuenta noches de hotel en Península y Baleares para mí y para mi familia. En lo referente a descuentos escandalosos en peluquería, masajes, manicura, belleza, spa... he perdido la cuenta. Creo que incluso también tengo en multipropiedad algún apartamento en Torrevieja. Pero, ojo, todo eso no se consigue así como así: hay que ganárselo a base buenas maneras, simpatía, ser buen conversador, no mostrar síntomas de prisa o incomodidad... Vamos a ver, y no es por presumir: a mí las teleoperadoras me adoran. Y tienen sus motivos, porque, salvo esos días (pocos) que me levanto revirado y desde primera hora me propongo ser el borde más borde de la Humanidad, salvo esos días, digo, soy lo que toda teleoperadora sueña: un caballero educado, atento, amable, receptivo; no adopto una actitud mecánica, ni almibarada, ni obsequiosa; al contrario, busco el punto de equidistancia entre el crédulo mirlo blanco consumista y el responsable marido enamorado y ejemplar padre de familia (y ahí mi modelo es y será siempre Atticus Finch -Gregory Peck- en Matar un ruiseñor). Pero, claro, a ese nivel de confianza sólo se llega en ocasiones, cuando hay química y la conversación se extiende más allá de lo estrictamente profesional, y se abren perspectivas humanas insospechadas. Conclusión: más allá de persuadir, de vender y conseguir objetivos, todo el mundo tiene (tenemos) necesidad de hablar.

miércoles, 13 de abril de 2011

olvidanzas

La memoria es sorprendente: tan pronto inventa como olvida. El reloj de las horas al revés es un relato que escribí hace, no sé, entre 15 y 20 años. El escenario es un indefinido café colonial escorado hacia estribor, en un puerto de Las Antillas, presidido por un reloj de pared que avanza hacia atrás. Los clientes llevan allí años y años varados esperando que llegue el día de su juventud perdida en que fueron felices por última vez. El relato nos cuenta que son los viejos perdedores de todos los juegos, de todas las apuestas, náufragos en vida que han encontrado su refugio en el silencio de aquel lugar sombrío. Y leo algo que tenía olvidado por completo. "Alguien había grabado en una mesa a punta de navaja lo siguiente: en La nave de los tristes -que así se le conoce a ese café sin nombre- el tiempo avanza en dirección contraria al mundo, las horas retroceden, los plazos se descumplen, la sombra da al revés; aquí los hombres que tienen el pasado por futuro tan sólo esperan y miran al reloj, hora tras hora, día tras día, con la desesperanza vuelta del revés." Y así me entero de que a veces, de tarde en tarde, cuando el ron corre más de la cuenta en el viejo café, se organizan trifulcas a bordo porque alguien se ha ido de la lengua, dejando ver sus intenciones de entrometerse y quitarle la novia a un traficante holandés, una rubia platino que éste había conocido muchos años atrás, en el vagón restaurante de un tren de lujo que cruzaba Europa. Y me entero asimismo de que, a menudo, la proximidad del momento tan esperado por alguno en la marcha atrás del tiempo, pone nerviosa a la clientela y surgen no sólo disputas sino intentos de suplantación, así como ingeniosas artimañas "para hacerle trampas al pasado y cruzarse en el destino del otro." Pues bien, de todo eso... ni idea. ¿Acaso alguien hizo trampas y me suplantó el día o la noche en que escribí o pensé escribir ese relato? ¿Quién?

