miércoles, 31 de octubre de 2012

internet

A mí no deja de asombrarme. Como casi todo el mundo, soy usuario de Internet; es cierto que un usuario muy básico pero persistente. Todos los días hago varias incursiones, más bien sencillitas: prensa, libros, novedades, YouTube, consultas diversas. Alguna vez, no lo niego -¿por qué iba a hacerlo?-, me aventuro hacia algún puerto remoto e inconfesable. Lo más asombroso para mí de este juguete es lo que tiene de 'pídeme lo que quieras y te lo concederé'. Internet me recuerda a las tentaciones de Jesús, cuando Lucifer le transportó "a lo más encumbrado y, mostrándole todos los reinos del mundo y la gloria de estos, le dijo: Todas estas cosas te daré si, postrándote ante mí, me adoras" (Mateo 4, 1-11). No sé ante quién o quiénes nos hemos postrado, pero lo cierto es que todos los reinos y las glorias de este mundo están al alcance de nuestros ojos y oídos. Todavía no al de nuestro olfato, gusto, tacto... Pero tiempo al tiempo, a pesar de los disparatados recortes en Ciencia y en I + D+ i, entre otros. Bueno, a lo que iba. Eso de llegar y decir: en este momento me apetece, pongamos por caso, el Concierto para violín (Op.14) de Samuel Barber; y vas, lo escribes, lo pinchas y, en unos segundos... aquí está, con Gil Shaham y la London Symphony Orquestra. ¿No es un prodigio maravilloso? O bien, esas tardes en las que solo Billie Holiday nos sirve de consuelo... y escribes en Google su nombre seguido de Solitude o de Moonligth in Vermont. Poco después, la vida y la tarde empiezan a ser ya otra cosa, no sé si mejor o peor pero sí más tolerable. O tienes la curiosidad de saber lo que ocurrirá mañana en el mundo y a qué temperaturas. O conocer los planes cinematográficos de los hermanos Wachowski. O mirar con ojos de mirón las fotos de Greta Garbo durante el rodaje de El velo pintado. 'Pídeme lo que desees y te lo concederé', me dice todos los días Google. A veces trato de ponérselo difícil, pero Mr. Google siempre se las arregla para decirme al punto e voilà!, y ofrecerme un montón de páginas y direcciones donde saciar mi curiosidad o mis vicios... de conocimiento. Hoy podría decirse aquello de 'dime qué buscas en Google y te diré quién eres'. Si buscas sonetos, contactos, dietas de adelgazamiento, carteleras de cine, compañeros de colegio,  minijobs, lugares de encuentros, discos descatalogados, sitios fuera de horario... Si buscas algo de eso, deberías matizar un poco tu búsqueda,  para que la segmentación sea más certera y acorde a tus sueños. Por ejemplo: busco mujer de una belleza singular, cuarenta y pocos años, ojos verdes oceánicos, mirada inteligente, bonita figura, no mal carácter, buena mano para la cocina; una mujer que además baile bien, ame los libros, le guste el martini los domingos al mediodía y ría como nadie cuando baña su cuerpo el vaivén de las olas. Solo es un supuesto. Internet tiene respuestas para millones de millones de ejemplos. Pero entre millones elijo, hoy, miércoles, 31 del 10, 'entre las voces una'. De acuerdo que es solo un enlace, pero, además de escuchar esa canción, miradle a la cara a esa mujer, y en particular a los ojos, más que a la boca hermosa. ¿Y yo que veo en ella a una gitana inmensa de entonces, como Carmen Amaya, como Pastora Pavón (¡esos pendientes grandes, redondos, esa soberanía!), trasplantada a orillas de un río Mississippi o a alguna plantación de tabaco en Virginia o de algodón en Alabama? Qué manera de cantar, y de abrir los ojos sin prisa, y de mirar en calma hacia uno y otro lado, de bajar los párpados y después abrirlos de nuevo. Mirad la sombra de BH al final del clip y veréis en ella algo tan antiguo como una diosa egipcia.
http://www.youtube.com/watch?v=-dX0pdsLVb0&feature=autoplay&list=PL1B48D5975BB15D35&playnext=1

martes, 30 de octubre de 2012

un minuto de silencio

A veces sucede, y esta mañana lluviosa se ha producido uno de esos paréntesis en que por momentos la realidad parece como si hubiera quitado el sonido de la calle mientras la imagen seguía su curso sin interferencias. Caminaba yo bajo el paraguas y de pronto he percibido que no había ningún ruido a mi alrededor: ni cláxones de coches, ni acelerones de autobús, ni la chapa de un comercio que alguien levanta con estrépito. Nada. Y no es que el mundo se hubiera detenido unos segundos, como sucede en el cine o en algún spot cuando la imagen queda 'congelada'. No, ya digo que todo seguía su curso con rutinaria naturalidad, por así decirlo. Observé cómo las luces de un semáforo pasaban del verde al ámbar  y del ámbar al rojo, y esto sucedía para nadie, sin que ningún vehículo estuviera allí en ese momento para seguir sus instrucciones. Por la acera de enfrente pasaba una madre con su hijo camino del colegio bajo un paraguas amplio. Y detrás otra, ésta junto a dos niñas con chubasqueros amarillos. Caminaban en silencio. Delante de mí, a unos pocos metros, cayeron despacio tres, cuatro hojas de un árbol; nadie salvo yo asistió a ese hecho quizá insignificante. Un poco más allá, un coche de la policía cruzaba muy despacio, y también en silencio, como si el motor (para no alertar a los delincuentes) estuviera insonorizado. Eran las nueve menos cinco de la mañana y todo estaba en orden, casi diría que en orden y en concierto. Pero en silencio, como en un sueño. O como si en la pista de hielo -generalmente en Innsbruck- la bella patinadora austríaca se deslizara con toda la armonía del mundo siguiendo una música inexistente que solo sonara en su memoria. Hay una escena inolvidable en El pianista, de Polanski, en la que Adrian Brody, refugiado en una casa de Varsovia -donde, si quiere salvar la vida, el único sonido que se puede permitir es el de su respiración-, se sienta ante el piano, levanta la tapa, acerca sus dedos a las teclas y empieza a tocar una balada de Chopin... en silencio, mentalmente, sin llegar siquiera a rozar esas teclas quietas. Creo que es una de las escenas de cine que más me han emocionado. Otras veces imagino la situación inversa: un sendero en el bosque, a finales de octubre, poco después de la lluvia, donde, de pronto, en el silencio limpio de la tarde, empieza a sonar para nadie este The Man I Love, de Gershwin, que ahora no escucho. Quizá, mientras suena, asome una ardilla (a ver qué pasa ahí) o caigan tres, cuatro, siete hojas que no tienen prisa ninguna por llegar a suelo. Y luego, tras las últimas notas de esa canción, y de casi un minuto de silencio, empieza a llover de nuevo en el bosque.

