sábado, 30 de julio de 2011

hasta septiembre

Hace 202 posts era 27 de septiembre de 2010. Hoy, 30 de julio, al filo de la media noche, me voy a despedir aquí por un mes. Durante todo este tiempo me he dado a conocer un poco para algunos y bastante o mucho para otros. Yo mismo he ido averiguando ciertas cosas mías que ignoraba, al menos en parte. Confieso que lo he pasado bien escribiendo este diario en el que casi todo tiene cabida. O ha acabado por tenerla. Aunque hay una asimetría evidente entre los lectores de este blog y su autor. Los lectores que el autor desconoce ya van sabiendo, como digo, algunas cosas de él, de sus gustos y querencias, sus maneras, sus hábitos, sus manías, sus defectos... sobre todo sus defectos. Sin embargo, ¿qué sabe este copy en crisis de cada uno de esos anónimos visitantes desconocidos, algunos ciertamnete remotísimos? Nada de nada. Aunque, bien mirado, sí sabe lo que ellos han ido conociendo acerca de él. Y eso ya es algo. Si hay un internauta en Singapur, pongamos por caso, que entra en este blog con cierta reiteración, ¿quiere ello decir que algo (aunque sea mínimo) tenemos él y yo en común? En principio, no parece del todo descartable. No nos conocemos, ni con toda probabilidad nos conoceremos nunca, pero yo aliento la muy discutible fantasía de que si viajo a Singapur, y en una noche de panteras y copas muy azules pierdo la cabeza, pues siempre podría recurrir, haciendo uso de este blog, a ese lector o lectora que alguna vez lee mis posts con cierta curiosidad o simpatía. Quién sabe de lo que puede uno librarse gracias a un buen lector del que nada sabemos. Por ello, y por otras cosas no menos improbables y soberbias, yo siento una inocultable fascinación ante esos desconocidos de toda la vida que puedan ir surgiendo gracias a este diario, a este hotelito (no sé si con encanto) abierto a todas horas a los viajeros blogueros. En fin, que me despido durante el mes de agosto. Os habéis ganado un merecido descanso. Ya decía Borges que no conviene fatigar a los tipógrafos. Tampoco a los lectores. Hasta la vuelta.

jueves, 28 de julio de 2011

aquí da gusto

Claros y nubes en el Concejo de Llanes. 22 perfectos grados de temperatura. Tres veranos después, volvemos a Llanes. En mi familia somos muy fans de Asturias. Lo tiene todo: aquí se juntan con muy buenas maneras el mar y la montaña, el prau y las hortensias, la palmera y  las casas de indianos. Y cuando llueve, lo hace la mar de bien; no es un llover por llover normal y corriente: aquí orbaya, que es cosa bien distinta. En fin, ya digo que somo muy fans, y casi que hablamos el bable en la intimidad. Hoy nos hemos bañado en la playa de Toró, tan salpicada de rocas oscuras toda ella. Le digo a mi hijo pequeño que esos peñascos parecen los restos del naufragio de una vieja flota petrificados por el tiempo. Ignacio asiente y puntualiza que entre esos barcos fosilizados debe estar varado La Perla Negra, de Ponce de León, que no hace mucho hemos visto en el cine: Piratas del Caribe 4. Mientras los dos caminamos por el borde de las olas, se nos dispara la fantasía, y las ganas de jugar, de imaginar, afloran. Ambos sabemos bien cuáles son nuestras armas y destrezas favoritas. Atrás quedan semanas de monacato y ascetismo, de silencios cuasi trapenses, de meditación y soledades no desagradables. De todo ello he dejado constancia en más de un post. Ahora es el tiempo del hedonismo y de la brisa en los rostros, de la espuma y la sal de las olas, de la rubia cerveza, del vino frío, de las lecturas de verano (en verano se lee de otra manera, quizá con otra disposición), de las alpargatas de esparto y de las excursiones mañaneras. A propósito de excursiones: ¡Volveremos a Purón! Un paraíso en la Sierra del Cuera, bien cerca de aquí. Allí arriba todo es silencio y verde, apenas salpicado por el tintineo lejano de algunas vacas sueltas por el monte, y por el oculto pero audible río joven. ¡Hay tanto que andar y ver por aquí! Pero hoy no puedo terminar sin enviar un saludo bien afectuoso a las seguidoras asturianas de este blog (que las tiene, y muy fieles, aunque exigentes, con sentido crítico, buen paladar y mejor humor): salud y saludos, queridas. Antes de que entremos en agosto, me despediré con un último post, hasta septiembre, de todos los seguidores de este diario. Dicho queda. Y nada más por hoy. Más claros que nubes, aquí, en el Concejo de Llanes.

