miércoles, 28 de diciembre de 2011

2012 deseos

Que no se cumplan los pronósticos. Que nos respeten las 'lesiones'. Que no nos den la lata los latosos y los apocalípticos. Que si nos ponemos melancólicos solo sea por el placer de estar tristes. Que no nos falte de nada. Que no echemos a nadie en falta. Que la palabra 'desahucio' caiga en desuso. Que la próxima de Woody Allen sea tan buena o casi como la anterior. Que el buen vino siga gustándonos cada vez más. Que alguna vez la inspiración nos pille trabajando. O amando a la mujer que más amamos (o al hombre). Que siga habiendo velas y música de jazz para la cena de los viernes. Que Tony Bennett siga sonando igual de bien a sus 86. Que de vez en cuando sigamos leyendo cosas como esta de Tomás Segovia: "es del futuro de lo que yo tengo nostalgia". Que el Pucela suba a Primera y el Madrid gane la Décima. Que yo siga sin resolver algunas contradicciones. Que algunos libros me gusten o emocionen tanto como Verano, de Coetzee; como Los enamoramientos, de Marías; como La historia del amor, de Nicole Kraus; como Nocturnos, de Kazuo Ishiguro; como Calamidad hermosa (antología), de Francisco Pino; como El fulgor de la ceniza, de Fernando Pizarro.  En fin, yo no voy a hacer ahora ningún canto al optimismo (tan al uso), entre otros motivos porque me acuerdo sin remedio de algo que dijo nada menos que Chesterton: "La humanidad solo produce optimistas cuando ha dejado de producir seres felices." Y concluyo por hoy con un pequeño regalo, algo que debí escribir ayer aquí, en el post titulado tesoros. Hace como dos años apareció un libro de textos inéditos de Cortázar; entre ellos había un breve poema que decía así: "Lo que me gusta de tu cuerpo es el sexo./ Lo que me gusta de tu sexo es la boca./ Lo que me gusta de tu boca es la lengua./ Lo que me gusta de tu lengua es la palabra." En 2012 me gustaría encontrar algún inédito como este. Y que un cuerpo, un sexo, una boca, un lengua... me incitaran a seguir escribiendo aquí durante días, semanas, meses de copy en crisis. O de lo que sea. Que tampoco tienen por qué durar eternamente la crisis, y menos aun el copy en crisis. Hasta cualquir día de estos.

martes, 27 de diciembre de 2011

tesoros

Pocas cosas emocionan tanto como la aparición de un tesoro. De pronto salta la noticia en todos los periódicos, en los telediarios, en la red. Esos tesoros que aparecen por sorpresa, muy de vez en cuando, poseen un brillo instantáneo que deslumbra, y tienen un algo, un aura, casi sobrenatural. Parece como si fueran resucitados, algo así como unos seres que tras viajar al ultramundo, y despues de largos años vagando por la nada, regresaran a la vida sin avisar, para darnos un susto de muerte... o una infinita alegría. Yo, a pesar de los pesares (que es mucho pesar), soy un hombre esperanzado: tengo una gran confianza en los tesoros por aparecer, y siempre creo que son más, muchos más, los que permanecen ocultos que los que han salido a la luz. El último tesoro, recién aparecido, es un cofre que contiene nada menos que tres CD´s y un DVD con grabaciones inéditas en directo de Miles Davis y su grupo, realizadas durante una gira por Europa en 1967. O sea, Miles en todo su esplendor creativo, ocho años después de haber grabado Kind of Blue, o lo que es lo mismo: el sancta sanctorum del jazz. Por entonces, del 64 al 68, el grupo que tocaba con Miles estaba formado por un póker de reyes: Wayne Shorter, saxo; Ron Carter, contrabajo; Herbie Hancock, piano; Tony Williams, bateria. Y ahora, de repente, toda esa atmósfera, esa maravilla, emerge como por ensalmo entre la niebla y nos transporta a las noches azules de aquellos clubs de jazz con humo y whisky en París, en Copenhague, en Amberes, en Estocolmo... Para que no haya lugar a error, he apuntado con todas las letras el nombre de ese tesoro: The Bootleg series, volume 1: live in Europe 1967. ¿Acaso queda alguien por ahí que aún no cree en los Reyes Magos?