lunes, 29 de octubre de 2012

lo que no dije el viernes

El jueves llovía en Valladolid al anochecer y cuatro amigos leíamos ante un público diverso poemas de Luis Ángel Lobato. Siempre que leo sus versos tengo la sensación de que hubieran sido escritos bajo la incesante lucidez de los 40º de fiebre. Leí: "pasado y futuro / se abrasan / en las gasolineras de la nieve". Leí: "un recuerdo / puede ser también futuro". Leí: "Perdóname: / quiero ocuparme de tu vida." Y varios años después: "ayer imaginé que tú nunca exististe / pero al término / de la palabra / 'diciembre' / el lacre de la escritura / continuaba anexionándote." Y unos versos más adelante doy fe de que "acaba de estrellarse / un avión / en otro sueño." Aunque antes de eso advertí: "pero, ¿quién descomprime / la espoleta de una narcosis?" Y acabé confesando de viva voz que "lo he soñado / y es real. / Respondo: / sí / pero fui yo quien tuvo ese sueño. / Tú dices: / no: / olvidaste las lámparas." A la salida, bajo los paraguas, caminamos hacia los bares. Con mi cuate Jesús Capa -artista ascético y riguroso: solo silencio, la biblioteca blanca,  circus museum... y algo más- siempre acaba saltando la chispa de la conversación entre copas. A propósito de Niemeyer, me dice, más o menos: "sí, es estupendo, claro, pero Brasilia hoy es un fracaso total: es una ciudad vacía, muerta..., la está devorando la selva." Desde siempre, esa imagen me produce fascinación. Y siguiendo por ahí, ayer me encuentro un reportaje en el dominical de El País sobre la capital norcoreana. Leo en él que Pyongyang es hoy "una ciudad con grandes avenidas desiertas, monumentales construcciones de hormigón y hoteles de lujo que nadie ocupa." Se me dispara la fantasía y veo las raíces oscuras apoderándose de los aparcamientos subterráneos, las enredaderas cegando los ventanales de los hoteles abandonados, las colosales estatuas de King Il-sung o de Kim Jong-il corroídas por la lluvia ácida y estranguladas por lujuriosas boas constrictor de quince metros de eslora procedentes de la Amazonia; veo tigres patrullando los templos desiertos de la democracia ideados por Niemeyer en el trópico; plantaciones de bambú reventando los mármoles, los frisos, los vanos proyectos de eternidad. Cien días y cien noches de lluvias torrenciales, de bóvedas caídas, de retablos desplomados, de dinastías, de quimeras. Todo ello abolido. La otra noche alguien aludió a Empédocles, en relación con la poesía de Lobato, para decir de este que apaga un fuego poético con otro fuego; un poemario con el siguiente. Y quizá esto valga para todo creador, incluso para todo amante: un fuego apaga el anterior, y este da lugar a uno nuevo que ilumine el amor que está surgiendo, o el poema en ciernes, o a los ofidios mutantes en la umbría, o esta música que "ya la toqué mañana", porque "un recuerdo puede ser también futuro."

jueves, 25 de octubre de 2012

adivina quién es ella

Para describir ese cuerpo, más que hablar de anatomía hay que emplear el lenguaje de la topografía. Recorrer sus dimensiones es toda una expedición, como quien se va a la Amazonia o a la Región de los Grandes Lagos. Por el camino nos encontraríamos prolongados ríos caudalosos que van del empeine a las ingles, ondulaciones del terreno, promontorios, profundos valles, dunas, extensiones inexploradas, desfiladeros, oasis muy frutales donde el agua mana y corre...  Ese cuerpo es el de Sofía Vergara: una mujer inteligente, divertida, audaz, con un gran sentido del humor. La descubrí, como casi todo el mundo, en el exuberante papel de Gloria, en la genial serie Modern Family donde es un volcán latino en ebullición, un monumento que debería ser declarado ya mismo patrimonio de la humanidad. Sofía Vergara es una mujer de 41 años y de una belleza que arrebata. Tuvo un hijo a los 19 y nunca se ha operado, ni maldita falta que le hace. Bueno, más que una belleza, ese rostro es un bellezón que si se deja contemplar en primer plano -oh, mis queridos colegas mirones- uno le sería infiel (por momentos, claro) a todas sus musas y sus diosas. Lo siento, Marion, ya sabes que soy un hombre voluble pero leal hasta la muerte; lo siento Ava,  Laetitia, Angelina, Greta Lovisa Gustafsson, Lou Andreas Salomé... Lo siento, Carmen, yo te invitaría a participar en esa fiesta de apenas unos minutos, más o menos lo que dura una canción como Lía, por ejemplo, aunque sé de tus reparos ante mis promiscuidades, por supuesto que imaginarias. Pero, volviendo a Sofía, si además de dejarse contemplar te mira fijamente unos segundos, amigo mío, entonces nadie te libra del babeo bobo, ni de ir licuándote, desvaneciéndote, dejando de ser quien eras: un bobalán en extinción. A veces, en la tierra media de las noches desveladas -de tres a seis, generalmente-, mientras me hago el distraído para que llegue el sueño sin obstáculos, trato de imaginarme a Sofía Vergara caminando sin prisa hacia mí, cien metros más allá, más acá. Nadie se imagina cómo camina esa mujer. A ver si me explico. No es que venga como quien va del puente a la alameda -que también-, es que parece como si llevara una partitura que ordenara el compás y el vaivén de sus caderas. En algún punto de su cuerpo, de su cerebro, Sofía lleva un músico, un compositor (quizá un profesor de gimnasia) que le marca los pasos y la euritmia que deben tener sus andares. La estoy viendo venir a finales de octubre, en un día medio lluvioso, caminando bajo los castaños. Nos cruzamos. Ni se fija en mí.Yo espero unos segundos, unos metros, para volverme y ver cómo camina ella de espaldas, cómo se aleja hacia noviembre la figura, la silueta, la música que suena y va sin prisa de Sofía Vergara. Yo también me voy. Tengo esta tarde noche una deliciosa obligación en Valladolid. ¿Y mañana? Mañana ya veremos.

miércoles, 24 de octubre de 2012

si de verdad me mientes

Por lo que veo en las estadísticas de blogspot, la entrada de ayer -si de verdad me amas, miénteme- tuvo un notable éxito. Pudo ser casualidad, claro, pero también es posible que ese incremento fuese debido a que el tema nos mola, o que nos pone, por así decirlo. José Miguel Ullán contaba con mucha gracia que la palabra 'bolero' viene de bola, o sea de 'mentira', y que ese género consiste en cantar mentiras con sentimiento, y por eso las letras de los boleros dicen cosas como "solamente una vez amé en la vida" y trolas semejantes. Fernando Vallespín -un hombre elegante en todos los sentidos- ha publicado un libro cuyo título es La mentira os hará libres. Realidad y ficción en la democracia. Sostiene Vallespín que "los políticos de hoy apenas necesitan recurrir a la mentira" -cito una reseña aparecida en hoyesarte.com- "¿Para qué hacerlo si es posible engañar por otros medios? Entre estos, el más eficaz es la construcción de la realidad a la medida de sus intereses." La 'construcción' de la realidad. Así de claro. Lo que no existe se cambia y punto. ¿Que la realidad no nos gusta o no nos conviene? Pues se inventa otra. O sea, el crimen perfecto. La realidad desmiente todos los rumores, y al cabo se demuestra que eran meros bulos interesados. Recientemente he leído una cita de Umberto Eco que viene al caso: "...producir su propia verdad contando mentiras." Así las cosas, el ovillo se lía, se lía... (qué bella canción aquella: "lías tus miradas a mi falda, por debajo de mi espalda / y digo yo que mejor que el ojo pongas la intención"; si me doy a tararear, me lío y lío "a la pata de la cama" y pierdo el hilo de lo que estaba diciendo o iba a decir). ¿Por dónde íbamos? Kafka aparte, no sé si esa canción me ha distraído o me ha salvado del naufragio. Creo que, por algún error cometido en el camino, amo la ficción tanto como la realidad. Y a veces más. Y cuando la realidad me gusta más de la cuenta, la llevo al terreno seguro (?) de la ficción. La ficción nunca me engaña, ni siquiera lo intenta; la realidad sí, y para ello se sirve (permítaseme un poco de demagogia) de los telediarios, del FMI, de la Troika en pleno, y de esa chica rubia alucinante que es la Delegada del Gobierno en Madrid, una mujer a la que, a mi juicio, no se le da el espacio que merece en los medios. Cristina es total. Los compositores pop no deben andar muy finos cuando todavía no han hecho media docena de canciones inspiradas y dedicadas a Cristina Cifuentes. Sin ella saberlo, se ha convertido en lo más cool que nos haya deparado este tiempo loco que nos deja sin palabras... y sin futuro. En fin, que "lías cada día con el día posterior, y entre día y día..." ¿Hay algo mejor que una buena canción y esperar a que llegue a casa la mujer de tus sueños, o el hombre, con quien pulsar play y empezar a bailar? Líame un poco, anda, y si tienes por ahí algo de beber... "no te quedes con las ganas de saber / cuánto amor nos cabe de una sola vez".  

