miércoles, 27 de junio de 2012

arquitectura humana

La arquitectura es una prolongación del ser humano. Y de hecho, cada individuo es una arquitectura, un edificio, una casa. No hay más que fijarse un poco para averiguar qué tipo de casa lleva cada uno encima. Hay personas a las que da gusto mirar, porque lucen una fachada admirable, equilibrada, sin ostentación ni excesos, ni tampoco escasez. Otras, se ve a primera vista que se han convertido con el tiempo en un casulario destartalado que si no amenaza ruina le falta poco. Hay personas estrechas, sombrías y con mucho pasillo. Las hay mal ventiladas, sin miradores a la calle, con un aire viciado y unas ventanas cerradas a cal y canto que impiden la circulación de las ideas frescas. A veces a eso lo llaman algunos 'casticismo'. Hay mujeres espléndidas como catedrales de Colonia o de Burgos y hay hombres sin brillo ninguno, como ministerios de fomento (sin actividad) o como juzgados de lo contencioso-administrativo (que ya es desgracia). Hay personas y edificios para todos los gustos, disgustos, berrinches, fiestas, globos, cometas, algarabías. Y también hay personas acogedoras "como un viejo camino", o generosas como una casa grande de puertas abiertas, estancias amplias y alegres ventanales. Ayer comí y conversé muy a gusto y tomé café con hielo con una amiga que cada vez se me parece más a una casa grande con viñedos, entre primeros de agosto y finales de octubre en La Toscana. Mi amiga no lo sabe, ni tiene por qué saberlo, pero me recuerda la casa de campo de Belleza robada, de Bertolucci, años 90. Ella en sí misma es una mujer como una casa: una casa jovial y saludable, bien proyectada y con espacio más que suficiente para acoger verbenas de verano, bodegas con buen vino y sonrisas que valen por igual para ilustrar un libro recién leído de 600 páginas (en sólo cuatro días) y para subrayar una coincidencia, una broma, un gesto muy fugaz, un juego de palabras. Está muy claro: hay personas con arquitectura colonial y otras mucho más sobrias; algunas sorprenden con un interiorismo lujoso o art déco; otras nos ceden todo su espacio vaciado de odios y de estorbos y de caracolas corintias. Una casa es una casa, pero si no sirve para vivir, amar, reír, leer, beber, escribir un poema aceptable cada dos o tres meses, invitar a unos amigos a cenar, dar un paseo a la caída de la tarde, echar un polvo alegre en la penumbra a la hora de la siesta... Si una casa o persona no reúne o incita a todo eso y más, ello quiere decir que es una obra fallida, un proyecto erróneo, una pareja equivocada. Pero si la cosa funciona... y la casa también, eso merece una cena de viernes con buena música y una botella de reserva Santa Rosa, de Bodegas Mendoza (Alicante).

2 comentarios:

  1. Una preciosidad, lo utilizaré el próximo curso en mi taller de escritura creativa.
    Saludos.

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  2. Yo he perdido la cuenta de las veces que he usado este maravilloso relato, con resultados siempre esplendidos... Gracias Luis.

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