martes, 26 de julio de 2011

superfluo

Por algún motivo que desconozco, me gustan las cosas del todo innecesarias. No lo puedo negar, me hace gracia lo redomadamente superfluo, lo que no tiene ninguna función práctica ni estratégica, lo que está de más. De puro injustificado, le veo a eso un un punto entrañable casi conmovedor. Entiendo que es una pequeña perversión mía que no va más allá de las veniales manías sin consecuencias. O de las pequeñas mentiras sin importancia. Por ejemplo, un gesto extravagante que de nada sirve, un desafío inútil y además anacrónico... pues como que me dan ganas de invitarle a una copa al propietario. Y siguiendo por ahí, ¿qué hacer con esos regalos bienintencionados, a menudo costosos, para los que no encontramos acomodo ni con la mejor voluntad del mundo? Es penoso su destino de objeto sin lugar de acogida, de triste judío herrante por la casa, expulsado, perseguido, refugiado en lo alto del armario, bajo la cama, en el gueto del trastero... Claro que también hay regalos imposibles que gozan de un inmerecido lugar de privilegio, como aquellos príncipes rusos, años 20, en su exilio dorado en la Côte d'Azur. O en Marienbad (recomendable siempre una visita a la Elegía de Marienbad, de Goethe). Podría traer aquí ejemplos muy ilustrativos, algunos marcos de plata, etc -preservando siempre la autoría intelectual del crimen, claro está-, pero no voy a hacerlo. Lo que sí voy a contar es algo que, aunque remotamente, tiene alguna relación con este post. A saber: suena el teléfono en el silencio dulce de la media tarde y surge una voz de arcángel que con sólo pronunciar mi nombre promete llevarme al paraíso: "¿Don Luiiiiis?" "Oui, Lulú c'est moi!", respondo. Desconcierto y titubeo del otro lado, seguido de risas nerviosas. "Ja, ja. ¡Qué buen humor, don Luis!" Silencio por mi parte. "¡Don Luis? ¿Sigue ahíii?" "Sí, claro, ¿dónde si no?" Varias risas y coqueteos después, la voz de arcángel me cuenta que, por ser yo quien soy, su banco me ofrece un crédito (que yo no he pedido, ojo) en unas condicones realmente ini-magi-nables, así como unos productos financieros para tiempos revueltos... de lo más tentadores. Y entre su prosodia de ensueño, su TAE de película, el erotismo que emanan sus condiciones financieras, así como lo excitante que suena en su voz la "prima de riesgo" y otros conceptos no menos afrodisíacos, pues resulta que, por seguir oyendo esa voz de miel con sus ondulaciones paradisíacas, le digo que sí a todo, calculando yo, miserablemente, que tiempo habrá, llegado el caso, para volverme atrás. Fue una experiencia tan embriagadora que a día de hoy, una semana después, no sé con certeza si mi conversación con el arcángel fue o no grabada, ni si he firmado con la voz un "sí, quiero" que me pueda traer compromisos no deseados. Yo confío en que todo quede en nada, en una broma, una telefónica cana al aire sin consecuencias. Claro que, como no sea así... voy listo.

