viernes, 29 de junio de 2012

hace falta valor

Lanzar un penalti ‘a lo Panenka’ es jugarse la vida. Y más en una semifinal de la Eurocopa. Por supuesto que requiere mucha sangre fría y una desmedida seguridad en uno mismo. Pero no basta. Para hacer ‘eso’ es necesario amar el vértigo. Asomarse al abismo unas décimas de segundo quizá sea lo más excitante para el ser humano. Como en la escena de Rebelde sin causa frenando in extrimis al borde del precipicio, lo de Sergio Ramos en la tanda de penaltis frente a Portugal fue una locura; maravillosa, sin duda, pero locura. Confieso que tardé un poco en recuperarme del susto. Luego me dio por reír y me entraron ganas de llamar a la gente que quiero para comentar lo sucedido. La clave de la fórmula Panenka es muy sencilla, se trata de que el portero se venza a un lado una décima de segundo antes de que el balón salga del punto de penalti; conseguido eso, solo hay que enviarlo mansamente al espacio que ocupaba el portero hace apenas un instante. Así de simple. Así de vertiginoso. Si la cosa funciona, alcanzas la gloria y elevas el suspense nacional a categoría de orgasmo colectivo. Ahora bien, si sale mal (lo cual no es imposible), quedas como un gilipollas más tonto que Abundio y que Pichote juntos. Y todos los futboleros del país, además de la prensa, tanto de derechas como de izquierdas (en el supuesto de que hubiese una prensa de izquierdas) te corren a gorrazos y te sacan cantares. Por tontolaba. Por payaso. Por querer hacerte el listo siendo más tonto que un zapato. Aunque ése no sería el peor de los escenarios. ¿Qué ocurre si la Selección de tu país queda eliminada por culpa de ese penalti desperdiciado de la manera más infame? ¿Y qué hacer en ese caso? 1) abandonar discretamente el hotel de madrugada; 2) tomar un vuelo hacia un país remoto con el que no exista tratado de extradición; 3) buscar un buen cirujano que te cambie la cara; 4) crearte una nueva identidad (pasaporte, nombre, profesión, currículum...) Si la cosa no va mal, y la Interpol afloja el seguimiento, quizá puedas acabar trabajando los fines de semana como entertainment de una red de casinos y discotecas vinculada a la mafia chechena; o bien, pasado un tiempo razonable, entrenar a un equipo de segunda división en el emirato de Qatar. Nos movemos pues entre dos títulos de película: 1) El año que vivimos peligrosamente (PeterWeir, primeros 80); 2) El hombre que pudo reinar (obra maestra absoluta, John Huston, años 70). Bueno, queridas, queridos, hasta el lunes. Para entonces ya sabremos si somos campeones... o si Pirlo nos habrá pirlado el partido con un pase a la manera de Laudrup, o a lo Zidane, o lanzando un penalti en el último minuto a lo Panenka.

jueves, 28 de junio de 2012

¿y yo? ¿qué casa soy yo?

Ayer, miércoles, 27, a eso de las cinco de la tarde, estaba yo saliendo perezosamente del sopor de la siesta cuando, de pronto, se abre la puerta del dormitorio y aparece mi mujer, recién llegada a casa. Se quedó allí, inmóvil durante unos segundos: la mirada burlona, el brazo izquierdo levantado y la mano apoyada en el marco de la puerta; el derecho, 'en jarras', con el codo hacia delante y el puño en la cadera -ese cántaro de miel-, en una pose a la vez irónica y sensual, muy a lo Ava Gardner. Al fin, me pregunta, así como quien pide explicaciones, no sin cierta retranca: "¿Y yo? ¿Qué casa soy yo?"  Es evidente que, como acostumbra, ha leído ya el post del día, titulado arquitectura humana. Me hubiera quedado un buen rato mirándola en silencio, así, en esa pose tan suculenta. Pero la pregunta era directa y apremiante. No tuve que hacer ningún esfuerzo para responder sin titubeos: tú eres una casa grande de pueblo castellano, con dos plantas y cinco balcones a la calle, con gloria y con bodega, con desván y despensa, con patio y corral: en el patio, sombra fresca de parra y de higuera en los veranos, y también un lilar frondoso, tres magnolios, un rincón cuajado de lirios, algunas violetas; el corral es amplio, con altas tapias de adobe, tiene cobertizo, cuadra, pozo y palomar. Es verdad que ella es esa casa en cuerpo y alma y de pies a cabeza: con firmes cimientos y anchos muros, magnífica osamenta, amplios ventanales de ojos verdes con vistas a un paisaje extenso, limpio, despejado, con altos chopos de silencio; al fondo cae la tarde de verano más allá de las cosechadoras, buscando el rumor y la umbría del Canal de Castilla. Todo eso y más se ve desde la terraza o la mirada de la mujer que hace un instante apareció ante mí, en el despertar de la siesta, tal que Ava Gardner desafiándome con una pose de mujer y una pregunta: "¿Qué casa soy yo?" Ella es la casa grande y luminosa en la que un buen día decidí quedarme a vivir para siempre, para siempre, hace ya más de veinte años.  

miércoles, 27 de junio de 2012

arquitectura humana

La arquitectura es una prolongación del ser humano. Y de hecho, cada individuo es una arquitectura, un edificio, una casa. No hay más que fijarse un poco para averiguar qué tipo de casa lleva cada uno encima. Hay personas a las que da gusto mirar, porque lucen una fachada admirable, equilibrada, sin ostentación ni excesos, ni tampoco escasez. Otras, se ve a primera vista que se han convertido con el tiempo en un casulario destartalado que si no amenaza ruina le falta poco. Hay personas estrechas, sombrías y con mucho pasillo. Las hay mal ventiladas, sin miradores a la calle, con un aire viciado y unas ventanas cerradas a cal y canto que impiden la circulación de las ideas frescas. A veces a eso lo llaman algunos 'casticismo'. Hay mujeres espléndidas como catedrales de Colonia o de Burgos y hay hombres sin brillo ninguno, como ministerios de fomento (sin actividad) o como juzgados de lo contencioso-administrativo (que ya es desgracia). Hay personas y edificios para todos los gustos, disgustos, berrinches, fiestas, globos, cometas, algarabías. Y también hay personas acogedoras "como un viejo camino", o generosas como una casa grande de puertas abiertas, estancias amplias y alegres ventanales. Ayer comí y conversé muy a gusto y tomé café con hielo con una amiga que cada vez se me parece más a una casa grande con viñedos, entre primeros de agosto y finales de octubre en La Toscana. Mi amiga no lo sabe, ni tiene por qué saberlo, pero me recuerda la casa de campo de Belleza robada, de Bertolucci, años 90. Ella en sí misma es una mujer como una casa: una casa jovial y saludable, bien proyectada y con espacio más que suficiente para acoger verbenas de verano, bodegas con buen vino y sonrisas que valen por igual para ilustrar un libro recién leído de 600 páginas (en sólo cuatro días) y para subrayar una coincidencia, una broma, un gesto muy fugaz, un juego de palabras. Está muy claro: hay personas con arquitectura colonial y otras mucho más sobrias; algunas sorprenden con un interiorismo lujoso o art déco; otras nos ceden todo su espacio vaciado de odios y de estorbos y de caracolas corintias. Una casa es una casa, pero si no sirve para vivir, amar, reír, leer, beber, escribir un poema aceptable cada dos o tres meses, invitar a unos amigos a cenar, dar un paseo a la caída de la tarde, echar un polvo alegre en la penumbra a la hora de la siesta... Si una casa o persona no reúne o incita a todo eso y más, ello quiere decir que es una obra fallida, un proyecto erróneo, una pareja equivocada. Pero si la cosa funciona... y la casa también, eso merece una cena de viernes con buena música y una botella de reserva Santa Rosa, de Bodegas Mendoza (Alicante).

