viernes, 28 de octubre de 2011

ver llover

Pocas cosas más bellas en la vida que ver llover. Es un viejo conflicto que yo tengo con las cadenas de televisión. Cada vez que oigo en los telediarios eso de "mal tiempo: lluvias generalizadas", recuerdo con nostalgia aquel arranque de informativo de Iñaki Gabilondo: "Llega el buen tiempo: llueve en toda España." ¿Pero hay alguna duda? En un país de secano como el nuestro, amenazado por la desertización creciente, ¿se puede decir que la lluvia es 'mal tiempo'? Dejando ahora a un lado los incontables beneficios que trae consigo, la lluvia es un elemento estético altamente cinematográfico. ¿Alguien se imagina, pongamos por caso, Blade runner sin la presencia constante de la lluvia? O el largo viaje en coche de Si no amaneciera. O la célebre escena final de Desayuno con diamantes, por poner sólo tres ejemplos. Una película romántica sin un largo beso apasionado bajo la lluvia... puede estar muy bien, no digo que no, pero le falta algo, quizá ese punto de arrebato y fatalidad y rostros empapados que tan maravillosamente bien le sienta al cine, y a veces a la vida. Yo creo que todos deberíamos tener nuestro 'top ten' particular de lugares o momentos bajo la lluvia. Puedo evocar aquí una tarde ya remota de invierno en una terraza frente al mar, en Zaráuz, en que empezó a llover de un modo muy propicio, muy elegante, con una lluvia como recién llegada de la belle epoque; recuerdo que esa tarde bebíamos coñac y yo llevaba una gabardina azul. Más lluvias: la lluvia por sorpresa a finales de septiembre, en cualquier bulevar con terrazas de mesas blancas, es una escena inconfundible de comedia romántica. Y hablando de lluvias, nadie puede negar que goza de gran prestigio la lluvia de abril en París, pero estoy seguro de que esa lluvia de primavera parisina se llevaría divinamente con las lluvias de otoño en Madrid, a ser posible tras los grandes ventanales de 'la pecera', en el Círculo de Bellas Artes. Y de ahí a la forma de llover en la canción de Armando Manzanero... no hay más que un paso: lo que se tarda en abrir un paraguas para dos. Claro que también están esos momentos que para ser 'sublimes sin interrupción' sólo les faltó un poco de lluvia, igual que les sucede a algunas canciones que, teniéndolo todo, les falta unas gotas de malicia o de whisky para ser geniales. No sé, quizá estaría bien que algunos lectores/as de este blog dejaran aquí sus lluvias preferidas. O las más románticas, las más lujosas, las más desesperadas...

jueves, 27 de octubre de 2011

oído, leído

Internet, los correos electrónicos, la radio, los graffiti en los muros de todo tipo... son una fuente continua que mana y corre. En la mayoría de los casos, el talento ni siquiera necesita de esos 140 caracteres para transmitir un hallazgo o alumbrar una idea rauda, como un relámpago entre dos parpadeos. Basta con estar despierto y medianamente alerta para recibir a diario ráfagas de inteligencia comprimida (anónimas, muchas veces) que contienen ingenio y lucidez a partes iguales. Un amigo muy amigo me envía un powerpoint de esos que pasan de mano en mano con 'definiciones' a veces muy logradas. Por ejemplo: "Modestia: reconocer que uno es perfecto, sin decírselo a nadie." O el internauta sin nombre que lanza la pregunta: "¿Qué es una caloría?" Él mismo nos lo desvela: "Son pequeñas hijas de puta que se meten en tu armario por la noche y te encogen la ropa." Oigo en la radio este 'colmo': "El colmo del titubeo es dudar para decir... depende". También he sabido por la radio que, al conocerse en Libia la muerte de Gadafi, se dispararon todas las alegrías y, entre otras celebraciones, había "ambulancias lanzadas derrapando con las sirenas encendidas." No recuerdo ahora cómo he sabido de la existencia de un graffiti muy actual que dice: "Llegó la hora del optimismo; guardemos el pesimismo para días mejores." Y como la risa es siempre saludable (y en estos días, del todo imprescindible), traigo aquí un desahogo anónimo enviado por alguien a la radio, a través de Twitter, que problemente se sentía agobiado por exceso de horas extra (no recompensadas, claro). Se pregunta sarcásticamente: "¿Pero dónde están esos robots que nos iban a quitar el trabajo! ¡¡Dónde!!" Y para concluir por hoy, jueves, 27 de octubre,- qué decir del significado atribuido al acrónimo TDT: "Tarotistas, Derecha y Teletienda."

