viernes, 30 de noviembre de 2012

la alegría del viernes gris

Los días grises como hoy -esos que mucha gente califica de 'tristes', sin motivo ninguno en mi opinión- a mí me alegran la mañana, sí, porque me da por pensar en la alegría. Es una vieja controversia que mantengo con mi mujer y con quien haga falta: no hay días tristes; de igual modo que el ciprés no es triste en absoluto, como tampoco existen los días fríos, sino la ropa inapropiada. Para mí, si el día se levanta gris y crudo y a cero grados, no lo asocio en modo alguno a la tristeza sino al romanticismo alemán. Si la niebla todo lo envuelve desde primera hora, lejos de una imagen triste, eso me evoca brumas del septentrión, películas de misterio en Londres,  paseos de invierno por el Campo Grande de Valladolid. Y si las temperaturas alcanzan los cinco grados bajo cero, o más allá, yo me siento feliz: imagino a las patinadoras austríacas sobre hielo en Insbruck; pienso en una casita de madera en los bosques de Finlandia o Canadá, con chimenea, por supuesto; escucho canciones de Sinatra o Tony Bennett mientras, en la pantalla, la pareja de enamorados camina abrazada y feliz por las aceras de Manhattan y entra en las tiendas más encantadoras para comprar los regalos navideños. Aquí, el clásico Fly me too the Moon es perfecto. Claro que yo conozco bien algunos temas de Melody Gardot, Diana Krall, Joni Mitchell, Norah Jones, Madeleine Peyroux, la gran Abbey Lincoln... que darían para un invierno de película y cena de viernes todas las noches. ¿Quién dijo 'tristes días grises'? La tristeza es otra cosa, es posible que irremediable. Me acuerdo ahora de Liz Taylor ante el cristal empañado de la ventana, al final de Quién teme a Virginia Woolf, cuando concluye: "...triste, triste, triste." Aquello sí era triste; los días grises, no. Y menos aún si es viernes y hay amor y canciones adecuadas, ninguna prisa, un tinto de crianza a su temperatura idónea , una película bien escogida, una buena calefacción en casa. Y el lunes... ya veremos.

jueves, 29 de noviembre de 2012

ladies & gentlemen

El post de hoy tenía toda la pinta de ser una diatriba de lo más desagradable, de esas que le hacen perder a este copy en crisis (o lo que sea) no pocos lectores y algún amigo. Pero anoche, por sorpresa, me salvó Antena 3: ha vuelto Downton Abbey, en su tercera temporada, y además a lo grande. Qué alegría volver a encontrarnos con los Crawley, con lady Mary, que se casa con su primo Matthew, el heredero, con la insuperable lady Grantham, con el señor Carson, el mayordomo, y, en fin, con todos los demás miembros de la familia y del servicio. El palacio sigue espléndido y todo parece indicar que nos esperan días de gloria, a pesar de que atravesamos por algunas dificultades económicas. Aun así, en Downton Abbey siempre nos sentiremos seguros: allí el mundo está bien hecho y el césped que rodea la gran mansión es de una calidad extraordinaria. Los juegos de té son realmente exquisitos, como los modales de la familia, como la disposición de las flores en los jarrones. Y cuando, ocasionalmente, un coche se aproxima a la entrada del palacio, el plano resulta de un estilo incomparable. Pasar una temporada en Downton Abbey es lo mejor que nos puede suceder en estos tiempos. Mi mujer y yo hemos decidido que, de ahora en adelante, las noches de los miércoles nos vamos a vestir de un modo adecuado para la ocasión, a fin de no desentonar con los personajes y el entorno. Y a poco que nos lo propongamos, acabaremos hablando como ellos, ¿no es así, querida? Tengo que revisar mi fondo de armario para ver qué decido ponerme el próximo miércoles. Quizá, para ambientarme, espere la llegada de Robert, Cora y los demás leyendo unas páginas de algún autor inglés de la época. Retorno a Brideshead, de Evelyn Waugh, sería algo apropiado, ¿no es cierto? Ah, pero qué largos y tediosos se nos van a hacer estos días hasta llegar la noche del miércoles. Además, intuyo que lady Carmen, mi esposa, me tendrá reservada alguna sorpresa, algún detalle deliciosamente encantador.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

mou

Yo no sé si el tipo que se encuadra por derecho propio y con todos los requisitos exigibles en la categoría de 'los muy bordes', no sé, digo, si ese individuo nace o se hace. Es el viejo asunto del artista genial: Shakespeare, Mozart, Maradona, Greta Garbo, Caravaggio, Morente, Camarón, Wislawa Szymborska, Marion Cotillard... ¿nacieron así... o se hicieron? Como no soy determinista, prefiero pensar que todo hombre o mujer acaba siendo responsable de sus obras, actos, aciertos y errores; no al cien por cien, pero sí en buena medida. Y a ese pequeño espacio donde el azar gobierna sin permiso, a eso me aferro para no condenar sin apelación a los desagradables hombres bordes. Y a día de hoy, el paradigma del borde por antonomasia se llama José Mourinho. Hay que reconocerle al personaje que, aparte de otras virtudes que le adornan -mala educación, frecuentes faltas de respeto, ningún cuidado con las tradiciones del club que le paga, y no mal, por cierto-, Mou tiene la habilidad de poner a medio estadio de su parte. Pero es precisamente eso, el ser borde, muy borde, lo que atrae misteriosamente a una parte del estadio y de la sociedad. Qué importa que tu rival te saque a estas alturas de la Liga once puntos; qué más da si ignoras la cantera, si desprecias o pasas por alto los símbolos y los números sagrados (¡Carvalho con el 11 a la espalda!). Bueno, vale, bien, lo que tu digas, pero lo aplauden a rabiar en una parte del Bernabéu. Y ahí está el asunto, queridos míos. Parece que la vida estuviera diseñada para ser Mou. O sea, ser un borde de toda bordería. Y además sin resultados. Llevando el tema a otros terrenos: ¿por qué los políticos más bordes del mundo, los más objetivamente antipáticos y desagradables (incluso en los gestos, en la voz, en la obscenidad de la boca, de la sucia sonrisa) son capaces de generar tanto entusiasmo entre sus fieles? ¿Por qué? En principio, no debería ser así. ¿Dónde está pues el misterio? No lo sé, pero me temo que aparte de la crisis y de la mala baba española (en Granada lo llaman 'mala follá'), el rencor ciega nuestros ojos. Quizá alguien piense que respiro por la herida, aunque no es así: debo decir aquí, una vez más, que soy de buena familia y he tenido una infancia favorable a la risa y al divertimento. A lo que iba: ¿por qué en un país tan luminoso y desenfadado prospera tanto el odio y se fabrican tantas navajas? ¿Qué tal si seguimos mañana?