martes, 23 de octubre de 2012

si de verdad me amas, miénteme

"Si de la noche a la mañana la gente dejase de mentir, no existiría ningún matrimonio en la tierra, y en cierto modo eso sería el final de la civilización". Esta frase la pronuncia el protagonista de la obra de teatro La Verdad, de Florian Zeller, adaptada por Josep Maria Flotats. No tengo que hacer el menor esfuerzo para imaginarme a Flotats diciendo esas palabras. Parecen escritas para él, para su voz, su ironía, su prosodia culta y ligeramente impostada, así como a la francesa. No sé si me explico. Ya el subtítulo es toda una declaración de principios: La Verdad: de la las ventajas de callarla a los inconvenientes de decirla. Aparte de la gracia y el juego que lleva implícito, el asunto... se las trae. Yo no quisiera pasar aquí por un cínico redomado, ni por un frívolo evanescente, pero menos aún por un brutal dogmático de los de "muera yo, y conmigo todos los filisteos" en aras de la verdad. No, no creo que la verdad consista en contarlo todo-todo-todo, caiga quien caiga. Evacuar el 'todo-todo-todo' está muy bien para el confesionario (que con ese fin se inventó el secreto de confesión) y para el diván del psicoanalista argentino: lo sueltas, lo pagas y te vas. Pero fuera de esos evacuatorios que tanto alivian nuestras almas, contarlo todo es un grave error en muchos casos, y una crueldad sin objeto, sin recompensa ninguna en otros. Hay veces que decirle a alguien 'la verdad' no solo es contraproducente sino una canallada propia de un sádico. En esos momentos estelares de las grandes confesiones, alguien -Dios, il diabolo, un amigo, un ángel, un poco de sensatez- debería susurrarnos al oído: 'calla'. Esas verdades innecesarias que solo causan dolor, quizá le vengan bien al emisor para soltar lastre y sentirse limpio de polvo y paja (dejemos por una vez las bromas), renovado y absuelto por la diosa Sinceridad. Pero no. Sabemos que el esfuerzo sin recompensa produce melancolía. Sin embargo, qué pasa con el daño sin beneficio, con el dolor que solo ocasiona más dolor y más insomnio y amargura en los pliegues de los labios. Está claro que, con excepciones, el que hace daño con verdades es que busca hacer daño, o quizá es que no da importancia al daño que produce. En fin. Voy a tratar de salir de aquí lo mejor posible, ayudándome de otra obra, Wilt -la genial novela de Tom Sharpe-, llevada ahora al teatro en Madrid. Hay en ella una frase / moraleja que la cuña publicitaria utiliza, como no podía ser menos: "Miente para que te crean." Y añade por su cuenta: "A veces es la única manera." Para mí que le sobra la justificación. Qué afán por pedir disculpas no solicitadas. Me quedo sin espacio. Mañana más mentiras.

lunes, 22 de octubre de 2012

lunes, parque, niebla

Esta mañana el parque estaba desierto bajo la niebla protectora; un escenario perfecto para empezar un lunes con cierto estilo cinematográfico: la luz cruda y húmeda estaba muy bien puesta en escena, propia sin duda de un buen operador. Mientras caminaba, acudían a mí posibles escenas para imposibles películas. No es por presumir, qué va, pero tengo una cierta práctica en imaginar secuencias de películas que siempre dejo inacabadas (bueno, también dejo a medio hacer otras muchas cosas: desde un poemario que pintaba bien hasta un severo propósito de enmienda). La escena tiene lugar a primera hora de la mañana en una ciudad portuaria del norte, Rotterdam,  Montreal, acaso la libre y hanseática ciudad de Hamburgo. Mientras van apareciendo los títulos de crédito, alguien camina por un parque sin nadie; algo en ese hombre nos hace pensar que ha pasado la noche en blanco, aunque no sabemos aún si viene de una noche entera de amor recién inaugurado o de una madrugada de alcohol y garitos infames o de ocho horas de insomnio sin somníferos. Para el espectador, ese caminante puede estar dirigiéndose a denunciar un robo -coche, documentación, ordenador con material sensible- en la comisaría más próxima, o bien camina hacia su apartamento tras 48 horas de amor y sexo y proyectos sin descanso, o quizá a ninguna parte, si acaso a un bar de confianza donde el café sea bueno, fuerte y barato. A medida que avance la película iremos sabiendo, por ejemplo, por qué el guionista eligió la niebla de un lunes a primera hora. También tendrá sentido el piloto giratorio, silencioso y ámbar que aparece al fondo. Sabremos asimismo el por qué de la sonrisa del hombre que camina con las manos en los bolsillos del chubasquero verde olivo. Entenderemos la relación existente entre la música que suena mientras él avanza bajo los títulos de crédito; es probable que también entendamos que esa misma música que suena es la que él va escuchando a través de los auriculares de su i pood: es el Almost Blue de Chet Baker que, a mitad del parque, se funde con la versión de Diana Krall, tan inspirada esta vez. Pero la escena queda interrumpida porque esa música no es que 'ya la toqué mañana' sino que me lleva a ayer, domingo todo el día, por fortuna lluvioso, a considerar tres opciones: abandonar a la familia y esconderme hasta las medianoche en los cines Verdi; desaparecer en algún sitio que nadie conozca y del que no dar explicación ninguna; planchar exactamente 19 camisetas de hijos, media docena de chándals, 5 pantalones míos y 6 de otros, alguna sutil blusa, 8 camisas, 4 pijamas y medio. Ciertas prendas delicadas me las reservo para otras películas, otras tardes de domingo o posts de lunes.

viernes, 19 de octubre de 2012

la belleza

Desde hace varias semanas tengo bien a la vista una foto en primer plano de Laetitia Casta. Es la portada de  un Especial Belleza de la revista S Moda. Raro es el día que no me quedo mirándola un rato, entre el pasmo y el agradecimiento. Es bellísima. Y en esa foto lo está  en grado sumo.  Muchas veces me pregunto qué tiene la belleza que tanto nos asombra, nos atrae, casi que nos hipnotiza en ocasiones. Si me pongo estupendo me contesto algo así como que la belleza es el fuego que robamos a los dioses cuando ellos están dormidos o muy ebrios de vino y placer. Sería, por así decirlo, el lado divino de los humanos. Sin embargo, qué poco democrático, qué arbitrario el reparto de la belleza robada. ¿No sería más lógico, y sobre todo más justo -pensaba yo-, que la belleza se consiguiera por méritos propios, en lugar de recibirla por herencia o por el puro antojo del azar? Ahora veo las cosas de otro modo. Después de mucho mirar durante años, he llegado a la conclusión de que la belleza no es tan caprichosa como parece: hay que saber admitirla, y llevarla, y hacerla propia. Para entendernos: no todo el mundo vale para llevar todos los días el rostro y la figura de Laetitia Casta. Por eso la belleza a partir de los 40 es más fiable y verdadera. También más serena y más amplia. Por supuesto que no se puede generalizar ni sacar leyes infalibles: para todo hay excepciones, y muchas, pero yo tengo comprobado que el talento, la inteligencia, hace a las personas más atractivas, más sexys. Y también he visto -es lo que tiene el mucho mirar- que personas que en principio no pasarían por grandes bellezas oficiales, pues resulta que a veces tienen instantes, perfiles, gestos, transfiguraciones... de una belleza que arrebata. Lo confieso: yo me he quedado pasmado contemplando a compañeras mías de trabajo que, de pronto, y sin ellas saberlo, ni sospecharlo siquiera -o eso creo-, ascendían a categorías de belleza cinematográfica. Y más allá. Eso me ha llevado a pensar que la 'inspiración' también se da en los rostros, en los cuerpos, en los gestos y en los rasgos, en las miradas. Pero no como un mero fruto inmerecido del azar, que igual que llega por sorpresa desaparece a continuación sin dejar huella ni memoria. No. Quien alcanza eso es por algo. Es porque puede, porque lo posee. Y quien posee unos segundos de Greta Garbo o de Ava Gardner, de Jacqueline Bisset o de Angelina Jolie mordiendo una fresa... es porque hay en ella algo, o más que algo, de muchos momentos de película que nos han hecho y nos hacen soñar. Yo recomiendo a quienes duermen junto a una mujer hermosa -o un hombre hermoso, claro está-,  o que pueda serlo si bien se mira, que al acostarse deje la persiana de la alcoba no bajada del todo. Horas después, a la luz de la amanecida, mientras ella duerme en paz, la belleza se le acrecienta -os lo aseguro- de un modo que no podéis ni imaginar.