miércoles, 26 de octubre de 2011

fantasías

¿Hasta dónde nos puede llevar la fantasía? Mejor dicho, ¿hasta dónde estamos dispuestos a dejarnos llevar por ella? La fantasía es el territorio libre de impuestos y castigos, el paraíso de la impunidad y del todo vale. ¿O no vale todo? Recuerdo que, según decía el catecismo, al pecado se puede acceder por cuatro vías: "pensamiento, palabra, obra y omisión", en ese orden. Sin desdeñar ninguna de ellas, quizá las más interesantes sean la primera y la última. La 'omisión' voy a dejarla para otra homilía; hoy, miércoles, voy a ocuparme del pensamiento en el más a m p l i o sentido de la palabra. ¿Qué ocurriría si de pronto se hiciera realidad -sin previo aviso, claro- todo lo fantaseado en el mundo durante los últimos quince minutos? O mejor aun, durante los primeros quince del día: desde las 00.00 hasta las 00.15h. ¿Cuántos muertos? ¿Cuántos adulterios? ¿Cuántos bancos desbalijados? ¿Cuántos políticos enviados al banquillo o al exilio? ¿Cuántos goles anónimos de chilena y por la escuadra? ¿Cuántos secretos enamoramientos saldrían a la luz? Da escalofrío sólo con imaginarlo. Quizá podría decirse que la fantasía es el espacio aéreo que tenemos los humanos para ser malos y libres... sin castigo. Porque, vamos a ver, si se nos juzgara a cada uno por nuestras fantasías... ¿alguien sería capaz de presentarse como 'voluntario' al juicio? Yo, ni de coña. Me caerían mil años y un día. Incluso aplicándome todas las atenuantes de ese código penal imaginario: mil años y un día. Cuando Abraham intercedió ante Yahvé para salvar Sodoma, el Señor le fue respondiendo que si hubiere cincuenta hombres justos -y de ahí a la baja, cuarenta, veinte, diez- no destruiría Sodoma, "por amor a esos diez", o por "el amor de esos diez", no lo recuerdo. Bueno, pues eso es lo más parecido a lo que ocurriría a nivel planetario si se enjuiciaran las fantasías humanas de una sola noche. Aunque, no sé, quizá los enamorados irredentos y los goles de chilena por la escuadra (mis hijos) nos salvaran a todos en el último minuto de una lluvia ácida de azufre y fuego y tristeza. Pero, por si acaso, más vale que se anule el juicio a nuestras fantasías. O al menos que se suspenda y se aplace indefinidamente. De todos modos (y aunque no venga mucho a cuento), qué bien entiendo a la mujer de Lot, que "iba tras de él" y, pese a las advertencias, "miró hacia atrás... y se volvió estatua de sal". Nada dice el Génesis acerca del destino de aquella sal que adoptó forma y figura de mujer, pero es cierto que a veces un grano de sal gorda entre los dientes nos trae al paladar y a la imaginación fantasías no del todo confesables. Sí, a qué negarlo: dicha sal entre los dientes sabe a mar y a sirena y a sexo salado de mujer. Pero también saben a mujer los mares, las olas, las espumas...

martes, 25 de octubre de 2011

140 caracteres

Se impone el laconismo. Lo que se puede decir en cinco, para qué emplear cincuenta. Había un eslogan en las elecciones del 77 o del 79 -del MC o de la LCR, no sé- que decía "trabajar menos para trabajar todos". Lo cierto es que somos demasiados escribiendo, comunicándonos, tuiteándonos, y no hay sitio ni tiempo para todos. Hoy hay que reducir horarios, gastos, emisiones, formatos, caracteres. ¿Tiene sentido escribir novelas de mil páginas o hacer películas de cinco horas? Borges se anticipó a esta filosofía mínimal. En su breve prólogo a su su breve libro Ficciones, escribió en 1941: "Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar a quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos." Y concluye afirmando que es mejor "simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario." Otro qué tal es Augusto Monterroso, el rey del relato brevísimo, que escribió para su Antología personal (1975) un prólogo récord en 51 palabras. Dice: "Como mis libros son ya antologías de cuanto he escrito, reducirlo a ésta me fue fácil; y si de ésta se hace inteligentemente otra, y de esta otra, otra más, hasta convertir aquéllos en dos líneas o en ninguna, será siempre por dicha en beneficio de la literatura y del lector". No va más. Todo esto viene a cuento porque unos amigos editores me han pedido una 'antología personal'. Y dudo si dejar ésta en 140 versos, 140 palabras, 140 caracteres, o 140 espacios... en blanco. Aunque esto último -el puro blanco de escritura- resultaría de una arrogancia imperdonable.

lunes, 24 de octubre de 2011

lo que hay que ver

Largas colas para entrar en el Museo Romántico. Largas colas para el Museo Cerralbo. Para el de las Artes Decorativas. Para el Prado. Para el Reina... Las mañanas de domingo en Madrid hay que ponerse a la cola. Ayer la del Caixa Fórum era constante pero la entrada se producía a buen ritmo para ver la que probablemente vaya a ser la exposición del año: Delacroix. Una magna exposición: exuberante, poderosa, vitalista... en la que incluso la muerte está muy viva. Lo tiene todo: mujeres y caballos, bestias y ruinas, placeres y batallas, Hamlet y Horacio, moros y cristianos, movimiento y color, agitación y reposo... y todo ello en grado sumo. Una fiesta para la mirada. No se puede pedir más. Quizá sea demasiado para disfrutarlo de una sola vez. Hay que volver, pero un día entre semana, a ser posible. Punto y aparte. ¿Qué es lo que mira de ese modo esta mujer? Probablemente nada. Probablemente sea la mirada pura, sin objeto, la mirada que se concentra en algo que no existe (aún) allí delante. Quizá sea la mirada que imagina, pero que lo hace con tanta fijeza y determinación que acaba viendo no lo que no hay, sino lo que hay que ver... aunque no esté allí. Desde que ayer vi esa foto de Kate Winslet en la portada de El País Semanal (en realidad la vengo viendo desde hace días, en distintos anuncios que la anticipaban) no puedo dejar de mirarla a cada rato. En su conjunto, resulta una foto extraña, o al menos infrecuente: Kate aparece sentada pero con una inclinación del cuerpo hacia delante que, unido ello a la expresión del rostro, le confiere un no sé qué de felino, de leoparda rubia y a la vez de esfinge. La posición de brazos, manos, rodillas y piernas daría por sí sola para un post. Como mínimo. Hay toda una historia latente o sugerida en esa imagen. Curiosamente, ella no es, o al menos nunca me ha parecido, una mujer particularmente guapa; sin embargo, puede llegar a ser o resultar bellísima. Las fotos aparecidas ayer en El País Semanal (las firma Tom Munro, al igual que otras publicadas en Harper's Bazaar) así lo demuestran; algunas escenas de sexo en la película El lector, también. Habrá que estar atentos a Kate Winslet en Un dios salvaje, de Polanski. Y por supuesto, a su imagen para L'Oreal.