martes, 12 de abril de 2011

lilas

Aprovechando que hoy es martes y el sol de abril me acaricia los párpados e inunda por completo este habitáculo acristalado; aprovechando que me he servido, antes de comer, una copa de albariño bien frío; aprovechando la música que suena de Abbey Lincoln, Diane Schuur, Casandra Wilson... y la tonta sonrisa que se me ha instalado por la cara sin ton ni son; aprovechando que hoy es 12 de abril, cumpleaños de mi madre, voy a atreverme a celebrar aquí una cosa tan cursi para algunos, y tan irrelevante para casi todos, como es el hecho de que se han abierto las lilas en el parque para todo aquel que quiera mirarlas despacio y aspirar su aroma. Las lilas florecidas tienen para mí algo secreto que yo no sé nombrar. Me llevan a tiempos lejanos, muy lejanos, incluso es posible que a "falsas memorias de cosas no vividas". Porque es verdad que con el paso del tiempo vamos acumulando recuerdos que nunca sucedieron, besos de otros, páginas leídas y olvidadas, criptomnesias... Pero se abren las lilas y yo siento una atracción irremediable por acercarme a ellas, cerrar los ojos y aspirar. No se lo he dicho nunca a nadie, aunque no puedo negar que ese aroma me conduce a ciegas al cuello y la cintura de una mujer fragante. Es posible que el brotar de las lilas coincida en el tiempo con el encendido resurgimiento de las hormonas y con esa exaltación que nos hace sentir un cosquilleo en las muñecas y un conocido ardor en el abdomen. Eso incita a tumbarse en la cama, entornar los párpados, pensar dulcemnete en algo, sonreír. Y luego, tras descansar unos minutos, pensar en que tal vez mañana, quién sabe, quizá la vida siga siendo bella.

lunes, 11 de abril de 2011

minimal

 El estornudo tiene una magnitud semejante a la de un chispazo, un suspiro, una pizca de algo. Lo que ocurre es que, como la tormenta, avisa con antelación, nos prepara  para la  inminente descarga, dándonos tiempo suficiente para ponernos en disposición de recibir ese no tan pequeño temblor que llamamos estremecimiento. Porque bien mirado, un estornudo es un tsunami en miniatura; la agitación que nos produce puede llegar a alcanzar niveles casi apocalípticos en la escala Richter, y su intensidad es tal que por un instante nos deja ciegos, nos hace perder de vista cuanto nos rodea. Bueno, bien, quizá no alcance la dimensión de un instante, vamos a dejarlo en la mitad de un instante, pero mientras dura, mientras está ocurriendo, la ceguera es total. Y la indefensión también. Esto se percibe con toda nitidez cuando el estornudo nos sobreviene conduciendo. ¿Pero qué ocurre si ese mínimo instante lo pasamos por el microscopio? ¿Qué cabe en ese espacio angosto? Cabe el latido que se produce en la cúspide del miedo, o de la ira, o del placer. Cabe un "¡ay!" en punta o de perfil, un brillo en la cubertería de plata o en dos miradas que se cruzan para un brindis. Cabe un presentimiento. Y poco más. Como mucho queda sitio para el punto sobre la minúscula i. Ni siquiera para añadir la tilde: un afirmativo se saldría de los márgenes y quedaría en fuera de juego. No hay espacio para dar una puntada sin hilo. Menos aún para el punto y aparte. Vas en el coche un domingo de abril, ayer mismo, a eso de las 17.50h. La tarde está de un radiante azul tirando a segoviano. Los niños duermen atrás. La música apagada. La velocidad conforme a la ley. Una espaciada curva abierta es un placer para las manos... al volante. Pero algo sucede, o a punto está de suceder. Te preparas en silencio para ello. La estela de un avión cruza el cielo. Te aferras al volante ante el suceso inminente. El estornudo está a punto de provocar una catástrofe. Intentas pasar por él con los ojos abieros. Pero hay un instante en que la respiración, la sangre, el pensamiento, la mirada y el aire se detienen. Lo que se restablece un segundo más tarde... es lo que pasaría (si existieran los milagros) después de salvar la vida.