jueves, 18 de octubre de 2012

a rafael de león

"Yo muchas noches sentía, / cercano ya el día, / tus pasos en la casa...." No puedo escuchar esa canción sin sentir escalofríos desde el primer momento. Ese comienzo de A ciegas, en la voz de Miguel Poveda, además de ser puro Rafael de León, es un prodigio: qué manera de meternos de golpe en la alcoba de quien espera en el desvelo la llegada de la persona por la que lo daríamos todo. Dice la segunda estrofa: "Gracias a Dios que has llegao, / que no te ha pasao / ninguna cosa mala." Qué de mujer es esto. Rafael de León no tenía que hacer ningún esfuerzo para 'empatizar', vamos a decirlo así, con la protagonista sufridora de esa canción. A él le gustaban sin duda esos hombres guapos y granujas de sonrisa bandida, los párpados algo caídos, la corbata de lunares a medio deshacer, que dan tormento a sus esposas y amantes, ya sean mujeres, hombres o mixtura de ambos. A Rafael de León le volvían loco esas historias de amores canallas, entonces prohibidos o al menos no declarables. Él es (en sus letras) el más amante y el más atormentado, el más doliente y deseante, el que espera la noche entera... ¡Ay, Rafael, cómo nos duele, pero cómo nos gusta que nos duela! En otra copla suya, que canta Poveda como nadie, dice el poeta sevillano que se siente "como una triste rosa / abandonao en la basura, / como una jarra de taberna / que nadie apeteciera su frescura." Me conmociona. Es el viejo asunto de la sed. Yo lo entiendo. Y alguna vez lo he compartido, aunque solo fuera en sueños: como una jarra de agua que nadie apeteciera en su frescura. ¿Hay cosa más terrible? Pero volviendo a la canción A ciegas, qué añadir a ese momento en que, a pesar de todos los pesares y martirios, el narrador se resigna y admite ante su amor canalla y embustero que "no tienes que darme cuentas, / a ciegas yo te he creío, / yo voy por el mundo a tientas / desde que te he conocío."  La verdad, yo a ese amante lo fusilaría en Cádiz, en la Caleta, al amanecer. Aunque, conociéndome, me temo que lo haría con balas de fogueo. Para que no olvidara nunca lo miserable que ha sido, y el tormento que ha hecho vivir a la mujer o al hombre que tanto lo ha esperado cada noche, cada amanecida. Solo los que sabemos lo interminable que puede llegar a ser una noche enteramente develados podemos entender (aunque nunca del todo) lo que siente quien traga saliva, se aparta las lágrimas  y empieza a cantar: "Yo muchas noches sentíiia, / cercano ya el díiia, / tus pasos en la caasa..."
http://www.youtube.com/watch?v=f7h9w8HN1iY

miércoles, 17 de octubre de 2012

silencio

Cuando hay mucho mucho ruido alrededor, nada tan saludable como sumergirse en un baño de silencio. Y puesto que ya tengo edad para lucir manías, confieso que disfruto mucho del silencio, casi tanto como de la buena música, y a veces más incluso. Desconozco si existen las curas de silencio, pero si no es así deberían existir, de igual modo que existe la talasoterapia o el masaje shiatsu. Deberían crearse 'unidades de silencio' donde recuperar el equilibrio perdido a causa de tanta contaminación acústica. El ruido es la chatarra que se amontona a nuestro alrededor. Y no solo en la calle, también en la tele, en la radio, en internet... Por haber ruido, lo hay hasta en nuestro cerebro, en nuestra conciencia, en nuestros sueños o insomnios. Pero no quiero meterme ahora en las varas de esa camisa; este es o pretende ser un blog amable, un diario dependiente de la mañana. Ayer le decía a una amiga que de igual modo que cada uno de nosotros tiene una voz propia, también tiene su propio silencio. El silencio de cada cual ha de ser una prolongación de su voz, de su habla, de su manera de reír o de cantar. O de los sonidos que emite o se le escapan en los momentos más altos del placer. Dice el maestro Emilio Lledó que las personas malhabladas suelen ser malpensadas. Yo tiendo a creer (y además me apetece creerlo) que quien tiene una hermosa voz, en el más amplio sentido, quien contagia bienestar y posee una sonrisa cómplice y una mirada acogedora, tiene asimismo un silencio que da gusto escuchar. Conozco silencios de todos los colores. Silencios fríos. Silencios estruendosos. Silencios muy eróticos. Silencios desesperantes. Silencios incoloros. Silencios como el silencio de Dios. Como los de algunos despertares serenos. Como los que pernoctan sin que nadie lo sepa en nuestra casa. Como los que habitan en las partituras de Bach. Como los silencios horizontales que se extienden en las tardes de invierno sin nadie en Tierra de Campos. Los hay para todos los gustos y oídos. No quisiera ponerme estupendo, pero me temo que el silencio es el tema: antes de nosotros solo había silencio; después de nosotros, todo ese ruido que hemos generado, toda esa cháchara, irá dando paso a un silencio hermoso, limpio, definitivo. Colinas lo dijo muy bien en aquel último verso de Noche más allá de la noche: "Adiós a la palabra, escoria de la luz." Bueno, tranquilos: estoy escuchado a Bill Evans, y en espera tengo lo último de Diana Krall, las bachianas brasileiras de Heitor Villa-Lobos, y a Miguel Poveda. A Enrique Morente llevo dos meses y pico sin escucharlo. Pero es que Enrique -he descubierto- tiene un silencio que quita el sentido: un silencio tan hermoso como su malagueña grande de Chacón, su media granaína, sus tangos y tientos, sus fandangos altísimos, su soleá, sus alegrías, su Omega.