martes, 26 de junio de 2012

donde las palabras

A mí me pierden las palabras. Siempre me han perdido. Por unas palabras bien puestas soy capaz de casi cualquier cosa con tal de colocarlas en su sitio, aunque ello sea un mal negocio para mí o no traiga nada bueno a mi reputación. Unas bellas palabras me llegan siempre al alma, aunque sean mentira, porque en las bellas mentiras hay mucha verdad, eso es lo cierto. Uno de estos días he leído en el blog cultural Papeles perdidos un post en el que Winston Manrique cuenta que el Instituto Cervantes ha celebrado el Día del Español en todo el mundo, y, como ya viene siendo costumbre, nos invita a elegir nuestra palabra preferida. En esos juegos siempre suelen ganar las mismas: paz, amor, libertad, amistad, justicia... Lo que triunfa en estos casos es el concepto, el contenido, no la palabra en sí, que es precisamente lo que a mí más me gusta aspirar, acariciar, saborear. No sé si ya lo he contado aquí o en otro sitio, pero entre mis favoritas están 'concupiscencia' y 'jitanjáfora', 'muérdago' y 'frambuesa', 'lapislázuli' y 'austrohúngaro',  'Taormina' y 'Marienbad', 'Tombuctú' y 'Madagascar', 'Antofagasta', 'Bucaramanga', 'leopardo, 'ensueño', 'arcángel', 'aire', 'azul', 'luz'. Por algún sitio debo tener unos pequeños textos que escribí a partir de cada letra del abecedario. Empecé por la Z. Era muy breve, por eso lo recuerdo; decía así: "tal vez la luz zurea en el azul de los zafiros." ¡Si pudiéramos vaciar de contenido las palabras, para luego llenarlas a nuestro antojo! Yo llenaría, por ejemplo, la palabra 'látigo' de relámpagos y orgasmos; el término 'palacio' estaría habitado por tigres y palmeras y música barroca de Scarlatti; todo el campo semántico de la palabra 'muerte' lo convertiría en un oasis donde mana y corre el agua fresca, o en la orilla de un río donde viven las ninfas de cabellos de oro y los hombres se mezclan y confunden con los dioses, las bestias, las estrellas... Y así podríamos seguir hasta el final de los tiempos, y hasta la última palabra del diccionario, para, a continuación, volver a empezar.

lunes, 25 de junio de 2012

deseos, zapatos y poesía

Igual que hicimos el pasado año, el sábado celebramos la noche de San Juan (además de la victoria en el España-Francia) cenando y saltando la hoguera en el jardín fragante de la bella Raquel. Por haber, hubo hasta fuegos artificiales. Después, quemamos unos papelitos en los que cada uno había escrito aquello que quería reducir a cenizas para siempre. Los buenos deseos y peticiones benéficas al solsticio de verano quedaron envueltos en una hoja de yedra, listos para descansar después bajo la almohada de cada cual y, al día siguiente, convertirlos en semilla bajo la tierra fecunda de una maceta o jardín. ¿Qué pidió cada uno? Eso es algo muy íntimo, claro está, pero yo supongo que al pódium de los deseos más votados subiría previsiblemente esa trinidad que forman las siglas STS: buena Salud, suficiente Trabajo y Sexo en abundancia. Ayer, domingo, mi mujer y yo nos pusimos guapos (y un poco pijos) y fuimos a pasear de doce a dos por el Madrid Sunday Shopping. Era el último día de la exposición de 25 zapatos gigantes decorados por diseñadores y artistas -Shoe Street Art- a lo largo de la calle Serrano. Fue un gozo pasear por la sombra, entrar en las tiendas de lujo, hacernos fotos (como guiris) al pie de los zapatos... de dos metros de altura. ¿Qué tendrán los zapatos de tacón de aguja que tanto nos gustan? Una amiga me contó una vez que su novio le decía: "mi amor, ya sabes que a ti los tacones altos te sientan muy bien: elevan tu centro de gravedad." No puedo ocultarlo, me encanta esa frase, y la recuerdo cada vez que surge el tema. Además del 'centro de gravedad', esos tacones elevan nuestra fantasía a la altura erótica de las modelos de Helmut Newton, o a la manera tan sublime de caminar sin prisa por la primavera de París como sólo sabe hacerlo Marion Cotillard (a quien tengo siempre muy presente en mis oraciones). Tras la siesta preceptiva, la tarde del domingo aún nos reservaba momentos estelares. Mi mujer corrige exámenes; yo leo artículos y preparo cafés con hielo. "Escucha esto, te va a encantar", me dice. El enunciado de la pregunta es: 'La Poesía Renacentista: innovaciones formales'. Y a respuesta de un alumno dice, literalmente: "La Poesía Renacentista se dio al empezar el Renacimiento, esta poesía comprendía muchos autores, y esta poesía era distinta de muchas otras." ¿Qué? ¿A que mola? 
(El vídeo es flojito, pero no he encontrado otro) Vídeo de exposición de zapatos gigantes en la calle Serrano (Madrid) | EITB Vídeos