lunes, 26 de diciembre de 2011

regalos

Lo confieso: me gusta hacer regalos, incluso casi más que recibirlos. Aunque no a todo el mundo, claro, solo a determinadas personas. Pongo mucha intención en ello. No en vano el regalo ha de ser -tal como yo lo entiendo- una especie de cómplice entre el receptor y el emisor, por así decirlo. Por tanto, el regalo tiene que armonizar necesariamente dos estilos, dos caras, dos personalidades, dos gustos: los  suyos y los míos. Un regalo que sirve para cualquiera, lo mismo para un roto que para un descosido, no me vale. Exijo exclusividad en la elección. El regalo intercambiable sería casi tanto como escribir la misma carta de amor a dos o más personas. Un fraude. Y bien mirado, esa exclusividad, ese regalo intransferible, responde a una cierta forma de egoísmo. Me explico. Cuando una persona a la que yo quiero (o me gusta) lea o escuche o se ponga o mire o paladee mi regalo, esa persona va a pensar en mí. Y lo hará en función de lo que el regalo le sugiera, de lo que le 'diga' de mí. Porque las cosas hablan mucho de quien las elije; pero hablan bien... o te ponen a parir, claro. Un regalo mal elegido, desafortunado, puede acabar con una reputación trabajosamente conseguida. O poner en marcha el proceso que lleva al desamor. Por el contrario, cuando resulta un acierto pleno, y al recibirlo produce un cosquilleo o un brillo instantáneo en los ojos...  Eso no tiene precio. Si a una mujer le regalo canciones, antes de elegir el disco me pienso muy mucho qué canciones conseguirían que ella, al escucharlas, deseara bailar conmigo. Y cómo me sentiría yo bailándolas con ella. Estoy llegando al punto (de partida) donde quería llegar. En mi caso, no es una cuestión de generosidad, ni tampoco de esperar favores a cambio. No. Es muy sencillo: yo regalo para que me quieran más. Eso es todo.

jueves, 22 de diciembre de 2011

tallas y moda

Al igual que ocurre con las hombreras o con las solapas anchas, la moda viene y va en un vaivén que oscila entre lo apolíneo y lo dionisíaco, los sueños y la vigilia, la realidad y el deseo. Tras cinco años de investigación "en el más riguroso secreto" -según informa el suplemento dominical Yo Dona-, la firma Teleno Moda Íntima ha presentado un hallazgo revolucionario en el sector de la lencería. Su nombre comercial: Aumentax; al parecer, más que un sujetador, un milagro. La campaña publicitaria dice que gracias a él la mujer se siente "2 tallas max guapa" (sic). Y el copy, o la copy, pone en boca de la voz en off narradora una frase muy hábil desde el punto de vista publicitario, aunque discutible: "dos tallas más de seguridad en ti misma", dice. Buena parte de esa 'inseguridad' ocasionada por la supuesta escasez de volumen se debe a nosotros, los tíos. Por las razones que fueren (zoológicas, antropológicas, alimentarias, etc), a los tíos nos suelen fascinar los grandes pechos, los ampulosos bustos de 120 cms, las grandes tetas nutricias y masajeables en las que poder hundir la cabeza y bucear en ellas. Por poner un ejemplo emblemático y universalmente conocido: Anita Ekberg en la famosa escena de la Fontana de Trevi en La dolce vita. Se han escrito toneladas de textos sobre el tema. Por tanto, no voy a seguir por ahí. Entrando ya en los gustos personales, puedo decir que, en efecto, me gustan los hermosos pechos altos como campanas en el campanario. Y benditos sean por siempre. Pero una cosa no niega la otra, ni un martini se opone a un negroni, ni una cúpula de Brunelleschi desmiente un éxtasis de Bernini. He conocido pechos (de joven, se entiende, de soltero) en cuya brevedad efébica radicaba buena parte de su encanto, y en la dureza crispada de sus pezones enloquecía la punta de la lengua más exigente. Los pechos de una mujer tienen voz propia, y el color de esa voz no depende del tamaño, ni el tacto del volumen, ni la melodía que emanan depende de la talla. Una soprano y una mezzo no deben competir; una tiple y una vicetiple, tampoco. Hay tablas rasas, o casi -desde Greta Garbo, Catherine Hepburn o Grace Kelly hasta Keira Knightley, por citar solo nombres conocidos-, que harían perder la cabeza a cualquiera. No es pues el tamaño ni la talla: es otra cosa. Otra cosa.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

¡suerte!

