jueves, 31 de marzo de 2011

cinema forever

(Viene de ayer)
Es tan breve la vida que apenas tenemos tiempo para dar y recibir un millón de besos. Esa es una de las razones por las que amamos el cine: porque nos permite vivir otras vidas, besar con otros labios, abrazar otros cuerpos, decir las frases que de otro modo nunca sabríamos cómo decir. Y es verdad que a menudo "falta guión" en nuestras vidas, falta banda sonora original, adecuadas localizaciones, dirección de arte, atrezzo, iluminación, vestuario, decorados... Pero entramos en una sala, en una buen película, y todas esas carencias de producción quedan superadas por arte de magia. ¿Qué tal, para empezar, ponernos ciegos de guinness en una genuina taberna irlandesa, para acabar alegremente a puñetazos con los muchachos de Inisfree, en El hombre tranquilo, de John Ford, sabiendo que están de nuestra parte los puños de John Wayne, y la posibilidad, aunque remota, de fundar una familia numerosa con nada menos que Maureen O'Hara? O bien, entrar en Los sobornados, de Fritz Lang, y, tras la bestial escena del café hirviendo arrojado al rostro de Gloria Grahame por el hijoputa de Lee Marvin, ponerte de parte de ella (acogerla, curarla, protegerla) y urdir entre los dos una venganza del copón de la baraja del cine negro. Claro que también podría uno darle el día libre a Javier Cámara y ocupar su lugar en la clínica de Hable con ella. ¿Quién mejor para hacerse cargo del cambio de ropa de cama, camisón, aseo y masaje de la durmiente Leonor Watling? Y si entretanto se queda embarazada, pues mala suerte; se lo atribuiremos a Javier Cámara, o más propiamente a Jorge Drexler, en una noche loca, al otro lado del río. Pero, para final de película y de post, me quedo con el paseo de madrugada de Mejor... imposible, cuando Jack Nicholson y Helen Hunt caminan apaciblemente por una acera de Manhattan y ven, cercanas, las luces de una panadería madrugadora en la que los croisants recién hechos son al parecer maravillosos, tiernos, de cine. Ya sabemos que no, pero, ¿os imagináis por un momento que después de la vida hubiese películas... de aquí a la eternidad? (Continuará)

miércoles, 30 de marzo de 2011

púrpura rosa

Es inolvidable la escena en que Jeff Daniels se queda mirando a una espectadora -Mia Farrow- en La rosa púrpura de El Cairo y sale materialmente de la película para reunirse con ella en el patio de butacas. El momento en que el protagonista cruza la pantalla y accede a la vida... es de los que se quedan para siempre en la memoria cinéfila, y en la emocional también. Esa inocente y soñadora mujer, con la que la realidad y su marido no se portan nada bien, de pronto se ve indultada de la mediocridad por un hecho prodigioso. Pura justicia poética. O sea, la vida como debería ser. Pero ¿qué tal si invertimos el orden de la rosa púrpura y "entramos" en los momentos más deseados de nuestras películas preferidas? O de las más odiadas, o temidas, o que más nos han hecho sufrir (aunque ya sabemos que sufrir o pasar miedo en el cine es otra forma de disfrutar). Se me ocurre que, así, para empezar por todo lo alto, yo entraría en una escena (bueno, en varias) de Historias de Filadelfia; más que nada por añadir enredo al enredo, y gastarle alguna broma a Cary Grant, y conocer de cerca, oh cielos, la belleza inteligente de la genial Hepburn. También me colaría en una secuencia muy concreta de Grupo salvaje, de Sam Peckinpah, aquella en que William Holden, Warren Oates, Ernest Borgnine y los demás salen del poblado mexicano al amanecer, uno tras otro, con sus caballos, y todos los indiecitos les hacen pasillo y les cantan a su paso una hermosísima canción de despedida... Lo confieso: no puedo ver esa escena sin que se me humedezcan los ojos, qué le vamos a hacer. En fin, para compensar (y aun a riesgo de salir seriamente trasquilado), me metería en alguna escena disparatada y vitriólica con Chico, Harpo y Groucho Marx, en compañía de la imprescindible Margaret Dumont. Si hay que morir, que sea de risa. O a lo grande, como en Grupo salvaje. O de amor, como en... (Continuará)

martes, 29 de marzo de 2011

curvas, lujo, serpiente...

Yo no soy rico pero sí lujoso. Es verdad que tengo un sentido innato para no ganar mucho dinero ni hacer negocios u operaciones de alta rentabilidad; a cambio estoy muy bien dotado (y no es por presumir) para casi todo aquello que aporta benficios al bienestar pero no produce ingresos en cuenta corriente o en fondo de inversiones. Si yo fuera rico por mi casa, inmensamente rico (aparte de meter mucha pasta en una agencia de publicidad sui géneris, cosa que ya expliqué aquí hace algún tiempo), sería un virguero del derroche: pondría todo mi empeño y capacidad en arruinarme sin prisa pero sin pausa con insuperable estilo. Arte, mecenazgo, viajes, regalos, caprichos, extravagancias, oenegés, instantes, conocimiento, belleza... Hace algunos días, una buena amiga me recordó la idea de Jorge Edwards acerca de la necesidad o no de la poesía. Edwards dice que los que no atienden a lo superfluo nunca tienen lo necesario. No está nada mal. De algún modo, eso viene a coincidir con la respuesta dada por Borges a un audaz reportero. Ante la pregunta "¿para qué sirve la poesía?", Borges, con aquel gesto tan suyo, miró al cielo como buscando un ángel y respondió con suavidad maleva: "¿y para qué sirve el aroma del café?" Aunque en estos casos yo siempre recurro al viejo Cocteau: "Sé que la poesía es imprescindible, pero no sé para qué." Tras ver por vez primera (tocar, viajar, sentir, circunvalar) las "esculturas" de Richard Serra, en Bilbao, tengo aún muy viva la percepción de la curva perpetua, incesante, fluyente. Esas elipsis son como la curva de un párpado, de una córnea, de un empeine... multiplicadas por mil. Quizá La serpiente de Serra sea la curva soñada por un loco enamorado de unas caderas de mujer... o por un ingeniero de Ferrari. Y bien mirado, eso es lujo. De acuerdo, todo lo superfluo que se quiera, pero tan necesario como la puesta de sol o como algunos endecasílabos de Garcilaso, como los secretos, como el vaivén de las olas y del deseo, o como las señales de tráfico: peligro, doble curva. Es decir, lujo: todo cuanto excede. Y lo único a lo que no estoy dispuesto a renunciar. Por cierto, qué buen día hace hoy.