viernes, 22 de julio de 2011

solo en casa

Tres semanas estando solo en casa dan para mucho. Dan para leer, escribir, fantasear, cantar las Habaneras de Cádiz, hablar solo, escuchar el silencio, mirar al techo, poner viejos discos, darse una ducha fría a media tarde, andar a veces descalzo y en pelotas, leer de viva voz algún viejo poema, acordarse de alguien, pensar... Incluso, en algún momento excepcional, aburrirse uno muy a gusto. La reiteración crea hábitos. Barrer dos veces por semana. Abrir las ventanas en las horas frescas. Mantener la casa en penumbra durante la mayor parte del día. Permitir un cierto desorden (un desorden natural, digamos) pero ni un paso más en ese sentido: una toalla o un zapato pueden estar tranquilamente fuera de su sitio, pero no todas las toallas ni todos los zapatos. Y lo mismo digo de la cocina y de la mesa de trabajo. Para permanecer un día tras otro solo en casa, y estar a gusto en ella, hay que mantener ciertas normas; de lo contrario, te acaba comiendo el tigre. Más cosas. El teléfono suena distinto durante este tiempo de silencio en la penumbra quieta. La radio hace mucha companía a ciertas horas. Los pensamientos impuros, también. Echar un ojo a las estadísticas de este blog y ver el número de visitas recibidas, la hora en que se producen, las páginas más vistas, el país de procedencia... todo ese curioseo acompaña y entretiene. Pero no todo es café con hielo y regodeo en la concupiscencia: la vida de anacoreta estival tiene también sus sobresaltos. El otro día salí temprano a hacer unas gestiones. A mi vuelta, varias horas despues, sucedió algo realmente inquietante. Fue tal que así: tras meter la llave en la cerradura, girar a la derecha, abrir la puerta y entrar, pues resulta que de buenas a primeras oigo una conversación entre dos desconocidos que está teniendo lugar en ese momento al fondo del pasillo, en el salón. Y lo mejor es que hablan apaciblemente, como si estuvieran en su propia casa. ¿Qué hacer? Es la primera vez que me sucede algo así. Tras dar unos pasos -titubeantes, es cierto, ¡pero al frente!- descubro que  las voces intrusas, ay de mí, no proceden del salón sino del dormitorio... Concrertamente, de la mesilla de noche, donde tengo el radiodespertador. En efecto, lo has adivinado: olvidé desconectar su alarma antes de salir de casa, la cual se disparó a las 8.30, tal como yo había programado la noche anterior, por si me quedaba dormido. Durante horas, la radio estuvo sonando para nadie. Tiene su poética.

miércoles, 20 de julio de 2011

18 ucranianos

El título que aparece aquí arriba no tiene nada que ver con los 10 negritos de Agatha Christie, ni con los 300 espartanos que defendieron las Termópilas, ni con las 11 maneras de ponerse el sombrero de Bosé, ni tampoco con las 7 mesas de billar francés de Gracia Querejeta. Esto es otra historia. Hasta ahora, Ucrania era para mí -aparte de su notable posición en el medallero olímpico- una referencia legendaria en materia cerealística. Cuando yo era un chaval, mi padre siempre contaba que en Ucrania, pese al yugo soviético, se producían unas cosechas de trigo tan extraordinarias, tan portentosas, que ello la convertía en "el granero de Rusia". Mira por dónde, en eso estábamos empatados, lo cual nos confería un vínculo secreto con los ucranianos. Me explico: Tierra de Campos era sin discusión ninguna "el granero España". Por tanto, no había que ser un lince para inferir que entre la remota y feraz Ucrania y nuestra querida Tierra de Campos... pues como que... Y así estaban las cosas más o menos hasta el pasado lunes, 18 de julio (¡lagarto, lagarto!), cuando, a las 8 de la mañana este blog recibía la visita, casi la irrupción en tromba, de nada menos que 18 ucranianos. O quizá fuese uno solo, un francotirador de blogs muy avezado que disparó 18 veces consecutivas en un corto espacio de tiempo. Aunque yo no descartaría la tesis de los dos comandos de 9 miembros perfectamente sincronizados: uno tendría su origen en Kiev (¡qué gran equipo de toda la vida el Dinamo de Kiev!); el otro operaría quizá desde Sebastopol (¡siempre me ha fascinado ese nombre!), a orillas del Mar Negro. También existen otras posibilidades, claro está. Pero a lo que voy: es curioso comprobar cómo funcionan los equilibrios y contrapesos internacionales, y cómo la teoría de los vasos comunicantes es aplicable también a la blogosfera: cuando decaen temporalmente las visitas a este diario procedentes de Singapur y el Sudeste asiático, éstas se recuperan en los territorios eslavos de Europa; cuando desaparece o casi la Gran Bretaña, aflora misteriosamente la India; cuando México duerme, despierta Brasil. En fin. Es el misterio de las las leyes que no sólo rigen la física, la biomecánica, la termodinámica... sino también aquello que parece tan ingobernable como el azar o el amor o los vientos virtuales que soplan online. 18 de julio, 8 de la mañana,  18 ucranianos... Qué sabe nadie.