viernes, 21 de octubre de 2011

21 de octubre

A medida que avanza la semana se van acumulando temas que, por una u otra razón, quedan postergados. Normalmente, los viernes me encuentro con tres, cuatro, media docena de pequeñas notas garabateadas en una libreta. Son esos  posts no escritos que se han ido quedando en mera expectativa sin cumplir. Rara vez repesco alguno, pero a menudo me queda la duda de si esos descartes no hubieran sido la mejor opción. Hoy, 21 de octubre, tenía sobrado material donde elegir. Y todo él bueno. Muy torpe tendría que estar yo para no conseguir un pequeño texto que se leyera con gusto y dejara en los lectores de este diario una sonrisa de viernes. Quizá indulte alguno de esos temas, de esas notas. Pero hoy no. Hoy -aunque este no es el sitio de las grandes y graves palabras- no puedo ni quiero dejar fuera de este pequeño espacio 'a los que no', por así decirlo. A los que, pasadas unas semanas, un tiempo, ya no van a tener que mirar a un lado y a otro, con temor o recelo, al salir de su casa. A los que no van a seguir con la costumbre de meter la cabeza debajo del coche, por si hubiese algo raro adherido a los bajos. A los que, poco a poco, dejarán de ir a la farmacia con la receta de Orfidal. A los que no van a estar nunca más en las listas negras que encontraba la policía. A los que no van a salir dramáticamente en los telediarios. A los que no se atrevían a decir en el colegio (ni debían hacerlo) cuál era la profesión de sus padres. A los que por poco, por muy poco, por unas décimas de segundo, o por una pequeña duda -¿Pongo la bomba, no la pongo? ¿Doy un paseo, no lo doy?- se libraron de un funeral. No, no puedo ni quiero dejar fuera u olvidarme de ninguno de ellos. Pero tampoco me olvido, ni quiero, de los que no perdonan. Yo mismo (sin tener motivos personales o familiares) soy uno de ellos. Y además, no deseo que nos pidan perdón. Así de claro lo digo. A diferencia de algunos, yo no quisiera para nada que nos pidan (y por tanto, 'me pidan') perdón. Con ello me pondrían en el brete de tener que perdonarlos. Pues no. Como no soy demasiado creyente -aunque a veces tenga ramalazos cristianos-, no estoy dispuesto ni me siento obligado a perdonar... lo imperdonable. No, no, no, y mil veces no. Pero mil noes acaban dando un sí tan grande como la vida, o como esta rabia que siento por todo cuanto no llegó a vivir, y a la vez por esta alegría insospechada que me lleva a creer y a proclamar que la vida es bella. O que puede serlo.

jueves, 20 de octubre de 2011

ciencia poética

Desde que oí lo que oí, no consigo quitarme de la cabeza el asunto ese de los neutrinos. A saber: los neutrinos -que son unas partículas tan insignificantes que casi ni son- atraviesan los cuerpos sin inmutarse, como quien dice. Por lo poco o nada que yo sé, se trata de un ejército fantasma de partículas casi imposible de detectar. Pero estar, están ahí. Y viajan de un modo alucinante. Al parecer, cuando hacen viajes de larga distancia, los neutrinos de un tipo se convierten en otro tipo de neutrinos sobre la marcha. De ahí lo complejo que resulta seguirles los pasos y hacerles la ficha (salida, llegada, recorrido, tiempo empleado, etc). Pero sobre todo está el tema de la velocidad, que eso es lo que realmente me tiene en un grito ("¡No me lo puedo creer!") y con los ojos en blanco a la comunidad ciéntífica. Y es que, de confirmarse los resultados a los que han llegado los científicos del Laboratorio Europeo de Física de Partículas, CERN, aquí se iba a armar una muy gorda. Si fuera cierto que los neutrinos viajan a una velocidad superior a la de la luz, a la de los fotones, entonces, amigos míos, todo sería posible. O casi. Sin descartar, al menos teóricamente, los viajes en el tiempo hacia el pasado. Por si acaso, yo ya me voy pidiendo una auténtica orgía en Roma, bajo Calígula; un chi men darà il coraggio de la Callas en La Fenice; unas copas con Ava Gardner en Chicote, hacia 1955; una confesión de mis pecados a san Juan de la Cruz... ¡Y pensar que toda esa maravilla depende de que esos neutrinos de nada sean o no sean más veloces que las balas de la luz! No somos nadie. Los científicos dicen en su mayoría que tiene que haber habido algún error en algún punto de la medición, del cálculo, etc. ¡Pero, dónde, dónde el error! He ahí la cuestión. Piden tiempo para averiguarlo. ¿Y si no dan con él? Mira que si resulta que lo que parecía imposible a todas luces... Mira que si los neutrinos fueran la materia que constituye el pensamiento de Dios... después de haberse extinguido Dios... Parece como si la Física fuese el refugio de la Metafísica. O de la poesía. Qué cosas.