lunes, 28 de marzo de 2011

palabras para un viaje

Entrar en territorio alavés por la A1 -Ongi etorri, Bienvenido a Euskadi- y empezar yo a cantar con voz muy del Norte, fue todo uno. La reacción de incredulidad, de pasmo a bordo, devino muy pronto en rechazo y reproche por parte de mis hijos, de 9 y 17 años. "Déjalo, papá, anda, porfa." Sin embargo yo insistía, entusiasta: ¡Aúpa el Erandio, que es de Erandio, / aúpa el Kaiku que es de Sestao! / los hornos de Baracaldo... "¡Jo, papá, de verdad, es un coñazo; pon música o algo, pero déjalo ya!" Y yo, recrecido: Puente de Portuuuuugalete, eres el más e-legante, / Puente de Portu-galete, el mejor puenté colganteee." Críticas acervas, crueles sarcasmos... Pero cuando, inasequible al desaliento, empecé a proclamar: Sárdinas las de Sa-aaanturce, / mérluzas las de Be-eeeermeo.... fue el momento en que Ignacio, el pequeño, en un arranque de sinceridad, se lamentó: "yo creía que este viaje era para pasarlo bien." Es el golpe más duro que ha recibido mi vanidad en mucho tiempo. Aunque las frases memorables habían empezado ya un rato antes, en la provincia de Burgos. Sobre el fondo negro de un toro de Osborne alguien había escrito en amarillo: "Lo siento, Silvia. Te amo." Ello dio lugar a interesantes especulaciones acerca de los motivos del graffiti y los pecados del arrepentido. Mi mujer no se los perdonó. Ni a la ida ni a la vuelta. Más frases. En el anuncio de una tienda bilbaína de toda la vida, "especialistas en vestir al novio", leo este titular: "Si vas a dar el paso definitivo, es mejor darlo con elegancia." Hay algo en ello... como de un fatalismo esteticista, ¿no? Pero luego, para arreglarlo, añade: "Ojalá que el matrimonio te siente tan bien como tu traje." Qué cinismo tan fino, a lo Dorian Gray. Quién habrá sido el copy. Enhorabuena, compañero, eres un crack. 24 horas después, tras enlaberintarnos y asombrarnos en las torsiones elípticas de La materia del tiempo, de Richard Serra, leo esta frase suya allí mismo: "..no es el tiempo real, el del reloj (...) es el tiempo de la percepción (...) no un tiempo narrativo sino discontinuo, fragmentario, descentrado y desorientador." Está muy claro: tenemos que volver. Entretanto, prometo renovar el cancionero.

viernes, 25 de marzo de 2011

el ruido de las cosas

La vida cambia de un día para otro, como las dunas cambian la fisonomía del desierto de la noche a la mañana, o eso dicen. Ayer estaba el jueves como para meterse en la cama con las hermanas Brontë. Entiéndaseme bien: con Jane Eire o Cumbres borrascosas. Sin embargo, hoy ya es otro día. Nubosidad variable, sí, pero con ligero ascenso en la temperatura y, sobre todo, una clara mejoría en la calidad de la luz. De acuerdo que hoy no es lo que entendemos por primavera en Madrid, pero hay mañanas londinenses que en buena medida se parecen a ésta que hemos tenido aquí. Y entre unas cosas y otras llevo tres días dándole vueltas (y muriéndome de envidia) al título de un libro del que sólo sé que no sé nada, salvo que ha sido la obra ganadora del premio Alfaguara de novela: El ruido de las cosas al caer. Casi que no haría falta argumento, ni trama, ni trescientas páginas detrás. Con un título así, está todo dicho; sólo falta poner por escrito lo que lleva dentro. He aquí un caso claro y raro en que un verso da título a un (implícito) libro de poemas que, a su vez, se introduce en una historia o ficción que, finalmente, nombra, evoca y contiene una novela. Conste que todo esto son meras suposiciones. Me acuerdo de otro verso, un hermoso alejandrino que dio título a una dudosa novela, la cual me gustó entonces, sí, pero que, por si acaso, no voy a releer ahora: Si hubiéramos sabido que el amor era eso. Y bien, de haber sabido entonces que eso era el amor, ¿qué habríamos descubierto? Pues está muy claro: la música del tiempo. Es decir: el ruido que hacen las cosas al caer.

jueves, 24 de marzo de 2011

sofá y literatura

Hoy está el día como de ceniza mojada. Y como para expulsarlo de la primavera. Hoy es uno de esos días que invitan a elegir bien un libro de mucho amor y mucho llorar y una mantita de vicuña. ¿Temas relacionados?  Las Suites para violoncello solo de Bach; el teléfono móvil disponible, pero en actitud silente (apenas vibrátil); los calcetines gruesos de lana; el consomé caliente con un chorrito de jerez; algún número de la revista FMR en la mesa baja, al alcance de la mano; unas pastitas de té procedentes de la confitería más cursi del condado de Oxfordshire; la banda sonora de Tous les matins du monde; un demorado licor de café, a ser posible Sheridans; un alto en la lectura para mirar por el ventanal y comprobar que (hoy sí) como en casa en ningún sitio; una bandejita con algo de chocolate negro (85%) de Cacao Sampaka; dejar que acudan a la memoria imágenes de Liz Taylor en Marco Antonio y Cleopatra, La gata sobre el tejado de zinc, De repente el último verano...; recibir una propuesta; cerrar el libro; vestirse de calle; cambiar de planes.