martes, 16 de octubre de 2012

lo más fashion

Cosas que la crisis ha puesto de moda: el 'compro oro' se ve por todas partes, como los hombres-anuncio en las películas de aquellos años en las calles de Manhattan; la compraventa de libros de texto usados (con o sin CD) ya está más que asumida y generalizada; el mercado de coches de segunda, tercera o cuarta mano es casi el único que tiene movimiento; el buzoneo de barrio va viento en popa: desde restaurantes chinos a precios imposibles hasta retoucheries que ponen cremalleras o hacen todo tipo de arreglos de ropa; Cáritas está más de moda que nunca, lo cual no es óbice para que el sector del lujo sea el único que crece y crece (es lo bueno de ser rico o muy rico en tiempos de crisis); la familia, digan lo que digan los obispos, siempre ha estado bien vista en España, aunque nunca como ahora: hoy se mima de un modo fervoroso a los abuelos con jubilación; invitar a los amigos a cenar en casa los fines de semana (o acudir a la suya) tampoco es nada nuevo, pero, últimamente, es que no queda un sábado libre desde aquí hasta el domingo de Pentecostés; con el cine de estreno ocurre que -a ver cómo lo digo- nos hemos hecho mucho más selectivos, más exigentes, y ya no es aquel ir un poco a la aventura, o casi, como en los buenos tiempos frívolos, por el mero gusto de ir al cine; del teatro... mejor ni hablemos; las bibliotecas públicas están muy animadas desde que me saqué el carné de socio, y no mal de fondos bibliográficos, a pesar del presupuesto 0 (cero) asignado recientemente a la adquisición de libros y discos para el actual ejercicio; la evasión de capitales no es que esté de moda, es que va como un tiro: unos trescientos mil millones de euros evadidos en los últimos doce meses, según los cálculos más conservadores; no ponerse malo, ni ir al dentista (por si acaso), ni hacerse pruebas médicas (con lo desagradables que suelen ser) son otras de las ventajas de nuestro más reciente y acreditado up and down; el arte de hacer de la necesidad virtud se está desarrollando a todos los niveles; la tendencia arte povera (en su día Pistoletto, Calzolari, Luciano Fabro y otros), también. Se me acaba el espacio y no he llegado a la mitad de lo más fashion del momento. Resumiendo: dar explicaciones, rendir cuentas, exigirlas, pagar por ellas, devolver lo sustraído o malversado, inhabilitar a quienes tengan bien acreditado no reunir las condiciones mínimas exigibles para determinados puestos..., eso no está nada nada de moda; por el contrario, llamar a las cosas por otro nombre, hablar ante las cámaras como Cantinflas, hacerse el distraído (¡viva Suecia!), ser generoso con el buen ladrón amigo, confiar que el tiempo todo lo cura y con el tiempo (y buenas campañas, y sobrados medios) todo se olvida..., eso está superdemoda, y tiene una aceptación increíble. Increíble.

lunes, 15 de octubre de 2012

72 horas y unos minutos

Asturias, bien. Nunca falla. En 72 horas hemos tenido sol y lluvia, nubes y claros, primavera, casi verano, dulce otoño. Días de andar y ver, y sobre todo comer. Chavela Vargas cantaba como nadie aquello de "que me sirvan de una vez p'a todo el año..." Pues algo parecido nos ocurre siempre en Asturias, tierra de dulces lluvias y de cocina suculenta donde la abundancia forma parte del paisaje. Pero entre plato y plato hemos tenido tiempo para mirar y llenarnos la mirada con las tonalidades del verde, las variaciones del gris bajo el orbayo, el esplendor desde lo alto del monte, cerca de Arriondas, sí, pero aún más cerca del cielo, un sábado de gloria. Miradas y momentos de los que no se olvidan. Disfrutamos caminando por el casco viejo de Avilés, desconocido hasta ahora para mí; lo encuentro hermoso sin duda, y de una una elegancia austera y con carácter. A un paso de allí, como quien dice, el Centro Niemeyer. Al primer golpe de vista, descubro que me gusta, aunque no sé bien por qué. Ahora no es que sepa mucho más, pero sí que he fantaseado con la idea de que hay algo de 'indiano' del siglo XXI en toda esa presencia de luz y arquitectura. Ya no es el azul ultramar de las casas traídas de La Habana: es el blanco y la curva que le llegan al puerto por sorpresa desde la mente luminosa de un hombre universal y brasiliano. Allí, como buenos turistas, ponemos cara de asombro y nos hacemos fotos. Leo en el folleto las palabras del propio Oscar Niemeyer: "Una gran plaza abierta a todos los hombres y mujeres del mundo (...) Un lugar para la educación, la cultura y la paz." Sigo leyendo -ahora desde una sala de descanso y lectura del Centro- varios poemas de Cecilia Quílez pertenecientes a su libro Vísteme de largo: "Lo que hay detrás de una mujer / es otra mujer", dice.  Y también me quedo con este verso: "La lluvia te recuerda la belleza de un glaciar". Y con este otro: "No me canso de no saber la respuesta". Cuando levanto la vista, mi hijo Ignacio ha dibujado con tizas de colores una pequeña obra de arte en una pizarra. A la salida nos esperan un paseo por el puerto, una chalana de marisco así de grande y un arroz negro de los que quitan el sentido y conducen a la siesta. Ayer, domingo, llegamos a Madrid a tiempo para hojear el periódico mientras esperábamos que Félix se lanzara desde allá arriba, al borde del espacio, protagonizando el spot en directo más visto de la historia. Emocionante, sin duda. Y con todo ese suspense tan meticulosamente programado... Aquel eslogan ahora adquiere pleno sentido: "Red Bull te da alas". ¿Quién si no?

jueves, 11 de octubre de 2012

nocturno

Hoy, en la Alta Madrugada -que viene a ser al sueño lo que la Alta Edad Media a la historia- he vivido dos ensoñaciones muy dispares. En la primera de ellas descansaba en un gran hotel de montaña, un lugar luminoso y de un esplendor incomparable, yo diría que muy austríaco, incluso puede que algo suizo, muy alpino en cualquier caso; sin embargo, lo más sorprendente es que aquel lugar como de Ludwig II de Baviera pertenecía al término municipal, digámoslo así, de Guadalajara, México. Se estaba bien allí, sí. Pero tanta dicha no podía durar demasiado, y de ahí pasé al interior de un avión militar, como los que hemos visto en las películas de la Segunda Guerra Mundial. Sobrevolábamos en la noche una zona indeterminada de Europa. En algún momento yo habría de lanzarme (o ser lanzado) en paracaídas, no estaba claro el motivo ni con qué objeto. Es duro volar de madrugada en un avión militar sabiendo que en cuestión de horas o de minutos vas a tener que arrojarte a las tinieblas exteriores. Y lo peor de todo es que desde el principio sospeché que, a diferencia de los demás muchachos paracaidistas, yo iba a tener que lanzarme sin paracaídas ni arneses ni nada: a pecho descubierto. Durante el vuelo, no paraba de darle vueltas al asunto y mascullar: ya verás como al final, con las prisas y los nervios de última hora, a estos gilipollas se les olvida colocarme el paracaídas. Ya sé que dicho así parece un chiste de Gila, pero era de lo más angustioso que uno pueda imaginarse. Cuando llegó mi hora, y el sargento me hizo un gesto de 'adelante', cerré los ojos, apreté las mandíbulas y me lancé en caída libre a la fría noche. Pero, en mi caída, yo quería ver, necesitaba ver cómo era aquello, el vacío, el final, la nada... Y como dice Borges, la curiosidad pudo más que el miedo, y abrí los ojos. Al hacerlo comprobé que, en efecto, estaba viendo la nada, y la nada es invisible por definición. En el sobresalto, había abierto los ojos de verdad, no solo los del sueño, y en ese despertar sudoroso, angustiado, mis ojos se abrieron a la cerrada oscuridad del dormitorio. Unos segundos después, miré la hora en el radiodespertador. Eran las 03.54. Alta Madrugada.