lunes, 18 de julio de 2011

tardes de domingo

¿Hay algo más deprimente que un domingo por la tarde? Pues, sí, aunque parezca imposible, lo hay: una tarde de domingo sin Carrusel Deportivo. Ramón Gómez de la Serna decía que la tarde de los domingos envejecemos para el resto de la semana. Qué gran verdad. Y qué gran Ramón. Yo estoy convencido de que la mayoría de las decisiones más desoladoras, negativas, desesperanzadas... se fraguan en domingos por la tarde. No hay ningún otro día de la semana que esté tan partido en dos como el domingo: sus mañanas son luminosas, festivas, llenas de optimismo; admiten maravillosamente bien las flores en el búcaro, los desayunos demorados, los conciertos barrocos de Scarlatti o Pergolesi; y eso por no hablar de su idoneidad para el vermut y las gambas a la gabardina, a la una y media o dos menos cuarrto. Ahora bien, a partir de las cinco en punto de la tarde todo se ensombrece (el alma se ensombrece) y adquiere un sesgo de amargor y desgana que nos lleva a una especie de asqueamiento infinito, el cual alcanza su ápice entre las siete y las ocho. Llegado ese momento, sólo caben tres opciones. A saber: encender la plancha y plancharse uno de un tirón docena y media de camisas; montar una chocolatada con picatostes que tiemble el misterio; ir al cine. Y poco más se puede hacer para salvarse de la quema entre las cinco de la tarde y las once dela noche. Seis horas de terror. Por eso se creó el Carrusel Deportivo: para suavizar en lo posible los efectos devastadores de esas seis horas de escalofrío. Y no es preciso tener la radio a todo volumen todo el tiempo, a fin de ensordecernos y no sentir las llamadas de la náusea sartreana, la fría piel de sapo, el absurdo del vivir tardodominical. No. Se puede tener el Carrusel como música de fondo, igual que la musiquilla de los niños de San Ildefonso durante el sorteo de la Lotería del 22 de diciembre. De pronto sale un 2º premio que alborota el patio y atrae nuestra atención. O hay gol en Zorrilla al filo del descanso, y eso hace alimentar ciertas esperanzas. No todo está perdido. Llegamos a las 23.00 pidiendo la hora, con la lengua fuera y el alma hecha unos zorros. Pero llegamos. Una vez más, nos salva la campana de las señales horarias: pi-pi-pi-pi-piiiii. Chuchuchúrum - Chuchuchúrum - Chuchurchuru-chuchuchún. "Son las once de la noche, las diez en Canarias. Aquí comienza... Hora 25." Estamos salvados. Mañana será otro día. Bendito lunes.