viernes, 8 de abril de 2011

callejeros, viajeros

Hablaba ayer aquí de las fotos que no fueron, y de lo que se perdió por ese no haber sido. Hoy viernes quiero darle la vuelta al asunto y ver el hemisferio opuesto, la otra cara de esa realidad. ¿Cuántos instantes de nuestra vida han quedado recogidos sin nosotros saberlo por cámaras de turistas japoneses, jubilados americanos, gente de paso que dispara a todo lo que se mueve... en Gran Vía, Cibeles, Paseo del Prado, El Retiro? Y ocurrió que, mira por dónde, en ese preciso momento pasábamos por allí, por el reducido territorio de la foto, y quedamos atrapados en ella, al fondo, en una esquina, acaso desenfocados, pero ahí estamos. Esas fotos viajan a lejanas ciudades, a otros continentes. Quizá una de ellas esté siendo vista y comentada ahora en una reunión familiar en Kioto, y quizá alguien se fije y pregunte por el tipo ese tan raro que aparece detrás de los protagonistas. Sin sospecharlo siquiera nos hemos colado en muchas fiestas, y es posible que en algún infierno de pareja a punto de romperse... o de salvarse, en un intento a la desesperada de reconciliación, retipiendo 20 años después el mismo viaje a Europa (esto último suena como a relato de Kazuo Ishiguro ¿no?) Me pregunto qué insospechados viajes habremos hecho a bordo de una cámara de fotos aún sin revelar o ser descargadas en el ordenador. El maestro Santos Discépolo respondía a la célebre frase porteña -"Gardel suena cada día mejor"- con una explicación irrebatible: "Bueeeeno, es que... los discos de Gardel ensayan por la noche." Pienso que si  las fotos hicieran lo mismo cuando nadie las ve, estaríamos viviendo increíbles vidas paralelas en varios continentes, idiomas, monedas, usos horarios. ¡La de cosas que haríamos con nuestros vecinos y vecinas de fotografía, ahora con residencia estable en Bahía, o en Bahamas, o en Gotemburgo! Hace tiempo leí una frase, atribuida, creo, al escritor holandés Cees Nooteboom, que se me quedó en la memoria: "un álbum de fotos es una novela a la que se le han arrancado muchas páginas." Pues bien, si le damos la vuelta a esa conclusión, ¿qué sería entonces una novela? Buen viaje. Buen finde.

jueves, 7 de abril de 2011

momentos, personas...

Es verdad que un verso lleva a otro verso y una pregunta a otra pregunta. Dice Marguerite Duras: "Pudo haber existido, pudo haberse hecho una fotografía... Pero no existe. (...) Sólo hubiera podido hacerse  de haber presentido la importancia de ese suceso en mi vida... Por eso, esa imagen... no existe." Poco antes nos ha aclarado el motivo de esa fotografía no hecha: "El objeto era demasiado insignificante para provocarla." Cuántas veces nos hemos preguntado por esos momentos y personas que han acabado ocupando un lugar en nuestra vida, en nuestra memoria, pero de los que no conservamos foto ninguna, ni carta, ni testimonio que acredite su existencia en ese preciso momento... en aquella época. Momentos de esplendor en la hierba, es cierto, pero también (y quizá por lo mismo) de dolor; momentos que tuvieron lugar, sí, pero que, vistos ahora desde aquí, casi que no sucedieron, no cristalizaron. Personas que nos llenaron de luz por unas horas, días, minutos; fugaces amistades; amores de una noche de verano (aunque no por ello menos amores); tardes de octubre y de abril; cosas que resplandecieron. Y sin embargo nada queda de ello, salvo la memoria, la mala memoria. Y a veces ni eso. ¿Cómo es posible -me pregunto a menudo- que no haya quedado ni sombra ni dibujo de todo aquello que fue? ¡Una foto!, me conformaría con una simple foto, con algo que atestiguara que, efectivamente, aquello sucedió y fue así, así. No podemos negarlo: duelen las pérdidas; incluso a veces, en  la oscuridad de la noche, arden. Claro que, volviendo a esas fotografías que no llegaron a ser, cabe preguntarse si su inexistencia no será, después de todo, un acierto involuntario, algo así como un poco de nada paliativo, el diseño inteligente del anestesista mayor del reino. No lo sé. Tengo mis dudas.