miércoles, 10 de octubre de 2012

no se quieren enterar, yeee-yé

No se quieren enterar, muchos políticos no quieren enterarse de lo que está pasando realmente. Viendo cómo se comportan, las cosas que dicen, las reacciones que tienen... da la impresión de que no viven en este mundo nuestro, de que están en la inopia. O quizá es que lo simulan muy bien, quién sabe. Desde luego, no seré yo quien meta a todos los políticos en el mismo saco (viejo truco que sólo engaña a quien está muy interesado en engañarse), pero sin duda ninguna incluyo a los gobernantes que nos hemos dado -a todos los niveles, autonómico también, por supuesto-, más buena parte de la denominada Oposición, todos los cuales se supone que están, sí, pero no sabemos dónde. O sí que lo sabemos, y entonces  la cosa es mucho peor. Prefiero creer o hacer como que creo que viven sin saberlo en una burbuja, en una campana de cristal que les impide percibir las voces, los sonidos, el aire del exterior. Mientras aquí fuera se está produciendo una enorme contaminación acústica que refleja el malestar que se ha instalado entre nosotros, ellos... (y ya he dicho quiénes son ellos), siguen con sus cositas, sus dimes y diretes, sus herencias recibidas, sus 'y tú más', en fin, sus majaderías. Claro que es normal que así sea, porque si no actúan de ese modo, si alguno se sale del argumentario, puede quedarse sin empleo, y no están los tiempos para bromas. Eso explicaría algunas cosas. Por tanto, pese a lo que está pasando aquí fuera, ellos siguen a lo suyo y en lo suyo (vale, lo admito, me voy a poner un poco demagógico, que falta me hace), ellos siguen en sus coches oficiales, con sus intereses y favores de partido y de 'entidades financieras', sus consejos de administración bien remunerados, sus ruedas de prensa ministeriales, sus almuerzos en Jockey, o donde ahora se lleve, pero siempre en algún lugar tranquilo y alfombrado donde no lleguen las voces de la calle, las protestas tan desabridas, tan desagradables... Los que no han conocido otra forma de vivir la política y sus negocios, o se han acostumbrado a ella sin remedio, dan por hecho que las cosas van a seguir siendo siempre así. Y es posible que tengan razón. Pero no es menos cierto, caballeros, que el 'enojo', por así decirlo, va a más, y cada vez es y va a ser mayor y más numerosa la gente (la 'chusma pelona', en expresión insuperable del gran don Ramón María) que no tenga nada nada nada que perder. Y eso no sería bueno para nadie, y menos para algunos, ni aquí ni en Puerto Banús. ¿O es que a alguien en el Club Financiero o en la rotonda del Palace le apetece una revuelta social incontrolable de un 25% de parados, miles de estudiantes sin becas ni erasmus ni futuro a la vista, contenedores y edificios ardiendo como en Grecia, rompehuelgas contratados a un precio muy por encima de mercado, columnistas y  periódicos a sueldo que cada día resulten más caros de sacar a los kioscos, más difícil de vender. ¿Es eso lo que queremos? ¿Entonces? ¿A qué viene este deliberado no quererse enterar de lo que está pasando? Parece mentira que un tipo como yo, alguien que ama el lujo y los placeres, los coches deportivos, los anuncios de Martini, las americanas de Armani, la Croisette de Cannes, algunos conciertos para laúd o para violoncello de Bach, David Lean en Breve encuentro, los relatos y los versos más exquisitos de Borges... Parece mentira, digo, que alguien así tenga que estar diciendo estas cosas antipáticas.

martes, 9 de octubre de 2012

profundo triste azul

La espera terminó: anoche fuimos al cine a ver por fin The deep blue sea, de Terence Davies. Debo decir que me gustó tanto como esperaba, pero que me conmovió más aún. A los lectores que no hayan visto esta película, ni conozcan la obra de teatro de Terence Rattigan en la que está inspirada, puedo decirles que trata de una historia de amor exasperado, sí, pero también sobre la insatisfacción que produce el no ser querido del modo en que cada uno quiere que lo quieran. O sea, la vida misma. En Midnigth in Paris Woody Allen venía a decir que nadie se siente a gusto con la época que le ha tocado vivir; en esta magnífica The deep blue sea el malestar (y algo más que malestar) viene de eso, de que no sabemos querernos bien, de que no nos quieren como quisiéramos. Collyer (el marido) ama a Hester (maravillosa Rachel Weisz), pero casi como pueda querer un padre o un buen amigo; Hester a su vez ama a Freddie de un modo salvaje y doloroso, pero Freddie se ahoga ante ese amor más grande que la vida y sale al exterior en busca de aire, de espacio abierto bajo el cielo azul... para volar en su "avión plateado". Y mientras todo ese vendaval interior sucede en Londres, 'hacia 1950', el Concierto para violín op. 14 de Samuel Barber nos llega al alma, o a ese lugar del desconsuelo donde el anhelo anhela, donde lo que gusta duele... Todo eso. A la la salida del cine, la pregunta es por qué después de tantos años, de tantos libros provechosos, de maravillosas películas como esta, de conciertos de Bach o de Barber o de este Bill Evans y Trío (París, febrero 1972) que ahora suena para mí...., la pregunta, insisto, es por qué no hemos aprendido a amar como debiéramos, y a poner menos difícil que nos amen... de la manera que saben amarnos. Me pregunto si cada uno de nosotros sabe amar de un solo modo o, por el contrario, puede hacerlo de mil maneras diferentes, en función de la persona amada. Sospecho que esa y no otra es la cuestión que late al fondo de la película, y de la obra (que no he visto ni leído) de Rattigan. De todos modos, si yo fuera un personaje masculino en una obra de teatro, o en un guion de cine, daría lo que fuera por ser amado en cualquier caso como ama Rachel Weisz durante los noventa y ocho minutos que dura el amor y el dolor, desde el instante en que ella cierra una ventana, unas cortinas, hasta que las abre... y la vida empieza a fluir de nuevo, con todas sus dificultades, esfuerzos, dolores, pesares, incertidumbres... La mayoría de las películas que elegimos nos hacen pasar un buen rato. Anoche, en el último cine de Madrid donde puede verse esa película, pasamos noventa y ocho minutos inolvidables. A la salida, caminamos sin prisa hasta el coche. La noche de octubre parecía de mayo. Conducir por la Gran Vía era un placer. Las manos reunidas durante un semáforo en rojo, a las altura del Círculo de Bellas Artes, también. Más cine, por favor.

lunes, 8 de octubre de 2012

maniquíes

Una cosa es ir de tiendas y otra salir a ver escaparates; hay una tercera vía: los escaparates te salen al paso a medida que caminas por la acera. Eso fue lo que me ocurrió anteayer, sábado, al mediodía. En un tramo de unos trescientos metros -calle de Alcalá- hay más de cincuenta tiendas de ropa. En algún momento, como si alguien me llamara por mi nombre, me llamó la atención un maniquí muy sexy. Y a continuación otro, y otro, y otro más, a medida que quedaban a mi altura. Empecé a fijarme no tanto en la moda de otoño como en los maniquíes que la mostraban: bellas chicas altas y dinámicas, acaso algo más delgadas de lo deseable, detenidas en un instante de ensimismamiento, como cuando nos detenemos un segundo en medio de la casa para pensar '¿dónde iba yo, y con qué fin?' Iba pasando de unas a otras, admirando sus largas piernas o sus altos hombros, sus pómulos, su cuello esbelto, su marcada cintura... Y fantaseaba con la idea de que cada uno de esos maniquíes podría tener su historia y sus anhelos, sus coqueteos bisexuales con otros maniquíes, o con otros paseantes ociosos y mirones, fáciles de seducir; aunque también tendrían sus temores de ser retirados del escaparate y de la temporada otoño-invierno, víctimas de algún ERE en el sector. Algunos de esos maniquíes, tras una noche de furia y sadismo en la trastienda, aparecen decapitados o sufren amputaciones de brazos o de piernas, o de brazos y piernas, y quedan reducidos a meros bustos -espléndidos bustos, eso sí- sin rostro, sin posibilidad de abrazar o echar a andar o sonreír a un loquito (lo llamaremos voyeur) que lleva cinco minutos mirando desde el otro lado del cristal. Observé que esta temporada, como la anterior, predomina el modelo longuilíneo pero sensual de Kate Moos. Sin embargo, en las tiendas de moda latina es JLo (Jennifer Lopez) quien inspira la figura y las medidas, incluso las miradas que nos salen al paso, desafiantes, desde sus escaparates horteras, llenos de ofertas y de sueños inconfesables. Como es casi obligado, me acordé de Daryl Hannah en Blade Runner, cuando, perseguida, se refugia en el almacén de los maniquíes y se hace pasar por uno de ellos. Por supuesto que Pris -Daryl Hannah- es una replicante, o sea un artefacto, un ingenio sin alma, pero resulta imposible no ponerse de su lado y contener la respiración cuando ella se camufla entre los maniquíes y entran en escena las linternas. De haber sobrevivido, ¿cuál sería el siguiente paso a dar por Pris y por Rutger Hauer frente al 'dios de la biomecánica'? Está claro: exigirle que dotara de vida y alma a aquellas criaturas que permanecían inacabadas, no bien articuladas, a medio hacer. ¡Oh, cielos!, me he metido sin permiso en el mundo de los autómatas. Que Dios me perdone. Y los maniquíes también.