Hoy es 21, por tanto estamos en vísperas: vísperas del gozo o vísperas de... una salud envidiable. De modo que, salgan las cosas como salgan, estamos y estaremos encantados. Yo, como soy agnóstico en materia de loterías -mero cálculo de probalidades-, no me entrego a ese ejercico especulativo de 'si me tocaran trescientos mil euros..., doscientos mil..., cien mil... ¿qué haría?' De mí no sale, ya digo, pero no me importa dejarme contagiar por los cálculos, las prioridades y las fantasías que mi mujer -tan precavida, tan de no dejar nada a la improvisación- acostumbra a elaborar con tiempo suficiente, no vaya a ser que pillemos un dineral y no sepamos qué hacer con él. Yo le digo que no se preocupe, que otra cosa no tendrá uno pero en ese terreno (de gastar y de gastar) voy sobrado, y además con una alegría... Ella no, ella es más hormiga, más ahorradora, por si acaso; yo, en cambio, cigarrona total. Anoche ella dudaba cuál de los tres destinos que tenemos in mente desde hace tiempo sería el elegido (tras el golpe de suerte en la lotería, se entiende). Yo, ni lo dudé: los tres en uno; un tour. Y ni que decir tiene que nada de hotelitos discretos ni restaurantes económicos ni low cost ni leches. ¡A lo grande! Pero, eso sí, con estilo. Horteradas de nuevo rico -tipo Las Vegas, tipo resort en Punta Cana-, ni una. Y por ahí no paso; lo siento mucho pero no. Uno tiene sus principios (estéticos, más que nada), y a estas alturas no va a renunciar a ellos por un millón de euros de más o de menos que... no va a ninguna parte. A mí no me tiembla el pulso por firmar la factura de ocho días en una suite (bar incluido) del Danieli, ni tampoco por abrasar la Visa en Tiffany & Co, una mañana muy loca de mucho amor. Y es que yo, pese a mi proverbial austeridad castellana, tengo por ahí un fondo de armario (o de almario) relacionado con La Riviera y los Bugatti, con los príncipes de San Petersburgo en el exilio (dorado) y los poetas malditos de la rive gauche divine. Ahora me siento hasta cierto punto compañero de viaje de los indignados -Madrid, 15 M; New York, 15 O-, que es lo más esperanzador que haya surgido en mucho tiempo. O eso quiero creer. Hasta mañana.

martes, 20 de diciembre de 2011

geolocalización

Cuando me preguntan si tengo alergias, siempre respondo "ninguna, que yo sepa". No es del todo cierto, aunque es verdad que mis alergias e intolerancias no están relacionadas con fármacos, alimentos, pólenes, etc. Sin embargo, hay cosas ante las que mi naturaleza reacciona de manera instantánea. Entiendo que esas reacciones no siempre son racionales ni están plenamente justificadas: a veces tienen más que ver con las supersticiones (fobias, terrores, oscuridades) que con las luces del pensamiento y de la razón. Voy a poner un ejemplo que está muy de actualidad: yo siento una aversión urticante ante la mera hipótesis de ser sometido a eso que ahora llaman 'geolocalización', que consiste en tenerte en todo momento 'localizado' en el mapa, a través del móvil, como una gasolinera en el GPS del coche. Sólo de pensarlo, me produce irisipela. Esa aplicación perversa es tanto como decir adiós a la sensación de libertad, adiós al callejear como perro sin collar ni dueño, a poder estar uno por ahí sin más detalles, ni sitio ni hora ni control de alcoholemia ni permiso de conducir o conducirse como uno quiera y donde le dé a uno la gana. No digo que el artilugio no sea lo más tranquilizador del mundo en algunos casos, ni tampoco ignoro que mejorará el sistema nervioso de los padres de adolescentes las noches de los sábados. Vale, de acuerdo, lo doy por bueno. Pero no quiero para mí la sensación (aunque solo fuese la sensación) de vivir en régimen de 'libertad vigilada'. Por el contrario, quiero tener a mi alcance la idea (aunque solo sea la idea) de poder acogerme durante dos, tres, cuatro, veinticuatro horas al estatuto de 'paradero desconocido'. O simplemente, hacer creer que he estado por ahí (qué sabe nadie lo que es 'por ahí') cuando en realidad he pasado todo ese tiempo solo en casa, leyendo a Juan Ramón o atiborrándome a telebasura. Y no es que a estas alturas aspire uno a ser un Dorian Grey y acudir a sitios clandestinos de mucha perversión, con mazmorra y cuarto oscuro..., pero sí al menos poder dar lugar a dudas, suscitar equívocos, alimentar una improbable leyenda. Así pues, ¿geolocalizado? No, gracias.