viernes, 22 de junio de 2012

Alemania-Grecia

No es por enredar, pero esta noche se enfrentan Alemania y Grecia; en la Eurocopa, se entiende. El azar, los cruces, los grupos (acaso el fatum) así lo han querido. Lo cierto es que, en este momento, nada puede excitar más a un griego que hacer que muerda el polvo la poderosa Alemania, esa estricta gobernanta que regenta con mano de hierro el gabinete sadomasoquista de nuestros dolores y quebrantos. Según mis sondeos (y mi intuición) aquí todo el mundo va con Grecia. Nadie duda de que la superioridad alemana es abrumadora en todos los terrenos: físicos, técnicos, tácticos, estratégicos. Alemania lo tiene todo para infligir a Grecia una goleada humillante. ¿Qué les queda pues a los toscos pero orgullosos griegos, a qué pueden apelar, dada la desigualdad palmaria? Apelarán a la épica, sin duda, y a la heroica. Van a defender su portería como si fuera el paso de Las Termópilas: no 300 pero sí 11 Leónidas dispuestos a morir matando. Y van a hacer de este partido una Odisea. De acuerdo que Alemania es mucha Alemania, mucho Deutschland über alles, pero la fuerza teutona de la razón dialéctica se puede encontrar con la sorpresa de la poética, con la arbitrariedad de los dioses más caprichosos, y verse los atletas germánicos enfrentándose a un destino aciago para el que no estaban preparados: venían a jugar un partido de fútbol, no a desafiar a Zeus, ni a saquear la Acrópolis, ni a llevarse piedra a piedra el Partenón. De nada sirve declarar el fair play y saludar al adversario en el centro del campo: no habrá paz para los arrogantes; y si hay que morir se muere, pero vendiendo muy cara la derrota al enemigo: cinco tarjetas amarillas, una roja, tres jugadores rivales lesionados... Sería la venganza trágica de Sófocles y Esquilo, los dos defensas centrales de la Hélade. Por todas las polis griegas y los puertos del Peloponeso se extiende un clamor: "¡¡¡Helas, Helas, Helas!!! Ese mismo grito triunfa ya en todo el Mediterráneo: Creta, Chipre, el Imperio Otomano, Sicilia, Cartago, Alejandría, Italia, España... Y todos llevan en la mano un libro de Cavafis con una señal en la página donde aparece el poema Termópilas: "Honor a aquellos que en sus vidas / custodian y defienden las Termópilas./ Sin apartarse nunca del deber, / justos y rectos en sus actos, / no exentos de piedad y compasión; / generosos cuando son ricos, y también / si son pobres, modestamente generosos, / cada uno según sus medios..." En definitiva, el partido de esta noche supera con creces los límites del terreno de juego futbolístico y entra de lleno en el campo de la Economía, de la Política, incluso de la Filosofía, tal como se desprende del enlace que dejo aquí -un clásico de siempre- para deleite y provecho de todos. Imprescindible.
Monty Python - International Philosophy (Spanish sub) - YouTube

jueves, 21 de junio de 2012

ladrones de instantes

Ayer presencié un hecho que apenas duró unos pocos segundos. Eran las siete de la tarde y yo regresaba tras hacerme un montón de largos en la piscina. Al pasar junto a los campos de deporte que tenemos cerca de casa, me detuve un momento. El público llenaba las gradas y sonaba una música. Se estaba celebrando una competición de patinaje artístico. De acuerdo que no era sobre hielo, pero en la pista apareció una joven de bella figura elástica y preciosas piernas de patinadora austríaca; lucía un modelito negro que añadía elegancia a la elegancia. Por momentos pareció como si en lugar de estar en el Barrio de la Concepción de Madrid nos halláramos en Insbruck o en Salzburgo. La bella patinadora se desplazaba por la cancha como llevada en volandas por un ángel de música: pura euritmia. Unos aplausos del público subrayan y agradecen una graciosa pirueta, sin duda meritoria. No es el vals de la olas, pero lo parece. No es la barcarola de los cuentos de Hoffmann, pero lo recuerda. Ella es a la vez una barca y una ola. Y de pronto... De pronto el oleaje se interrumpe, la armonía se quiebra y la patinadora cae al suelo levantando una exclamación en las gradas que va de la sorpresa al dolor, del sobresalto a la lástima, algo entre el "¡oooh!" y el "¡aaah!", como si el golpe lo hubiera recibido cada uno de los espectadores, y el dolor también. Al punto, la joven se incorpora, se recompone y reanuda (entre aplausos) su armonioso oleaje por la pista. Sin embargo, en esa caída yo había percibido una belleza extraordinaria, distinta, incontrolable: en la descomposición de la figura, en la expresión desarticulada, en lo que ocurre entre esos dos parpadeos de vértigo en que el cuerpo todo descarrila de las líneas invisibles que la música describe. En esos instantes -tanto en el dibujo trazado en el aire como en la dolorida silueta perfilada en el asfalto- apareció la belleza más pura, el más puro arte. Arte efímero, es cierto, aunque no tanto como para que la mirada no llegue a registrar la maravilla, el visto y no visto de un prodigio irrepetible y fugacísimo. Es el sueño de todo fotógrafo. Y de todo aquel que gusta de andar y ver, de mirar y robar. Somos ladrones de instantes, cazadores de mariposas... y de rinocerontes.



miércoles, 20 de junio de 2012

y caminar con brío

Esta mañana no tenía tema para el post de hoy. Eso me ocurre a menudo, pero siempre confío en la caminata matutina para ventilar el cerebro y permitir que alguna idea se pose en él. Sin embargo, hoy, ni por ésas. Pensé que no me iba a quedar otra que una divagación acerca de la sequía creadora, la página en blanco, el no-tema, la perfección del cero (0) que es el número redondo por antonomasia, en fin, todo eso. Pero, mira por dónde, ya de vuelta a casa, mientras cruzaba el parque, vi a una mujer de unos... 30 años que paseaba despacio por la sombra fresca, a la altura de los magnolios. Caminaba delante de mí. Es importante este dato porque resulta muy distinto ver venir alguien que contemplar el modo en que se aleja esa misma persona. Ella iba en sus pensamientos, no había más que verla, pero tampoco me atrevería yo a decir que 'ensimismada' (maravillosa palabra, por cierto); el ensimismamiento impone un caminar mucho más reconcentrado que apacible, y esta mujer esbelta llevaba unos andares relajados, armoniosos, desprovistos de toda estridencia o tirantez; no, no estaba inquieta, ni impostaba, ni se sentía observada. O al menos eso daba a entender su manera de caminar, ese lenguaje corporal que todos tenemos (queramos o no) y que habla de cada uno de nosotros mucho más de lo que imaginamos. Como soy muy mirón, me fijo en los andares de la gente, o de alguna gente. Son tremendamente delatores. La pesadumbre, el pesimismo, incluso la culpa o la mala conciencia, la tensión nerviosa, las ganas de gustar, el narcisismo, la arrogancia, el enojo, la ira, la timidez no superada, la disciplina de la milicia o del gimnasio, el abandono de uno mismo, la agresividad mal contenida, la borrachera indisimulable, la escoliosis que uno lleva a la espalda... Todo eso y más se ve, se lee -somos libros abiertos- en la manera de andar de cada uno. Yo, cuando veo unos andares que me gustan de veras, los miro con avidez (los robo) mientras puedo, y después, ya desaparecidos de mi vista, no puedo evitar un pensamiento melancólico: lo que me pierdo al no conocer a la persona que camina de ese modo. Es mejor no pensar en ello. A veces -como ahora- me vienen a la memoria unos endecasílabos muy musicales del poeta modernista cubano José Martí: "El infeliz que la manera ignore / de alzarse bien y caminar con brío, / de una virgen celeste se enamore / y arda en su pecho el esplendor del mío." Y dicho esto, silencio, corazón; solo silencio.