miércoles, 23 de marzo de 2011

echado a perder

La verdad es que se pasaría uno la vida buscando paraísos perdidos. Y encontrándolos. En los libros, en el cine, en la memoria, en los sentidos, en la imaginación, en el deseo, en las más locas e inconfesables fantasías. Esas breves incursiones en los paraísos (no pueden ser de otro modo) nos dan la medida de lo que nos falta, de lo que no somos y pudimos ser. Pero una vez que aspiramos su brisa ya no deseamos otra cosa que no sea beber sus vientos; tras probar el fruto de ese árbol, apenas nada, un instante, un parpadeo, ya sólo queremos el paraíso a todas horas. "¿Qué hemos perdido que tanto nos duele?", se pregunta Jesús Ferrero en Las experiencias del deseo. Pues lo que nos duele tanto es haber perdido los planos del paraíso. Y ser conscientes de ello. A veces, por puro azar, o por instinto remoto, ingresamos fugazmente en él, en algún  recodo de sus laberintos. Y es entonces cuando reconocemos la minúscula condición de ángel que aún nos habita. Yo no creo que el paraíso sea la felicidad sin más; es otra cosa: la plenitud, el vuelo en plenitud. Pero no hay fiesta que cien años dure ni cuerpo que lo resista. Y entretanto, aquí andamos, trampeando, buscando un poco por allí, picoteando un poco por allá, metiendo la nariz (o lo que sea) donde no deberíamos meterla... Y todo para paliar en lo posible el ardoroso anhelo de imposible, esa absoluta ebriedad de los sentidos, ese vértigo apenas probado del vuelo a la velocidad del éxtasis...
Es inútil, lo confieso. He tratado de reconstruir aquí mal que bien lo escrito y perdido en este mismo espacio, hoy, a la hora de costumbre. Lo tenía prácticamente concluido, y en todo momento me había acompañado, oh milagro, el ángel inspirador; de tal modo que el post era ágil, ligero, aéreo, musical, hermoso... Casi que no era yo quien lo había escrito. Y en una décima de segundo todo se fue al diablo. Es penoso admitirlo pero este post es en realidad más mío que el otro, el desaparecido. Éste no vuela, pesa, le cuesta, se esfuerza... y se le nota el esfuerzo. Me devuelve a mi vulgar condición de hombre. Acaso a mi condición de hombre vulgar. Paciencia. Aunque no me resigno.

martes, 22 de marzo de 2011

la hora de oro

Se suele decir que en tiempos de crisis el oro es un "valor refugio". También goza de un gran prestigio (sobre todo entre algunos) la elegante y desvergonzada expresión "paraísos fiscales". Sin embargo yo siempre me he sentido más atraído por expresiones como "ciudad abierta", "puerto franco", "aguas internacionales", "valija diplomática", "país de acogida", "salvoconducto..." Todo eso me viene del cine y de la literatura, claro está, y cualquier psicólogo medianamente argentino me diría que la fascinación por esos términos denota una tendencia psicótica a la huida; un anhelo de ir más allá de los límites de lo convencional; una sublimación de los territorios imposibles, fuera de toda jurisdicción, ajenos al castigo, el dolor, el paso del tiempo... En otras palabras: "¿sabés lo que vos buscás, loco? El paraíso perdido." Y quizá no estaría yo del todo en desacuerdo con el diagnóstico. Pero a continuación empezaríamos a hablar de Borges. Y de libros,  frases, versos, cuentos, tigres, bibliotecas... Volviendo a la cuestión, ¿hay algo acaso más sugestivo y tentador que los paraísos perdidos? Esos territorios (ámbitos) pueden tener lugar entre dos parpadeos, o en 15 minutos, o en 48 horas ininterumpidas. Hay quien aspira a estar en ellos cada dos por tres, o cada noche loca, o en lo que tardan dos cuerpos en producir una descarga eléctríca y dejar la mente en blanco, en negro, en fuego anaranjado. Aunque también es cierto que los paraísos no se someten fácilmente a fórmulas, a normas, a métodos de recuperación; no basta un GPS para llegar a ellos y recobrarlos. Casi me atrevería a decir que somos nosotros los que debemos estar listos para que sean los propios paraísos quienes se nos acerquen como las sirenas se acercaban a los barcos a la hora de la siesta y de las ensoñaciones más azules... La dulce, sensual y navegable hora de oro. (Quizá mañana más)

lunes, 21 de marzo de 2011

el mar de Castilla

En un día como hoy, que más que lunes de marzo parece jueves de Corpus Christi (pero qué beato soy, se me nota a la legua, ya lo sé), me apetecía escribir aquí sobre la llegada de la primavera y el modo en que se manifiesta en el flujo sanguíneo, en el brillo de la mirada, en los rejuvenecidos andares..., todo eso a que aludía el poema de Machado al viejo olmo. Pues no puede ser, y mira que es lástima. Pero si no lo digo aquí y ahora... voy a dormir peor de lo que ya duermo. Y como bien sabéis, con la salud no se juega. Y con las cosas de comer tampoco. Ni menos aún con las de respirar... A lo que voy. Resulta que quien puede hacerlo quiere poner una planta de residuos industriales (parte de los cuales ha de ser necesariamente incinerada, con todo lo que ello implica) en un pueblo de Tierra de Campos llamado Ampudia, entre Palencia y Valladolid. Es decir, en una zona cerealística, donde no hay ni una sola industria en miles de hectáreas a la redonda, quieren imponer una planta de almacenamiento e incineración de los peores residuos industriales. Y lo más triste es que hay quienes, por un plato de lentejas (contaminadas, claro) están dispuestos a agachar la cabeza y decir "lo que usted diga", "a mandar". Aunque, como sabéis, yo no soy ni por asomo apocalíptico, ni menos aún fundamentalista, ni puritano de nada, ni incondicional de nadie. Mi vocación hedonista me lo impide. Sin embargo, no puedo ocultar que estoy muy enfadado por este feo asunto. Al parecer hay una gran e interesada desinformación al respecto. Por eso me permito decir aquí (sin que sirva de precedente, espero) que si escribís en Google "No a la incineradora de Ampudia" os podréis informar sobre el tema y, quien lo desee, poner su firma en contra. Había en mi pueblo un dicho muy extendido: "¡A joder... a Ampudia!" Creo que éste podría ser un buen eslogan cabreado para plantarle cara a una ocurrencia tan desafortunada. Pero no quiero acabar así el post de un día tan luminoso. Os diré una cosa: id a Ampudia en cualquier época del año; tiene un espléndido castillo, una hermosa rúa porticada, buena gastronomía, una excelente Posada Real: la Casa del Abad; y a ser posible id en primavera y preguntad por el mirador. Desde allí arriba veréis en abril o mayo un espectáculo incomparable: ¡el mar de Castilla! ¡Miles de hectáreas de cebada y de trigo en un verde oleaje que nunca olvidaréis! Id a verlo, y a respirarlo. Es maravilloso. Os lo aseguro.