lunes, 19 de diciembre de 2011

volver, volver

Sábado 17, a esa hora en que la tarde ya es de noche. Al llegar a la Plaza de las Descalzas, se impone una decisión drástica: la familia se separa (temporalmente); una parte se dirige a Cortylandia, apenas cincuenta metros más allá; la otra (o sea, yo) busca refugio en la Sala de las Alhajas, Fundación Caja Madrid. Atrás queda el bullicio, las voces, los colorines, las familias al completo, los villancicos... Huyendo de la quema, entro como alma que lleva el diablo en la exposición "Arquitecturas pintadas". Nada más ingresar en ese espacio de acogida encuentro asilo político, estético, emocional... en nada menos que La Serenísima República de Venecia: un maravilloso canaletto de buen tamaño me da la bienvenida al siglo XVIII. La mirada (y todo lo que va con ella) se pasea por Piazza San Marco, asciende al campanile, cruza los arcos del Palacio Ducal, escucha en los corrillos conversaciones, rumores, mercadeos, conspiraciones, maledicencias, voce di corridoio... La mirada discurre por el Gran Canal, contempla a su paso Rialto, Ca' Foscari, la Salute..., asiste fascinada a la fiesta del regreso del Bucintoro, se deja llevar por el sonido de los miles de remos que mueven las góndolas, las embarcaciones, en dirección a todas partes, con tantos afanes como almas abordo, como anhelos, como sueños, negocios, amores, arcos o ventanas que dan acceso a interiores secretos donde no entra la mirada del pintor, pero sí la imaginación del navegante, del paseante... que va de un cuadro a otro, de Canaletto a van Wirtel, a Bellortto, a Panini, a Marieschi, a Francesco Guardi. A continuación aparecen otras arquitecturas pintadas, otros lujos viajeros por las ciudades del Grand Tour: Roma, Nápoles, Florencia, Viena, París, Londres... incluso Madrid. Antes de abandonar la sala y salir a la intemperie, me acogí de nuevo a sagrado (a sacro-profano) y regresé por unos minutos a La Serenísima. Hacía una mañana estupenda, un mediodía luminoso en canaletto. Quiero volver. Tengo que averiguar cómo salen de precio dos pasajes Madrid-Venecia en low cost.

viernes, 16 de diciembre de 2011

listas de espera

Hace hoy un año escribí aquí un post en el que trataba de distinguir entre la esperanza y la espera, y citaba unas palabras de John Berger extraídas de su novela De A para X. Lo mejor llegó en un comentario que hizo mi amiga Esperanza Ortega. Decía: "la espera es un estado abierto al acontecimiento: sólo el que espera lo ve llegar, lo reconoce." Viene esto a cuento (o quizá esté traído por los pelos) porque estoy pensando en eso que llamamos 'lista de espera'. Libros, películas, teatros, visitas obligadas, correos por contestar, cosas que ver, citas pendientes, probables incumplimientos... Lista de espera es aquello que sí, que bien, que de acuerdo, pero que ya veremos qué pasa, y si hay suerte... pues a lo mejor, y si no... pues qué le vamos a hacer. La experiencia nos dice que la mayor parte de cuanto entra en lista de espera se queda esperando en ella para siempre. Solo muy de cuando en cuando indultamos alguna cosa que se había quedado ahí, condenada a vestir santos. Pero eso es infrecuente: por uno/una que se salva, nueve o más se condenan. Claro que también existe otra manera de verlo: el hecho de llegar a la lista de espera ya es un privilegio, un salir del anonimato, un estar entre los llamados, y por tanto entre los posibles elegidos. Estaría bien hacer una selección de cosas y de personas. Hitchcock y Borges aparecen en todas las listas, en todas las esperas. En realidad -ya es un tópico-, el Nobel se quedó sin Borges; el Oscar, sin Hitchcock. Pero, ¿qué decir de los que no han entrado ni podrán entrar nunca en ninguna lista de espera? Pues, mira por dónde, quizá el secreto esté en no esperar nada de nadie... y tomar alegremente El Palacio de Invierno. Ante una perspectiva así, estoy seguro de que CR esta vez no tendría la menor duda de exclamar "¡Amén!" Es decir, la espera terminó; llega la vida.

jueves, 15 de diciembre de 2011

talento, belleza, endorfinas

Ayer CR se quedó con ganas de más .Escribió: "Amen. Espero a mañana." Pensaba traer aquí un cartel que me ha llamado la atención, pero el comentario de CR me incita a seguir hoy por donde lo dejé ayer. Aunque ese "Amén" tan concluyente me lleva a la sonoridad litúrgica de algunas letanías -nunca del todo olvidadas, como en duermevela- que hace muy poco alguien ha espabilado en mi memoria: Virgo prudentísima, Virgo veneranda, Virgo predicanda, Virgo potens, Virgo clemens... Turris ebúrnea... Ora pro novis, Misérere novis... Un fuerte olor a incienso se me sube a la cabeza y me produce un colocón retrospectivo que me hace volar como un botafumeiro entre azules fumarolas estupefacientes. Pero no era eso lo que yo quería traer aquí. Hablaba ayer de la belleza, nada menos; apenas unas líneas prestadas, una insinuación, un mero apunte. Hoy se me ocurre añadir otro vislumbre al asunto. No sé si hace un año o dos, le dije a una amiga que la inteligencia embellece a las personas. Y añadí algo que entonces me pareció bien traído: "El talento es muy sexy, muy atractivo... Y tú tienes mucho talento." Bueno, más o menos eso dije. No es nada nuevo, ni original, ni siquiera sorprendente: un golpe de talento produce de inmediato un subidón en quien está delante. No sé si tiene que ver con las endorfinas, pero la inteligencia en vivo es un bombazo, una descarga en el cerebro que repercute -ondas concéntricas- en los genitales, pasando por el corazón y otros órganos igualmente vivos. Conclusión: talento = afrodisíaco; creatividad = excitación; brillo en la mirada = fuego en el alma. Una sola palabra puede producir un incendio; una mirada puede propagarlo de norte a sur y de pies a cabeza. 'Arden las pérdidas', sí, pero el deseo incendia la mirada. La mirada alumbra la belleza. La belleza es pasto de las llamas. ¿Qué relación existe entre belleza, deseo, inteligencia? Qué sé yo. Y menos un jueves como este, a las 14.34 de la tarde.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