martes, 19 de junio de 2012

money, money, money

Es como un castigo: solo oigo hablar de dinero. A todas horas, en todas partes, en todo momento o circunstancia no hay más tema de conversación que el dinero, la pasta, las finanzas... Conste que yo estoy de acuerdo con aquella frase célebre atribuida a la genial Mistinguett, diva de la belle époque: "el dinero no da la felicidad, pero aplaca los nervios." Eso es así, no hay duda, pero el dinero como tema constante de conversación no deja de parecerme de una vulgaridad insufrible. Bueno, y todavía cuando uno es Botín o Correa o Damien Hirst... pues tiene su explicación, pero que la gente normal y corriente -o sea, casi todos- nos pasemos el día a vueltas con la puta prima de riesgo, el Ibex, el TAE, el BCE, el FMI, así como otras denominaciones no menos pornográficas (con todos mis respetos para el porno), pues, la verdad, jode. Y no me gusta ser malhablado, pero es que ya está bien, hombre. Dinero por la mañana en la radio; dinero al mediodía en la barra del bar americano, a la hora el martini; dinero a la comida; en el café de sobremesa; en las noticias de las nueve, dinero y solo dinero; en las tertulias de la noche; en las ediciones digitales de la madrugada; en las cotizaciones de bolsa de Extremo Oriente al amanecer... Y luego, para rematar, mientras te duchas, llega la cuña de Aurgi y dice: "¡Vienes por el precio!" No sabe nadie las ganas que tengo de que alguien me sorprenda en el cuarto de baño (o donde sea) con algo así como "aquí no se habla de dinero, ni de descuentos enloquecidos, ni de ofertas 2x1, ni de vajillas de regalo por solo domiciliar tu nómina, ni de sorteos de fines de semana caribeños, gratis total, en compañía de tu masajista o guardaespaldas..."* Lo que deseo es que alguien me proponga sin levantar la voz un vino bianco del Véneto en una terraza al mediodía frente al lago Como; o bien (aunque suene algo pedante y rebuscado) que alguien me lea con dulce voz unos hexámetros del Archipiélago de Hölderling mientras la luz recién amanecida se filtra tras los visillos de la estancia en la isla de Patmos; o incluso (y aquí no hay disculpa que valga) que me ofrezca un interminable atardecer, casi todo él en silencio, a mediados o finales de verano, allá en Tierra de Campos. Iba a decir que todo eso no se paga con dinero, incluso que "ni con todo el oro del mundo". Pero quizá exajere. O acaso esté yo equivocado. 
* Una vez más he vuelto a hacer algo tonto y raro, y he eliminado el último tercio de este post. Con lo cual, he tenido que recomponerlo de memoria, mal que bien. O sea, más bien mal. 

lunes, 18 de junio de 2012

los chicos están bien

Están bien en general, y el que no lo estaba del todo parece que empieza a mejorar y a sonreír. Anteayer, sábado, hemos celebrado esa cena de amigos que por estas fechas es costumbre desde... no sé los años; yo no llevo la cuenta, eso lo dejo para los viciosos de los números. Es todo un caso el nuestro: somos amigos desde niños; en la adolescencia nos volvimos enteramente cómplices a base de bicicletas, guateques y veranos: estábamos a la última en discos singles y long plays. Con la primera juventud, las copas y las risas (y alguna que otra noche un poco irresponsable) muchas cosas se pusieron de nuestra parte. Pasaban los años para todos, y cada uno iba haciendo su vida, pero la amistad jamás se puso en duda entre nosotros. Novias, carreras, bodas, hijos, ideas, distancias, profesiones... Nada pudo impedir que el afecto permaneciera intacto y que las cenas de junio se celebraran con mucha alegría y buenos vinos. Y así hasta ahora. No nos vemos demasiado, es cierto, pero tampoco tenemos que explicarnos nada, porque cada vez que nos reunimos es como si retomáramos el diálogo allí donde lo habíamos dejado. Nos conocemos bien. Toño Francia siempre fue, además de guapo y aficionado a la velocidad, un buen dialéctico con el que daba gusto conversar y debatir a las tres de la mañana y más allá; con él, las diferencias acababan siempre en complicidades. Y así va a seguir siendo. David Rueda es primo mío y nunca le ha faltado un peculiar sentido de la guasa; era bueno al fútbol (no como yo) y luego ha sido y es aun mejor al golf; sin duda una de esas personas que no fallan ni fallarán nunca; se casó pronto con Isabel, que tiene una mirada preciosa y dulce. Jesús Martín Real, Jesu, fue en tiempos Chang Kai Shek, un tipo alto y delgado, voluntarioso hasta la exasperación, con un punto romántico a la hora de bailar y una locuacidad que crece y crece a medida que la noche avanza. Toño Pizarro. Docenas y docenas de cartas que nos fuimos enviando desde todas las edades, colegios, momentos, situaciones. Seguimos en ello, ahora de vez en cuando y  por e-mail; Toño es y será de por vida, además de amigo del alma, esa persona infalible en la que uno siempre podrá confiar. Alfonso Pizarro. Otro que tal. Quizá uno de los tíos más zánganos, entrañables, inteligentes y divertidos que yo me haya echado a la cara. Imposible no quererle. No estuvo en la cena del sábado (por razones de causa mayor y vuelo a Santiago de Chile), pero para todos fue como si estuviera entre nosotros. Claro que, ¿quién que se precie no tiene a alguno de los suyos 'exiliado'? Como toda buena familia, nosotros tenemos a dos de los nuestros en el dorado exilio de la Costa del Sol. Ambos -Moncho Francia, Tati Alcalde- llevan una década sin acudir a la cena de famiglia, pero sabemos que su ausencia está justificada: el año que viene, o el próximo, aparecerán por sorpresa, como los buscadores de tesoros regresaban en las grandes películas. En fin, que los chicos están bien. Y más que van a estarlo.Con estas mimbres, me atrevo a desafiar por unos minutos, por unos veraneos de entonces, al gran Rafael Sánchez Ferlosio: "¿Pero ha habido alguna vez tiempos felices?", se pregunta. Y él mismo se responde: "Los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tan tristes." Lo dudo, mi admirado Ferlosio. Nada tristes (al menos por ahora; y ya sé por dónde vas) sino todo lo contrario: alegres, divertidos, venturosos días en los que cada mañana éramos más jóvenes, y de algún modo... casi que seguimos siéndolo. 