viernes, 18 de marzo de 2011

viernes de gloria

Hay días de lluvia, días de paz, de expectativas, de rendición sin condiciones... Hoy es a todas luces viernes de gloria. Desde primera hora de la mañana el día salió alegre y luminoso como para echarse a la calle y estrenar un noviazgo. Una de esas mañanas de primavera anticipada en que diríase que todo conspira para que parezca que el mundo está bien hecho. Pues bien, no lo está. Japón, Libia, el paro, tantas cosas... Ayer mismo decía El Roto en su viñeta imprescindible: "¡Pretenden que dejemos la situación en manos de los expertos que nos llevaron a ella!" Y a pesar de todo hoy es uno de esos días en que da gusto ver una exposición magnífica, pasear al mediodía por Madrid, charlar, elegir sin prisa un restaurante, contar y escuchar cosas... Escuchar, por ejemplo, que la madre de una amiga muy querida viajó desde París, huyendo de los nazis, hasta llegar al Madrid sombrío de 1940... ¡¡¡en bicicleta!!! Y lo mejor de todo es que me entero ¡ahora!, después de treinta años de amistad, después de tantos buenos ratos y paseos, viajes, risas, comidas, cenas, copas, complicidades, pequeñas discrepancias... A veces la vida espera a que llegue un día como hoy para revelarnos un suceso tan extraordinario como el que me ha sido revelado hoy, en un bonito restaurante que hace chaflán, no lejos del Ateneo. Para llegar a esa confidencia ha sido preciso que las hojas de los magnolios del Paseo del Prado parecieran no ya brillantes sino barnizadas; que los bodegones de Chardin nos hubieran anticipado a Cezanne y a Morandi; que las terrazas de Santa Ana tuvieran la temperatura idónea, el sonido ambiente, la luminosidad adecuada para mirarnos sin prisa, sonreír, bromear, quedar no muy tarde y no muy lejos en un próximo encuentro, quizá allí enfrente, en el Teatro Español, para subirnos a un tranvía llamado deseo... Días como hoy se dan pocos; amigas así, no digo que no se den o no se tengan, pero, en el mejor de los casos... una cada treinta años.

jueves, 17 de marzo de 2011

breverías

El vídeoclip, el eslogan, el aforismo, la greguería, el microrrelato, el sms, la short list, el up & down, el ligue exprés, la tapa, el mail... Todo tiende a las pequeñas o muy pequeñas dosis, al concentrado, al comprimido, a lo breve pero intenso, a lo poquito y a menudo, al toma y daca, al ping-pong. Hace tiempo que menos es más. Que lo micro es mega. Lo mini, macro. No hay un minuto que perder. Por eso en las encuestas callejeras ya nadie dice aquello de "¿tiene unos minutos para responder a unas breves preguntas, por favor?" Ahora la superdinámica joven se pone a tu altura y sin dejar de caminar te suelta: "¡medio minutito, porfa! ¿Quieres ganarte un i Phone con 3 meses de llamadas gratis?" Y es que todo un minuto ya no se lo concedemos a nadie así como así. Un minuto de nuestro tiempo vale su peso en oro. O eso queremos creer (o hacer creer). Y lo curioso es que a veces es verad. Un minuto bien aprovechado puede ser un puro milagro sostenido. En un minuto puedes cerrar los ojos y notar que el tibio sol de un jueves de marzo al mediodía se posa en tus párpados y te lleva lejos. O abrirlos y descubrir "los matices del azul" en un lienzo de Monet o en una marina de Rafols Casamada. Puedes respirar por la boca y sentir el placer de la fatiga tras el intenso placer. Puedes recrearte en un pecio de Ferlosio y celebrarlo con un sorbo de buen crianza. Te da tiempo a ponerle una vela a Dios y otra al Diablo. A robar en silencio una sonrisa, una mirada, un gesto... como quien roba un vermeer, un turner, un secreto de Estado. Puedes revisitar de memoria un poema de fray Luis, o de fray Jorge Luis,  incluso guardar un minuto de silencio para evocar aquello que más te apetezca recordar, aunque sabemos por experiencia que los mejores y más gozosos recuerdos son aquellos que no han sucedido... todavía. Sí, es verdad, tenemos la necesidad de ganarle tiempo al tiempo (clips, claims, micros, mails, etc) para luego poder perderlo muy gustosamente.