corrientes y desahogos

Hay quienes están suscritos o abonados a tal o cual revista, programa, foro, blog, página web... Quien más quien menos tiene sus sitios habituales y sus bares de costumbre. Yo también. Es verdad que no voy a piñón fijo en nada, ni tampoco practico una, digamos, fidelidad inquebrantable en gustos y en hábitos, pero sí que cultivo ciertas lealtades. Para entendernos: considero la fidelidad en general como una 'cuestión de fe', una especie de dogma inamovible, algo casi sagrado y como de obligada comunión diaria. La lealtad, sin embargo, la entiendo como una querencia demostrada a largo plazo. La fidelidad absoluta es excluyente -o así me lo parece- y no admite excepciones; la lealtad no exige tanto, es más generosa y, por eso mismo, a la larga resulta más convincente, más meritoria, más 'fiable'. Los leales lo somos -con perdón- porque, sin que nada ni nadie nos obligue, nos vamos adhiriendo libre y provisionalmente a algo, a una causa, a una sección, una línea de pensamiento, un estilo, un autor, un ser humano. La lealtad acaba siendo una costumbre deliberada, no una obligación ni una exigencia ni una disciplina para ganar méritos y obtener beneficios o indulgencias. Tiene más que ver con la afición o el gusto acreditado de cada uno que con aquello que más conviene, con el interés de Andrés, con la obligación, la amenaza del castigo... Es decir, más con el amor libre (o el libre amor) que con los diez mandamientos. Bueno, todo esto viene o no viene a cuento para confesarme aquí seguidor leal -y por tanto, no fanático- del artículo semanal de Vicente Verdú, en El País, "Corrientes y desahogos". El último se titulaba "La belleza de la negligencia". Me interesó ya desde el título. En él, como casi siempre, VV (o sea, W) dice cosas interesantes y controvertidas. En algún momento afirma: "Son más hermosos los caóticos estudios de los pintores por  las obras encajadas en el caballete" [¿acaso en lugar de "por" quería decir "que"?], "es más hermoso un taller de fundición que las figuras de bronce que graciosamente produce, es más hermoso un paisaje descompuesto por la tempestad que un jardín donde los árboles se alinean disciplinadamente." Dan ganas de seguir, ¿verdad?, pero hoy no es posible: el aforo está completo.

martes, 13 de diciembre de 2011

13 del 12 del 11

Una fecha como otra cualquiera, pero en elegante secuencia descendente, como una escalinata de mármol muy blanco, muy gastado, que nos llevara desde el templo de Afrodita hasta el borde mismo de las olas, de la espuma del tiempo que baña nuestros pies y se retira, mar adentro, llevándose el tacto, la temperatura, el molde, la medida de nuestros pasos, las huellas que dejamos en la arena al caminar... Todo eso que sucede entre una y otra ola, entre dos parpadeos... No sé por qué escribo estas cosas con un cierto aire kitsch, como de souvenirs poéticos del Peloponeso. No sé. Trece, doce, once... y bajando. Quizá tenga alguna relación con el artículo de Vila-Matas, leído esta mañana en El País, que lleva por título "El espíritu de la escalera". Dice que, para los franceses, l'esprit de l'escalier significa "encontrar demasiado tarde la réplica: pasar por ese momento en el que encuentras la respuesta, pero esta ya no te sirve, porque estás ya bajando la escalera y la réplica ingeniosa deberías haberla dado antes, cuando estabas arriba." Oh, cielos. ¿Quién no ha sentido mil veces en su propia lengua, en la punta de la lengua, l'esprit de l'escalier? Es increíble la cantidad de cosas que surgen, pasan (o pueden pasar), se perciben (o pueden percibirse) en eso que llamamos 'la punta de la lengua'. La punta de la lengua es el lugar de la intuición y del placer -tanto del recibido como del suscitado-, el verdadero punto G del gusto, de las ganas, de las gloriosas glándulas, de esa bella palabra italiana que es goduria. En la misma página, un poco más arriba, leo, en una entrevista con el gran e irregular músico de jazz, Keith Jarret, esta respuesta: "Tocar solo es algo absorbente. Es como si yo fuera tres personas distintas: una está escuchando, otra tocando y una tercera creando." Pero mientras esto sucede, yo escucho algunas canciones de Quenn Of Denmark, de John Grant. Por ejemplo, esta I Wanna Go To Marz que ahora suena no está nada mal, pero tampoco es la bomba. Me recuerda otras voces, otras melodías, otros pianos... Antony and the Johnsons, Rufus W, incluso aquel glamuroso Jay Jay Johanson. Me gusta, sí, pero no tanto como esperaba. Aunque tres canciones solo son tres canciones. Espero mucho más de ese disco.