viernes, 15 de julio de 2011

un poco de nada

Pero solo un poco, que tampoco es cosa de ponerse uno hasta arriba de nada. Otros más castizos lo llaman "nada con sifón", incluso existe la doblemente nihilista "nada entre dos vacíos", aunque ésta me resulta demasiado ambiciosa para describir mis anhelos y apetencias de hoy. Me conformo con "un poco de nada", que además está pared con pared (semántica) con la deliciosa acuñación italiana "il dolce far niente". Estoy deseando que por algún motivo, o mejor sin él, alguien me diga esta mañana "gracias", para de ese modo poder responderle "de nada". Porque hoy viene así el día: lleno de nada que decir. Y de nadie a quien decírselo. ¡Hay tanta gente a quien no decirle nada! Y a la vez hay tanta nada de la que mejor no hablar... Cecilia lo cantó muy bien allá por los años 70: "Nada de ti, nada de mí, un brisa sin aire soy yo, nada de nadie." Entre nada y nadie se extiende un mar de aire sin orillas. Quizá hubiera sido un buen tema, para una obra imposible de Samuel Beckett, un diálogo entre nadie y nada. O bien jugamos todos (y así no rompemos la baraja) al 'nada por aquí, nada allá'. Y estando en éstas aparece Agustín García Calvo y canta: "Nadie la llama y viene / como el viento. / Saberla, nadie la sabe, / porque no tiene nombre / ni mandamiento." Y desde no se sabe dónde, quizá desde un número desconectado o fuera de cobertura, contesta Pepe Hierro con su voz de aguardientes y metales fundidos: "Despues de todo, todo ha sido nada / (...) / Qué más da que la nada fuera nada / si más nada será, despues de todo, / después de tanto todo para nada."  Y ya, para rematar la faena con un bajonazo facilón e infame (hoy acabo en comisaría), me pongo erudito a la violeta, o sea, erudito de pacotilla, y cito aquello tan citado y re-citado de Góngora: "...en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada." Nadie me va a dar hoy las gracias por este triste post sin nada dentro. Pero si por cortesía o caridad alguien lo hiciera, yo le respondo: "no hay de qué." Y como dijo el otro: esto ha sido todo por hoy. Y no tengo nada más que añadir.

miércoles, 13 de julio de 2011

ava

El día que nací, Ava Gardner estaba en Valladolid. Se hospedaba en el Hotel Conde Ansúrez, a un paso de la clínica en la que yo acababa de venir al mundo. Luego he sabido que esa misma noche Ava se corrió una juerga monumental con flamencos y toreros hasta que se hizo de día. Por eso, aquel 15 de septiembre sonó el teléfono en la habitación de la clínica donde estabamos mi madre y yo. Preguntaban si se encontraba allí el doctor Xxxxx. Era una emergencia. ¿Y cuál era ésta? Pues nada menos que "el animal más bello del mundo" se hallaba seriamente indispuesto, y desde una suite del Conde Ansúrez reclamaban urgentemente la presencia del doctor. Ha pasado algún tiempo desde entonces. Anoche fui al cine a ver una película documental sencillamente maravillosa en la que se evoca y reconstruye la presencia de Ava Gardner en España a través de secuencias de películas, documentos gráficos, testimonios, imágenes poco o nada conocidas... Ya el título es todo un acierto: La noche que no acaba. Pertenece a un poema que Robert Graves escribió para la actriz, tras haber pasado ésta una noche en la casa del poeta. El primer verso de ese poema dice precisamente "Not to sleep all the nigth long". "Pasar la noche en vela, sólo por simple gusto, es algo que se otorga a pocos, pero al fin a mí." Mirar a Ava, oír su voz, verla sonreír, moverse, andar, mirarte a los ojos, encender un cigarrillo, soltar la carcajada más hermosa del mundo, quitarse el albornoz de aquel modo y aparecer, como un diosa desafiante, con aquel traje de baño negro... Lo confieso, he disfrutado salvajemente viendo La noche que no acaba. La belleza es un puro milagro. Pero la belleza de Ava Gardner es un milagro que además emociona. A mí me emociona. Esa vida... Ese "beberse la vida"... Anoche, lo confieso también, en la oscuridad de la sala de cine, la emoción me subió a los ojos en varias ocasiones. La vida es breve, sí, pero cuando la belleza irrumpe de esa manera tan embravecida -tan "hembravecida", y perdón por el juego de palabras- adquiere un algo (no sé cómo llamarlo) que estremece, y que nos revela contra la brevedad del vivir. Si hubiera otra existencia después de ésta, yo entraría en el Facebook del más allá para pedirle a Ava que me aceptara como "amigo". Porque yo también quiero que la noche... no se acabe.