miércoles, 16 de marzo de 2011

zona de sombra

En el post del pasado martes acabé hablando de esos mails, ya sean enviados o recibidos, que condenamos a la no existencia: "eliminados". En ello hay una seria determinación de hacer desaparecer un documento, un testimonio, algo, lo que sea. No se trata de la (revisable) papelera de reciclaje. No, qué coño. Es más bien la vieja carta hecha pedacitos que luego arrojamos al fuego y nos cercioramos de que no queda ni rastro de ella, de su comprometedor contenido. Al pinchar en "eliminar" sentimos una sensación de alivio, de ligereza tras habernos quitado un peso de encima. Aquello que constituía una acusación en toda regla, la prueba, el cuerpo del delito, pues resulta que ya no existe, no es, no-ha-sido-nunca. Caso resuelto. Crimen perfecto. Pero... hmmmm. Demasiado fácil, pensaría el detective. Para mí, que soy casi analfabeto en la materia, la pregunta del millón es: ¿los correos "eliminados" van a parar a algún sitio, a algún fondeadero remoto, donde puedan ser reconstruidos y revisados? El juez, la policía, los servicios de inteligencia..., yo qué sé, podrían tener acceso a esas acusadoras pruebas supuestamente eliminadas? Dobles contabilidades, secretas cajas negras, crímenes sin resolver, pecados inconfesables... Y si todo eso (la parte sumergida del iceberg) saliese de pronto a la luz, ¿seríamos realmente mejores y más felices? Yo intuyo a ciegas que no. Me temo que la plena transparencia, tan prestigiada, y la justicia plena nos harían a todos más desgraciados. Si no existe una pequeña zona de sombra, si no hay la menor posibilidad de acogerse a sagrado o a excepcionales paraísos de conciencia donde ciertos delitos no sean examinables ni estén sujetos a acuerdo ninguno de extradición, si eso no fuese así, ¡ay de nosotros! Y ay de mí, pecador de las praderas, y de los ríos, y de los montes, y de las ciudades, y de los sueños... Claro que, como decía Cernuda: "¿quién gobierna en el reino de los sueños?"

martes, 15 de marzo de 2011

sin pareja

Ahora resulta que el misterio de los calcetines sin pareja, que siempre nos ha tenido locos en esta casa, es al parecer un fenómeno universal. Creo haber leído que el caos es un orden del que desconocemos sus reglas. Bien, pues eso mismo podría aplicarse a los calcetines que se quedan viudos para siempre. Dado que no soy supersticioso, ni irracionalista, ni vivo instalado en creencias mágicas (y es una lástima), tiendo a creer que existe una explicación sencilla que algún día esclarecerá este misterio. Pero lo único cierto y verificable es que hoy por hoy ese misterio existe: la pareja de calcetines entra en el cesto de la ropa sucia; los dos viajan juntos hacia la lavadora; ambos son intruducidos en el tambor de ésta. Y sin embargo, a la salida, como por arte de birlibirloque... uno de los dos se ha dado a la fuga, no sabemos dónde, ni por qué, ni con quién. Yo he llegado a poner en cuestión si este fenómeno no será un serio aviso (pero ¿de quién?) a la pareja tradicional, a los que todavía creemos en la teoría de la media naranja. Si no fuese una frivolidad imperdonable, traería la comprometida canción de Rubén Blades, grabada por Maná: "A dónde van los desaparecidos"  Pero no. Ya cometo bastantes frivolidades en mi vida. Tengo el cupo completo. Aunque sí que me atrevo a recordar en voz baja la canción aquella de Silvio Rodríguez (cito de mala memoria): "A dónde va la sorpresa / casi cotidiana del atardecer; / a dónde va el mantel de la mesa, / el café de ayer..." Ante esas desapariciones, a menudo me pregunto, sentado al borde de la cama, qué calcetín es el que se ha ido de viaje: ¿el del pie izquierdo... o el otro? Es una cuestión de fidelidades y de espíritu viajero. El calcetín derecho suele ser pragmático y acomodaticio; el zurdo... digamos que te quiere más, pero que está tan harto, tan aburrido de tu pie izquierdo... Yo le comprendo cuando desaparece. Y le digo en voz baja: buen viaje, compañero; cuídate de los lestrigones; y que en Itaca encuentres, si ello fuera posible, lo que aquí perdiste.

lunes, 14 de marzo de 2011

lunes de Morente y Caracol

A veces recibe uno encargos sorprendentes. El último trabajo freelance me llegó en las tranquilas horas de la tarde del sábado. La calma se había apoderado de la casa. A mi alrededor sonaba un apacible oratorio de Boccherini mientras yo leía y releía algunas reflexiones de Ferlosio. Me hallaba enmimismado, meditando sobre uno de esos "pecios" ferlosianos cuando, de pronto, aparece mi mujer con un encargo que me deja estupefacto: "tienes que buscarme el significado de estas tres palabras: carminativo, eupéptico y galactógeno." Así, como suena. Durante unos segundos quedó interrumpido (no sé si realmente o solo en mi percepción auditiva) el oratorio de Boccherini. En ese lapso se abrió un paréntesis de luz y sonido y... digamos que se lentificó el tiempo. Esas tres palabras se quedaron orbitando como tres asteroides en mi cerebro obnubilado. Por momentos creí ver en ellas una sugerencia de narcosis y paraísos artificiales. A la velocidad de la luz intuí a Baudelaire, a Rimbaud en su barco ebrio, a Thomas de Quincey en sus opiomanías... Carminativo, eupéptico y sobre todo galactógeno me llevaban muuuy lejos, más allá de Orión, a un mundo de ensoñaciones y de orgías tridimensionales, donde el elixir paregórico y el peyote mexicano nos transportaban (a mi mujer y a mi, entre otros) a inusitados paraísos de azules fumarolas y placeres (y pecados) nunca vistos, ni siquiera en sueños. ¡Oh, qué momento de pasmo galactógeno, música interrumpida, boca entreabierta! Por un instante, lo confieso, creí posibles ciertas fantasías que... no tienen cabida en este blog. Ni casi en ningún blog. A pesar de todo, el post de hoy se puede perdonar. Es lunes. Han dado lluvias en la radio. Libia va mal. Japón, en los telediarios del fin de semana, hace que mis hijos se queden en silencio... ¿Qué decir? ¿Ponemos un disco? ¿Dejamos que la seguiriya, o la soleá, o la malagueña de Chacón, cantada por Morente, nos quite el sentido y nos mate a los dos?

viernes, 11 de marzo de 2011

Newport, Paxton, Kool...