viernes, 5 de octubre de 2012

alegría de vivir

Hace tiempo que vengo pensando en ello. Quien más, quien menos, ha estado alguna vez de visita o tiene o ha tenido algún familiar en una residencia de ancianos. No hay duda de que incluso en el mejor de los casos son sitios tristes, aunque necesarios. Ya decía El Roto en aquella viñeta que "lo peor de la vejez es que llega a muy mala edad". Claro que si se mira la alternativa... Y aquí no puedo por menos que recordar aquella memorable genialidad galaica de Pepiño Blanco: "Estamos mal, pero menos mal que estamos." Eso mismo es aplicable a las residencias de ancianos. Aunque yo echo en falta una variante que, para entendernos, podríamos denominar 'residencias golfas para viejos verdes'. Con libertad de horarios, bar de copas abierto hasta el amanecer, servicio de habitaciones toda la noche (cenas frías, cava, etc), sala de masajes y jacuzzi,  dispensadores de Viagra, Cialis y Levitra a precios de aspirina, máxima tolerancia con el consumo de euforizantes y estupefacientes, canal porno (opcional) en todas las habitaciones... En fin, ya que la vejez es amarga, sería razonable y muy humano ofrecer una alternativa que permita endulzarla en la medida de lo posible. Usted tiene dos opciones, nos diría el doctor, la primera consiste en  pasarse aquí aproximadamente siete largos años cenando pescadilla hervida templada y acostándose un día y otro con el vaso de agua y el orfidal  en la mesilla durante el telediario de las 21 horas... O bien acogerse a la otra opción: disfrutaría como mínimo de dos años y medio por todo lo alto, con buenos vinos asegurados, comidas espléndidas, deliciosos postres de tiramisú, masajistas diplomados/as, martinis a las hora del Martini, azafatas/os complacientes, juergas a la medida con fármacos ad hoc, humoristas en vivo todas las tardes de domingo, 'escapadas' nocturnas (clubs de carretera incluidos), partidas de póker hasta el amanecer, piscina climatizada, masaje tántrico... con final feliz. El dolor quedaría abolido, y la tristeza más allá de lo tolerable... también. Por supuesto que esas residencias no se llamarían 'Dulce Ocaso', ni 'Residencial Verdes Praderas', ni nada de eso, sino 'Pasapoga', 'Copacabana', 'Beach Boys For Ever', 'Sex Pistols House', 'Villa Viciosa'. Estoy convencido de que muchos se lo pensarían seriamente, o al menos lo tomarían en consideración. Con estas cosas nunca se sabe, pero yo me inscribiría ya mismo en lista de espera, que luego se producen los atascos, los recortes, los porteros bordes que no dejan entrar... Quita, quita. Hombre prevenido...

jueves, 4 de octubre de 2012

una obra de arte

El gol de Benzema, anoche, en el Amsterdam Arena, fue una obra de arte. Uno de esos goles con los que sueña todo futbolista, incluso todo aficionado al fútbol: un remate 'de chilena' dentro del área que entra 'como un obús' en la portería, diría el cronista, fiel a la tradición de nuestros clásicos. Goles como ése son los que se recuerdan pasado el tiempo. Fue maravilloso. Corría el minuto 47 cuando Marcelo, con el balón cosido a la zurda, penetró por el callejón del diez y largó un pase medido en diagonal, trazando comba a la derecha, que le llegó a Kaká al pie; éste levantó la cabeza y, viendo a Karim tomando posiciones cerca del área chica, le envió un balón templado a media altura de los que comprometen a un rematador: ahí sólo puede hacerse una cosa: calcular al milímetro la velocidad, el tiempo y el espacio, tomar la posición precisa de espaldas al la portería, volcar el cuerpo hacia atrás, apoyar la caída y empalmar un zapatazo seco con el empeine en el ángulo exacto para que en centésimas de segundo el cuero describa una trayectoria geométrica vertiginosa sin que el portero pueda hacer nada por evitar lo inevitable: 0-2. Karim es grande. Es cierto que parece algo frío, indolente a veces, y a menudo vemos que baja la mirada, aunque hacia dentro, como ensimismado... Pero Karim es un artista, como lo fuera van Basten, o como Romario.  No es un nueve a la manera de 'Torpedo' Müller o un matador como Hugo Sánchez. No, no pertenece a esa familia de depredadores. Karim es más elaborado, tiene más que ver con la daga florentina o con el alfanje del sultán que con las toscas armas de los godos. Y además tiene esa cosa, ese don de los ángeles que llamamos swing. Zidane lo tenía en grado sumo.Y Beckenbauer. Y George Best. Laetitia Casta y Marion Cotillard, también lo tienen. Y John Coltrane, por supuesto. Algunos poemas de César Vallejo  tienen un swing que él nunca hubiera sospechado. En el caso de nuestro Benzema, el swing alcanza su clímax en ese cambio suyo de ritmo (como el que poseía Cruyff, aunque no tan espectacular, tan fulgurante) que sólo tienen los grandes, y también en el dibujo sutil que traza su cintura en ciertos quiebros, generalmente hacia dentro, tras un segundo de suspense en el pico del área. Me gustaría seguir escribiendo sobre Karim Benzema, pero el espacio se me acaba. Por cierto, el domingo tenemos gran Duelo en la Alta Sierra: Barça-Madrid. A esta hora, mi hijo Luis estará saliendo de clase, en Periodismo. Le voy a dedicar este post. Es más, se lo estoy dedicando desde antes incluso de empezar a escribirlo. Luis es fútbol. Luis es periodista deportivo desde que aprendió a leer por su cuenta, asociando en el álbum las letras y las sílabas que aparecían bajo los cromos de los jugadores: Su-ker. Ra-ul. Re-don-do. Mi-ja-to-vic. Inevitablemente, me estoy acordando de mi padre, que amaba el fútbol, y que tuvo el privilegio de ver, de presenciar, aquel gol legendario de Di Stéfano en el viejo Zorrilla.
VIDEO: El golazo de chilena de Benzema-Diez.hn