lunes, 11 de julio de 2011

pura modernidad

Siempre me ha gustado la publicidad en los cines. Durante muchos años, un amigo muy cinéfilo y yo (el mismo que comparaba este blog con una película de Roger Corman de la que he hablado aquí hace pocos días), íbamos al cine una o dos veces por semana, y siempre llegábamos con suficiente antelación para no perdernos el bloque de anuncios dedicados a esos restaurantes, mesones y asadores que mostraban con verdadero regodeo cabezas de cochinillo, corderos churros colgados de un gancho, morcillas crudas, piezas de solomillo, rabos de toro, bodegones tremendos a base de sesos, callos, oreja, morro, zarajos, asadura encebollada, chuchurro, entresijos, menudillos..., en fin, una enormidad carnal y concupiscente de casquería fina que el realizador nos pasaba por los ojos como invitándonos a asistir al último banquete antes de entrar en cuaresma. Eran unos anuncios increíbles. Con una iluminación de lo más cruda y postmoderna, un uso y abuso del zoom como no se había conocido ni en los mejores spaghetti western rodados en Almería, con una voz en off (siempre la misma voz, el mismo tono, el mismo ritmo inquebrantable) en la que se percibían las muchas horas de vuelo en tómbolas de feria y altavoces de furgoneta, pero ya con un punto melifluo e insinuante bien aprendido que prometía (sin comrprometerse) delicias casi lujuriosas: "Bodas, bautizos, comuniones, celebraciones familiares..." "El ambiente más selecto y acogedor..." "La cocina tradicional más sabrosa..." "La raciones más abundantes y al mejor precio en..." "¡Mesón Los Abroñigales! Carretera de Extremadura kilómetro 29, junto a gasolinera." "¡Los Abroñigales! Especialidad en caza y cochinillo asado." "Haga ya sus reservas llamando al xx xxxxxxxxx. ¡No le defraudaremos!" Y claro, todo esto era inseparable de una caligrafía visual que a día de hoy, 25 años despues, resultaría lo más de lo más en la Bienal de Venecia, o en alguna muestra de vanguardias y ferocidades artísticas en... en las salas de El Matadero, por ejemplo. Hay que revisitar esos anuncios, esa estética, esa fonética... ¡Y no digamos ya esas cabezas de jabalí y esas manitas de cerdo! Pura modernidad.

viernes, 8 de julio de 2011

el parque

Hay un parque aquí en mi barrio... que no es el de la canción aquella. Todas las mañanas a partir de las ocho salgo a caminar unos 30 minutos a buen paso. A esa hora en el parque están funcionando los aspersores del riego; la sombra es fresca, umbría, se camina bien por ella y se respira mejor. Si fuera un poco más extenso y bastante más tupido (como el Campo Grande de Valladolid) sería perfecto. En mi caminata diaria voy viendo las mismas cosas, y casi las mismas caras. Hay un par de grupos de señoras en círculo haciendo tai chi (o algo semejante) que me sorprende cada día. Esa especie de muda coreografía zen a cámara lenta, aquí, en este barrio tan de emigrantes manchegos, andaluces, extremeños, años 60, no deja de parecerme un choque de civilizaciones bien llevado. Y con esa elegancia tan nuestra. Aquí estamos acostumbrados a hacer fusión, mestizaje de culturas, armonización de contrarios, síntesis hegelianas... y todo ello así como el que no quiere la cosa. Por supuesto, las monitoras de tai chi son chinas, o al menos lo parecen, lo cual le aporta un plus de credibililidad al asunto. Pero no dejan de sorprenderme los dos círculos de señoras en chándal con sus armoniosas y delgadas monitoras chinas. Claro que en el parque hay de todo. Desde las ocho en punto hay un pacífico alcohólico, muy muy alcohólico, siempre en el mismo banco, que cada mañana me mira un instante como pidiéndome perdón; le devuelvo la mirada como si el perdonado fuera yo. No sé si nos sonreímos o intercambiamos muecas. Tiene pinta de ser una persona educada a la que le ha ido mal la vida. Quién sabe. También a esa hora hay una pequeña representación de un sector que es todo un clásico: los que sacan a pasear el perro. Estos constituyen una fauna aparte. Yo les hago la ficha en función de su aspecto y del perro que tenga cada uno, que eso dice mucho del dueño. De ese sector me impresiona una señora alta, corpulenta, de unos sesenta y... bastantes años. La he visto tres o cuatro veces, siempre con gafas de sol, siempre con un peinado como de peluquería, eso que antes llamaban "la permanente". Bueno, pues dicha señora tiene un perro al que llama nada menos que Don Juan. Y ella, que sabe que tiene una hermosa voz (así como de aquellas grandes actrices que hacían las radionovelas de Sautier Casaseca en Radio Madrid), llama al perro por su nombre para que los tipos como yo nos enteremos no sólo del nombre de éste sino tambien y sobre todo de la sonora voz que tiene su dueña y señora. Esa gran dama se dirige a Don Juan de un modo impostado, teatral, casi como lo hubiera hecho en escena doña María Fernanda Ladrón de Guevara dirigiéndose al mayordomo o al chauffeur. Pero lo más sorprendente es que, frente a toda lógica, Don Juan no es ningún gran danés, ni galgo ruso o afgano ni nada por el estilo, qué va, es un chucho sin importancia al que le viene grande el nombre; bueno, más que grande, de todo punto inapropiado. Pero así es la vida. Una sorpresa diaria. Machado lo dijo muy bien: "Muchas cosas sabe Onán que nunca supo Don Juan." Hasta el lunes. Ciao.