martes, 27 de noviembre de 2012

sofisticalia

Tengo aquí delante un lujo de 'Alta Cosmética 100% Natural', elaborado por Alqvimia. Su nombre: Sensuality. Su definición: Body Nectar Woman. Su eslogan: Redescubre el placer de ser mujerEsta joya aromática de alto standing se la ha regalado a mi mujer una buena amiga suya (y mía), una persona inteligente y atractiva que conoce bien el mundo de lo sensorial, el saludable bienestar "del Cuerpo y del Alma", como dice la contraportada del desplegable de Alqvimia. Por cierto, me sorprende que ese copy exquisito y desbordante, quizá joven poeta, no haya utilizado en sus textos la palabra 'ungüento', tan cargada de voluptuosidades, y si nos ponemos semicultos: 'los ungüentos de Perséfone', que también tienen su aquel. Pero no quiero distraerme del asunto principal: vayamos a los ingredientes de que están hechos los sueños de Sensuality. Leo por su orden, sin quitar ni añadir una tilde: 'Rosa de Bulgaria, Jazmín de Mysore, Neroli de Marruecos, Geranio de Egipto, Ylang Ylang de Indonesia, Palmarosa de India'. Aspirando las fragancias de esos nombres, he vuelto a sentir aquello que anhelaba el caballero Giacomo Casanova en el poema de Antonio Colinas que siempre cito: "Sueño con los serrallos azules de Estambul." Mientras esto escribo, escucho distintas versiones del clásico Sophisticated lady, de Duke Ellington, un temazo de los grandes-grandes que Ella Fitzgerald le regaló al mundo con esa elegancia suya de gran dama (aunque, claro está, yo, hombre leal hasta la muerte, prefiero sin remedio la versión de Billie Holiday). Dejemos eso ahora. Vuelvo a los efectos producidos por ese "Ylang Ylang de Indonesia." Me transporta. Me hace perder la cabeza por su aroma. Todo en mí es naufragio. Si me dejo llevar por su fragancia o me abandono o "me enveneno de azules tintoretto" resulta que, como una cosa lleva a la otra, estoy escuchando por azar este desconocido para mí I Fall In Love, grabado en vivo en Tokio, hace casi diez años, por Keith Jarret. Pero es que cuando Keith Jarret acierta... olvídate del Köln Concert y de todo lo demás, coge las llaves, da un beso a los niños, cierra al salir y apaga el móvil. Quizá estemos de vuelta mañana, felices y cansados, a la hora del desayuno. Dicen los que saben, que Sensuality, bien aplicado a lo largo del cuerpo de la mujer, levanta pasiones a su paso y libera feromonas en plena vía pública, mientras un semáforo en ámbar permite en la pituitaria una aventura de pocas palabras y de algún éxtasis. Pero no vuelvas la mirada y déjate llevar o perderte por esa fragancia que te ciega los ojos y te abrasa el cerebelo. O como dijo Vinicius de Moraes en La Fusa, recordando a aquella garota que caminaba despacio por la playa de Ipanema: "Creo que sentí toda la Terra rodar." Lo que añado aquí es un regalo para los leales amadores del jazz, para las guapas e inteligentes seguidoras de este blog que, quién sabe si durará o no más allá de dos o tres semanas. Keith Jarrett Trio - I Fall In Love Too fácilmente - YouTube

lunes, 26 de noviembre de 2012

donde no extrañe el olvido

Para seguir escribiendo, ¿basta con querer hacerlo? ¿Y para dejar de escribir? Anteayer leí un reportaje en El País que hablaba del tema, a raíz del adiós a las armas anunciado por Philip Roth. A mí no me sorprende que llegue un momento a los 80, a los 90 o a los 25 años en que un escritor deje de escribir. Es más, lo que me parece raro es que no deje nunca de hacerlo. Recuerdo que Jaime Gil de Biedma, cuando le preguntaban una y otra vez por qué un gran poeta como él insistía en no escribir, solía responder: "lo normal es leer, no escribir." Y no le faltaba razón, creo yo. Además, esa pregunta tan persistente parecía ignorar algunos de los versos más significativos y testimoniales de JGB: "... No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas..." dice en su célebre De vita beata. ¿Por qué llega un momento en que alguien deja de escribir, pintar, componer, dirigir? Esa sería la cuestión. Volviendo al reportaje que mencionaba al principio, yo no creo que escribir o no escribir dependa solo de la voluntad de hacerlo o de renunciar a ello, casi de igual modo que las lluvias no dependen de la Agencia Estatal de Meteorología. Los pronósticos aciertan muchas veces, sí, pero en la naturaleza hay una cierta holgura (ver La elocuencia del defecto, Vicente Verdú), un espacio abierto por donde se cuela el principio de incertidumbre, la desobediencia civil de lo imprevisible. De poco sirve que tú quieras escribir diariamente un post o un soneto o una sonata o un capítulo... si la página en blanco se niega a dejar de permanecer en blanco; puedes llenar la papelera, agarrarte un cabreo del 9 largo, refugiarte en el whisky, acudir a una iglesia vacía, arrodillarte y exclamar: "¡Señor, Señor, por qué me has abandonado!" Y viceversa, claro. Yo intuyo que hay una sensualidad muy tentadora en el no escribir, de igual modo que existe, o eso dicen, la ebriedad del abstemio o el vicio de la virtud sin mácula (véase El condenado por desconfiado, de Tirso de Molina, que es el colmo de la mala suerte y de la desgracia inmerecida). Pero también existe el caso contrario. En ese reportaje de El País al que aludo, Caballero Bonald, a sus 86 años confiesa: "Dije que dejaría de escribir, claro, ¿pero qué haces si te viene un poema?" Disparar, naturalmente. Ahora bien, si llevas seis meses, seis semanas y seis días intentándolo, y no hay modo de dar a la caza alcance... Pues, chico, cambia de escopeta o de aficiones, pero no te amargues la vida ni se la amargues a nadie. "La vida es breve, divórciate", recomendaba el anuncio de un despacho de abogados en Chicago. Qué bien estarían a veces el verso y la prosa y la familia si nos retiráramos por una temporada y nos fuésemos a vivir al silencio, o a un monasterio, a un lugar no declarado donde no extrañe el olvido.