miércoles, 19 de octubre de 2011

números elegantes

Me acabo de enterar de que en Matemáticas existe lo que llaman 'números elegantes'. Si no he leído mal, un número elegante es aquel cuya suma del cuadrado de sus cifras da 10. Por tanto, el 1 y el 3 son elegantes, puesto que cumplen con ese requisito, y así, 13 y 31 serían 'parejas de números elegantes', que tal es su denominación. A mí esas parejas de números me remiten de inmediato al baile: el 1 sería sin controversia alguna Fred Astaire; el 3, con sus curvas, podría ser Ginger Rogers, y también Cyd Charisse y alguna otra. Pero el 'numero elegante' por excelencia es el 10. Es la plenitud. Tiene una combinación de verticalidad y esbeltez (el 1) y de circuito perfecto para la alta velocidad (el 0). Al reunirse ambos por ese orden (10) componen una figura de prestancia insuperable, tanto en la forma como en su contenido. Y esto, aunque parezca extraño, nos remite al fútbol. Llevar el 10 a la espalda no es llevar un número más: es un honor, un título, un marchamo de calidad indiscutible. El 10 lo llevaron Pelé, claro está, Zico, Maradona, Luis Suárez, Manolo Velázquez, Ganni Rivera -'el bambino de oro'-, Michel Platini, Zidane (no en el Madrid pero sí en la Selección francesa) entre otros grandes aristócratas del fútbol. Un 10 no tiene por qué ser necesariamente rápido o habilidoso en extremo, pero, para serlo de verdad, debe llevar la cabeza alta y el balón cosido al pie. A partir de esas dos premisas, la elegancia está garantizada. La armonía de movimientos, la visión de juego, la autoridad en el campo, la soberanía, el respeto que infunde... todo ello es consustancial al auténtico 10. Para entendernos: Zinedine Zidane. Yo no he conocido otro 10 tan sumamente 10 como él. Pero es que 'Zizú', además de todo lo dicho aquí, tenía el don de la musicalidad y de la danza. Tenía swing. Soltaba un pase largo de 40 metros -medido y al pie- y el balón en su trayectoria describía una curva tan serena y tan exacta como el vuelo de un ave. Interpretaba el fútbol como quien interpreta de memoria una partitura. Todo lo que hacía lo hacía bien, y además con belleza. En fin.  El 10 es el más elegante de los números, no hay duda. Y Zidane el más elegante de todos los 10 que en el mundo han sido. Y no tengo más que añadir.

martes, 18 de octubre de 2011

mirada griega

Con el inicio de temporada, he vuelto a mis dos tardes semanales de piscina. Y como no conviene forzar la máquina, he empleado varias sesiones para alcanzar mis habituales 20 largos sin tener que recurrir a la salida a la máscara de oxígeno. ¿Novedades? Sí. Hay obras en las instalaciones, y eso ha obligado a cerrar provisionalmente el vestuario (al menos el masculino). Mientras tanto, nos han habilitado un reducido espacio con bancos de madera, duchas y taquillas. Con ello hemos perdido en amplitud, en espaciosidad, pero a cambio hemos ganado en cercanía física, en calidez, en ambiente. Quizá sea debido al optimismo propio de los inicios de temporada, y al comienzo de todos los campeonatos, ligas, etc, pero es verdad que, entre unas cosas y otras, he notado en el vestuario un ambiente de camaradería... así como de equipo de rugby que ha vuelto a la competición. Bromas, risotadas, alegres despelotes, "pásame la toalla, tío" y en general un espíritu más animoso y una mayor liberalidad, diría yo. Los cuerpos parecen más broncíneos y turgentes, incluso me atrevería a decir 'más satisfechos consigo mismos' que al final de la temporada anterior. Y, por lo que llevo visto, creo que se han acortado en todos los sentidos las distancias entre el sector macho (mayoritario, claro está) y el pequeño pero bullicioso grupúsculo gay que tan alegremente irrumpe en el angosto vestuario y bromea enjabonándose por-to-do-el-cuer-po, bajo el agua tibia y compartida de las duchas. Debo admitirlo: quien más, quien menos, todos nos contagiamos de esa alegría entre griega y bizantina; una cosa que oscila entre la euritmia escultural del gimnasio ateniense -siempre siglo V antes de Christo, con Pericles- y el postpartido gamberro en el vestuario de la Selección neozelandesa de rugby, Trofeo Cinco Naciones. En fin, que si por momentos consigo olvidarme de mis inclinaciones más primarias, de mi fervor hacia la curva y el jardín de Venus, y cierro los ojos y me abandono y me dejo llevar por algunos poemas de Cavafis, por la elegancia de Antinoos, por la fuerza y el equilibrio de Aquiles, por las noches al calor de la hoguera junto al noble y dulce Patroclo... Entonces, ay, qué sabe nadie de una noche bajo las estrellas del mar de Jonia en la que todo es posible. O casi. Como puede verse, 20 largos de piscina dan para mucho.

lunes, 17 de octubre de 2011

mientras duermes

Nada de sustos, ni truculencias al uso, ni efectos especiales que cada vez tienen menos de especial: Mientras duermes es un thriller inquietante hasta pedir auxilio con la mirada. Pero lo más grave es cuando descubres que, sin darte cuenta, te has puesto de parte del psicópata, un hijo de puta redomado que debería llevarse todos los premios al mejor actor. Qué maravilloso mal rato pasamos la noche del sábado, en el cine, con esta historia para no dormir. Películas aparte, es un viejo tema lleno de terrores y pesadillas: ¿qué pasa (o puede pasar) mientras dormimos, mientras alguien duerme? No hay mayor indefensión que la del durmiente. Aunque a algunos -asegura la policía- el sueño les salvó la vida: de haberse despertado de madrugada, cuando los intrusos se movían por la casa, al día siguiente la noticia no hubiera sido el robo en un domicilio sino... algo peor. En consecuencia, si uno se despierta en medio de la noche y oye algún ruido extraño, susurros en la oscuridad, sombras en el pasillo (las sombras también se oyen), ¿qué debe hacer? Yo creo que debe procurar volver a dormirse, y, pase lo que pase, no abrir los ojos; ni siquiera cuando crea percibir en la garganta la presencia o cercanía de un frío afilado. Pero no todo es terror y gritos sordos en la oscuridad. Como yo duermo poco y mal, tengo una considerable experiencia en la materia de que está hecha la vigilia. Mientras ella duerme dulcemente a mi lado, yo me ocupo de imaginar sus sueños; o compongo algún perfecto endecasílabo; o recuerdo momentos de películas (dispongo de bastantes donde elegir); o miro la hora en el radiodespertardor y calculo los años que me quedan de vida; o tengo una fantasía de las que no hay que rendir cuentas a nadie; o me levanto sin hacer ruido, doy una vuelta por la casa, compruebo que todo está en orden, que los chicos duermen, que el frigorífico funciona, que las farolas de la calle siguen encendidas... Todavía me quedan dos horas de reloj para beber un vaso de agua, volverme a la cama, imaginar el final de un relato que dejé a medias, recordar un chiste muy malo que me hizo gracia, esperar despierto a las 6.00 para escuchar las primeras nocicias del día. A veces, incluso me da tiempo para dormir media hora, antes de levantarme y preparar los desayunos. Buenos días.