miércoles, 6 de julio de 2011

la maleta

En el post del lunes 13 de junio, titulado el peliculón, habíamos visto de pasada a Hemingway charlando con el fotorreportero Robert Capa en el bar del Hotel Florida, en la Gran Vía madrileña, a finales del verano del 36. Robet Capa es el "nombre de guerra" de Ernö Friedmann, nacido en Budapest, 1913, en el seno de una familia judía acomodada. Pero eso ya es lo de menos. Su trepidante vida es otro peliculón por hacer. Podría titularse El hombre que vivía peligrosamente o algo así. He leído que se va a presentar un documental sobre la peripecia vivida por la célebre 'maleta mexicna'. En pocas palabras: 4.500 negativos inéditos de la guerra de España, pertenecientes a Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour, salen en una maleta desde París ante la inmenente entrada del ejército alemán. Antes de llegar a su destino -México- se pierde la pista de esa valija. Durante décadas, se encuentra en paradero desconocido. Surgen, cómo no, todo tipo de teorías y especulaciones. Pero hay quienes, con mucha perseverancia, no la dan por perdida. Más aún, creen saber dónde puede estar el tesoro. En 2007, tras intensos meses de viajes, contactos, gestiones, negociaciones... al fin, 'la maleta mexicana'  es presentada con todos los honores en el International Center of Photography de Nueva York. Desconozco la estructura de ese documental que se va a estrenar en el Festival de Karlovy Vary, pero "la película" podría empezar con esa presentación en el ICP de Nueva York. Y a partir de ahí, la reconstrucción en flashback de un mundo que fue. O que pudo ser. Con sus pasiones, sus intrigas, sus amores (Robert y Gerda, ¡qué maravillosa pareja!), sus tragedias, su romanticismo, sus sueños, sus derrotas... Pero con esas 4.500 fotos resistentes, 4.500 balas disparadas contra el olvido por Robert, Gerda y David cuando eran jóvenes y bellos, y eligieron vivir peligrosamente. Alguien debería atreverse con esa película. O al menos hacer directamente el tráiler. Aunque, por el momento, no hubiese nada más detrás. Pero serían tres minutos de cine nacidos para la gloria.