Mi post de ayer empezaba hablando de humos de película. Hoy también me apetece aspirar el aroma de algunos cigarrillos que sucedieron, valga la expresión, hace... cuarenta años. Hablo de cuando fumar era una cuestión de estilo, de los tiempos en que el cigarrillo gozaba de un prestigio supremo, especialmente el americano: moderno, cosmopolita, liberal... Y también, sensual. Recuerdo aquellos veranos de mi adolescencia, cuando venían a la casa grande de los abuelos, en Castilla, las primas de Madrid. Eran guapas, jóvenes, rubias; hablaban, vestían y olían de un modo diferente; traían los últimos singles del pop más actual. Y luego (yo tenía dos o tres años menos), a la hora de la siesta, me permitían estar con ellas en la penumbra de las "profundas alcobas interiores", escuchar sus conversaciones sotto voce acerca de novios y guateques, y también aspirar el humo (incluso dar alguna calada) de sus imcomparables cigarrillos recién encendidos. Cada una de las tres tenía un estilo propio de encender, sostener, llevarse a los labios el "pitillo" (ha caído en desuso esta expresión), aspirar y expulsar después el humo... tras permanecer unos segundos en sus bellos, saludables y fragantes pulmones. Qué bien fumaban y reían, tumbadas en la cama, a la hora de la siesta, mis queridas primas. Hay nombres de entonces, marcas que con solo pronunciarlas se llena la memoria de un humo tan tibio y azulado... Marcas con un poder de seducción incomparable, tales como Philip Morris, Newport, Paxton, Kent, Kool... "Menthol, King Size Box, Made in USA", lo recuerdo bien. Luego la risa se transformaba en sonrisa, los párpados cedían lentamente, el humo iba dando paso al  sueño, al sueño... ¡Despierta, gilipollas! ¡Es viernes, 11 de marzo de 2011!

jueves, 10 de marzo de 2011

vino, rosas, cines...

Hace años que dejé de fumar, y me alegro de ello, pero eso no impide que disfrute viendo "fumar bien" en el cine, y especialmente bien en algunas películas; valga como ejemplo Good night and good luck, donde el humo de los cigarrillos merecería haber ganado, como mínimo, un oscar a los mejores efectos especiales. Aunque también me gusta ver beber en la gran pantalla. Y ahí se llevaría la palma de oro, claro está, Entre copas. Pero, ojo, hay que ver a Annette Benning en Los chicos están bien, proclamando, copa en mano, las benéficas propiedades del vino. Y a propósito de esa película, ¿qué decir de la secuencia en que Annette, en medio de una cena familiar, se anima a cantar el All I Want de la gran Joni Mitchell? Momentos como ese son los que le reafirman a uno en la idea de que ir al cine es una de las mejores cosas que se pueden hacer cualquier día de la semana a partir de las siete de la tarde. ¡Ir al cine! ¿Cómo renunciar a algo tan maravilloso? (OK, Mariscal) Por supuesto que existe el vídeo, el ordenador, el sofá... Pero elegir bien la película, la sala y la sesión, dejar en el horno la pizza de los niños, compartir el espejo del cuarto de baño, intercambiar en él una sonrisa antes de salir de casa... Todo eso ya forma parte de los títulos de crédito, de la aventura incomparable de ir al cine. Y luego, a la salida, después de una película como Los chicos están bien, percibir que las chicas están aun mejor; y que la mujer con la que compartías espejo tres horas antes, si te mira a los ojos con su media sonrisa esmeralda, es la promesa y el tráiler (el mejor trailer posible) de todas las películas que vendrán. Queridos, queridas: no os quedéis perezosamente en casa: despertad, elegid una película, poneos guapos, guapas, jóvenes, apagad vuestros teléfonos, encended todo lo demás, y, si la cosa va mal..., llevadme a los tribunales. O donde queráis.

miércoles, 9 de marzo de 2011

el sueño de Tánger

El "Continuará" con el que amenazaba ayer no implica que este tenga que producirse ya mismo. Hoy quiero traer aquí una idea largamente acariciada pero que formulamos el sábado pasado -entre las 13.30 y las 14.35 h.- mi cuate Máximo Higuera y yo, en la barra de un bar donde somos recibidos con salvas de ordenanza. Le hablaba del tráiler de una película en el que intervine como copy (todavía no en crisis), hace más de 20 años. Título: El sueño de Tánger. Director: Ricardo Franco (Los restos del naufragio, La buena estrella, Después de tantos años, Lágrimas negras...) Productora: Ofelia Films. Por diversos motivos esta peli no quedó como podía haber quedado, digámoslo así. Pero lo cierto es que en la agencia (Delvico Bates) nos encontramos con un material golosísimo para hacer un tráiler del copón. Y lo hicimos. La presencia de Fabio Testi, unida a la fotografía de Javier Aguirresarobe, daban un juego extraordinario. La voz en off de Abilio Hernández sonaba a obra maestra casi absoluta: "Allí donde habitan la destrucción y el amor, donde la desesperación y la belleza son la misma cosa... Allí se hace realidad... El sueño de Tánger." Y en ese instante pegaba un subidón la música que te dejaba muerto. Tras una pausa de silencio valorativo, Máximo va y me dice: "pero si todo el mundo sabe que después de esos trailers tan buenos..."; y sentencia: "cuanto mejor es el tráiler, peor la película."  Y así fue como llegamos a la conclusión de que en estos tiempos apresurados, fragmentarios, habría que hacer directamente trailers... sin película detrás, sin nada más (y nada menos) que un micrometraje de apoteosis cinematográfica; incluso distintas versiones, a la medida, en función de la sala, el tipo de público, la sociología... O sea, trailers sin más, donde solo hay lo que se ve, como en los viejos decorados de Almería, de Cinecità, de Hollywood... Algo así ya proponía Borges en relación con la novela (que nunca escribió).