viernes, 14 de octubre de 2011

bellas voces

No pretendía abrir aquí el inventario de los parecidos, pero ayer recibí varias llamadas echándome en cara el no haber incluido una docena y media de parecidos imprescindibles. Por supuesto que entre Roger Federeer y Tarantino se interpone Gustavo Martín Garzo. Y que entre el periodista Juan Pedro Valentín y David Copperfield hay algo más que un parecido que nadie hará desaparecer. Asimismo, entre Fernando Llorente (¡Aúpa Athletic!) y el actor Simon Baker -El Mentalista- hay o habrá un montón de capítulos en La Sexta. Los parecidos tienen mucho que ver con los 'homenajes' de que  hablaba aquí el pasado martes. En la publicidad siempre hemos vivido eso con alegría y desenfado: los logos de Catalana Occidente y de Hugo Boss Orange -por poner sólo un ejemplo- son o parecen el fruto de una mañana alegre de ideas compartidas en la que donde caben dos caben tres. Yo mismo he tenido el honor de haber sido 'plagiado' -demostrable con fechas y comprobantes- por nada menos que Benetton. O sea, por Oliviero Toscani. Uno de los grandes. Estoy seguro de que fue una pura coincidencia, pero yo lo pensé antes. Con la buena suerte de que esta vez se publicó el mío en su momento -no como otras- y hay constancia de ello en la revista Anuncios. En fin, bobadas de viejo copy en crisis. Y hablando de parecidos, mi mujer y yo tenemos una amiga, muy glamourosa y artista cotizada -en serio, no me estoy tirando el pisto- cuya voz y prosodia es idéntica a la de Alaska (Pegamoides, Dinarama, etc). Hasta ahora no lo he hecho nunca, pero uno de estos días le voy a pedir a mi amiga Lorena Allas que me cante, por ejemplo, A quién le importa lo que yo haga. Y si el resultado es como espero, quizá la incorpore a esa agencia de 'dobles' -sección audio- de la que hablaba aquí ayer. No se trata de imitadores: el imitador perfecto es aquel que no tiene que imitar a su personaje. Otra amiga mía y nuestra, que además de empresaria del sector moda infantil -Hadas- es estilista y estilosa, tiene una voz que da gusto oírla. ¡Qué manera tan lujosa de decir! Cada vez que la escucho, incluso por teléfono, me entran ganas de invitarla a un martini en alguna terraza de Chueca, o de San Sebastián, llegado el caso, para seguir escuchándola en vivo. Pues bien, hay alguien que la 'imita' con acierto insuperable: la periodista de la Cadena Ser, especializada en cine, María Guerra. Aunque, claro -pese a que María es encantadora-, no hay color.

jueves, 13 de octubre de 2011

quién es quién

Todo el mundo se parece a alguien. Claro que en cuestión de parecidos, como en el parentesco, hay distintos grados: el parecido lejano, el razonable, el muy parecido y, finalmente, el doble. Confieso que la caza y captura de parecidos es un deporte muy entretenido que practico (con éxito, todo hay que decirlo) desde la adolescencia. Con el tiempo se convierte en casi una actitud: sales a la calle y en cuanto das unos pasos te cruzas con alguien que se parece o te recuerda a alguien; y si enciendes la tele, ya es un constante intercambio de identidades. Recientemente he descubierto un sorprendente parecido entre Florentino Pérez y Peter Sellers en alguna película o época de su vida. Asimismo, Falcao, la estrella del Atleti, se parece bastante al bailaor Farruquito. La cantante mallorquina María del Mar Bonet y la exministra Cristina Narbona pasarían por hermanas en cualquier casting. Alfonso Guerra ha acabado por tener un inquietante parecido con... ¿con quién? Pues nada menos que con el cardenal Rouco Varela. El periodista deportivo JJ Santos es la viva imagen del marido de Carla Bluni. Cañizares (me refiero al portero de fútbol, no al obispo carca, que ese me recuerda a Derek Jacobi pero en melifluo) se parece y mucho al actor Viggo Mortensen. Robin Williams podría hacerse pasar en cualquier aeropuerto por Bono (U2). Y yo podría seguir así, sacando parecidos, hasta la hora de merendar. Precisamente la hora en que suele llegar a casa alguien que se parece realmente a Rachel Weisz, aunque ella tiene días en que su rostro oscila de Rachel a Olivia Molina, y de ésta a Carmen Morales. No me puedo quejar, ya véis. Claro que yo mismo he sido comparado en ese aspecto -sólo en ése- con todo un clásico del cine de terror: Vincent Price, el actor de La mosca y de Los crímenes del museo de cera, entre otras. Si yo tuviera talento como novelista, escribiría una novela en torno a una secreta agencia de modelos especializada en 'dobles', pero unos dobles tan idénticos que nadie sabría distinguir entre el original y el impostor. Al final, los 'originales' imitarían o se harían pasar por los impostores.    