miércoles, 6 de abril de 2011

color butano

¿Cuántos malos chistes se han hecho en España con la figura del "butanero"? Bueno, pues las cosas han cambiado: por lo que he visto esta mañana, para el reparto de la tradicional bombona ya no va un buen mozo solo sino que lo acompaña un segundo chicarrón. Lo que desconozco es si a las casas suben los dos... o uno se queda esperando abajo. Si esta medida se ha generalizado, cosa que ignoro, se trataría de una decisión "prudente" por parte de Repsol Butano (líder indiscutible en el sector y absolutamente top of mind), aunque sería una cuestión más de imagen que otra cosa. Y es que durante un tiempo, la leyenda del butanero polaco (joven, rubio, fuerte) alcanzó tales cotas de popularidad y cachondeo generalizado que no pocos hogares españoles (clase media-media y media-baja) se pasaron preventivamente al gas natural o la energía eléctrica, más que nada para evitar especulaciones gratuitas y comentarios de mal gusto. Dicho esto, yo siempre he creído que la leyenda sexual del butanero es un puro invento machista de barra de bar o de partida de dominó y copa de Soberano. Pero, claro, cuando eso crece y crece, un año y otro, década tras década, y ya no hay quien pare esa bola tan ominosa como injusta... ¿qué puede hacer la Compañía? Pues todo lo más ponerle un compañero blanco al fornido repartidor subsahariano. Más que nada para evitar encuentros a solas en la cocina, estancias prolongadas con cervecita de cortesía, etc. Ahora bien, esta sensata medida de la pareja de repartidores (si se confirma, insisto) tampoco estaría exenta de riesgos. Nadie ignora que vivimos tiempos revueltos, incluso promiscuos, y que ya la gente no se conforma con hacer o imaginar cualquier cosita sencilla, como toda la vida; no, ahora gozan de una gran capacidad de seducción a todos los niveles los números impares, las ofertas 2x1, el cine en 3D... En fin, que la vida es dura, la crisis lleva al ahorro, el ahorro a la severa austeridad. Y de ahí se pasa a la triste cuaresma de cuerpo y espíritu. Y en estos casos, la carne es aún más débil y la imaginación... el doble de atrevida. Lo dejo aquí. No vaya a ser que, sin pretenderlo, mis palabras den alas a la fantasía.

martes, 5 de abril de 2011

ducho en duchas

El post de ayer, dedicado al vestuario de la piscina, lo dejé en plena ducha comunitaria casi que con el agua resbalando por el cuerpo de los efebos, y de los no tan efebos. Allí, en ese territorio libre de impuestos y de obstáculos, nos examinamos discretamente unos a otros, por aquello del análisis comparativo. Hay de todo, claro está, y para todos los gustos. Hay torsos que parecen cincelados por Fidias, pero también algunas flacideces de las que mejor no hablar; se ven barriguitas blandas y duros culos apretados; caderas escurridas y otras opulentas, casi como de matrona pompeyana. Bajo el chorro de agua se observan actitudes pasivas, tal que de brazos caídos y ojos cerrados, y también otras más alborotadas y de alegres manos por todo lo alto. Algunos dan la impresión de que en cualquier momento se fueran a arrancar por El Puma o por Sergio Dalma; otros en cambio estarían más acordes con el vozarrón varítono del Cántábrico, la sociedad gastronómica, el club de traineras de Orio... De manera que nuestra ducha comunal, pre y post piscina, tiene tal variedad de estilos y comportamientos que unas veces podría evocar la de un gimnasio ateniense en tiempos de Pericles (s.V a. C.) y otras la  del vestuario del Athletic de Bilbao en San Mamés. Bueno, y en materia de tamaños... qué decir. Yo no quisiera entrar aquí en detalles morbosos, y menos aún incurrir en tontos alardes, tan fuera de lugar. Ahora bien, visto lo que hay por ahí, ya sea en su morfología o en sus tres dimensiones (cambiantes), no hay razón para quejarse a la naturaleza sino más bien estarle secretamente agradecido. La verdad es que sale uno del vestuario reconciliado por momentos consigo mismo, y con su bobo ego de hombre sonriendo por dentro. Qué tontunas. Vanitas vanitatis. Luego viene la realidad y te baja los humos, y te descabalga. Aunque no siempre, claro, no siempre.