lunes, 12 de diciembre de 2011

justicia poética

En el capítulo anterior -viernes 9- habíamos dejado al protagonista de este relato aislado del mundo exterior y metido en una 'ratonera' psicológica de la que no podía, no quería hablar. Por eso él deseaba huir sin ser visto ni advertido. La trama del relato viene a ser esta: un hombre comete en un descuido una pequeña falta administrativa que, sin embargo, conlleva una notable sanción económica. Al tratar de resolver el asunto descubre que, además, se le atribuye una infracción mayor de consecuencias muy gravosas para el infractor. De confirmarse, sería un caso claro de lo que entendemos por 'falso culpable'. Frente a la realidad (o al menos la apariencia) de los hechos, la argumentación del acusado es un supuesto indemostrable que no se sostiene. Y eso lo sabe bien nuestro hombre en apuros. Durante tres largos días el abrumado protagonista vive una tempestad interior, un castigo (injusto, inmerecido) previo al que casi con toda seguridad se sustanciará en breve, con el inexorable lenguaje sancionador de la prosa administrativa. Tres días y tres noches de inquietud, culpa, desasosiego. Y cuando, hoy, lunes, todo parecía ir peor que mal, el funcionario que atiende el extraño caso de nuestro hombre apesadumbrado se levanta de la mesa y se ausenta durante tres minutos, tres, de alma en vilo. A su regreso informa con neutralidad funcionarial de que, pese a las apariencias, y fuera de toda lógica, no hay constancia de falta ninguna, ni expediente incoado, ni por tanto puede haber sanción, ni motivo que dé lugar a apelación, ni a presentar documento exculpatorio de nada, ni a recurrir en tiempo y forma frente a caso ninguno. En otras palabras: nuestro protagonista recibe un 'olvídese del asunto', pero tome nota, y la próxima vez ándese con más cuidado. Así pues, este ha sido un caso (inexplicable) resueto gracias a ese recurso o expediente del azar que llamamos 'justicia poética'. Cuando, ya libre de pecado, el protagonista cruza el parque desierto de vuelta a casa, no puede evitar mirar de soslayo a uno y otro lado, incluso volver la vista atrás, como quien pregunta al cielo si abrir o no el paraguas, para, a continuación, sonreír hacia dentro y apretar el paso.

viernes, 9 de diciembre de 2011

uno de esos días

Hoy es uno de esos días más bien raros en que uno está pero no está, o peor aún: está pese a que no debería estar. Para confundir un poco más las cosas: estoy aquí cuando debería estar allí, y eso me lleva a una suerte de malestar en cualquier parte: aquí, fatal; allí, peor. Quizá la carretera con niebla sea el único lugar donde no se esté mal del todo: en tierra sin nombre, en esas dos horas y media o tres donde parace posible lo improbable, incluso desaparecer y no estar en ningún sitio durante algún tiempo, y no dejar registro ni huella ni sombra de nuestras andanzas, incluso de nuestra existencia. Es sabido que Aghata Christie estuvo 'desaparecida' durante un tiempo (concretamnete desde el el 3 de diciembre de 1926 hasta... tres semanas después en que reapareció en el spa del hotel Hydropathic, en Harrowgate.) Cuentan las crónicas periodísticas y las pesquisas de Scotland Yard que cuando su esposo, el coronel Archibald Christie, acudió a identificarla, ella alegó una especie de amnesia sobrevenida, la cual le impedía saber cómo, cuándo y por qué había llegado al mencionado hotel. Hmmmm... tres semanas. Previamente, su coche había aparecido abandonado a orillas de un lago en Newland´s Corner, en Surrey, Inglaterra, lo cual dio lugar a múltiples especulaciones. Hoy es uno de esos días en que daría cualquier cosa por dejar mi coche abandonado junto a un aeródromo, y allí subirme a una avioneta, un hidroavión sin papeles ni testigos, que me dejara a orillas de un lago, en Surrey, donde, al poner el pie en tierra, daría comienzo una novela policiaca. Había un hotel aislado por la nieve en La Ratonera...