martes, 11 de octubre de 2011

era una vez una cucaracha

Yo también pienso que el mejor libro es el que da lugar a otro libro, y éste a un tercero que será interpretado o corregido por un cuarto que a su vez será refutado por el autor del primero (o por sus herederos), el cual se inspiró, a sabiendas o no, en otra obra anterior que era una interpretación libre, no declarada, de una vieja historia de la tradición oral... y así sucesivamente. Resulta que -muchos ya lo habréis leído en la prensa- una orden judicial ha obligado a retirar de la circulación el libro titulado El hacedor (de Borges), Remake. Su autor, Agustín Fernández Mallo. No he leído esa obra y por tanto no sé hasta dónde llegan demasiado lejos los homenajes, la intertextualidad, la metaliteratura y demás. En cualquier caso, suena muy anacrónico eso de retirar un libro de las librerías por orden judicial, a instancia de parte. Y más aún tratándose de Borges. Qué ironía. Parece como si todo ello formara parte de un relato (inédito) del propio Borges. Una de sus bromas, a título póstumo. El pasado sábado se preguntaba Benjamín Prado, en un articulo en El País, "hasta qué punto se pueden retomar los personajes o las historias de otros para crear las propias." Y a propósito citaba una mínima, infinitesimal lista de obras que retomaban otras obras, así como de autores que habían practicado ese saludable deporte. Ya dice el refrán que 'obras son amores', y en consecuencia, digo yo, obras a partir de obras son amores por partida doble. Parece lógico, ¿no? Bueno, en realidad todo esto no ha sido sino un rodeo, algo así como cuando uno se va a dar una vuelta para volver a donde quería llegar: al punto de partida, pero media hora después. Y ese punto no es otro que un relato de Augusto Monterroso titulado La cucaracha soñadora. Dice así: "Era una vez una Cucaracha llamada Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha llamada Franz Kafka que soñaba que era un escritor que escribía acerca de un empleado llamado Gregorio Samsa que soñaba que era una Cucaracha". Mañana es fiesta (felicidades, Piti). No gastéis mucho. Pero tampoco os privéis de nada.

lunes, 10 de octubre de 2011

ignacio y yo

Ayer fui con mi hijo el pequeño al Palacio de los Deportes (de Goya) a ver el primer partido de liga: Real Madrid-Fuenlabrada (88-70). Hacía mucho tiempo que no veía en vivo un partido de baloncesto; los últimos, en el Pabellón Raimundo Saporta, nada menos. Tampoco había vuelto al Palacio de los Deportes, tras resurgir éste de sus cenizas. El nuevo Palacio recuerda al que fue, sí, aunque remotamente, pero ha mejorado en todo, empezando por la comodidad y acabando por la acústica, que era insuperablemente mala. Pese a todo, recuerdo en él conciertos que no estoy dispuesto a perder ni por asomo; como el de Miles Davis, con su chupa roja y sus gafas negras, arrancando gritos y susurros con su trompeta de acero inoxidable. O la versión doliente de Yesterday, o la de Georgia on my mind que le salió a Ray Charles del alma, así como el fin de fiesta que nos regaló aquella noche, con un ritmo endiablado en el que todos nos sentimos negros, muy negros.¡Aleluya, hermanos! O el concierto de Oscar Peterson -¡aquel piano!-, el más elegante, sereno y luminoso concierto que recuerdo. O aquella big band -la Count Basie Orquestra- en la que todos los músicos eran, además de negros, de avanzada edad, vestían de gala y llevaban gafas de concha, lo cual les confería un aspecto respetabilísimo, tal que de magistrados de la Corte Suprema del Jazz y del Swing. Y también recuerdo las noches de mayo en que, tras mucho esperar, finalmente salía al escenario... Camarón. Nunca he visto tanta locura. Ni tanta joya, ni tanta belleza de cobre entre la gitanería guapa -beautiful gipsy- llegada de Algeciras y de medio mundo. Veintitantos años después, o más, todo es muy distinto en el Palacio. Vas a un partido de basket y parece que asistieras a una convención de algo: por todas partes jóvenes y amables azafatas te indican cómo has de acceder, cuál es tu fila y tu butaca, dónde están los lavabos, a quién recurrir si necesitas cualquier cosa. Y luego está la música, el speaker, la media de edad del público (que ha descendido como diez años), y también, claro, esos flash dance, esos microrrelatos de la coreografía que dan vida a los tiempos muertos con esas animadoras, las cheerleaders, que toman la cancha durante 60 segundos. "¡Cómo hemos cambiado!", cantaba Sole Jiménez. Y es verdad, por suerte. Me gustan casi todos los cambios. Y a medida que me voy hacienado mayor, más aún. Ayer, en el Palacio, Rudy, con el 5 a la espalda, se estrenó en el Madrid marcando un triple de la casa y un alehop estrepitoso en tándem con Sergio Llull. Mi hijo Ignacio, que es muy fan de Llull, me miró con fuego en los ojos, como si él mismo le hubiera dado el pase a Rudy. Yo asentí con el gesto. En algún momento le pregunté: "¿qué, cómo lo ves, Ignacio?" La respuesta fue categórica: "Jo, papá, mola que te cagas." Claro que eso es fácil decirlo cuando se va ganando de 20 puntos y la conexión Rudy-Llull no sólo fuciona sino que promete las mañanas más alegres desde los tiempos de COU. Veremos.