viernes, 23 de noviembre de 2012

con la boca abierta

Me llega un flyer (o sea, un buzoneo barato en bicolor DIN A6) de Segurident Clínicas en el que aparece un titular en forma de pregunta: "¿Miedo al dentista?" Y eso me ha recordado una nueva técnica que apareció la semana pasada en algún telediario. Consiste en poner al paciente unas gafas panorámicas con vistas al paraíso mientras permanece con la boca abierta y dejándose hacer. Lo que me sorprende es que la industria haya tardado tanto tiempo en algo tan sencillo: yo te hago las mayores perrerías mientras tú estás viajando por los mares del sur o ascendiendo al séptimo cielo. No sé cómo está de desarrollado ese programa, pero supongo que existirá (o estará previsto) un variado menú donde el paciente pueda elegir el tipo de imágenes que desee en cada sesión. Así, por ejemplo, para una hora de desvitalización y endodoncia, muchos optarían por una música muy atmosférica acompañando imágenes de gran armonía en el espacio interestelar. Eso durante los primeros 30 minutos; después, para compensar tanta evanescencia, bajaríamos al planeta Tierra y veríamos en high definition algún documental impactante de National Geografic, pongamos por caso el de uno de los últimos tigres de Bengala esperando primero, sigiloso, y abalanzándose después sobre el cazador furtivo y millonario. Cuando los colmillos del gran macho  hicieran presa en la garganta del cazador sin escrúpulos, la cámara superlenta obtendría uno planos de altísima resolución y sobrecogedora belleza. Pero no nos engañemos, todo el mundo sabe que, pagando un plus, el paciente tendrá acceso a un catálogo exclusivo para adultos (también conocido como Serie Paradise) con el mejor porno arty  de calidad en 3D. Claro que entre los frikies del género arrasa últimamente la tendencia vintage: las cintas X de los años 70, con su inconfundible estética golfa, mal iluminada y sin depilación. Y ese sector también se hace empastes y limpiezas bucales cada seis meses. Ahora con mayor motivo. De modo que los dptos. de marketing de Vital Dent, Unidental, Segurident, etc, ya pueden ir cambiando su estrategia de comunicación y adaptándose a la palpitante actualidad. Olvídense de esos "¿Miedo al dentista?" y pasen directamente a "el placer de una buena ondodoncia", "date el gusto de un implante en 3D", "no te prives de una laaaarga limpieza de boca", "visita nuestra web y elige tú programa favorito", "absoluta confidencialidad", "y si no quedas satisfecho/a, te regalamos una suscripción a Private y/o una consulta gratuita en Boston Medical Group".

jueves, 22 de noviembre de 2012

cosas que tengo por aquí

Sobre la mesa, entre los libros, en las estanterías, por aquí y por allá aparecen fotos, postales, tarjetas asociadas casi todas a exposiciones o museos visitados. Como este sereno bodegón de Chardin cuyo título describe su contenido: Naranja amarga, copa de plata, manzanas Api, pera y dos botellas. Más personal es esta bonita postal bostoniana que me envió un amigo en 1994 con un texto muy suyo: "Así es la primavera en Marlborough Street, pero cuando los primeros copos empiecen a caer, y la acera se cubra de nieve, será tiempo de ver cómo Montgomery Clift detiene su carruaje y, quitándose el sombrero de copa, llama en la casa de Miss Marpple, que aguarda temblorosa en su cámara." Aquí aparece una muy bella santa Cecilia prerrafaelista, de Burne-Jones, que reproduce un fragmento de vidriera de la catedral de Oxford. La compré a la salida, entre otras. Esta es una colección de 18 postales de Shanghi, 1902-1940, me la regaló una amiga a la vuelta de un viaje; son unas imágenes muy sugerentes que me recuerdan películas, libros, otras ciudades, Saigón, Marguerite Duras, Somerset Maugham... Aquí tenemos un elegante posado de un joven y atractivo W.H. Auden, con sombrero, pipa, estudiada indumentaria casual, las manos en los bolsillos del pantalón color claro; está hecha en 1928, cuando el poeta tenía apenas 21 años; su rostro nada tiene que ver con aquel Auden devastado, cuyo aspecto, según escribió él mismo, era el de "una tarta de bodas olvidada bajo la lluvia." Compré esa foto una mañana de verano en la National Portrait Gallery de Londres. La siesta, de Romero de Torres, es una estampa luminosa y sensorial que en nada se parece a sus cuadros más célebres; me recuerda la poesía del primer Juan Ramón. Nada que ver con el mundo de esa siesta voluptuosa, esta pesadilla de la serie de Max Ernst titulada La cour du dragon, donde una mujer de buen porte, con negras alas de ángel caído en algún pecado infame, se lleva las manos al rostro, en un gesto entre el arrepentimiento y la consternación; al lado está el bicho; tras la puerta entreabierta, alguien observa la escena. Debe ser que a los mirones nos gustan estas cosas. Claro que también tengo aquí el retrato que Rafael le hizo, 'hacia 1514', a il bello banquero florentino Bindo Altoviti. Nada en común con otros banqueros más actuales, es probable que más acaudalados, pero, sin duda, menos bellos. Pobres banqueros nuestros. (Continuará, uno de estos días)