viernes, 15 de junio de 2012

la fiesta debe continuar

Cuando era más joven volvía a casa sin prisa a la hora dudosa en que los primeros bares abrían sus puertas. Anoche me bajé del taxi diez minutos antes de llegar a casa para cruzar el parque paseando sereno a  las tres menos cuarto de la mañana. Regresaba tras una experiencia singular difícilmente repetible: la fiesta de los exdelvico de la que hablaba en el post de ayer. ¿Conclusiones? Que mis temores eran infundados; que las personas a las que no veía desde hace 20 o más años no han cambiado (físicamente) tanto como cabía esperar; que las voces, como los gestos y como los andares, no cambian. Anoche pude comprobar que ellas están en general mejor y acaso más interesantes que nosotros; y también que las chicas que me gustaban me siguen gustando tanto o más que entonces (lo cual corrobora algo ya sabido: que las personas que me gustan... me gustan para siempre). También he comprobado que, en estas circunstancias, un buen abrazo dice más y mejor que casi todo lo que uno pueda decir o escuchar. Más cosas. Descubrí que había compañeros y compañeras que en algún momento, años atrás, se habían desdibujado, incluso borrado por completo de mi memoria, lo cual me fastidia un montón. ¿Por qué el olvido nos hace estas cosas? Intento consolarme con aquello que escribí hace un millón de años: "No hay olvido. No puede haberlo. / Porque no existe lo que llamábamos olvido. / Tan sólo memoria silenciada." Me horroriza la sola idea de olvidar. Por eso me aferro a lo vivido y a lo por vivir. Nabokov escribió un libro titulado precisamente Habla, memoria. Y eso era lo que yo le pedía a mi memoria anoche cuando saludaba o charlaba unos minutos con alguien. Y la memoria me hablaba hasta hacerme callar... para así poder mirar mejor y recibir más cosas que... emergían de pronto como hallazgos. Eso es la memoria instantánea: puros hallazgos, a veces deslumbrantes. Siento ahora la tentación de escribir aquí sus nombres, treinta o cuarenta nombres, uno tras otro y con todas las letras. Pero con cada nombre me llegaría un desafío muy excitante: el de expresar en menos de 140 caracteres quién y cómo es cada uno. Para entendernos: ¿cómo escribir, pongamos por caso, 'Ana Hidalgo' sin añadir detrás unas poca palabras como: 'una emoción rubia que no se ha desvanecido sino todo lo contrario, a pesar de su peluquero actual, ese ladrón de rizos.' Es sólo un ejemplo. Y del oro rizado de Ana pasaría a la pura plata viva que luce Casilda Rodríguez. O a la belleza entera que se ha hecho cargo para siempre de Susana Bernardini. Me estoy traicionando: no quería dar nombres pero, en cuanto me descuido... me soy infiel. Gracias, Quique. Gracias, María. Gracias, Mena. Gracias (también por el libro y la dedicatoria) Stanley. Gracias, guapas. Gracias, bandidos. Pero esto no puede acabar aquí; debe continuar, ¿verdad que sí? Besos.




jueves, 14 de junio de 2012

exdelvicos

Esta noche tengo una fiesta. Nos vamos a reunir más de 200 personas que compartimos el haber trabajado en Delvico, la agencia de publicidad de la que hablé aquí el pasado miércoles. Estuve en Delvico en el 87 y el 88, creo recordar. Así pues, esta noche me voy a reunir con personas a las que, salvo excepciones, no veo desde hace 20 años o más. Es como para estar inquieto, ¿no? Bueno, también vale 'ilusionado', 'impaciente', 'suavemente aterrorizado.' Aún no tengo claro si ese leve terror o dulce pánico es debido a la incertidumbre ante cómo estarán Ana, Casilda, María, Mena, Julio y los demás, o si se debe al temor de cómo me verán ellos y ellas a mí, tantos siglos después. Yo en estos casos adopto una actitud senequista de aceptación del destino: lo que tenga que ser, será. Y si el paso del tiempo se pone difícil de aceptar, siempre estará esperándonos esa copa de más que alivie nuestros pesares y nos vuelva menos lúcidos pero muy graciosos por un rato. Ante estas pruebas de fuego que nos ponen los dioses, me hago preguntas: ¿soy el que fui? ¿Debería hacerme pasar por el que era entonces? Y cuando, con un poco de suerte y mucha caridad cristiana, me digan que no he cambiado tanto, ¿cómo he de tomármelo? Intuyo que con hielo y buen humor. Por cierto, me ha hecho sonreír un comentario (sin firma) al post al que antes aludía, titulado Delvico vuelve. En él dice el comentarista que cuando me conoció yo era "brillante, poeta, melancólico, irónico, perezoso." Vanidades aparte, no es fácil ser esas cinco cosas a la vez y no estar loco. Acto seguido añade una cariñosa excusatio non petita: "no es un insulto" [se refiere a 'perezoso'], "es un halago".¡Qué otra cosa iba a ser! El trabajo de un hombre perezoso tiene doble mérito y debería estar por tanto doblemente remunerado. Sabemos por experiencia -ya lo he dicho aquí- que la plegaria del ateo es la preferida del Altísimo. Pues bien, la campaña o el mero body copy del perezoso merecen generar una categoría nueva en los festivales más acreditados de publicidad & marketing & events. Incluso un festival entero donde se premiara a los perezosos más creativos del mundo en diversos idiomas. Y de igual modo que ya existe una red de ciudades lentas -slow cities-, debería haber una agencia de viajes y de encuentros para la buena gente perezosa. Dejando eso ahora aparte, estoy seguro de que pronto existirá una denominación que sintetice en un breve sintagma los conceptos 'gente guapa, encantadora, divertida, generosa, abierta y sin prejuicios' para quienes se merezcan una vez cada 20 años una bella fiesta, una noche más o menos loca, algún beso no del todo confesable. Amén. (Y a Mena).

miércoles, 13 de junio de 2012

¿es la viuda del general Rothenberger?

Tengo aquí delante cinco contenedores de bolígrafos, lápices, rotuladores, plumas, lapiceras, tijeras, sacapuntas... Visto en conjunto, resulta una especie de bodegón o metáfora visual (perdón por la pedantería) de la biodiversidad que nos rodea y de que nos rodeamos. Nunca había reunido todos esos cubiletes llenos de pequeñas lanzas o dardos en reposo. Aunque ya empecé la tarea, tengo que hacer limpieza y separar los bolígrafos que escriben de los que no; poner a un lado los rotuladores aún frescos y a otro los que están más secos que la mojama; decidir en qué vaso, taza o cubilete va cada elemento que haya superado la prueba de selectividad. Lo complejo del asunto estriba en que a cada cual lo valoro según sus capacidades, y también en función de mis simpatías, y del modo en que cada uno ha lleagado hasta aquí. Veamos un ejemplo. Hace 20 años que me acompaña un bolígrafo algo kitsch con el que nunca escribí más allá de un número de teléfono, una dirección, el nombre de un bar de copas... ¿Por qué sigue a mi lado entonces? Porque quiero, claro está, pero también porque me lo trajo de un viaje a Grecia Karl Rothenberger, jefe y amigo amigo mío de 'cuando entonces', y también hijo del general Rothenberger, ahorcado por conspirar contra Hitler en un complot fracasado. Una tarde, hace muchos años -creo que a finales de junio-, Karl me firmó una factura por un trabajo free lance; al ver la fecha que aparecía al pie, se detuvo un par de segundos, me miró sonriendo de aquella manera y dijo en su perfecto mal español de toda la vida: "el día que matagon a mi padre." Y luego me contó esa historia. Y lo del zulo, y lo de la condecoración, cuando se abrió la trampa del zulo y un oficial americano preguntó: "Señora, ¿es usted la viuda del general Rothenberger?" Y yo, que no soy alemán ni americano, ni pongo ni espero recibir medallas a título póstumo (ni a ningún título), pues me emociono como un gilipollas al recordar ese episodio... y al ver ese bolígrafo, ese souvenir traído de la isla griega de Scopelos. En él hay un barco que, según inclines el boli de izquierda a derecha, o viceversa, navega de un lado a otro... con la ciudad de Scopelos al fondo. ¿Qué pasa? Pasa que se acumulan los bolígrafos de distintas procedencias, los rotuladores que alguien rozó con sus dedos, los lápices con los que apunté algún teléfono que alguien me dictaba con urgencia. Siempre hay algún motivo para conservar ciertos objetos, recuerdos, cosas de las que nadie sabe... ni debe saber nunca nada.