miércoles, 7 de diciembre de 2011

efectos especiales

Cuando uno ve tanto desconsuelo en personas tan queridas, de qué poco sirven las palabras. En casos como el vivido ayer en un tanatorio de Madrid -yo, que casi siempre voy sobrado de palabras-, no sé qué decir ni cómo hacerlo. Nunca he sabido. En momentos así, solo se me ocurre el abrazo y... poco más. Bien poca cosa es, pero esto es lo que hay. Si la vida fuera como debería ser, ya de entrada no habría lugar al desconsuelo, y en el peor de los casos dispondríamos de los recursos necesarios para crear 'efectos especiales': hechizos, magia, encantamientos, prodigios, capacidad para transformar no ya el agua en vino sino tan solo las lágrimas en alivio, la pena grave en sonrisa leve. Pero no. El mundo no siempre está bien hecho. Quizá por eso mismo, para contrarrestar, se inventaron el abrazo, la sonrisa, la caricia más dulce, las comedias románticas, los musicales... Por cierto, la noche del pasado sábado volví a ver esa maravilla titulada Un americano en París, de Vincente Minnelli; es decir: la vida no como es sino como debería ser. Pero años después de estrenarse ese musical inolvidable, Jaime Gil de Biedma, en aquel poema tan famoso -tanto que ya casi da apuro citarlo-, nos advirtió: "que la vida iba en serio/ uno lo empieza a comprender más tarde." Y vaya que si lo comprendemos. Pero ni este post puede acabar así ni yo puedo permitírmelo: he invertido demasiado tiempo en "defender la alegría como una trinchera", como un derecho irrenunciable, una manera de estar y de decir y de mirar y de agachar la cabeza. Y de levantarla. Por eso tengo que darle la vuelta a este post, a este miércoles, y dejar aquí un enlace que tiene que ver con con el atrevimiento, el vuelo, el guiño, el juego... Claro que, hablando de alegres efectos especiales, ninguno tan necesario y oportuno como el que está a punto, a puntito, de traer al mundo Nagore. Así es la vida.
http://www.youtube.com/watch_popup?v=qvl7kG82EfI&vq=medium

lunes, 5 de diciembre de 2011

cosas para recordar

Juan Gatti y su exposición 'Contraluz' tendrán que esperar unos días.  Ayer nos surgió un compromiso ineludible: a las 13h. cada miembro de la familia ocupó su lugar frente a la pantalla de 37 pulgadas. Hacía varios minutos que las radios calentaban motores: "¡Vamos, Rafa!" La vibrante aparición de Nadal en la cancha de La Cartuja, con su energía inconfundible y su mirada de lobo, hace presagiar una final por todo lo alto. Enfrente está nada menos que Del Potro, un tenista grande de verdad. Y además argentino, que siempre es un plus. Mientras pelotean, termino de leer el artículo de Elvira Lindo, antes de plegar el periódico y exigir que se silencien los móviles y se apaguen las PSP's. Pero una final de la Davis da para tanto... Son muchas horas, con muchas pausas, pequeñas desconexiones, bajadas de intensidad, treguas necesarias, cambios de emplazamiento, escapadas a la cocina, al frigorífico, al cuarto de baño, aprovechar el final de un set para extender el mantel, poner la mesa, girar el carro de la tele y empezar a... a ganar el partido. "¡Vamos, Rafa!" Tras el postre, recogemos, giramos la tele, volvemos a nuestras posiciones. Pero todavía queda mucho partido. Incluso para echar una cabezadita (como quien echa una cana al sueño) y regresar como si nada. Llegados a este punto de cuarenta iguales -deuce-, se impone servirnos un café y volver a la posición con el segundo saque en el aire. Aún habrá tiempo para un nuevo café, algunos dulces, varias conexiones puntuales con el Carrusel Deportivo... Y así hasta llegar al tie break final, con toda la adrenalina puesta en pie. Lo que vino a continuación es fácil de imaginar. Pero no había tiempo que perder para preparar bocatas, vestirnos de calle y salir pitando hacia el Palacio de los Deportes. Allí nos esperaba un Real Madrid -Valencia muy especial: la despedida de Rudy y de Ibaka. Esas cosas que se recuerdan con el tiempo. Al final, todo el Palacio puesto en pie despedía a los NBA: ¡¡¡I-baka, I-baka, I-baka!!! Y sobre todo: ¡¡¡Rudy, quédate!!!, ¡¡¡Rudy, quedáte!!! ¡¡¡Ru-dy-qué-da-te!!! Ya en la calle, camino del autobús, mis hijos y yo comentábamos  los momentos vividos; pero Ignacio, además, lanzaba al aire canastas imposibles de tres puntos que, para nuestro asombro, todas acababan entrando. En casa confiamos -empezando por Luis, 17 años, futuro periodista deportivo de referencia- que tengan que pasar aún muchas temporadas antes de que se lleven a Ignacio a los Celtics, a los New York Knikcs... a la NBA.