lunes, 4 de julio de 2011

solo silencio

Cuando alguien nos regala un libro que nos llega al corazón, la persona que nos lo ha regalado se convierte en cierto modo en coautora de la obra. Estoy leyendo una novela que no dudo en calificar de emocionante, de conmovedora: La historia del amor, de Nicole Krauss (Nueva York, 1974). Era improbable que ese libro hubiese llegado a mis manos, a no ser que un ángel lo dejara sobre mi mesilla en un descuido (cosa que nunca puede uno descartar), y sin embargo... llevo disfrutadas 150 maravillosas páginas. Anoche leí un fragmento muy hermoso donde se habla del silencio, de los distintos tipos de silencio, un tema que además de apasionarme lo voy a tener muy presente hoy, mañana, pasado..., las próximas semanas. Y eso me lleva a pulsar las teclas con más cuidado, tal que entre susurros, para decir algo en relación con los silencios de esta casa. El primer silencio del primer día de soledad parece estruendoso, como el que sobreviene tras una detonación; aunque engaña: más que silencio es ausencia de voces, de ruidos, de puertas que se cierran, actividad, programas de televisión... Es un primer paso, de acuerdo, pero poco tiene que ver con el silencio fruto de silencios acumulados, condensados, decantados. Sucede como con el primer día de calor: no se nota en la casa; ahora bien, una semana de calor después, empiezan a acusarse los efectos. Con los silencios pasa otro tanto. Para el buen catador no es difícil distinguir entre un silencio cosechero y uno joven, un crianza, un  reserva, un gran reserva, un silencio reverencial... Siguiendo por ahí, hay silencios con D.O. muy acreditada y otros que, por lo que sea, no imponen el mismo respeto. Existe un silencio fresco, así como recién hecho, que da gusto aspirar de buena mañana; y es éste un silencio que parece invitar a que alguna golondrina entre por una ventana y salga por otra sin tocar ni manchar nada ni apenas rozar el aire. Luego va tomando cuerpo el silencio quieto del mediodía, donde diríase que todo está listo para escuchar de memoria (sin sonido) un lied de Schubert, por ejemplo, o una pausa muy serena entre dos notas, o algo en blanco no escuchado aún. A medida que avanza la tarde, se adensa la penumbra y se acrecienta el silencio. Y hay un instante entre dos luces, entre dos sombras, en que hasta lo más inverosímil parace que pudiera suceder... Qué sé yo, que el arcángel san Gabriel apareciese de pronto (sin ánimo de susto) y desapareciera de igual modo, acaso tras dejar, como al descuido, un libro en mi mesilla de noche. ¿Por qué no? Pasan cosas tan raras en la vida...

viernes, 1 de julio de 2011

un tiempo dulce

Un amigo muy amigo, que me conoce casi mejor que yo, me dice que este blog, para poder alimentarlo cada día, me exige salir, entrar, mirar, observar, anotar, relacionar unas cosas con otras... Y lo compara con la planta carnívora de una vieja película de Roger Corman, La tienda de los horrores (1960), donde el dependiente de una floristería se ve obligado a alimentar a esa planta. Primero lo hace con la sangre de su propios dedos; después no le queda otra que salir a la calle como los antiguos cazadores y matar para ella. Así pues, este blog es una especie de vampiro (¡me encantan las historias de vampiros y de vampiresas!) que cada día me exige más y más, y así hasta la extenuación, hasta dejarme literalmente exangüe. De modo que este diario haría las veces del conde Drácula. Y en ese caso, claro está, yo sería... Lucy. Ay de mí. No lo puedo negar: es cierto que al principio, las primeras dentelladas dan un poco de repelús, pero luego descubres que tiene razón Saturn y que, en efecto, la avaricia te vicia. Como medida de precaución, voy a tratar de espaciar un poco los posts de este blog, sin la obligatoriedad de publicar los cinco semanales, de lunes a viernes. Creo que uno cada dos o tres días está bien para el mes de julio. En agosto cerraremos el establecimiento, más que nada por dar descanso a los lectores y administrarme una completa transfusión de sangre fresca para regresar el 1 de septiembre a Transilvania con los colmillos afilados, el cuello despejado (a lo Winona Ryder en el Drácula de Coppola) y la yugular más tentadora que nunca. Pero no adelantemos mordeduras y acontecimientos. Por ahora solo pretendo relajar la tensión diaria y suavizar la disciplina. Durante este mes que empieza ¡tengo tanto que vaguear!, navegar los silencios de la casa, escribir sin demasiado esfuerzo algún poema breve, escuchar viejos vinilos (pero tampoco demasiados), hacer no más de dos llamadas a la caída de la tarde, leer esas páginas que nunca fallan, perder dulcemente el tiempo...