viernes, 7 de octubre de 2011

como la plata

Algunos recordamos un anuncio que se mantuvo en televisión durante no sé cuántos años, muchos; uno de esos clásicos incombustibles por los que no pasaba el tiempo. En ese sencillo y barato spot (hecho en animación) veíamos al sargento pasando revista a una tropa de soldados en un estado lamentable. La locución iba diciendo: "¿Dolor? ¿Malestar?¿Congestión? ¿Enfriamiento?" Acto seguido, en lugar de mandar "¡firmes!", el sargento ordenaba: "¡¡¡Oooooookal!!!" Y aquella tropilla de penoso aspecto se convertía al instante en unidad de élite en perfecto estado de revista. Okal -alternativo entonces a la aspirina de Bayer- obraba el milagro. Tantos años después, cuando el día viene... raro, suelo acordarme de los soldaditos de Okal. La palabra que más se acerca o mejor nombra lo que le sucede a uno en esos días no es dolor ni enfriamiento ni congestión; la palabra es 'malestar'. Y así como 'bienestar' (tengo algo a medio escribir por ahí) es "más que un mero estar bien", el 'malestar' no coincide del todo con un simple y seco estar o hallarse uno mal. El malestar -el mío al menos- es un cóctel desapacible de molestias y desagrados. Se trata de un asunto más anímico que fisico, más emocional que racional. Aunque no creo mucho en estas divisiones, si aceptáramos que cuerpo y alma no son la misma cosa, yo diría que ese malestar pertenece más al alma que al cuerpo, pese a que luego acabe por acusarlo más el cuerpo que el alma. La cosa no es grave, ni alarmante, ni tampoco insufrible. Para nada lo es. Pero en días así yo echo de menos un eficaz Okal que restablezca el buen sentido y el lado amable de las cosas. Debo confesar que no siempre lo encuentro. Hoy sí. Y además donde menos me lo esperaba: en un  poeta para mí desconocido pero al que voy a leer muy pronto: "Lo único que quiero decir reluce fuera de alcance, como la plata en la casa de empeños." Tomas Tranströmer, Premio Nobel de Literatura 2011. Buen finde.

jueves, 6 de octubre de 2011

una divagación

Recuerdo haber leído que si en cualquier gran ciudad se convoca una manifestación en apoyo al tirano más odioso o al mayor de los criminales, tiene cien mil asistentes asegurados. Sin llegar a esos extremos, es un hecho que ciertos tipos de lo más antipáticos, desagradables, avinagrados, rencorosos ... gozan de un prestigio entre sus seguidores que cuesta entender. Cuesta entender incluso que gente así tenga seguidores. Esos personajes, aunque se muevan en diferentes campos, tienen elementos comunes. Por ejemplo, todos trazan un raya que divide el mundo: o estás conmigo o estás contra mí. Y lo triste es que acaban consiguiéndolo. Son individuos que sólo entienden la vida, la política, las relaciones humanas, como una guerra sin tregua, y necesitan la bronca permanente para sentirse cómodos o con el grado de excitación que su naturaleza les exige. Si desarrollasen su actividad en el ámbito de lo privado -diseñadores, brokers, notarios, novelistas- quizá muchos de ellos serían eficientes profesionales, y todos saldríamos ganando. Pero si se dedican, como suele suceder, a la política, a la comunicación, u ocupan cargos que los mantiene permanentemente expuestos a los focos, entonces mal vamos. Los tipos que viven encabronados necesitan extender y generalizar el encabronamiento. Y hay que entenderlo: es su hábitat natural. Lo grave no es eso, lo grave es que algunos tienen éxito. Y votos. Y poder. Y micrófonos. Y columnas en los periódicos. Incluso alguno hay que tiene como abducido a todo un club de fútbol. Lo que no se permitiría a nadie hacer o decir o insinuar... a esta gente no sólo se le permite sino que se le aplaude y se celebra por muchos como auténticas proezas. Para mí es un misterio. Pudiendo 'premiar' la amabilidad, las buenas maneras, el ceda el paso, la generosidad, el fair play, la elegancia de espíritu como valor moral..., pudiendo favorecer ese tipo de cosas, ¿por qué esa especie de fascinación o de pleitesía ante lo desagradable, tóxico, maleducado, contaminante? Sin embargo, la mayoría -mayoría absoluta- parece que se resigna, nos resignamos, como si se tratara de algo natural e irremediable. ¿O acaso es que nos hacen cierta 'gracia' esos tipos sin los cuales el día a día sería, como mínimo, menos estridente, más despejado y habitable? Tengo que decirlo: a mí no me hacen ninguna gracia. Ninguna. Y no veo ni escucho sus programas, ni leo lo que firman, ni voy nunca a sus mítines, ni entro en sus blogs, ni permito que me quiten el sueño. ¡La vida es bella! O puede serlo. Entonces, ¿por qué perder el tiempo y el buen humor pudiendo disfrutar de goles como el de Baptista (¡de chilena y por la escuadra!), anuncios como el de Intimissimi, tardes de otoño maravillosas, programas como el de anoche en la 2 dedicado a 'la movida'? Seríamos tontos si lo hiciéramos. Y no lo somos. Al menos, no del todo.

miércoles, 5 de octubre de 2011

arrebato

No había vuelto a ver Arrebato desde que se estrenó en 1980, en el desaparecido cine Azul de la Gran Vía madrileña. Anoche la pasaron en la 2. Empecé a verla con una mezcla de curiosidad, escepticismo y temor a que en cualquier momento se me viniera abajo. A los veinte minutos o media hora tuve claro que la iba a ver entera. Arrebato, de Iván Zulueta (siempre se dice así en este caso, como si el nombre del autor formara parte inseparable del título) se convirtió en seguida -lo sabe todo el mundo- en eso que suele llamarse 'una película de culto.' Con ella se agotaron los adjetivos, y también los tópicos: cinta maldita, narcótica, obsesiva, hipnótica, metafórica, desasosegante, autodestructiva, transgresora de todos los convencionalismos, etc, etc. Es decir, tenía todos los elementos a su favor para resultarnos hoy sencillamente insoportable. Pues bien, pese a mis temores, conecté con ella, me re-enganchó, y me dejé llevar por el arrebato... hasta el final. Lo que queda claro, treinta años después, es que esta película tiene una poética muy intensa, muy reconocible, incluso diría que muy romántica. Y hablando de poéticas, en algún momento la fuerza de las imágenes (los dibujos, el cómic a toda pantalla) me recordó, o me sugirió al menos, la atmósfera y el tono de algunos poemas de Leopoldo María Panero, quizá de Así se fundó Carnaby Street o cosa por el estilo. Pero la materia de que está hecha Arrebato es la pasión. O así lo creo. Desde el primer plano hasta la última secuencia, lo que alienta y mantiene la película viva, muy viva, es la pura pasión, la furia casi, incluso por momentos la rabia. Toda esa energía, ese derroche que a menudo queda en nada, en este caso se transformó milagrosamente en película, en hora y tres cuartos de verdadero cine. Se trata de esa energía que crea y destruye a un tiempo, que necesita destruir para crear, y viceversa. Visto desde aquí, es fácil decirlo: Iván Zulueta (que no creo que fuera ningún genio, aunque tenía sus momentos geniales, sus arrebatos) se 'suicidó' para el cine haciendo esta película, pero la película que lo mató de por vida, sigue gozando de muy buena mala salud. Polvo será, mas polvo envenenado. Amén.