viernes, 2 de diciembre de 2011

un viernes es un viernes

Me escribe una amiga -una amiga que tiene la mirada del color del otoño profundo- y me dice que no puede evitar la sensación de que el tiempo la vive a ella y no al revés: "el tiempo me vive a mí", afirma. Claro. Es que eso es así, querida: el tiempo nos vive, nos usa, nos desgasta... El tiempo abusa de nosotros, aspira nuestro aire, se nutre de cuanto somos. Es inevitable recordar aquí aquellos versos tan célebres: "el tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; / es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; / es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; / yo, desgraciadamente, soy Borges." Es un viejo tema, amiga mía. Quién transita a quién. ¿El ojo mira al cuadro o es el cuadro quien mira al ojo? ¿La flecha entra en el ave o el ave en la flecha? ¿Qué es antes, el nombre o lo nombrado? ¿Van los labios al beso... o es el beso quien busca los labios? Bueno, dejémoslo, que hoy es viernes y no hay por qué torturar a nadie haciéndole 'luz de gas' o cosas peores. Y además estamos ya en diciembre, se acerca la Navidad, la Gran Vía está hermosísima, las luces, los escaparates, Tony Bennett suena como nunca a sus 85 años, la mujer que amo me invita a cenar (no sé dónde, sorpresa) y por si algo faltara, de aquí en ocho días tenemos un Madrid-Barça que va a ser lo más grande que se haya visto desde la noche aquella en que Íker besó a Sara ante millones de personas... que se quedaron con la boca abierta. Con esto quiero decir que, sí, de acuerdo, la crisis (y sus valedores, claro, sus beneficiarios) hace lo que puede para ensombrecernos el día a día, para amargarnos un poco la existencia. Pero no. No nos dejamos. No estamos dispuestos. Al menos no por ahora. Y además hay unos vinos maravillosos contra los que nada pueden hacer la oscuridad, el frío... Por ejemplo, traigo aquí un vino altamente recomendable para un viernes de otoño a partir de las nueve de la noche: Licinia, 2008, de Bodegas Licinia. Para tomárselo con calma. Y a ser posible, en buena compañía. No es barato. Pero un viernes es un viernes.

jueves, 1 de diciembre de 2011

viva Rusia

Hasta hace poco, en el ranking de visitas a este blog procedentes de otros países, Estados Unidos ganaba por gran diferencia. Sin embargo, en el último mes ha sido adelantado claramente por las entradas realizadas desde Rusia. Cada día, al ver las estadísticas servidas por Blogger, me pregunto a qué se deberá está irrupción de visitas procedentes del Este (también Ucrania y alguna república báltica aparecen a menudo). ¿Quiénes serán ellos o ellas? ¿Cómo habrán llegado a dar con este modesto blog no publicitado? Ya sé que el boca a boca virtual funciona, pero alguien ha tenido que ser el primero en detectarlo en Moscú, en San Petersburgo, donde sea, y pasar la dirección a otros. Algún español que anda por allí, supongo, aunque no necesariamente. Quién sabe. Los misterios del azar son inescrutables. Cada visita anónima, cada página vista a miles de kilómetros, es una historia, una irrepetible concatenación de azares. ¿Qué pensarán de mí esos desconocidos internautas que entran y leen este diario? Desde aquí les envío un saludo y les agradezco su interés. Estas entradas procedentes de Rusia coinciden en el tiempo con una verdadera 'invasión' de arte ruso en Madrid: las joyas del Hermitage están en el Prado; La Caballería Roja -panorama artístico de los años 20 y 30 en la Rusia soviética- se exhibe en La Casa Encendida; una retrospectiva de Aleksandr Deineka triunfa en la Fundación March... Solo falta que Nikita Mijalkov vuelva a hacer una película tan maravillosa como Ojos negros o como Quemado por el sol. Aunque, entretanto, estaría bien que alguno de esos anónimos vistantes dejara aquí algún comentario. Por ejemplo: ¿como has dado con este blog, tovarich? En fin, que yo estaría encantado de recibir noticias del Este.