miércoles, 21 de noviembre de 2012

grietas

Hay días en que el invierno entra en el otoño, como si se hubiese colado por una grieta, un resquicio invisible pero real que tienen todas las estaciones. El invierno entra en el otoño y se queda a pasar el día, y se retira después, quizá por el mismo sitio que entró. La mayor parte de la gente no lo percibe: nota algo, sí, al levantar la persiana, o al salir a la calle, pero eso solo dura un instante y no se le da más importancia. Son muy pocos realmente los que detectan lo sucedido, los que advierten que el día de hoy ha sido ocupado por otro día, perteneciente este a otra nacionalidad. Ese fenómeno silencioso no les pasa inadvertido a dos pequeños grupos humanos: los pastores y los poetas (aunque no a todos los poetas, solo los de la facción meteorológica). Pero las grietas también están en otros ámbitos: entre la materia y el espíritu, entre la realidad y el deseo, entre la ficción y el periodismo, los sentimientos y los presentimientos. Y más. Por ejemplo, entre lo invisible y la evidencia. O entre los ángeles y los maridos. Hay resquicios, eso es lo cierto, aunque aún no del todo probado. Yo me siento cómodo en ese terreno intangible, valga la paradoja. Es más, tengo por ahí, desde hace cinco o diez meses, un poema a medio hacer que dice más o menos algo como (cito de memoria, o sea, mal): "me gustan esos resquicios por los que apenas pasa el aire de perfil". Y lo cito aquí no solo por tonta vanidad de poeta escaso sino porque creo que ese verso refleja algo verdadero y bastante mío. Quiero decir que no todo está cerrado como una perfecta esfera fría de titanio. Hay fisuras, resquicios, grietas... por donde se producen trasvases en la oscuridad. O a plena luz. Creo que fue el Beau Brummel quien dijo aquello de que (vuelvo a citar de memoria) "un hombre elegante es aquel que cruza Picadilly Circus al mediodía sin que nadie se percate de ello." Pues sí, hay un constante ir y venir de transferencias, un trasiego continuo que va del sólido al líquido y del líquido al gaseoso. Del amor al odio -dicen- solo hay un paso (¿y viceversa?); el chiste fácil y chusco diría que 'del no ser al ser, solo hay un polvo'. Lo cierto es que todo aquello que a simple vista nos parece incomunicado y estanco, luego resulta que no son tan así las cosas. ¿Qué sucede en silencio entre la víctima y el verdugo, entre la ciencia y la poética (y ahí hay mucho tomate), entre la derecha y... la extrema derecha? Che, che, che, un momentito, que aquí hay para todos: ¿qué sucede, queridos míos, entre alguna izquierda y el sopor de la siesta o la falta de coraje? Se me acaba el espacio, pero se abren nuevos resquicios. Quizá otro día. A ser posible, un día de invierno en medio del otoño.

martes, 20 de noviembre de 2012

la noche americana

Esta mañana había niebla. No una niebla cerrada, como las que suelen caer en Adviento, pero igualmente válida a efectos decorativos. Ni que decir tiene que el parque estaba 'de película'. Las hojas caídas tan artísticamente, el color crudo de la luz, la paleta de grises y ocres, los escasos paseantes a esa hora, la humedad del aire, dos finos galgos de alta elegancia -como el galgo Judas, todo un campeón que saca de paseo con mucho estilo a su dueño, un primo de mi mujer, en Palencia- que parecían puestos ahí por el atrezzista o por el art director que decide a cada hora cómo ha de estar el parque, siempre listo para que alguien diga 'silencio, motor, ¡acción!', y dé comienzo el rodaje. Como en aquella maravillosa película: La noche americana. Hace tiempo que me apetece volver a verla. Volver a ver aquella plaza, aquella señora del perrito, aquella bofetada repetida, el modo tan sutil en que el director le explica a Jacqueline Bisset (¡oh, cielos, cómo era!) la manera en que debe colocar los dedos de las manos... El mundo está bien hecho, por momentos, cuando Truffaut dice 'acción' y la realidad (de la película) se pone en marcha... durante un plano secuencia. Vale, de acuerdo, solo son 30", pero qué 30" para siempre. Mientras duran, tenemos tiempo para sentir que la vida es o puede ser bella; desde luego que breve, y dolorosa a menudo, pero bella en verdad, y emocionante algunos ratos, algunas mañanas con niebla, algunos anocheceres de invierno en que un encuentro casual (no digamos ya una cita en la cafetería del Hotel Inglaterra, en Valladolid) era el comienzo de una posible novela de 500 páginas o de dos horas y media de película. A qué negarlo. Desde Ben-Hur y Los Diez Mandamientos, siempre me han gustado las buenas películas largas. La noche americana no llega a dos horas de metraje, pero su recuerdo, por lo que voy viendo, da para toda una vida. ¿Le faltaba algo a esa película que yo quise ver o intuir esta mañana en el parque? Sí: le faltaba la música. Casi siempre tengo canciones preparadas, pero hoy, martes, 20 N, me apetece dejarme llevar por la música. ¿La escuchamos?  La noche americana -Trailer - YouTube
Francois Truffaut's La Nuit Americaine Theme - YouTube