martes, 8 de marzo de 2011

una multa de tráfico

Ayer hablaba aquí de viejos papeles enviados al contenedor. Lo cierto es que seguimos generando ingentes cantidades de papel. Con tiempo y paciencia se podría reconstruir la vida de un individuo a través de los papeles que ha recibido, firmado, leído, cumplimentado, archivado. La mera notificación de una multa de Tráfico ya nos está informando de que el infractor poseía por entonces tal modelo de coche (con todo lo que ello implica), que tal día, a las 18.23, viajaba a 179 kms/h por cierta carretera secundaria. ¿Qué puede llevar a alguien a correr de ese modo por una vía comarcal, probablemente estrecha y no bien pavimentada, un viernes de mayo a media tarde? Si vamos descartando improbables causas de fuerza mayor, la hipótesis más verosímil es que fuese un hombre enamorado que volaba al encuentro de su amada. Y así, tirando del hilo de los papeles guardados, el paciente detective podría reconstruir o averiguar quién sabe qué sucesos, episodios, incluso es posible que algún secreto. Porque de igual modo que la mayoría de los delitos y faltas quedan sin aclarar, es un hecho cierto que las vidas están salpicadas de pequeños (y no tan pequeños) secretos nunca descubiertos. Y bien mirado, aunque parezca cínico, es preferible que así sean las cosas. Lo contrario sería un malvivir. En especial para los damnificados. Ya sé que es abrir un melón, pero ¿qué pasa con los e-mails "eliminados"? ¿Quedan en algún lugar de la ciberconciencia, en algún purgatorio online? Lo que sí puedo asegurar es que el planeta virtual Eliminados recibe un número de entradas por milisegundo como no ha conocido el Infierno en los tiempos áureos de Sodoma y de Babilonia, de Calígula, del Divino Marqués, de Nabucodonosor... (Continuará)

lunes, 7 de marzo de 2011

tarde de domingo

Mientras desde algún lugar de la casa llegaban los ecos del Carrusel Deportivo, mi mujer y yo removíamos Roma con Santiago en busca de un papel; perdón por la expresión: un ¡puto papel! que tengo que presentar en un organismo público. Aprovechando el viaje, empezamos a hacer limpieza. Papeles caducados o muy caducados, papeles anacrónicos, papeles que han perdido sentido, papeles que no se explica uno cómo han llegado hasta aquí, papeles olvidados, papeles cuya mera supervivencia casi emociona. Cuando en la radio se iniciaba una nueva ronda de "minuto y resultado", nosotros abríamos una nueva carpeta o archivo o caja de sorpresas. Declaraciones de Hacienda del 92, recibos de la luz o del agua que corrió hace... cinco domicilios, la factura de una vieja mudanza de Muebles Caballero, manuales de electrodomésticos del siglo pasado, entradas y programas de teatro, artículos prensa en color sepia... Y así hasta llegar a la carta de una amiga que por entonces vivía en la ciudad francesa de Orleans;  por supuesto que esta no fue a la bolsa de los papeles rotos: volvió donde ha permanecido los últimos 14 años. Cómo desprenderme de ella, de su tinta azul, su trazo, su sintaxis, su mínimo y entrañable error ("me encanta recibir cartas de ti"), casi su respiración en el momento en que fue escrita, una tarde, dice, de mucho frío ("a 25 de febrero del 97") en Orleans. Ya era de noche cuando llevé al contenedor dos grandes bolsas de papel en las que viajó hacia la nada una parte de lo que han sido los últimos 20 años de mi vida. De nuestra vida. Por cierto, debo decir que no apareció el papel buscado. Hoy he sabido que ese papel no podía aparecer porque... nunca existió. De todos modos, el Madrid hizo un partidazo en El Sardinero: 1-3, con goles de Manolito Adebayor y Benzema (2).

viernes, 4 de marzo de 2011

furiosa alegría

Se nos echa encima la Cuaresma en plena crisis. Pero para afrontar la triste y larga Cuaresma se inventó el Carnaval: un poco de locura, de transgresión, de libertinaje (que como es sabido consiste en libertad... y algo más), de comamos y bebamos y forniquemos como si fuera la última vez. Carnaval es poner la venda antes que la herida; es el hartazgo previo a las hambrunas. En los tiempos en que las pestes y pandemias asolaban la vieja Europa, sucedía que las buenas gentes temerosas de Dios se echaban a las rúas de los burgos para convertir su desesperación en un gesto de furiosa alegría libertaria. Comían hasta reventar, se embriagaban hasta enajenarse, cantaban hasta perder la voz, fornicaban hasta caer rendidos en los brazos del sueño o de la dulce muerte. En otras palabras: al final... Carnaval. Todo esto viene a cuento porque mañana, sábado 5 de marzo, se celebra el Baile de Máscaras en el Círculo de Bellas Artes. Y esa es un vieja tradición en mi Círculo de Bellas Amistades. Creo que esta vez también acudiré disfrazado de El Hombre Invisible. Es un disfraz que en los últimos años me ha funcionado estupendamente bien. Ver sin se visto. Escuchar las más seecretas confidencias. Advertir intenciones o deseos inconfesables. La impunidad y el anonimato están garantizados: por una noche puedo ser Dios o el Diablo. O ambas naturalezas. O su contrario. Aunque es verdad que me acerco tanto al fuego más íntimo, al secreto más perturbador, que hay Bailes de Máscaras en que casi me arrepiento de no haberme quedado en casa, leyendo La Biblia como un patriarca, o descendiendo a los infiernos del periodismo televisivo, llenos de odio y rencor en noches de furia y ruido. Pero, ojo, hoy es viernes, príncipe de la semana, y estoy a tiempo de escuchar a Bach, a Piazzolla, a Morente..., leer un poema a alguien por teléfono, acordarme de algo, sonreír a solas, disfrazarme...