martes, 4 de octubre de 2011

intimissimi

Todas las noches veo a la misma hora el spot de Intimissimi, la marca de lencería italiana (ver catálogo online) anunciando el nuevo modelo de sujetador Super Push Up, siempre "cerca del corazón de las mujeres"; o dicho en versión original: "vicino al cuore delle donne." Intimissimi ya es un clásico del erotismo en la publicidad. Sus responsables de marketing (Grupo Calzedonia) han optado por esa línea de comunicación. No será este copy en crisis quien les discuta la estrategia. La modelo que aparece en el anuncio es la rusa Irina Shayk, un bellezón supersexy de 25 años que se mueve con la sinuosidad de una boa y la pereza lenta de un despertar sintiendo la tibia luz en los párpados. Algo así. Es difícil escribir sobre ello sin caer en un cierto machismo. O en un machismo cierto, del que luego avergonzarse uno y bajar la mirada, como pidiendo disculpas. Pero Irina solo es la modelo o actriz que presta al personaje del spot su rostro y figura, sus gestos, sus miradas, sus maneras curvilíneas de moverse... Eso sí, encarna a las mil maravillas el papel asignado, no hay duda. Algo tiene esa chica y su manera de moverse que provoca el silencio en la audiencia. Mis hijos (de 17 y 9 años) guardan silencio durante los 30" que Irina está delante, mirándonos, poniéndose y quitándose cosas, quedándose con nosotros. Mi mujer, con su mirada de mujer, también la admira y calla durante medio minuto. Yo, que soy el más escéptico y distante, la observo y tomo nota de sus gestos, del número de planos (18+1), de sus movimientos y ondulaciones felinas. Fascinante, sin duda. Pero le falta algo (ya sé, ya sé: el que no se consuela es porque no quiere). Le falta la densidad de expresión y de mirada que dan los años. Le falta eso tan atractivo, tan sumamente sexy, que sólo se obtiene (y no siempre ni todo el mundo) a partir de los 40. Irina Shayk ganará con el tiempo, supongo. Sus curvas se harán más pronunciadas; su sonrisa (que no aparece en el spot) será dentro de 20 años pura belleza vivida; su expresión tendrá esa cosa que dejan el placer y la calma... después del placer; su mirada mostrará al fondo sonrisas muy dulces, y ninguna prisa por ganar o conseguir aquello que no haya conseguido ya. Lo digo abiertamente: no sé si lo mejor de la vida, pero sí lo más hermoso y más dulce y placentero en una mujer (y por tanto en un hombre) llega de los 40 en adelante. De haberlo sabido entonces, cuando yo tenía 20 o 25 años, hubiera hecho lo posible y hasta lo imposible por caer "en brazos de la mujer madura." Tengo que releer ese libro. Me gustó tanto en su día...

lunes, 3 de octubre de 2011

conveniencia del eufemismo

Hay noticias que parecen destinadas a excitar a individuos como yo. A saber: acaba de celebrarse en San Millán de la Cogolla (La Rioja) un curso sobre el eufemismo, nada menos. Naturalmente, no es esa su denominación oficial, sino la eufemística Seminario Internacional de Lengua y Periodismo: "el periodismo y el lenguaje políticamente correcto." Admito que es un tema que me apasiona. El DRAE define el término 'eufemismo' como "manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante." No se puede decir con más elegancia torera. Hay que reconocer que aquí el lexicógrafo se gustó. Pero a lo que voy. A pesar de la mala prensa que tiene el uso de eufemismos, a mí me parece algo no sólo saludable sino muy conveniente, casi imprescindible, para el buen convivir. En España ha gozado siempre de gran aceptación popular una forma muy nuestra de ser maleducado: la de ufanarse uno de llamar siempre 'al pan pan y al vino vino', qué hostias. O sea, la brutalidad verbal (o brutalidad sin más), la ausencia no ya de diplomacia o cortesía sino de mera compasión. Y hay muchos que todavía creen (eso sí, lo creen muy firmemente) que ser un maleducado de tomo y lomo es una virtud, un signo de autenticidad, una forma de patriotismo pata negra. Ante ellos es difícil argumentar en sentido contrario, pues tus razonamientos los toman normalmente por mariconadas y floristerías de gente blanda, mansa, sin huevos. O por algo peor. Dada nuestra tendencia a la expresión descarnada, a la crudeza innecesaria, no sería mala idea que se impartieran en televisión cursos orientados a prestigiar y extender el uso del eufemismo. Y digo más: en la asignatura Educación para la Ciudadanía, tan necesaria, bueno sería incluir en el temario algo así como un 'elogio y buen uso del eufemismo.' Y no se trata de ocultar nada, ni manipular noticias o enturbiar ideas. Todo lo contrario. Dado el déficit de urbanidad y la inflación de griterío que padecemos, se trataría de mejorar la convivencia cotidiana mediante lo que Álex Grijelmo ha denominado en ese seminario de La Rioja como "la amabilidad de las palabras." Qué afortunada expresión.