lunes, 19 de noviembre de 2012

demuestra que no eres un robot

Esa es la frase que aparece cada vez que intento dejar un mensaje en algún blog. Y aparece, como todo el mundo sabe, junto a dos dígitos y varias letras borrachas que nada significan, o eso creemos. En mi ignorancia, me pregunto qué se pretende evitar con ese tonto trámite. ¿Acaso piensan los de Blogspot, o quienes sean, que si yo fuese un robot iba a tener por ello la menor dificultad en reproducir en un milisegundo media docena de letras? Al contrario: como no soy un robot (o si lo soy, pertenezco a un modelo de lo más rudimentario y que dejó de fabricarse hace décadas), a veces tengo dificultades para discernir si, dada la deformación tipográfica y el desenfoque, se trata de una hache o de una be minúsculas, o si estamos realmente ante una eme o ante una ene precedida de una erre (o sea, rn). Bien. Suficiente. A lo que voy. Si yo fuera ese artefacto de última generación, un replicante diseñado en Silicon Valley para un futuro pluscuamperfecto (y reproducido en Taiwan para el mercado low cost), con billones de circuitos integrados bajo el cráneo, capacitado por tanto para realizar cálculos infinitesimales, generar creatividades vertiginosas, albergar pensamientos cuánticos, soñar, reír, amar mucho más allá de lo imaginable... Quiero decir que si yo fuera en verdad ese robot, esa máquina antropomórfica capaz de repentizar endecasílabos de fósforo y titanio en medio de la noche, transformar al hombre que aparento ser en vampiro o en arcángel, alterar la trayectoria o el destino de de una copa que cae, sentir y compartir orgasmos semejantes a las explosiones de las supernovas, conseguir que los olvidos regresaran a la memoria... como si los amores imposibles nos dieran una segunda oportunidad. Está claro que si  yo fuese ese robot, esa industria,  mis comentarios escritos serían infinitamente más inteligentes, interesantes, interestelares. Con lo cual, los blogs comentados ganarían en prestigio, y con ello en lectores, en seguidores, en anunciantes. Lo triste del caso es que, en efecto, yo no soy, y bien que lo siento, el aparato que pretenden evitar. Y ese malentendido es el principio de todos los males, de todos los errores. Una vez escribí: "qué hermoso hubiera sido todo aquello que nunca sucedió." Es posible que siga siéndolo.

viernes, 16 de noviembre de 2012

paraísos artificiales

Qué mundo el de los olores fuertes de los productos de limpieza, el de la química doméstica y narcotizante. Una buena inhalación de amoniaco puro puede hacernos ver las estrellas de nuestro interior laboratorio. El alcohol de quemar es más agudo y penetrante que el golpe de gasolina que aspiramos, pistola en mano, en el surtidor. La lejía es algo repugnante para mí, pero a todo se acostumbra uno. Sin embargo, el olor más sugerente y sofisticado del hogar es el de la acetona  quitaesmaltes de uñas: yo lo encuentro muy oriental, pero del Oriente novelesco, refinado, cosmopolita, muy a lo Yakarta años 30, muy a lo Dragón Lady de Belver Yin, con esas largas uñas y esa calma perversa de quien puede pasarse toda una tarde en el tocador, entre los cosméticos y las fragancias, esperando que llegue la noche y sus hechizos para bajar como una boa ondulante y displicente al casino o al burdel. El limpiacristales es demasiado higiénico y algo dulzón para mis gustos. El limpiatapicerías y alfombras 'con Oxígeno Activo' ya es otra cosa, tiene otro punto más descarado, aunque no llega a la intensidad penetrante del Politus, 'especial para todas las superficies barnizadas'; si pulverizas en un paño un par de disparos de Politus, te lo llevas a la nariz y aspiras profundamente, por momentos resulta como un chute narcotizante del legendario cloroformo. O de la no menos legendaria trementina, en los estudios de los pintores. Y luego está uno de los platos fuertes y más ignorados, solo al alcance de los sibaritas y de los patanegra del haevy metal olfativo: la 'loción Cupex ZZ pelicudicida, que elimina piojos y liendres con una sola aplicación'. Este es en verdad la hostia: lo hueles un instante... y es toda una promesa (casi un anticipo) de la gran narcosis. Luego lees las indicaciones y lo primero que te dice el fabricante es que 'no conviene ingerirlo'. Yo creo que la recomendación está de más: parece evidente que si te bebes un chupito de loción Cupex  ZZ... su efecto puede ser semejante al de una botella de absenta, sorbito a sorbito, mientras sube y sube el colocón de peyote + elixir paregórico (ver William Worroughs). Y todo esto no sería más que el primer párrafo del preámbulo al prólogo de las mil páginas que vendrían después, para introducirnos en el laboratorio de nuestros paraísos artificiales de andar por casa.

jueves, 15 de noviembre de 2012

¿qué dije yo?

Esto de ser adivino es la leche. Yo mismo me asombro ante mi clarividencia y dotes prospectivas. Cada día tengo más claro que me equivoqué de profesión: tenía que haber orientado mi vida y mi hacienda hacia el tarot, la cartomancia, las líneas de la mano, los posos del café... En fin, las ciencias ocultas. ¡Qué acreditado depto creativo, qué gabinete de anticipación hubiese creado! Y no es porque esté yo delante, pero, cómo negar que mi mente las ve venir y se anticipa a los acontecimientos con una puntería matemática. Bien es verdad que ese acierto no lo tengo en todos los campos: en la quiniela, por ejemplo, fallo más que una escopeta de feria (qué expresión tan antigua, ¿no?). De modo que las que se van por las que se quedan, pero en lo tocante a verlas venir, a anticipar las portadas de los periódicos, soy insuperable, pese a que mi vanidad murió "una noche de luna en que era muy hermoso..." etcétera, etcétera. Y conste que no hago nada extraordinario para conseguirlo, ni me fumo ninguna yerba, ni bebo absenta ninguna, pero he de admitir que sí, que tengo una especie de programa informático en algún rincón del alma que me faculta para ver, leer y oír lo que dirán pasado mañana o dentro de un mes algunas mentes preclaras en los medios de comunicación o de agitprop (para los más jóvenes: vieja palabreja que fusionaba agitación y proppaganda). Claro que, como siempre, habrá personas desconfiadas, y no faltará quien sospeche que me estoy tirando el pisto. Lo entiendo. Ahora bien, ¿qué dije yo en este humilde diario hace más de un mes, concretamente el pasado 10 de octubre, miércoles todo el día, haciendo gala de un sentido visionario que corta la respiración? Pues escribí ni más ni menos que "no se quieren enterar, yeee-ye". Aunque los hechos demuestran que no solo me manejo en las medias y largas distancias: anteayer puse en juego mi prestigio y aventuré en este blog el siguiente vaticinio: "nueve de cada diez telediarios tratarán de convencernos de que la huelga ha sido un fracaso." Y quien dice 'huelga' dice 'manifestaciones' al anochecer. Está escrito, ¡ojo!, y por tanto no me invento nada, ni soy ventajista, ni le hago trampas al solitario; no, no, no: lo publiqué a las 14 horas y 18 minutos del martes 13, como puede comprobarse. ¿Entonces? ¿Tiene o no tiene mérito lo mío? ¿Para cuándo la creación del Premio Nacional de Prospectiva? No quiero parecer un visionario al uso, pero es cierto que más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas de la razón, y la Academia de los pensadores y de los futuristas se rendirá a la evidencia. Y dicho esto, amigos, me retiro al Aventino con todo el prestigio acumulado. En Roma lo llamábamos sencillamente auctoritas.