jueves, 3 de marzo de 2011

los jueves, milagro

El jueves es un día redondeado y satisfecho, aunque sin llegar a la opulencia desbordante del sábado. Así como el lunes es anguloso y desabrido, el jueves presenta un cuadro clínico de lo más saludable y se muestra muy gustoso del lugar que ocupa en el espacio: doblado ya el Cabo de Hornos de la la semana, aparece a mar abierta con el horizonte despejado y todo el trabajo sucio ya hecho por sus antecesores en la zona fría que va de lunes a miércoles. El jueves no tiene crisis de identidad, ni prisa ninguna por llegar a ser otro día. El jueves ya es un noble crianza que se ha ganado el respeto en las bodegas del tiempo. Y por supuesto, como en el título de aquella película de Berlanga (con Pepe Isbert  y toda la tropa haciendo creíble la aparición en el pueblo de San Dimas), los jueves, milagro. Y no estoy diciendo que todos los jueves tenga que haber milagro, pero sí afirmo que puede darse alguno de vez en cuando. Por ejemplo: estás leyendo solo en casa un jueves al anochecer; tras un largo silencio acumulado, a eso de las ocho (que es una hora completamente jueves) suena de pronto el teléfono. Y suena de un modo especial. No lo descuelgas todavía. No pulsas la tecla. Dejas que suene dos, tres, cuatro, cinco veces. Durante esos segundos imaginas cosas, nombres, voces remotas que reaparecen ahora en tu memoria procedentes de ni se sabe cuándo, dónde..., quizá de otros jueves muy lejanos. Antes de descolgarlo, no puedes descartar nada, ni siquiera el milagro. Mientras está sonando por toda la casa el tercero, el cuarto, el quinto tono... el milagro del jueves está sucediendo. Estas podrían ser algunas de sus variantes: 1. "¿A que no te imaginas quién soy?" 2. "Mi marido está de viaje." 3. "¡Es benigno!" Claro que también cabe la posibilidad de que sea la teleoperadora de Jazztel  preguntando (desde Guayaquil, número oculto) por la esposa del señor Luisalonso, para hacerle una oferta lindísima sin gastos ni comisiones ni cuota por establecimiento de llamada. Nunca se sabe. Todo es posible un jueves, y más a partir de las ocho de la tarde.

miércoles, 2 de marzo de 2011

1, 2, 3

Pese al  título de este post, no voy a hablar hoy de esa genial película de Billy Wilder, Uno, dos, tres, con un James Cagney insuperablemente enloquecido; aunque tampoco puedo silenciar la mejor frase de esa película y una de las mejores de siempre: "la situación es desesperada, pero no es grave."

1. Veo una foto en la que el músico folk Sam Beam (que firma con el curioso nombre de Iron & Wine) aparece acompañado por un suntuoso pavo real. No existe en el universo criatura más lujosa que el pavo real. Él es lo que nos queda del Paraíso (aparte de la la nostalgia de haberlo perdido). Mi teoría se basa en que cuando Adán y Eva fueron expulsados del Edén, una pareja de pavos reales los acompañó al destierro. Cómo olvidar aquellos que se paseaban majestuos por el palacio veneciano de Pantasilea, en Bomarzo. O los que aparecen en algunos cuadros modernistas de Anglada Camarasa. Y sobre todo, cómo olvidar mis primeros y deslumbrantes pavos reales, los del Campo Grande de Valladolid.   
2. "Contigo Tomás" es la nueva marca online -contigotomas.es- para la precampaña electoral del voluntarioso candidato del PSM. No está mal. Es breve (5 sílabas). Es cercano ("contigo"). Es bi: Tomás (está) contigo; Tomás (todos estamos) contigo. Y además en la web viene diciendo hace tiempo: "con ilusión, con valores, contigo". A mí no me parece mal candidato, pero me incomoda esa especie de estreñimiento que tiene en el gesto, y esas camisas o chaquetas que, aunque sean de su talla, siempre parece que le quedan pequeñas. Pero, hombre, con lo fácil que es hoy día que un sastre acuda a casa, te tome medidas y te regale (¡qué menos!) media docena de trajes impecables. En fin, el que no gana unas elecciones es porque no quiere.  
3. Pensaba hablar aquí de DIA, pero Tomás y sus trajes apretados no dejan resquicio ni para un suspiro, ni para una compra. Ya hablaremos del mundo DIA.

martes, 1 de marzo de 2011

por todos los santos

Mi madre ve poco y mal, y ayer me contó un episodio doméstico muy común: había extraviado las gafas, y, por más vueltas que dio en su busca no aparecieron. Tan es así que hubo de encomendar el asunto a San Antonio, especialista, según ella, en este tipo de encomiendas. Pero San Antonio se hacía el remolón, el distraído, el longuis... "Me tuve que poner seria con él  y le dije: ¿bueno, qué? ¿Es que tengo que darte dinero?" Y ya fuese por el enfado o por la cantidad prometida, lo cierto es que al poco aparecieron las gafas de mi madre. Está claro que la fe mueve montañas y remueve armarios, aparadores, sinfonieres, camas... Precisamente, debajo de la cama aparecieron las dichosas gafas. No me cansaré de repetir lo conveniente que es creer. Pero, ya puestos a creer, hacerlo con todas las consecuencias. Con todos los santos. Y así, una tía mía muy querida tenía gran fe en San Ramón Nonato, a quien hay que encomendarse ante los embarazos complicados y los partos difíciles. No en vano San Ramón (no-nato) fue extraído del vientre de su madre, fallecida el día anterior. Un primo palentino de mi mujer tuvo la brillante y casi temeraria idea de darle el nombre de Judas a un galgo que apuntaba maneras; pues bien, a día de hoy  el galgo Judas ostenta el título de Subcampeón de España (ver Google). Para los ateos, volterianos, escépticos y descreídos diré que San Judas Tadeo es el patrón de los imposibles. Y dicho esto, yo no puedo ocultar que soy juez y parte. A saber: en mi familia tenemos un santo (en realidad solo es beato, que yo sepa). Me refiero a nuestro fray Juan Jacobo Fernández ("el santo Fernández" que se venera en la Galicia interior de Celanova y comarca, y que aparece en la Mazurca para dos muertos, de Cela). En síntesis: fray Juan fue (según mi abuela paterna y la tradición familiar) uno de los Trece Mártires de Damasco que fueron despeñados desde lo alto de una roca por no abjurar de su fe en tierra infiel. Mis hermanos, mis primos y yo mismo conservamos la estampa de fray Juan (se da un aire al Dante, por cierto). La abuela Ángeles solía decirnos en tiempos de éxámenes: "si los santos hacen milagros... pues con los de la familia... razón de más." El argumento sigue siendo inapelable.