lunes, 4 de abril de 2011

el vestuario

 Los lunes y miércoles por la tarde voy a la piscina de un centro deportivo. Nadar es aburrido pero saludable. Y además tiene el aliciente del vestuario (masculino, claro está), que es un interesante espacio donde observar los comportamientos humanos. Su tipología es en verdad diversa y no exenta de interés. De entrada tenemos a los jóvenes ejecutivos que cultivan una estética como de "escuela de negocios" (ellos prefieren llamarlo business school), tipo ESADE; ya las bolsas de deporte Nike, las camisas de finas rayas y el impecable rasurado nos dicen a quién  tenemos por vecino de taquilla; estos suelen despelotarse sin mayores problemas, cuando no con un aire competitivo y neoliberal, satisfechos de sus rayos uva. En el polo opuesto están los que, por lo que sea, no se encuentran nada cómodos con su desnudo a la vista de todos: esa manera tan apresurada y nerviosa de quitarse el calzoncillo, ese desparramar la vista por el suelo, como no queriendo coincidir con mirada ninguna en momento tan desairado, casi humillante... Y más aun cuando están presentes un par de gallos piscineros, de los que con sus gestos superviriles anuncian que van a hacerse 50 largos, así como el que lava. Próxima a esta especie se encuentra la de los abiertamente exhibicionistas o encantados de contemplarse desnudos en el espejo y saberse a su vez contemplados... y envidiados (cuando no secretamente deseados); no tienen ninguna prisa por salir del vestuario. El sector piscigay, que nunca falta a las fiestas, aquí se divide en dos bloques: el tímido-vergonzante (temeroso quizá de una indeseada y delatora subida de bandera) y el de los pavos reales que se extasían y alzan los brazos artísticamente en la ducha comunitaria; estos últimos le dan vidilla al vestuario, y además te ofrecen generosamente su champú, su acondicionador de pelo, incluso su crema hidratante. Y aunque la vida es dura, en esa fraternidad de efebos, toallas y vapor de agua le entran ganas a uno de proclamar alegremente: ¡Viva Grecia, chicos!
(Mañana más, si todo va bien esta tarde)

viernes, 1 de abril de 2011

corre, corre, caballito...

El 1 de abril siempre es un día joven y cargado de expectativas. Y si además cae en viernes es perfecto para conocer a alguien, o pasear por Rosales, o ver una película de esas que hacen milagros y a la salida estás 20 años más joven, como mínimo. Claro que, entretanto, también puede uno dar un paseo por la memoria de sus amores de película, que, como sabemos, son para toda la vida. Yo fui precoz en esto. No puedo precisar el año ni la fecha en que vi por vez primera Un rayo de luz, pero esa tarde caí perdidamente enamorado, como tantos otros, de Marisol. "Corre, corre, caballito..." Y vaya si ha corrido el caballito. Ya en la adolescencia vi en una película en la tele a una mujer muy hermosa que miraba de un modo ante el que sólo cabía la rendición sin condiciones. "¿Son cañonazos... o los latidos de mi corazón?" Esa misma noche le declaré amor eterno a Ingrid Bergman en Casablanca. Lo que no podía yo imaginar es que en algún momento se me aparecería un ser de otro mundo llamado Greta Lovisa Gustafsson. O sea, la divina Garbo. Como tú me deseas, El velo pintado, Ana Karenina, Christina de Suecia,  Margarita Gautier, y cómo no, Ninotchka ("¡Garbo ríe!"). Pero mi naturaleza es infiel (aunque leal hasta la muerte, lo juro) incluso con Greta Garbo. Las piernas de la cabaretera Lola-Lola, en El ángel azul, me desvelaron no pocas noches. Y aparte de Gilda en los casinos de Montevideo, Gene Tirney  nunca estuvo tan bella y perturbadora como en la escena de la barra del bar en El embrujo de Shanghai. Hasta que llegó Ava Gardner y dijo: manos arriba, chico, esto es un atraco. Y me dejé atracar. Lo admito: Ava y yo todavía mantenemos relaciones ocasionales, cosas de viejos amigos. Hubo otras, claro está, Julie Christie, Anouk Aimée, Romy Scheneider... Con Jacqueline Bisset también tuve mis noches americanas, aunque fue una relación más contemplativa que otra cosa. Pero hace ya años que senté la cabeza en el patio de butacas y le soy fiel, casi siempre, a Rachel Weisz. Al fin, creo haber encontrado a la protagonista de mis sueños. Y de mi vida.