martes, 13 de noviembre de 2012

que sí, que voy, que quiero

  • Hace algunos días le dije a una amiga que hoy, martes 13, dedicaría el post a la huelga general de mañana, miércoles 14. Y no es que haya cambiado de opinión o de postura o de chaqueta. No es el caso, aunque podría serlo, ¿por qué no?, estamos vivos, y por tanto sujetos a alteraciones climáticas de todo tipo. Reclamo el derecho a cambiar de opinión, a pensar hoy lo contrario de lo que pensaba ayer, a levantarme monárquico del todo, si me peta, y hasta carlista-legitimista, llegado el caso, como un Bradomín extemporáneo y feo, además de agnóstico, gamberro y sentimental. ¿Pasa algo? Tenía intención de hablar hoy de la huelga general de mañana miércoles,  y de los motivos que nos sobran para apoyarla, y levantar todas las banderas patrióticas o apátridas de todos los colores y de todas las ideas, indignaciones, desahucios, justificadas demagogias, alguna blasfemia... Tenía intención de hablar de todo eso y más. Pero, mira por dónde, hoy,  martes con luz de gloria, no me apetece otra cosa que no sea sonreír o bailar o gastar una broma. El parque estaba tan animado esta mañana; mi hijo Ignacio es tan generoso y tan guapo; Luis es tan brillante; me gusta tanto este disco de Abbey Lincoln... Dadas las circunstancias, ¿cómo hablar aquí y ahora de la huelga general? ¿Cómo no mirar hacia otro lado para que la vida sea más bella, o al menos lo parezca, horas antes de que nueve de cada diez telediarios traten de convencernos de que la huelga ha sido un fracaso, gracias a Dios y a los servicios mínimos? Bueno, bien, me arriesgo a una sanción disciplinaria del sindicato, y también al reproche de los compañeros del metal, pero hoy hace un día tan luminoso... ¿Qué quieren, que me ponga triste, amargo, turbio? Pues no, para qué vamos a andarnos con elipsis y floristerías. Yo no tengo la culpa (ni el mérito) de ser de buena familia, en el mejor sentido de la palabra 'buena'. Por tanto, ni odio ni sabría odiar: eso es propio de gente a la que  no le han dejado otra. Lo que pasa es que me siento obligado a sacar la cara no solo por mí y por los míos sino por todos esos que cualquier día me dirán 'gilipollas'. En definitiva, copy, ¿vas o no vas a la huelga? Mójate de una vez, y que sepamos dónde estás y a quién leemos. Bueno, tampoco está claro que haya que tomar una postura drástica, ni que ello nos beneficie, ni que la belleza y el porvenir dependan de que digamos sí o no a la huelga. Pero como la vida es riesgo y apuesta y ganas de cambiar las cosas y pasarlo bien, digo que sí, que quiero, que voy a la huelga general. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

qué buen rato pasamos

El sábado noche fuimos a ver En la casa, de Fraçois Ozon, adaptación cinematográfica de la obra de Juan Mayorga El chico de la última fila. Qué buen rato pasamos, y qué buena película, caramba. El cartel lleva un antetítulo orientativo: "Siempre hay una forma de entrar." Tranquilos, que no voy a revelar nada importante, ni siquiera daré una pista sobre si el mayordomo es o no el asesino. La película trata de un tema que a mí me excita particularmente: cómo la realidad entra a formar parte de la ficción y el modo en que esta -la ficción, alterada por la realidad-, condiciona y modifica el devenir de los hechos. En otras palabras: alguien observa a alguien y convierte lo observado en materia narrativa, en relato, y por tanto en 'ficción'. A su vez, esta entra en la realidad de la que procede e incide en ella; lo cual da lugar a una nueva ficción que tiene en cuenta lo sucedido en la vida real tras la entrada en escena del anterior relato. Y como una cosa lleva a la otra, y la nueva dará lugar a la siguiente, la que surja tendrá una relación directa con lo que venga a continuación. Y tras cada nuevo paso, con cada vaivén de lo escrito a lo vivido, y viceversa, hay una interrupción que a su vez es un nexo, y, entre paso y paso, aparece la palabra continuará. Todo está concatenado, todo es causa y efecto de nuevas causas que traerán consecuencias. Pondré un ejemplo tonto y tópico: si yo tuviera allí enfrente una vecina exhibicionista que algunas noches se desnudase para que yo la observara; si ello me diera pie a escribir un relato de ficción inspirado en ella; si yo, desde el más ciego anonimato, le hiciera llegar a mi atractiva vecina el primer capítulo escrito; si ella respondiese a mis sugerencias con nuevas audacias a las tres de la mañana; si yo; si ella; si un tercero entrara en escena... ¿Quién responde de lo que pudiera suceder en adelante? ¿El autor o el editor? ¿El narrador o el protagonista? ¿El fantasioso Ginés o la traviesa TT? A veces me pregunto hasta dónde es aceptable fantasear con la vida de los otros. O bien, ¿qué derecho tengo yo a imaginarme situaciones o momentos de tu vida? Ya sé que el mirar es libre (¡faltaría más!), pero ¿qué pasa si dentro de unos años la ciencia descubre que mis fantasías han condicionado tus comportamientos? ¿Quién paga las cuentas, y en qué medida? ¿Quién es el responsable último de tu amor y de mis silencios? ¿Quién lo será de mis olvidos o calamidades? ¿Seguimos... o lo dejamos aquí? Está claro que por cada respuesta posible hay más de cien preguntas probables. Corto y pego: Qué buen rato pasamos, y qué buena película, caramba.