martes, 12 de junio de 2012

ángeles de mi parte

Los ángeles se ponen de mi parte. Cada vez que algo me indigna o me deprime, llega un ángel en forma de azar y me regala una estrella imprevista. Cada día nos sobran más motivos para enfadarnos seriamente, pero, por una especie de ley de la compensación, parece que los ángeles pusieran regalos al alcance de mis ojos, a fin de evitar que yo acabe siendo, contra todo pronóstico, un tipo revirado lleno de furia y ruido. Regalos que suelen convivir con la belleza y la emoción, con la sonrisa, la broma, el juego, los placeres... todo aquello que nos hace la vida más amable. Como un centinela muy alerta, suelo despertarme con las primeras luces, casi antes del amanecer. Es la hora del silencio más limpio. Y en esos espacios navegables discurren los primeros y mejores pensamientos del día. Mientras mis hijos duermen, el mundo está en orden. En la penumbra de esa primera hora de junio, miro a la mujer que duerme a mi lado y... casi que contengo la respiración para no robarle el aire que respira. Soy consciente de que dispongo de una hora (y ni un minuto más) para disfrutar de esta calma, esta belleza observada en silencio, este bienestar recién amanecido. Me siento bien, aunque un poco ladrón. Tan a gusto me siento que, en el viaje que va de las siete a las siete y cuarto, me voy quedando dormido. Siglos después, minutos después, me despiertan las cotizaciones de las bolsas de Oriente en Tokio, Singapur, Hong Kong... y de todo cuanto ha sucedido mientras dormíamos y soñábamos con aquello que nos hacía sentir inquietud o placer. Placeres que unas veces son incomprensibles y otras inconfesables. Ya sé que es una obviedad, pero yo no respondo de las historias que sueño ni de aquellas en las que soy soñado. Luis Cernuda sabía algo de esto. Pero resulta que entre furia y ruido de noticias a las 7.30 en la radio, algo conspira en la celeste jerarquía para que yo acabe llegando, una o dos horas después, al blog de Alejandro López Andrada y me encuentre con un prodigio (un ángel más) titulado el espacio. Y ahí se me acaban todos los graves enfados, y todas las ganas de ser malo y hacer justicia, aunque sea solamente una vez. Alejandro contribuye a que intentemos vivir, como quería el poeta, "una vida más intensa y más libre"

lunes, 11 de junio de 2012

chapeau, roland garros

De ayer domingo me quedo con una imagen muy estilosa: los sombreros en las gradas de la final de Roland Garros. El realizador nos fue regalando variados planos de esa imagen tan sugerente, tan evocadora: los blancos sombreros panamá con cinta de color tierra batida. Es verdad que Wimbledon está muy bien, y conserva un aire muy british, casi a lo Downton Abbey, que invita a evocar, tras un elocuente break point, las pamelas más encantadoras aparecidas en las últimas carreras de Ascott (Berkshire), así como los cotilleos más exclusivos que han circulado por la tribuna del Grand National el pasado abril. Todo eso está muy bien, qué duda cabe, y Mrs. Dalloway, también. Pero, claro, para nosotros, los continentales, ese mundo sutil y casi evanescente no deja de resultarnos algo exótico, como de una India que hubiere al otro lado del Canal. Sin embargo, en Rolang Garros no sentimos más 'como en casa'. Ayer, desde el sofá, observando entre juego y juego esos sombreros panamá y esas marcas de toda confianza -Perrier, Lacoste, Longines, BNP Paribas...- me despreocupé del rescate y de Bankia y de Guindos y del favor que le hemos hecho a Bruselas aceptando ese préstamo, esa línea de financiación que... si no fuéramos tan generosos.... Los españoles, ya se sabe, siempre tan románticos, tan quijotes. Somos incorregibles. No diré que todo eso carece de importancia, pero es verdad que se desdibuja o desvanece comparado con ese espacio de confort que nos lleva de Lacoste a La Costa Azul, de Longchamp a los Alpes suizos, de Deauville a Tansonville, de Marion Cotillard a Moët Chandon, de Saint Moritz a Saint Tropez, de una riviera a otra riviera, de un Cartier a un Jean Paul Gaultier. Está muy claro: un descapotable europeo -ver última feria del automóvil de Ginebra- siempre será más seductor que lo que nos imponga o trate de imponer... Y aquí lo dejo necesariamente: acaba de reanudarse en París la final interrumpida ayer por la lluvia entre Nadal y Djokovic. Quince iguales en el cuarto juego del cuarto set. Allez-allez, Rafa!

viernes, 8 de junio de 2012

90 segundos

He estado a punto de escribir hoy aquí, casi exactamente, el mismo post que ya escribí hace quince meses: en concreto, el 9 de marzo de 2011. Hablaba en él de lo que quería hablar hoy: en lugar de películas de 90 minutos, hacer directamente trailers de 90 segundos. Con la crisis, los recortes en los presupuestos, las prisas, la falta de tiempo, los soportes individuales 'de mano' (tableta, eboock, iphone...) podríamos ver y oír una nueva versión de, pongamos por caso, El gabinete del doctor Caligari, o de la trilogía Azul-Blanco-Rojo, o de los Cuentos de la luna pálida después de la lluvia. O de Mad Men. Pero todo eso comprimido hasta alcanzar la pura quintaesencia: aquello que de tan sublime y condensado nos deja exhaustos, como tras un orgasmo sostenido durante 90 segundos a los pies de la diosa Afrodita, o de Monica Bellucci (inolvidable por siempre jamás en el Drácula de Coppola). Y todo ello sucede en el lapso que va de la estación de Diego de León a la de Núñez de Balboa. O dentro de unos años, de Ray Bradbury a Philip K.Dick. Después de todo, eso no es nada: apenas dos o tres parpadeos, unas puertas que se abren y que se cierran y se reanuda la marcha hacia Rubén Darío, Alonso Martínez, Chueca, Gran Vía... La voz amiga de Javier Dotú (o sea, la voz de Michael Corleone, Amadeus y tantos otros) nos advierte que la próxima estación está en curva y, por tanto, debemos tener cuidado para 'no introducir el pie entre coche y andén'. Entre coche y andén hay un espacio angosto por el que puede colarse de perfil alguna duda, la síntesis de un relato de Borges, quizá algún verso de Juan Larrea, o de Petrarca, o de Olvido García Valdés. Tres poetas que no están mal. Pero esos 90 segundos de tráiler creo que son el futuro, el día de mañana, las naves ardiendo más allá de Orión, antes de que la belleza desaparezca y demos por perdidos algunos paraísos: John Ford, Bach, Sinatra, Vermeer, Juan de Yepes, Morente, Dreyer, Rulfo, Holderling. También Satie, Claudio Rodríguez, Rothko, Allen... Y aunque me esté mal decirlo, poseo algún precioso capa y algún allas que alegran la vista y que solo conocen aquellos que alguna vez han venido a esta casa donde cunde el humor, el amor, el buen vino... Pero, a lo que iba: tengo muy claro que en 90 segundos es posible fundar el mundo, el universo, o enamorar a la mujer más hermosa que hayan visto estos ojos míos. Hasta el lunes. Buen finde.