miércoles, 3 de octubre de 2012

misterios

A veces me pregunto qué pensarán de mí los lectores de este blog que no me conocen. Qué idea se habrán ido haciendo de su autor a través de los textos que dejo aquí cada día para quien los quiera leer o echar un vistazo de cuando en cuando. ¿Qué ve en este diario un lector lejano que entra a veces desde Rusia o Estados Unidos o Alemania? Los de Singapur, tan persistentes durante un tiempo, han desaparecido de las estadísticas de Blogspot, espero que no del mapa. Eso sí, a cambio, han llegado otros visitantes igualmente misteriosos y procedentes de países lejanos, aunque no todavía de desiertos remotos: el pueblo árabe en su conjunto sigue ignorándome con elegante desdén; confío en que a partir de ahora empiece a notarse la presencia de un amigo filólogo y maurófilo destinado en Rabat. Por momentos, trato de ponerme en el lugar de alguno de esos lectores desconocidos de este blog... y desconocedores de ese tal 'copy' que dice escribir  sus entradas de lunes a viernes. La primera pregunta en hacerme sería si el autor es un solo individuo o se trata de un colectivo que firma bajo el mismo pseudónimo. Pudiera ser,  al menos yo no lo descartaría de entrada. Superado ese primer obstáculo, ¿qué pensar de quien realmente escriba este diario? Pensaría que se trata de un individuo (o un 'personaje' creado por alguien o por varios) al que, para empezar, le gustan las palabras, y le gusta jugar. ¿Infantilismo, inmadurez, huida de la responsabilidad, peterpanismo? A la vista está que tiene una indisimulada afición al fútbol y al buen vino de los viernes a la caída de la tarde, y que es proclive a una cierta sentimentalidad. Que le gustan las mujeres es una evidencia, pero también lo es que hay una que le gusta más que el resto -mucho más, diríase-, sin que de ello se infiera que el resto de las mujeres que le gustan (o que puedan gustarle en adelante) le gusten poco. Por ello mismo, pensaría yo, nuestro desconocido amigo tiene su mérito al no ser realmente -como todo parece indicar que no es- un mujeriego compulsivo. Puestos a sacar conclusiones -quizá algo apresuradas, provisionales en todo caso-, yo deduciría que se trata de un tipo de mediana edad, a menudo bromista, es cierto, pero que ama el jazz y la lluvia, y también el cine y las canciones y las ciudades hermosas. Probablemente estemos ante un individuo algo frívolo, no demasiado profundo, acaso infiel en las formas pero leal en el fondo. Aunque también es cierto que yo solo entro ocasionalmente en este diario de un supuesto copy en crisis. Y además, acá, en Buenos Aires, estoy demasiado atento a mantener activo el gabinete y el diván ocupado. Ciao.

martes, 2 de octubre de 2012

malentendidos

En Perdido el paraíso, de Cees Nooteboom, una atractiva mujer le dice al personaje que se hace pasar por el autor: "No he conocido ningún libro que no sea fundamentalmente un malentendido." Y abunda en ello: "Hamlet, Madame Bovary, Marcel, que no sabía que Gilberte le amaba, Otelo, que cree a Yago..." La lista  sería interminable. Pero es que la ficción en sí misma es un malentendido de la realidad; bueno, eso en el supuesto de que la realidad no sea un malentendido de la supuesta no realidad, de la ficción, que todo es posible. En el ejercicio prueba-error, ¿quién corre con la carga de la prueba? Y luego está el viejo tema del quién es quién en el tándem causa-efecto. Vamos a dejarlo ahí, que no quiero perder el hilo. A lo que voy: casi todo lo que nos pasa tiene su origen en algún malentendido, o en algún error de cálculo, de los muchos cálculos que hacemos de continuo. Qué sé yo. Estamos en un bar de copas y hemos bebido lo mínimo exigible para tener un idea casi brillante o formular una  frase inteligente, o al menos ingeniosa; pero ocurre que, en el crítico momento, una copa cae al suelo e interrumpe el devenir de las palabras y modifica el curso de los acontecimientos. Ya nada será igual. O bien, alguien nos da un número de teléfono en plena calle, en medio del ruido y de las prisas, y lo anotamos de urgencia en cualquier sitio. Pasados unos días, llamamos a ese número por un asunto de trabajo. 'Por favor, ¿Mariló?' 'No, no, se ha equivocado; aquí no hay ninguna Mariló, eh'. Sorprendido, haces la pregunta tópica de '¿pero ese teléfono no es el xxxxxxxxx?' 'Sí', es este número, pero ya le digo que yo no soy esa Mariló: soy Coral'. 'Perdón, perdón, ha sido un error, un malentendido'. Y cuelgas. Si bien, ella ha sonreído su nombre -'soy Coral'- de un modo tan sugerente, tan... no tienes palabras para describir esa sonrisa sonora. Pasados tres, cinco minutos, vas a pulsar 'rellamada' porque necesitas oír de nuevo esa voz, esa manera que ella tiene de pronunciar su nombre. Todavía no sabes qué vas a decir, cómo piensas justificarte, pero vas a intentar que la conversación no se dé por zanjada a los treinta segundos. Te dejas llevar por la improvisación, tan excitante, de las palabras que surgen a su albedrío. Algo te dice que esa tal Coral puede ser la mujer de tu vida o puede ser tu ruina. O ambas cosas. Esa pronunciación, esa prosodia... Al tercer tono, ella descuelga y aparece su voz: '¿Síii?' Tú preguntas estúpidamente: '¿Eres Coral?' Respuesta deliciosa: 'Sí, claro, soy Coral, ¿y tú?' Lo piensas un segundo y sobreactúas un poco en la respuesta: 'Hmmmm..., bueno, yo soy... Ginés.' Y ahí empieza todo. Aunque en realidad todo empezó con un dígito bailado en un número de teléfono. Un malentendido.

lunes, 1 de octubre de 2012

uffffffff, alejandro!

Alejandro es poeta porque la poesía se apodera de él a cada instante; tiene pues menos mérito que otros poetas más esforzados. Alejandro camina como escribe, y al caminar convoca a su alrededor todo cuanto a un hombre pueda salirle al paso. "Los ríos acuden", leíamos en el Canto general, y con los ríos torrenciales acudían las bestias y los minerales, el cobre, los volcanes, el mar, el viento, las manzanas... A Alejandro le ocurre otro tanto, pero sin estrépito: a él se acercan las cosas en silencio, y el cobalto acude al azul como las burbujas al sifón, o como el viento se introdujo en los bolsillos de los muchachos un día de fiesta. "Los niños llevábamos el viento en los bolsillos" (...) "y olíamos muy bien, a canela y a vainilla" (...) y en sus camisas infantiles de tergal o de poliéster "cabían todas las frutas y las sombras de un verano en el que los novios aún seguían siendo jóvenes y los muertos más dulces aún no habían envejecido." Y todo esto sucede por las buenas cuando el poeta pasa por delante de una casa sin nadie, un lugar en abandono y sin testigos que le trae algún recuerdo. Lo leí el miércoles 26 o el jueves 27 en El blog de Alejandro López Andrada. Como me ocurre a menudo, me dejó tan pasmado que sólo se me ocurrió escribir en él una exclamación: "uffffffff". Esa fue mi manera de tratar de dejar por escrito  la máxima expresión en la mínima formulación, pues ya sabemos la regla que rige desde siempre en el mínimal: 'menos es más'. Con ese "ufffffff" yo quería insinuar algo como "me dejas sin palabras, Alejandro, me pasmas, "me llenas de envidia, me das la medida de mis limitaciones". Pero también, de algún modo, había un reproche encriptado en esa exclamación: vendría a decir algo como que si hubiese justicia poética en el mundo, los que más tienen más deberían repartir; y así las cosas, Alejandro tendría mucho que dar, y yo mucho que tomar... a saco. Si finalmente se produce en España la revolución francesa (o en su defecto la mexicana) que muchos esperamos, yo confío en apropiarme de una parte del excedente poético que a diario genera Alejandro López Andrada. Después de todo, él es un hombre generoso, altruista, de izquierdas, y consentirá de buen grado que un burócrata aprovechategui como yo se apropie de parte de cuanto a él le sobra, incluso casi que le perjudica... por exceso. Un abrazo, Alejandro. Ya sabes que 'los ladrones somos gente honrada'.Otro día hablaré aquí de "aaaaah", "guaaaau", "hummmmmm", "puaggggggg", "brrrrrfffff", "ooooh", "tracatrá", chispún". Habrá tanto que decir. Y si no se me ocurre nada mejor o más elocuente, diré: "uffffffff!"