jueves, 8 de noviembre de 2012

gracias por ayudarnos

"Solo quiero dar las gracias a Todd Akin por ayudarnos a perder el Senado", fueron las palabras de Jason B. Whitman -Presidente del Comité Nacional del Partido Republicano- dirigidas al candidato a senador por el estado de Misuri, el mismo que dijo aquellas majaderías sobre la violación como voluntad de Dios, etc. La frase no oculta un cabreo sordo del 9 largo. Lo que el indignado dirigente del Partido Republicano le estaba diciendo con ese sarcasmo al candidato -que al parecer tenía la elección asegurada- era algo así como "hace falta ser un gilipollas redomado para soltar semejante sandez en plena campaña electoral." No consta que mister Whitman hiciera amago de desenfundar el colt con intenciones inequívocas. No, eso no figura en ninguna crónica periodística, pero que se quedó con las ganas... lo tengo muy claro. De todos modos, hay que reconocerle al autor que la frase de agradecimiento le salió impecable; es como ponerle a uno la cruz: queda políticamente inhabilitado. O tres cruces: una  por tonto, otra por sucio y otra por malo. Tipos que albergan en la cabeza semejantes desarreglos no deberían estar en disposición de legislar, ni siquiera de representar a una parte del electorado. Volviendo aquí, a la patria, raro es el día que, por sus palabras, un gobernante, un político conocido, no merece el sello de "no apto" para desempeñar puesto alguno en la res publica. Y no es tanto una cuestión de extravagancia ideológica como del mínimo sentido del decoro exigible para ejercer casi que cualquier cargo de responsabilidad. Bueno, bien, puesto que mañana, 9 de noviembre, "como siempre sin tarjeta", es fiesta aquí en Madrid, me voy a alargar un poco, una pizca, para compensar(me) de lo que no escribiré. Todos los días tenemos que oír no menos de media docena de cosas infames, y además a la hora de la ducha y el aseo personal. Y eso por no citar a algunos articulistas o contertulios animadores de nuestro ruedo ibérico. Examinándolos desde la distancia, creo que muchos no pasarían un control de alcoholemia. O bien el disco duro se les ha desconfigurado por completo. Los hay que está claro que en algún momento de su vida "se les jodió el Perú." Y esa es la parte contratante que a mí más me conmueve. La vida es dura, qué coño. Aunque no todos resistimos igual. Dice Woody Allen  que si le amenazan con retirarle la American Express, lo canta todo. Lo suscribo. Hablando de averías y calamidades, estoy pensando en un articulista de apellido germánico (no daré nombres, no vaya a ser el demonio, que tampoco está uno para muchos juicios) que no hay día en que no disparate en los media con toda impunidad. Aunque, claro, le pagan por eso -y no mal, por cierto- en estos tiempos de austeridad y recortes en buena educación. Me encantaría ser él durante 24 horas, ni una más, para saber qué se siente. Le conozco, como lector, desde hace muchos años. Con la guerra de Serbia y sus crímenes étnicos empezó a jodérsele el Perú, o lo que sea. Ahora tengo la impresión de que ya es tarde para intentar arreglar el estropicio. Lo diré claro y simple: creo que ese hombre está como una puta cabra. Y además, lo está todos los días. Aunque los cuerdos le pagan por ello. Por algo será.  

miércoles, 7 de noviembre de 2012

amistad amorosa

Vaya nochecita que hemos tenido, pendientes de los recuentos en Ohio y en La Florida. Dado que conviene disponer siempre de una buena disculpa, diré que todavía tengo los biorritmos alterados por la diferencia horaria de la Costa Este. Dejando eso aparte, ayer escuché en la radio una excelente entrevista con Antonio Garrigues Walker. Por cierto, qué nombre tan bien construido: español y norteamericano, elegante, cosmopolita, jurídico y comercial, demócrata, ilustrado, y en el buen sentido de la palabra, 'liberal'. No 'neo-liberal', ni 'ultra-liberal', ni 'liberal-conservador'; sencillamente, 'liberal', como George Clooney o como Robert Redford o como Salvador de Madariaga. Bueno, a lo que voy. En esa entrevista, AGW fue preguntado por la famosa relación de su padre, el diplomático Antonio Garrigues y Díaz Cañabate, con Jackeline Kennedy (supongo que después de que esta enviudara, y antes de matrimoniar, y patrimoniar, con Aristóteles Onassis). La respuesta fue a la vez atrevida y elegante: la relación de mi padre con Jackie Kennedy, afirmó,  fue una 'amistad  amorosa.' Y lo matizó acto seguido repitiéndolo en francés: "un aimer amitié", dijo, aunque ahora dudo si pronunció "aimer" o "amour". Qué buen concepto, ¿no?, el de 'amistad amorosa'. Al menos a mí me parece sugerente, sutil, enriquecedor, lleno de matices... Y además es compatible con casi todos los formatos y soportes. Una amistad amorosa  debería estar recomendada, bien vista socialmente y exenta de impuestos, como una FFF (fundación con fines filantrópicos). Pienso que una buena amistad amorosa favorecería las relaciones de pareja  en todas sus variantes, como la cita semanal de los amigos/as para charlar, reír, tomar los vinos. Sí,  la verdad es que, bien mirado, una o dos amistades amorosas sabiamente administradas (entiendo que media docena resultaría difícil de gobernar y un punto estresante) nos harían más alegres y acaso más felices, más tolerantes y respetuosos con la biodiversidad emocional y el medio ambiente. Claro que para eso habría que cambiarlo casi todo, y partir de nuevo, y crear una asignatura de educación para la convivencia (mejor así, en minúsculas) en la que los padres tendríamos que aprender no poco y familiarizarnos con ella (¡Marina, échanos una mano!) para repasarla en casa con nuestros hijos, antes de los partidos de la Champions, que siempre serán maravillosos. Y dicho esto, se acabó el estudio y pónganse en pie, amigos, que estamos hablando de Wembley, de San Siro, de Old Trafford, nada menos, del Parque de los Príncipes, del Allianz Arena de Munich, del Camp Nou, del Estadio de La Luz, de Stamford Bridge, de Anfield, del Santiago Bernabéu. ¿Se me permiten unos segundos de emoción? Punto y aparte. Una vez tuve la suerte de escuchar, en Valladolid, al maestro don Santiago de los Mozos afirmar que "la poesía es... palabras mayores."  No lo podemos negar: somos europeos, amamos el fútbol y la belleza, tenemos o quisiéramos tener una amistad amorosa con algunos viajes, algunos sueños, canciones, libros, películas..., algunos recuerdos de cosas o de goles imposibles que aún no han sucedido.