jueves, 7 de junio de 2012

a propósito de bradbury

Anoche leí este titular de hoy: "Ray Bradbury viste de luto Marte." Lo firma Jacinto Antón en El País. Me pareció un homenaje muy poético al autor de Crónicas marcianas. Con ese libro tengo una historia personal: llevo media vida no leyéndolo. Mi amigo Luis Ángel Lobato, poeta, cinéfilo incurable, me habló de él hace mil años con pasión futurista. En nuestras frecuentes conversaciones rara vez no sale a relucir ese título ya legendario, y siempre acaba preguntándome, no sin temor: "¿pero... todavía no lo has leído?" Muevo la cabeza con fatalidad y él baja la mirada y guarda silencio, entre avergonzado de ser mi amigo y abrumado ante el misterio de que un tipo como yo no haya leído media docena de veces esa OMA -Obra Maestra Absoluta-. Cada vez que eso sucede, me arrepiento de mi imperdonable pecado y hago firme propósito de enmienda, entre otras cosas para no volver a escandalizar a un alma noble y generosa como la de mi amigo. Y sin embargo, por algún motivo que desconozco, sigo sin haber leído esos relatos maravillosos que, con toda seguridad, me van encantar (si algún día llego a leerlos). Pero hay una pequeña trampa en todo esto: la esperanza, la tranquilidad que nos da tener por delante ciertos libros sin leer. Es algo así como quien sabe que, por mal que vengan las cosas, siempre tendrá una granja en África, un tío en América y un palomar en Tierra de Campos. Yo sé que, en los inviernos más crudos, podré darme el lujo de empezar a leer por vez primera libros como el citado de Bradbury, y algunos otros que, ni aplicándome el tercer grado, nunca confesaré no haber leído. La semana pasada citaba Vila-Matas un clásico de Pierre Bayard: Cómo hablar de los libros que no se han leído (Anagrama). Rizando el rizo: yo no he leído ese libro, pero, como soy algo creativo, y por ende bastante embustero, voy a seguir haciendo como si lo tuviese por libro de cabecera. El propio Bayard, aprovechando el viaje, ha publicado recientemente (sostiene Vila-Matas en su artículo) Cómo hablar de lugares donde no hemos estado. Me lo pido. Desde muy niño he viajado más que la Renfe. Ahora, a mis cincuenta y tantos, dado que duermo poco, viajo más que nunca, visito lugares que nadie se imagina, me pasan cosas que nadie creería, conozco mujeres tan deslumbrantes que ningún tribunal aceptaría como testigos. Ni como testigas. Y puesto que soy un... aceptable marido, o eso quiero creer, y un padre de familia que imita de manera descarada, aunque infructuosa, a Atticus Finch (Gregory Peck en Matar un ruiseñor), pues creo que debo poner fin a esta juerga, a este post de hoy que, si me dejo llevar, acabaría como las bacanales en los tiempos del Imperio Romano en que, según Yourcenar, el hombre estuvo solo, sin dioses. Qué buenos tiempos.

miércoles, 6 de junio de 2012

delvico vuelve

Después de tantos años no solo es el título de una excelente película, también es algo que me pasó ayer al recibir los correos de dos antiguos compañeros, concretamente de la agencia de publicidad Delvico Bates, últimos años 80. Trabajábamos en Hermosilla esquina Velázquez, íbamos a fiestas, ganábamos premios, lo pasábamos bien. Yo estaba muy soltero por entonces. Llevábamos Carlsberg, Mercedes Benz, Vichy, Deward's White Label, Skol..., bueno, y también DIA, Autoservicio Descuento, que se lo manejaban de maravilla Quique Astuy y Fernando Bayona, los cuales constituían por sí solos una especie de departamento creativo dentro del  Dpto Creativo. Quique era silencioso y sonriente, además de conseguir que la eficacia pareciera la cosa más normal del mundo. Bayona no solo tenía oficio, mucho oficio: también  tenía la risa fácil y la gracia por arrobas. María Usera estaba entonces en Recepción... y en todas partes; chica lista, guapa, divertida, con una bonita prosodia y una de esas miradas que invitan a sonreír y a jugar a juegos de inteligencia. De Casilda Rodríguez me enamoraba todas las mañanas; era efébica, dulce, algo irónica, tenía una mirada llena de asombro, entre  miope y soñadora, y sus ojos eran de un azul egeo: dos islas griegas. Tardé 20 años en volver a ver ese mismo mar en otros ojos. Mauricio Dédalo era pintor y de Sao Paolo. La calma en persona. Tiraba los layouts (el esquema del diseño, la distribución) como no he visto a nadie hacerlo. Le recuerdo con mucho afecto. Julio Sierra era moreno, delgado y sarcástico; bastaba con mirarle a los ojos muy vivos para saber que le gustaban su oficio y las mujeres inteligentes y bellas. O viceversa. Cuando alguien le preguntaba rutinariamente "¿cómo estás, Julio?", él respondía: "mal, como siempre." Mena Benatar nos daba cada día una lección de humildad; era la prueba viviente de que poder y arrogancia no tienen por qué ir unidos, y que inteligencia y discreción suelen coincidir. Ana Hidalgo. Ufff, Ana Hidalgo. Lo tenía todo: guapa, rubia, brillante, divertida, profesional, con sentido del glamour... Tenía una frase definitiva (y definitoria): "si surge, surge; y si no, se provoca." También hace 20 años que no la veo. Susana Bernardini era una de esas mujeres que caminan del puente a la alameda con todo el azúcar y el arte del mundo. Daba gusto verla reír. Y es verdad, lo juro, que "en sus caderas no se ponía el sol." Y Rosa, Jimmy, José Manuel, Paco, Lía... e tutti quanti, amén de la severa señora (imperdonable no recordar ahora su nombre) que pasaba cada mañana con el carrito del café y los churros... Y, por supuesto, luego y siempre y antes estaba la mirada más intuitiva, guasona e inteligente del mundo publicitario:  la mirada de Stanley Bendelac.

martes, 5 de junio de 2012

examen de selectividad

Hoy en esta casa vivimos en estado de excepción; mi hijo Luis está examinándose de Selectividad a esta hora en que escribo. Yo -puesto que soy como soy-, no puedo hacer nada (brujería, magia blanca, dados, horóscopos, hechizos...) para favorecer o alterar el devenir de los hechos o hacerle trampas al curso de los acontecimientos académicos. Bueno, en fin, a la espera de que suene el teléfono, pondremos música y miraremos a otro lado. Es bonito mirar hacia otro lado. Imaginar el puente de Brooklin mientras suena la BSO de Manhattan o de La edad de la inocencia es algo que invita a viajar y a exagerar, a no pedir perdón por los errores cometidos. Ignoro si viene a cuento o es del todo extemporáneo, pero anteayer, domingo, tras ver la exposición de Diego Lara en La Casa Encendida, leí un verso de José Miguel Ullán, allí mismo, en el piso de abajo: "Quisimos comprobar que el secreto es la llave." No sé, a lo mejor pasa el tiempo y celebramos un millón de cosas o de besos no besados, o de calamidades que aún no han sucedido, o de sabe Dios qué desastres, cuántas tristezas, qué bellas canciones... Pero pronto se nos va la alegría, la broma, el juego que jugamos, la juventud, las ganas de reír... Sin embargo, yo quería hablar aquí de la Selectividad. Hoy han empezado a ponerse a prueba en Madrid más de 30.000 jóvenes. Lo tienen todo: son guapos, alegres, divertidos, y saben más que yo de aquello que más sé. Para distraerme, estoy pensando en las posibles selectividades a las que todos deberíamos estar sometidos. Selectividad en nuestro comportamiento como padres y como maridos, como amantes, como amigos del alma, como caballeros de la tabla redonda. Cada tres meses (por no decir cada tres semanas, cada tres días, cada tres... besos) deberíamos someternos a examen en todo aquello que ejercemos. A veces me pregunto si realmente somos como deberíamos, como nos gustaría ser. Mucho me temo que no; yo no al menos. Si por unos segundos -una cuña de radio, un spot- pienso en todo lo que no he hecho o hago mal, me sale una campaña de publicidad merecedora de varios leones en Cannes. No sabéis cómo envidio a  toda esa gente que asegura no arrepentirse de nada cuanto ha hecho o dejado de hacer. Pero hoy es martes, cinco del seis, a las 17. 37 de la tarde, y yo estoy esperando la llamada de mi hijo (que no va a producirse) o el sonido de la lleve en la puerta. Gracias por estar ahí, queridos. Hasta mañana.

lunes, 4 de junio de 2012

leer o no leer

Leer o no leer la prensa en internet cada mañana, esa es la cuestión. Mires donde mires, los artículos de opinión, los blogs, los foros... transmiten,  más allá de la innegable 'pandemia de pesimismo', un contagioso estado de cabreo que perjudica seriamente la salud. ¿Qué hacemos pues: leer o mirar para otra parte? ¿Escuchar lo que pasa o hacernos los sordos? ¿Caminar o mascar chicle? Si damos por cierto que la salud es lo primero, no hay duda de que lo mejor es nadar por la mañana y después hacer shopping (o simularlo) en la zona más chic; luego, a la hora del aperitivo -en terraza, por supuesto-, un martini te invita a vivir. Estamos ya en junio, y por tanto camisa de lino, calzado ligero y pantalón suelto que favorezca la libertad de movimientos. Si ojeamos algo mientras llega el camarero, que sea Harper's Baazar, Gentleman o cosa semejante. Mejor ver fotos de moda que leer noticias. Mejor coches deportivos en el Salón del Automóvil de Ginebra que las más recientes previsiones macroeconómicas. En fin, que mejor la colección Summertime 2012 de El Corte Inglés que el informe sobre España del Financial Times. Soy frívolo, ya lo sé, pero hoy por hoy me inspira más confianza Louis Vuitton que Luis de Guindos. Menos mal que durante dos semanas la Eurocopa va a eclipsar a la eurozona, y salir con una alineación muy ofensiva va a restar protagonismo a la austeridad y sus consecuencias recesionistas. Nadie, ni entre los más recalcitrantes neoultraconservadores, me negará que ver un dribling de Iniesta o David Silva siempre será mejor que asistir a un nuevo recorte en I+D, en Educación, en Futuro. Sin embargo, de lo que hoy quería hablar aquí es de la risa y del humor que disuelve o neutraliza los efectos del razonable pesimismo, del cabreo urticante, del amargo gesto. El sábado al mediodía -vinos y tapas- reí mucho con mis dos cuates de costumbre desde hace tantos años. El humor es una rebelión contra lo que nos atemoriza y nos somete, un modo de plantarle cara y burla a todo aquello que nos impide o nos desaconseja reír. Creo que, en efecto, tener hoy preocupación es propio de personas lúcidas, pero también creo que reír en tiempos difíciles es digno de personas audaces, atrevidas, no sé si desafiantes, acaso temerarias.  

viernes, 1 de junio de 2012

pilar burgos

Jueves, 31 de mayo, 18.20 h, Barrio de Salamanca, 32º. Mi mujer y yo salimos del Café & Te de Goya esquina Velázquez y entramos en la zapatería Pilar Burgos, a unos pocos metros, pared con pared. Es un espacio casi cuadrado, ni muy grande ni demasiado reducido: suficiente para albergar entre veinte y treinta mujeres moviéndose con toda libertad y curioseando entre la variada oferta de la colección primavera / verano con la que Pilar Burgos desafía la crisis y el desánimo. Me senté en una butaca azul muy cuadrada y muy incómoda, con el bolso de mi mujer y el mío propio en el regazo. En esos momentos yo era el único varón presente en la tienda, discretamente sentado, observando el panorama sin decir una palabra. Centré toda mi energía en mirar y no perder detalle de pies, tobillos, piernas que se cruzan, gesto ante el espejo, andares, cintura que se ondula, mujer que se mira y se gusta, bonitos muslos ya dorados, bolsos de mano o al hombro (Salvador Bachiller, algún Prada), móvil que suena y rostro que se ilumina al ver el nombre o el número que aparece en su iPhone. Y todo esto sucede en apenas 25, 30, 40 segundos. Yo estaba feliz y en mi elemento; mi mujer se movía libre, despreocupadamente, probándose sandalias por allí. Durante varios minutos asistí a una serie de movimientos sincronizados que parecían responder a una secreta coreografía, a una invisible partitura aprendida y puesta en escena para mí, casi que en exclusiva para mí. Un tacón alto y un vestido por media pierna pueden dar lugar a una ensoñación o fantasía, acaso a un poema de juventud recuperado. Unas alegres piernas de mujer andando pueden ser para la vista casi tanto o más que un ramo anónimo de rosas recibidas. Me gustan las mujeres. Amo a las mujeres. Mas no soy mujeriego. Es una cuestión de estilo. Punto y aparte. Pero ver andar en todas las direcciones pies que van y vienen, zapatos recién calzados, caderas que se bambolean como flamboyanes mecidos por la brisa en Camagüey... es algo que merece un respeto.Quizá esté equivocado, pero creo que solo quien mucho ama y desea mucho es capaz de respetar y amar a manos llenas. Mientras escribo, se ha puesto a sonar, como por su cuenta, una descomunal granaína del más grande cantaor que haya habido en el mundo y en Granada: "Y de pronto, no estaba el pájaro en la rama."  Oyendo esto que ahora suena, ganas dan de cerrar los ojos, olvidarse uno de ser quien es y sentir la Tierra entera rodar. Morente desborda el mundo. Lágrimas caen, pero con gusto.