martes, 6 de noviembre de 2012

excusatio non petita

En la cocina hay que estar a lo que se está y no distraerse uno más de la cuenta; de lo contrario, si nos olvidamos de los tiempos, la intensidad del fuego, etc, corremos el riesgo de que se nos pase el arroz o se nos queme la salsa o se nos vaya la olla. Y eso fue lo que me sucedió ayer en este blog: que me distraje con unas cosas y con otras y se me fue la olla. Primero pequé de ingenuo, o de arrogante, cuando -aprovechando que tenía otros documentos abiertos y alguna idea en la cabeza- se me ocurrió hacer en el post un 'experimento', que no voy a tratar de explicar aquí porque sería largo y además no aclararía nada. El caso es que el tema iba bien encauzado y prometía un final feliz, o al menos bien resuelto, pero el juego de textos cruzados y provocaciones no acababa de funcionar, y cuando treminó el disco que estaba sonando -Pitingo con Habichuelas- me di cuenta de que el tiempo se me había echado encima. Eran ya cerca de las tres, y como no veía clara la solución (no estaba yo muy inspirado, eso es lo cierto), me tomé una copa de vino, la segunda, y rematé la faena con un bajonazo infame, en una mezcla de falso rencor y desplante chulesco. Vamos, como para lanzarme a la salida todas las almohadillas. Y en efecto, poco después, alguien con muy buen criterio dejó un comentario impecable: "Criatura, ¿qué te ha pasado hoy? Estás un poco rarito, ¿no?" Es lo menos que cabía decir. Tras leerlo, decidí cortar por lo sano y arreglar en lo posible el desarreglo: me cargué de un tajo varias líneas 'experimentales' y desafortunadas; después, un par de retoques mínimos, una pizca de sal o pimienta... y a publicar, así, como si nada. El plato no quedó muy lucido, eso es cierto, pero tampoco para acabar en comisaría. Conclusiones: 1) los experimentos, con gaseosa; 2) si vamos a setas, vamos a setas, y si vamos a Rolex, vamos a Rolex; 3) si bebes, no conduzcas: una segunda copa no da más reflejos sino que reduce la capacidad de análisis y rectificación. En consecuencia: humildad, hermanos, mucha humildad, porque cuando uno se hace el listo acaba resultando el más tonto de la clase; o sea, un bobalán.

lunes, 5 de noviembre de 2012

que para saber cantar

El viernes pasado, en una cena entre amigos (entiéndase el genérico como amigas y amigos), alguien de fiar elogió muchísimo la obra del escritor Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), para mí un desconocido del que solo sabía lo leído esa mañana en la entrevista publicada en El País. En ella, Cartarescu dice cosas como esta: "Yo creo que todos somos andróginos, todos somos bisexuales, aunque solo sea mentalmente." Al leerlo tuve la reconfortante sensación de que alguien, a miles de kilómetros, confirmaba mi sospecha mantenida no del todo en secreto durante años. Y añade nuestro amigo rumano: "Todos los hombres llevamos dentro una hermana reprimida, y todas las mujeres a un hermano reprimido, y yo muchas veces he sentido que tenía que liberarla de mí y darle voz." Leerlo y salirme un pareado fue todo uno: "Mircea querido, / yo también lo he sentido." Después de todo, entre 'hembra' y 'hombre' hay mucho en común; pero también es cierto que las diferencias fonéticas y anatómicas, entre otras, son significativas, favorecen la biodiversidad, facilitan la gustosa convivencia, hacen posible en este mundo loco la alegría de "vivir en los pronombres." Nos pasamos la vida (sin saberlo, casi siempre) queriendo salir de quienes somos para entrar en quien no nacimos, aunque por poco. Tengo clarísimo que por un pelo no nací sueca en Malmoe, o austrohúngaro en el exilio, o esclavo en Alabama, o Niña Chole en el Yucatán. Pero sé también que el hombre macho que soy (bromas aparte) tiene momentos y gustos de mujer. La verdad, no me inquieta ese punto mío femenino que de vez en cuando asoma; al contrario: me alegra la sonrisa de hombre irremediable, y también esa hermana que al parecer sale conmigo en secreto de copas. Está claro que ella es la mujer que no fui... hace ya tantos años. Mujeres... hombres. Si bebemos y reímos, si nos desembarazamos de tantas cosas tontas, y hablamos y bromeamos y nos queremos un rato... El plural masculino, el genérico, no dura un suspiro, no soporta un beso grande y fuerte y alto entre la mujer que quisieras querer y el hombre que la besa durante 45" de amor sin palabras. Bueno, bien, dejémoslo. Es verdad que somos mitad ángel, mitad arcángel, mitad risa, mitad dolor. Y "como dijo Salomón, / y eso le salió muy bien, / que para saber cantar /basta con saber querer." Aunque no sea verdad.